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No era una tarea que podía imponer a nadie, pero tantos se ofrecieron que literalmente no había lugar para que todos me ayudaran, de modo que los voluntarios ociosos decidieron invertir su energía en palear nieve para limpiar los senderos entre las viviendas del puesto.

Entraba la robusta mesa con ayuda de Milo y Mendel cuando Kian me llamó al dormitorio, desde donde los martillazos levantaban eco en el resto de la casa. Dejé que mis hermanos ubicaran el mueble y me asomé a la habitación vacía.

—¿Dónde quieres la cama? —preguntó Kendall dando un respiro al martillo.

—Entre el hogar y la ventana, con la cabecera contra esa pared —respondí, admirando el ancho lecho que mi primo hiciera en sólo dos semanas, con una alta cabecera en la que tallara viñas entrelazadas en torno a una luna creciente.

—No puedes ponerla allí sin la alfombra —intervino Milo asomándose a mi lado.

Kian señaló la pila de tejidos doblados sobre una cómoda.

—¿Ya está termi

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