Lía.
Entré en la habitación de mi padre con una mezcla de alivio y angustia. Lo vi recostado, aunque su semblante había mejorado notablemente desde la última vez. Sus ojos cansados me encontraron, y a pesar del dolor y las marcas de la enfermedad, me regaló una sonrisa que siempre lograba calmarme, aunque fuera un poco.
—Gracias a Dios ya te sientes mejor, papá —le dije, intentando sonar positiva.
—Sí, hija, con tu ayuda hemos logrado completar algunos tratamientos, aunque falta mucho —contestó con voz baja, pero firme—. ¿Y tú cómo estás? Tu madre me dice que pasas horas sin dormir...
Suspiré, intentando no preocuparlo más de lo necesario.
—Ay, papá, por favor, no le pongas tanto peso a eso.
—No quiero que estés pasando por todo esto, hija —me interrumpió—. Sufres mucho y no puedo soportar verte así, cargando con todo. Es mi responsabilidad, no la tuya.
—Papá, por favor, no te alteres —le respondí rápidamente—. Ya lo sabes, no quiero que pienses en eso. Yo soy tu hija, la única que tienes, y voy a cuidar de ti y de mamá. No quiero que sigas dándole vueltas a todo esto.
Lo vi bajar la mirada, apretando los labios como quien trata de no mostrar más debilidad de la necesaria. Me dolía verlo así.
—Mi niña, mi princesa —susurró con los ojos vidriosos—, lamento tanto todo lo que estás viviendo. No mereces pasar por esto.
—Te quiero mucho y vas a ver que pronto conseguiré un buen trabajo, soy joven y fuerte, sobre todo decidida.
—Eres la mujer Maravilla, versión Lía.
Me acerqué a él y acaricié sus manos. Sentí la rugosidad de sus dedos, las arrugas que el tiempo y el sufrimiento habían dejado. Estaba envejeciendo más rápido de lo que debía. Mi corazón se encogió al verlo así.
—Gracias papá, todo lo que soy es gracias a ti y a mi madre—Papa sonrió levemente —Ya me iré a mi habitación, Cuídate. Vendré a verte en la noche —le dije y el asintió, se levanto con dificultad de la cama para irse al cuarto de baño.
Al salir de la habitación, y en cuanto estuve sola en la mia, las lágrimas que había estado conteniendo empezaron a brotar. Me senté en el borde de mi cama, sintiendo el peso de la desesperación caer sobre mis hombros como un manto oscuro e implacable. No podía seguir viendo a mi padre sufrir de esa manera. Y aunque él intentara ocultarlo, yo sabía que su preocupación principal era verme a mí desgastándome día a día.
Sabía que tenía que hacer algo. Ya no podía esperar más. Me levanté y tomé la lista de tareas que Adriano me había dado días antes. Había avanzado bastante. Me quedaba la esperanza de que algo de eso sirviera, aunque el tiempo se me escapaba entre los dedos. Terminé de revisar los detalles y, sin pensarlo demasiado, llamé a Adriano para entregarle el trabajo. Por otro lado, necesitaba encontrar una solución, algo que pudiera ayudarme a salir del pozo en el que estábamos.
Nos encontramos en un pequeño restaurante de la ciudad. Era un lugar acogedor, con luces tenues que daban un aire cálido, casi íntimo. Me senté frente a él, sin muchas expectativas. Sabía que Adriano siempre intentaba ayudarme, pero mi situación parecía tan complicada que a veces no veía salida.
—Lía, mira, has avanzado bastante —dijo él tras unos minutos de charla—. Pero sé que necesitas algo más, y rápido. Por eso te he conseguido un trabajo. Es algo temporal, pero te va a ayudar.
Levanté la mirada, incrédula. No esperaba esa propuesta.
—¿Qué clase de trabajo?
—Es un trabajo de niñera, pero créeme, vas a ganar muy bien.
Fruncí el ceño. ¿Niñera? No era exactamente lo que esperaba, pero necesitaba cualquier cosa.
—¿Niñera? No me malinterpretes, pero... ¿crees que con eso podré salir adelante?
Adriano sonrió, como quien ya ha pensado en todo.
—Son dos niños, un par de gemelas. El trabajo es para Arthur Zaens. ¿Te suena el nombre?
—Arthur Zaens... —murmuré, reconociendo el nombre casi de inmediato—. ¿El de la corporación de electrodomésticos, cámaras y teléfonos movil de alta gama?
—Exactamente —asintió Adriano, con una expresión de satisfacción en el rostro—. Es uno de los empresarios más ricos del país. No solo te pagarían bien como niñera, también le hablé sobre tus habilidades enseñando. Está buscando a alguien que sea niñera y maestra para las gemelas, de cuatro años.
—¿Estás hablando en serio? —No podía creer lo que oía.
—Así es. Sería doble sueldo. Claro, Arthur es un hombre algo especial... pero nada que no puedas manejar.
—¿Especial cómo? —pregunté con escepticismo.
—Es un poco exigente, y... bueno, tiene una personalidad difícil. Pero las niñas son adorables —dijo, intentando suavizar la advertencia—. Vale la pena que lo pienses, Lía. Puede ser lo que necesitas para salir de este bache.
