Arthur Zaens, un prestigioso y exitoso CEO que lidera una de las corporaciones más poderosas del mundo, es un hombre dedicado al trabajo, habiendo dejado su vida personal de lado tras una dolorosa traición. Hace años, su esposa despareció, dejándolo solo con dos hijas pequeñas. Desde entonces, su corazón se ha cerrado al amor, y ha enfocado toda su energía en su imperio empresarial. Pero su vida da un giro inesperado cuando decide contratar a una niñera para que cuide de sus hijas, mientras él se sumerge en su trabajo, sin prever cómo esta nueva figura cambiará su vida. Lía Evans es una joven talentosa de 28 años, que en su mejor momento fue una exitosa editora y escritora de novelas románticas, detrás de un Seudónimo. Su vida parecía encaminada al éxito, con una prometedora carrera literaria y un futuro brillante por delante. Sin embargo, su mundo se vino abajo cuando su prometido, un hombre ambicioso y manipulador, la involucró en un fraude financiero. Él desapareció con el dinero, dejando a Lía para enfrentar las consecuencias. Como resultado, perdió todo. Su reputación, sus ahorros y su carrera. Además de la desgracia profesional, Lía enfrenta una situación personal difícil. Sus padres, ancianos y enfermos, dependen de ella para sobrevivir, lo que le genera una presión constante. Desesperada por encontrar trabajo para cubrir sus gastos médicos y asegurar su bienestar, Lía ha dejado de lado sus sueños y está dispuesta a aceptar cualquier empleo que le permita mantener a su familia. A pesar de haber tocado fondo, Lía sigue siendo una mujer fuerte y decidida. Gracias a un amigo cercano, finalmente consigue una oportunidad como niñera para las hijas de Arthur Zaens, un prestigioso CEO.
Leer másLía Había pasado una semana desde que Arthur y yo habíamos acordado que pronto me mudaría a su mansión para continuar con el cuidado de las niñas. Sin embargo, aquí estaba, sentada en mi habitación, mirando fijamente a la nada, sin poder comprender qué me ocurría. Dejé escapar un suspiro largo y profundo mientras el aire frío de la madrugada rozaba mi rostro. Eran las cuatro de la mañana, y mis ojos se negaban a cerrarse. Quería dormir, lo necesitaba desesperadamente, pero simplemente no podía. Desde aquella vez me he sentido extraña, como si algo dentro de mí estuviera desconectado. A veces no tengo ganas de hacer nada, ni de ver a nadie. La cabeza me late como un tambor, como si un peso invisible estuviera aplastándome. Intenté levantarme de la cama, pero un mareo repentino me hizo tambalear y sujetarme al borde de la mesita de noche. Cuando me estabilicé, caminé lentamente hasta el baño. Frente al espejo, apenas reconocí mi reflejo. Mi rostro estaba pálido, las ojeras evidenci
LíaAl llegar a la capital, Arthur me dejó en casa. Ya eran más de las diez de la mañana, y mientras nos despedíamos, me informó que esta noche tendría que acompañarlo a una cena en su casa para presentarme formalmente ante sus padres. Mis padres también estarían allí; era el momento de que ambas familias se conocieran. Al oírlo, una mezcla de nervios y ansiedad se instaló en mi pecho. ¿Me aceptarían? Siempre me ha preocupado que el hecho de ser una mujer de recursos modestos sea un obstáculo para encajar en su familia. Intento no imaginarme a su madre como una mujer fría y rígida, ni a su padre como un hombre difícil de impresionar, pero los nervios juegan en mi contra. Arthur fue alguien duro y serio cuando lo conocí; quién sabe cómo podrían ser sus padres.Entré en casa soltando un suspiro de alivio. Me dirigí al baño para tomar una ducha larga y relajante. Mientras el agua caía, recordé la noche anterior; fue fugaz, excitante y emocionante. Me sentía completamente segura del amor
