7. ¿TRABAJAR DE NIÑERA?

Lía.

Entré en la habitación de mi padre con una mezcla de alivio y angustia. Lo vi recostado, aunque su semblante había mejorado notablemente desde la última vez. Sus ojos cansados me encontraron, y a pesar del dolor y las marcas de la enfermedad, me regaló una sonrisa que siempre lograba calmarme, aunque fuera un poco.

—Gracias a Dios ya te sientes mejor, papá —le dije, intentando sonar positiva.

—Sí, hija, con tu ayuda hemos logrado completar algunos tratamientos, aunque falta mucho —contestó con voz baja, pero firme—. ¿Y tú cómo estás? Tu madre me dice que pasas horas sin dormir...

Suspiré, intentando no preocuparlo más de lo necesario.

—Ay, papá, por favor, no le pongas tanto peso a eso.

—No quiero que estés pasando por todo esto, hija —me interrumpió—. Sufres mucho y no puedo soportar verte así, cargando con todo. Es mi responsabilidad, no la tuya.

—Papá, por favor, no te alteres —le respondí rápidamente—. Ya lo sabes, no quiero que pienses en eso. Yo soy tu hija, la única que tienes, y voy a cuidar de ti y de mamá. No quiero que sigas dándole vueltas a todo esto.

Lo vi bajar la mirada, apretando los labios como quien trata de no mostrar más debilidad de la necesaria. Me dolía verlo así.

—Mi niña, mi princesa —susurró con los ojos vidriosos—, lamento tanto todo lo que estás viviendo. No mereces pasar por esto.

—Te quiero mucho y vas a ver que pronto conseguiré un buen trabajo, soy joven y fuerte, sobre todo decidida.

—Eres la mujer Maravilla, versión Lía.

Me acerqué a él y acaricié sus manos. Sentí la rugosidad de sus dedos, las arrugas que el tiempo y el sufrimiento habían dejado. Estaba envejeciendo más rápido de lo que debía. Mi corazón se encogió al verlo así.

—Gracias papá, todo lo que soy es gracias a ti y a mi madre—Papa sonrió levemente —Ya me iré a mi habitación, Cuídate. Vendré a verte en la noche —le dije y el asintió, se levanto con dificultad de la cama para irse al cuarto de baño.

Al salir de la habitación, y en cuanto estuve sola en la mia, las lágrimas que había estado conteniendo empezaron a brotar. Me senté en el borde de mi cama, sintiendo el peso de la desesperación caer sobre mis hombros como un manto oscuro e implacable. No podía seguir viendo a mi padre sufrir de esa manera. Y aunque él intentara ocultarlo, yo sabía que su preocupación principal era verme a mí desgastándome día a día.

Sabía que tenía que hacer algo. Ya no podía esperar más. Me levanté y tomé la lista de tareas que Adriano me había dado días antes. Había avanzado bastante. Me quedaba la esperanza de que algo de eso sirviera, aunque el tiempo se me escapaba entre los dedos. Terminé de revisar los detalles y, sin pensarlo demasiado, llamé a Adriano para entregarle el trabajo. Por otro lado, necesitaba encontrar una solución, algo que pudiera ayudarme a salir del pozo en el que estábamos.

Nos encontramos en un pequeño restaurante de la ciudad. Era un lugar acogedor, con luces tenues que daban un aire cálido, casi íntimo. Me senté frente a él, sin muchas expectativas. Sabía que Adriano siempre intentaba ayudarme, pero mi situación parecía tan complicada que a veces no veía salida.

—Lía, mira, has avanzado bastante —dijo él tras unos minutos de charla—. Pero sé que necesitas algo más, y rápido. Por eso te he conseguido un trabajo. Es algo temporal, pero te va a ayudar.

Levanté la mirada, incrédula. No esperaba esa propuesta.

—¿Qué clase de trabajo?

—Es un trabajo de niñera, pero créeme, vas a ganar muy bien.

Fruncí el ceño. ¿Niñera? No era exactamente lo que esperaba, pero necesitaba cualquier cosa.

—¿Niñera? No me malinterpretes, pero... ¿crees que con eso podré salir adelante?

Adriano sonrió, como quien ya ha pensado en todo.

—Son dos niños, un par de gemelas. El trabajo es para Arthur Zaens. ¿Te suena el nombre?

—Arthur Zaens... —murmuré, reconociendo el nombre casi de inmediato—. ¿El de la corporación de electrodomésticos, cámaras y teléfonos movil de alta gama?

—Exactamente —asintió Adriano, con una expresión de satisfacción en el rostro—. Es uno de los empresarios más ricos del país. No solo te pagarían bien como niñera, también le hablé sobre tus habilidades enseñando. Está buscando a alguien que sea niñera y maestra para las gemelas, de cuatro años.

—¿Estás hablando en serio? —No podía creer lo que oía.

—Así es. Sería doble sueldo. Claro, Arthur es un hombre algo especial... pero nada que no puedas manejar.

—¿Especial cómo? —pregunté con escepticismo.

