No era una tarea que podía imponer a nadie, pero tantos se ofrecieron que literalmente no había lugar para que todos me ayudaran, de modo que los voluntarios ociosos decidieron invertir su energía en palear nieve para limpiar los senderos entre las viviendas del puesto.
Entraba la robusta mesa con ayuda de Milo y Mendel cuando Kian me llamó al dormitorio, desde donde los martillazos levantaban eco en el resto de la casa. Dejé que mis hermanos ubicaran el mueble y me asomé a la habitación vacía.
—¿Dónde quieres la cama? —preguntó Kendall dando un respiro al martillo.
—Entre el hogar y la ventana, con la cabecera contra esa pared —respondí, admirando el ancho lecho que mi primo hiciera en sólo dos semanas, con una alta cabecera en la que tallara viñas entrelazadas en torno a una luna creciente.
—No puedes ponerla allí sin la alfombra —intervino Milo asomándose a mi lado.
Kian señaló la pila de tejidos doblados sobre una cómoda.
—¿Ya está termi
Me sorprendió ver que mis hermanos salían a recibirnos con Baltar y Maeve. Ayudé a desmontar a Risa y nos adelantamos juntos hacia ellos. Risa les hizo una rápida reverencia que los hizo reír por lo bajo, porque convertirse en mi esposa no había alterado su modestia.—Bienvenida, Risa —le dijo Milo, haciéndose a un lado e invitándonos a entrar al puesto.Maeve la recibió con un ramillete de hierbas medicinales con flores secas, no sólo porque era imposible hallar flores vivas en esa época del año, sino también para reconocerla como sanadora.—Tu casa espera —terció Mendel palmeándome la espalda, y agregó sólo para mí:—. Y ya deja de sonreír como cachorro con hueso nuevo.Le di un codazo, que él respondió con un palmazo en mi nuca, hasta que apareció Milo a empujarnos suavemente para que no nos detuviéramos.—Ya los dos, que hace un frío de mil demonios —nos regañó.A lo largo del sendero abierto en la nieve de la empalizada al pozo se habían
Las mujeres habían colgado gruesos doseles de los altos postes de la cama, de tal manera que podíamos alzar el del lado del hogar y dejar los otros bajos para retener el calor. Un truco efectivo en los días que tardara la cabaña en caldearse, después de semanas de permanecer abierta y deshabitada. Sin embargo, esa primera noche hacía tanto frío que acabamos tendiendo nuestros mantos de pieles sobre las mantas.Y en aquel nido de calor en la noche gélida, desnudos bajo el peso tibio de las mantas, nos olvidamos del resto del mundo para disfrutar nuestro reencuentro. Hicimos el amor con prisa comprensible al principio, y luego pudimos tomarnos las cosas con más calma. Recorrí su cuerpo con mis manos y mis labios, la dejé jugar conmigo a su antojo, y luego me hundí en su vientre, que me recibió sin reparos, enloqueciéndome y empujándome al límite una y otra vez.Nadie vino a molestarnos en la mañana hasta que Risa insistió en levantarse, echarse encima cuanto abrigo encon
Comimos en silencio, demasiado ocupados saboreando la cena, hasta que Risa volvió al tema que la preocupaba.—Las elegidas humanas siempre les dieron hijos —dijo.—La mayoría —asentí con la boca llena—. Pero no de inmediato. Nuestra experiencia con humanas es que les lleva un año o dos concebir con nosotros. Y en tu caso tal vez lleve más tiempo.—Por mi sangre sucia —suspiró desalentada.—Por tu sangre especial. Tú no tienes nada sucio.—Si hubieras visto mis pies cuando me quité las botas de montar.—No los vi, aunque los olí. Rosas y lirios.Me arrojó una pizca de pan riendo y atrapé su mano para besar sus dedos.—Madre sólo pudo tener hijos después que padre se convirtió en Alfa —agregué, sabiendo que no había calmado su inquietud—. Aun así les costó concebirnos, y sólo tuvieron cinco camadas en más de ciento treinta años.—¿No acabas de decir que es extraño que las lobas den a luz más de dos camadas?—Pero ma