Arthur Miraba el amanecer con una sonrisa. Por primera vez en mucho tiempo, me detuve a reconocer lo diferente que me siento desde que Lía llegó a mi vida. Soy un hombre más paciente, más determinado, y con el corazón latiendo fuerte cada vez que estoy a su lado. Su presencia me ha hecho cambiar para bien. Siento que ahora puedo darles más amor a mis hijas, protegerlas mejor, y evitar que aquella mujer vuelva a acercarse a ellas.Conozco bien las intenciones de Nadia. Quiere usar a mis hijas para chantajearme, pero no pienso dejar que eso suceda. Tengo pruebas del porque se fue de mi lado, pero aun no es el momento de revelar la verdad, por suerte logré divorciarme a tiempo antes de que las cosas fueran peores. Ahora tengo el control y, ante todo, protegeré a mis hijas.Me levanté y me di una ducha rápida. Una vez listo, me acerqué a la cama donde Lía seguía dormida, plácida y tranquila, con su boca entreabierta y el rostro tan sereno que me llenaba de paz. No pude evitar acariciar s
Lía.Terminé mis tareas y decidí que una ducha refrescante sería perfecta para despejar mi mente de todos esos pensamientos que me han rondado estos días. Sentí cómo el agua caía sobre mí, llevándose algo del cansancio acumulado. Después de la ducha, me puse un pantalón de tela cómodo, un top y una cazadora ligera. Me arreglé el cabello en una trenza y me maquillé suavemente antes de salir al salón, donde mis padres estaban conversando.Mi mamá, al verme, se acercó y me dio un beso en la mejilla.—¿Y ahora, a dónde vas?—, preguntó con una sonrisa cariñosa.—Voy a salir un rato con Arturo, mamá— respondí.Mi papá me miró con una mezcla de seriedad y cariño.—Espero que todo vaya bien con tu novio, pero no te apresures en nada, ¿me oíste?—moví la cabeza en asentimiento.—No te preocupes, papá. Sé manejar esto, y quiero lo mejor para mí. Además, Arthur Zaens es un buen hombre; sólo es cuestión de aprender a conocerlo bien y a entendernos— contesté, tratando de darle tranquilidad.—Eso es
Lía Daba vueltas y vueltas en la comisaría, tratando de procesar todo lo que había pasado. ¿Cómo era posible que este idiota de José Luis hubiera hecho tanto daño durante el último año? Lo miraba en silencio mientras él, aparentemente tranquilo, me observaba desde el otro lado de la sala. Fue inevitable que me acercara, sentía que tenía que decir algo, soltarle en la cara todo lo que había guardado.—Escúchame bien —le dije, intentando mantener la calma—. Eres un completo imbécil. No puedo creer que hayas destruido mi vida con todas tus mentiras y astucia. Pero para que lo sepas, no vas a salir de esta. Tienes un nombre que ensuciaste y vas a pagar caro todo lo que me hiciste. Ni te imaginas el hombre con el que estoy ahora. Él es mi novio, y créeme, es mucho más poderoso de lo que tu mente puede imaginar.José Luis se quedó mudo, y su rostro palideció. No se atrevió a decir nada, y eso me dio la fuerza para dejar mi declaración y salir de ahí sin mirar atrás. Había dejado atrás el pa
