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Respiré hondo al descender al nivel inferior del castillo, aspirando con gusto los olores que se mezclaban en el aire. De las dependencias de las sanadoras a mi izquierda llegaba el aroma de hierbas y aceites, que al pie de la escalera se mezclaba con el olor a pan recién hecho que llegaba de la cocina, al final del corredor a mi derecha.

Hacia allí me dirigí. Dejaba atrás la lavandería vacía cuando se abrió la puerta del jardín medicinal a mis espaldas. Me detuve y giré sonriendo. En un instante el corredor se llenó de pasos y voces, mientras las mujeres del primer turno de servicio entraban apresuradas, pateando la nieve de sus botas, contentas de dejar fuera el frío.

Las mujeres de limpieza se alejaron hacia la escalera de servicio que subía a sus dependencias, las que trabajaban en la lavandería cruzaron la amplia arcada de piedra que yo acababa de pasar, las cocineras se acercaron platicando animadamente. A pesar de lo temprano de la hora, todas ellas se veían lis

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