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Las mujeres habían colgado gruesos doseles de los altos postes de la cama, de tal manera que podíamos alzar el del lado del hogar y dejar los otros bajos para retener el calor. Un truco efectivo en los días que tardara la cabaña en caldearse, después de semanas de permanecer abierta y deshabitada. Sin embargo, esa primera noche hacía tanto frío que acabamos tendiendo nuestros mantos de pieles sobre las mantas.

Y en aquel nido de calor en la noche gélida, desnudos bajo el peso tibio de las mantas, nos olvidamos del resto del mundo para disfrutar nuestro reencuentro. Hicimos el amor con prisa comprensible al principio, y luego pudimos tomarnos las cosas con más calma. Recorrí su cuerpo con mis manos y mis labios, la dejé jugar conmigo a su antojo, y luego me hundí en su vientre, que me recibió sin reparos, enloqueciéndome y empujándome al límite una y otra vez.

Nadie vino a molestarnos en la mañana hasta que Risa insistió en levantarse, echarse encima cuanto abrigo encon

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