Arthur Estaba a punto de explotar de rabia. ¿Cómo es posible que aparezca de repente y diga todo eso? La miré con desagrado, conteniendo el impulso de alzar la voz, pero me contuve, luego dirigí mi vista hacia mi hermano.—Al parcer todo es planeado por ti, Enzo sin embargo ya estan claros. Pronto me casare.—Estas mal hermano. No se de que hablas, acabo de encontrarme con Nadia.—Arthur soy tu esposa.—Menciono Nadia firme. A esta mujer le dejare las cosas claras.—Para empezar, tú y yo no tenemos absolutamente nada. Nos dejamos hace años, así que busca tu camino y haz lo que más te parezca. Ya te dije que busques a tu abogado. Tú y yo estamos divorciados hace mucho. Ni siquiera mis hijas llevan tu apellido. ¿Y ahora vienes aquí con esto?—Mira qué casualidad —dijo ella, con una sonrisa cínica—. Me encontré con mi cuñado y quería preguntarle por mis hijas y por ti, y que me busque un buen abogado. Si tú supieras todo lo que he sufrido, no te lo imaginas.—Pues que yo sepa, no te veo
Lia.Todo pasó tan rápido que apenas tuve tiempo para reaccionar. Ahí estaba José Luis, de pie frente a mí, sudoroso, con una mezcla de desesperación y arrepentimiento en la mirada. Era la primera vez que lo veía en más de un año, desde que lo eché de mi vida y pensé que jamás lo volvería a ver. Pero el muy cobarde había vuelto, y ahora rogaba ayuda. ¡Qué descaro!—Lía, por favor, escúchame… Tenemos que hablar —me suplicó, con una voz que alguna vez fue capaz de derretirme, pero que ahora me daba náuseas.—¿Hablar? ¿Tú y yo? —le respondí con desdén, cruzándome de brazos para no dejarme llevar por la ira—. ¿Qué tendríamos que hablar tú y yo, José Luis? Ya no tenemos nada que decirnos. Eres un maldito.—Yo… yo te amo, Lía. Siempre lo he hecho —balbuceó, tratando de acercarse, pero retrocedí instintivamente, como si el simple hecho de tocarlo fuera suficiente para ensuciarme.—¿Amor? ¿Tú no sabes nada del amor! —le grité, mi voz temblaba de rabia. Mi mente se llenó de todos esos momentos
Nadia.Me encontraba molesta, dando vueltas en aquel cuartucho sombrío y húmedo que apenas se sostenía en pie. Las paredes, llenas de manchas de humedad, parecían cerrarse sobre mí, atrapándome en la miseria de mis propias decisiones. Frente a mí, José Luis, ese hombre con el que alguna vez pensé que podría tener un futuro, estaba desesperado, buscando frenéticamente una manera de escapar de su última metida de pata. —¿Cómo es posible que hayas vuelto a hacer otro fraude, José Luis?—Replique con una mezcla de incredulidad y decepción que hasta a mí misma me sorprendió—. ¿No fue suficiente con aquella compañía editorial? Culpaste a un pobre infeliz para librarte, y ahora… ¿ahora vienes y traicionas a ese hombre otra vez?—¡Cállate, cállate! —gritó, con un brillo de ira en los ojos que no lograba intimidarme en lo más mínimo—. Todo esto es por tu culpa. Por querer darte una buena vida.—¿Yo? —repliqué, esbozando una sonrisa amarga—. Eres un hipócrita. Un falso. —Y tu, a mí me dijiste
LíaSolté un suspiro de felicidad al estar cerca de él. Jamás habría imaginado enamorarme de un hombre frío y distante, pero ahora que lo conozco, sé que no es como lo imaginé. Detrás de esa máscara de dureza, es alguien cálido, alguien que sabe amar. Sé que no soy como las demás, porque su forma de tratarme ha sido distinta, y me lo ha demostrado. Solo espero que no me mienta, que no vuelva a rodearse de esas mujeres con las que solía estar.Por otro lado, sentía tristeza de tener que alejarme de las pequeñas. En estos meses, me había acostumbrado a sus voces dulces, a sus risas llenas de vida, a esos pequeños momentos de juegos y charlas. Sin embargo, también necesitaba ver a mis padres, saber cómo estaban, y pasar un tiempo con ellos. De todos modos solo eran cinco dias.Arthur me miró y dejó un beso suave en mis labios.—Debemos irnos, cariño. Sé que necesitas descansar.—Y tú también,—le recordé. —La cirugía fue hace menos de una semana, y no quiero que se te infecte.—Tranquila,