—Es un poco exigente, y... bueno, tiene una personalidad difícil. Pero las niñas son adorables —dijo, intentando suavizar la advertencia—. Vale la pena que lo pienses, Lía. Puede ser lo que necesitas para salir de este bache.

Me quedé pensativa, mordisqueando mi labio inferior. Sabía que no podía seguir siendo tan selectiva. Mi situación lo exigía, pero el hecho de que el tal Arthur fuera difícil me hacía dudar. No necesitaba más complicaciones en mi vida.

—¿Y cuándo comenzaría?

—Puedo llevarte a la mansión mañana para que conozcas a las niñas y a Arthur. Solo piénsalo, Lía. Es una buena oportunidad, aunque él sea... como es.

Suspiré, dándome por vencida. No estaba en condiciones de rechazar algo así.

—Está bien, lo haré. No puede ser tan malo, ¿verdad? —intenté bromear, aunque en el fondo sentía una punzada de nervios.

—Las niñas te van a encantar. Solo recuerda... Arthur es mi amigo, pero debo ser sincero: es un ogro.

Nos reímos un poco, aunque la preocupación seguía rondando mi mente. Sin embargo, la idea de un buen sueldo, estabilidad, y una nueva oportunidad era suficiente para darme el empujón que necesitaba.

—Está bien —dije finalmente—. Voy a probar.

Mientras nos despedíamos, una extraña mezcla de alivio y ansiedad llenaba mi pecho. Tenía la esperanza de que este nuevo trabajo, aunque no fuera lo que había imaginado, podría ser la solución a los problemas que tanto me agobiaban.

Solté un bufido, tratando de esconder mi indignación.

—Tengo que aprender a dominar a la bestia—pensé, para mi misma. Era un ogro, alguien duro de tratar, pero no me importaba. Según Andriano, le gustan las mujeres, con tono serio. Bah, ni que yo fuera tan dejada,  sabía que no iba a ser una tarea fácil.

—Pero no te preocupes, Lía —continuó Adriano, viéndome directamente a los ojos—. Eres diferente a todas las chicas que él ha conocido. No solo por cómo te ves, sino por cómo eres, tu forma de hablar, de ser. Te mereces a un hombre que haría todo por ti.

—Gracias, Adriano —le respondí con una sonrisa sincera—. Eres una persona increíble, siempre lo has sido. Te agradezco por ser mi amigo.

Él solo me miró en silencio, asintiendo con la cabeza.

—En fin... ¿Tú  crees que mañana mismo empiece? —pregunté, algo ansiosa.

—Seguro que sí, a él, le urge. Pero te advierto algo. Necesito que te vistas formal, como cuando trabajabas en la editorial. Cuando estés allá, concéntrate solo en las niñas. A él no le gustan las mujeres que hablen mucho, que hagan demasiadas preguntas o que interactúen con los empleados. Mantén tu distancia.

—Ya, ya sé. Tranquilo, ya tengo una idea de cómo manejarlo —respondí con seguridad.

—Perfecto. Mañana mismo te llevare

, ya que es sábado y él estará en casa todo el día. Así que prepárate.

—Está bien, muchísimas gracias, Adriano. Nos vemos mañana.

Nos despedimos y me dirigí a casa, llevando conmigo una mezcla de emoción y nervios. Conseguir este trabajo sería una gran ayuda, sobre todo para lidiar con los gastos y esa enorme deuda que pesaba sobre mí.

Al llegar, vi a mi mamá limpiando el salón junto a Natasha. Me acerqué corriendo y la abracé con fuerza.

—¡Hija! Pero ¿qué te pasa? —dijo mi mamá riendo.

—¡Mami, estoy tan contenta! —le respondí, levantándola un poco del suelo.

—Bájame, me vas a botar, Lía —se quejó entre risas.

—¡Ay, mamá! Si tú no pesas nada. ¡Conseguí un trabajo de niñera!

—¿En serio? ¡Mi amor, qué buena noticia! —me dijo, sorprendida—. Aunque no sé si vaya a darte la talla, pero es un buen avance. ¿Y quién te ayudó?

—Adriano, mamá, mi amigo. ¡Y me consiguió el trabajo con un hombre muy importante, el dueño de una corporación!

—¿De verdad, hija? Pero si Adriano no tiene muchas amistades... Recuerda que él viene de una familia rica, pero siempre ha sido reservado. Qué bueno, mi amor. Estoy muy orgullosa.

—Sí, mamá. Ahora necesito prepararme. Quiero que todo salga perfecto. Luego bajare para la cena.

—No te preocupes, hija. Nos vemos más tarde. Lupita debe estar en el jardín si la quieres ver.

—Ah, está bien. Luego la busco. Ahora necesito concentrarme —le dije antes de subir a mi habitación.

Me tiré en la cama, emocionada, dando vueltas y vueltas sin poder contener la sonrisa. —¿Niñera?— Nunca imaginé que acabaría en ese trabajo, pero, si no podía trabajar como editora o escritora, al menos era algo que me permitiría ayudar a mi familia. Y eso, en este momento, era lo más importante.

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