A pesar del mal tiempo, Risa no tuvo ningún problema en adaptarse a la vida en el norte. Sin embargo, aquella prolongada tormenta no tardó en preocuparme. Llevábamos varios días sin noticias de los otros puestos, y la escasa visibilidad hacía imposible vigilar de manera efectiva lo que hacían los humanos al otro lado del Launne.Ya habíamos dado cuenta de la mayoría de los blancos y pálidos que sobrevivieran a la emboscada, pero los que quedaban eran más que suficientes para causarnos problemas.Al parecer ya sospechaban de nuestros tratos secretos con los nobles, porque no habíamos vuelto a saber de ellos. Pero aunque los parias no confiaran en ellos como para enrolarlos en futuras acciones de guerra, los vasallos que los seguían bastaban y sobraban para comprometer la primera línea si nos tomaban por sorpresa.—No podemos sentarnos a esperar que salga el sol —dije impaciente.—¿Y qué propones? —inquirió Mendel.—Quiero que tú y Aidan tomen un ter
—¿Una docena de amazonas? —repetí incrédulo.—Pasaron ayer por el valle de la emboscada —asintió Ronan con una mueca—. Estarán aquí hoy o mañana.—Maldición —gruñí desviando la vista hacia el otro lado del río, donde los humanos se aprestaban para la lucha—. ¿Cuántos somos en total?—Cuarenta —respondió Milo.—Aguardemos a ver cómo forman —dispuse—. Los más jóvenes e inexpertos enfrentarán a los humanos, y nosotros nos encargaremos de los parias.—Sí, Alfa —contestaron los dos a una.—¿Enviaste a Bardo al oeste?—Cuando dejé el castillo. Se lo envíe a Risa, para que haga noche allí, con un mensaje para que se lo despache a Mendel.Respiré hondo, acercándom
No había sido una batalla más. Siete de nosotros habían muerto, lo cual era un número inusitadamente alto, y al menos una docena habían sufrido heridas serias o graves. Todos los demás estábamos raspados, golpeados y magullados.Owen envió a uno de sus hermanos al puesto por ayuda para cargar a los heridos, y por herramientas para derribar el puente.Nos vimos obligados a aguardar con los que no podían moverse, cerca del camino y del río para mantener vigilado el campamento enemigo. A juzgar por lo poco que la tormenta nos permitía ver de lo que ocurría en la orilla opuesta, las amazonas se habían refugiado en sus tiendas, rodeadas por los vasallos que sobrevivieran.A pesar de que nos hallábamos a sólo tres kilómetros del puesto de Owen, caía la tarde cuando Enyd llegó a caballo con tres de los muchachos. La sanadora del puesto venía en la carreta para transportar a los más graves, y tardaría una hora más. Al menos trajeron lonas para improvisar tiendas, y ropa
Derribábamos los sólidos mojones de piedra en la cabecera del puente cuando vinieron a relevarnos. Contemplamos nuestra obra satisfechos: el arco que ahora se interrumpía en su punto más alto, a mitad de camino de la otra orilla, y lo que quedaba del esqueleto dañado de puntales que Owen y los suyos no tardarían en destruir.Había unos treinta metros entre la mitad sana y los últimos puntales que aún se sostenían. Una distancia demasiado grande para que cualquier animal en cuatro patas la saltara, nosotros incluidos, ni hablar de seres en dos piernas.Ronan afirmaba que su parte de la frontera estaba segura, y le creí. Si la nieve dificultaba cualquier movimiento en aquella zona baja, los pasos de montaña debían tener varios metros acumulados, haciéndolos imposibles de cruzar. Así que le pedí que él y los suyos regresaran conmigo al puesto de Owen, donde esperaba encontrar noticias de Baltar o mis hermanos.Apenas Enyd me aseguró que los heridos estaban atendido
“Mi amado señorPor favor no te enfades con Baltar y Maeve. Hicieron cuanto podían para disuadirme. Pero soy sanadora y la esposa de un guerrero, del padre de la manada. Te suplico que comprendas que no podía quedarme cómoda y a buen resguardo sabiendo que podía ayudar. Sólo te pido que confíes en mí. Tienes mi palabra de que no correré riesgos. Me quedaré con los heridos, lejos de la lucha, y obedeceré en todo a tus hermanos. Te amo con todo mi corazón, y aguardaré ansiosa el momento de reunirme contigo. No olvides que eres mi vida. Cuídate por mí así como yo me cuidaré por ti.Siempre tuya,Risa.”Estrujé la hoja en mi puño con un nudo en la garganta, mirando sin ver el fuego, perdido en la angustia y la impotencia que me ahogaban.Maeve acercó un taburete, donde apoyó un plato desbordante de comida, un tazón de sopa, una hogaza de pan. El miedo me había cerrado el estómago, pero el olor de la