Me quedé pensativa, mordisqueando mi labio inferior. Sabía que no podía seguir siendo tan selectiva. Mi situación lo exigía, pero el hecho de que el tal Arthur fuera difícil me hacía dudar. No necesitaba más complicaciones en mi vida.
—¿Y cuándo comenzaría?
—Puedo llevarte a la mansión mañana para que conozcas a las niñas y a Arthur. Solo piénsalo, Lía. Es una buena oportunidad, aunque él sea... como es.
Suspiré, dándome por vencida. No estaba en condiciones de rechazar algo así.
—Está bien, lo haré. No puede ser tan malo, ¿verdad? —intenté bromear, aunque en el fondo sentía una punzada de nervios.
—Las niñas te van a encantar. Solo recuerda... Arthur es mi amigo, pero debo ser sincero: es un ogro.
Nos reímos un poco, aunque la preocupación seguía rondando mi mente. Sin embargo, la idea de un buen sueldo, estabilidad, y una nueva oportunidad era suficiente para darme el empujón que necesitaba.
—Está bien —dije finalmente—. Voy a probar.
Mientras nos despedíamos, una extraña mezcla de alivio y ansiedad llenaba mi pecho. Tenía la esperanza de que este nuevo trabajo, aunque no fuera lo que había imaginado, podría ser la solución a los problemas que tanto me agobiaban.
Solté un bufido, tratando de esconder mi indignación.
—Tengo que aprender a dominar a la bestia—pensé, para mi misma. Era un ogro, alguien duro de tratar, pero no me importaba. Según Andriano, le gustan las mujeres, con tono serio. Bah, ni que yo fuera tan dejada, sabía que no iba a ser una tarea fácil.
—Pero no te preocupes, Lía —continuó Adriano, viéndome directamente a los ojos—. Eres diferente a todas las chicas que él ha conocido. No solo por cómo te ves, sino por cómo eres, tu forma de hablar, de ser. Te mereces a un hombre que haría todo por ti.
—Gracias, Adriano —le respondí con una sonrisa sincera—. Eres una persona increíble, siempre lo has sido. Te agradezco por ser mi amigo.
Él solo me miró en silencio, asintiendo con la cabeza.
—En fin... ¿Tú crees que mañana mismo empiece? —pregunté, algo ansiosa.
—Seguro que sí, a él, le urge. Pero te advierto algo. Necesito que te vistas formal, como cuando trabajabas en la editorial. Cuando estés allá, concéntrate solo en las niñas. A él no le gustan las mujeres que hablen mucho, que hagan demasiadas preguntas o que interactúen con los empleados. Mantén tu distancia.
—Ya, ya sé. Tranquilo, ya tengo una idea de cómo manejarlo —respondí con seguridad.
—Perfecto. Mañana mismo te llevare
, ya que es sábado y él estará en casa todo el día. Así que prepárate.—Está bien, muchísimas gracias, Adriano. Nos vemos mañana.
Nos despedimos y me dirigí a casa, llevando conmigo una mezcla de emoción y nervios. Conseguir este trabajo sería una gran ayuda, sobre todo para lidiar con los gastos y esa enorme deuda que pesaba sobre mí.
Al llegar, vi a mi mamá limpiando el salón junto a Natasha. Me acerqué corriendo y la abracé con fuerza.
—¡Hija! Pero ¿qué te pasa? —dijo mi mamá riendo.
—¡Mami, estoy tan contenta! —le respondí, levantándola un poco del suelo.
—Bájame, me vas a botar, Lía —se quejó entre risas.
—¡Ay, mamá! Si tú no pesas nada. ¡Conseguí un trabajo de niñera!
—¿En serio? ¡Mi amor, qué buena noticia! —me dijo, sorprendida—. Aunque no sé si vaya a darte la talla, pero es un buen avance. ¿Y quién te ayudó?
—Adriano, mamá, mi amigo. ¡Y me consiguió el trabajo con un hombre muy importante, el dueño de una corporación!
—¿De verdad, hija? Pero si Adriano no tiene muchas amistades... Recuerda que él viene de una familia rica, pero siempre ha sido reservado. Qué bueno, mi amor. Estoy muy orgullosa.
—Sí, mamá. Ahora necesito prepararme. Quiero que todo salga perfecto. Luego bajare para la cena.
—No te preocupes, hija. Nos vemos más tarde. Lupita debe estar en el jardín si la quieres ver.
—Ah, está bien. Luego la busco. Ahora necesito concentrarme —le dije antes de subir a mi habitación.
Me tiré en la cama, emocionada, dando vueltas y vueltas sin poder contener la sonrisa. —¿Niñera?— Nunca imaginé que acabaría en ese trabajo, pero, si no podía trabajar como editora o escritora, al menos era algo que me permitiría ayudar a mi familia. Y eso, en este momento, era lo más importante.
ArthurCuando terminó la reunión, sentí que todo quedó en el aire con esa invitación de parte de mi hermano, era un almuerzo por el cumpleaños de su hijo. En el fondo, no quería salir ni para reuniones familiares. Estaba harto de su arrogancia, pero claro, era el cumpleaños de su hijo y, según él, no podíamos faltar, ni mis hijas ni yo. Dudo que las llevaría, no quería generar más problemas, así que le dije que sí, que asistiríamos. Por dentro, lo último que quería era ver su cara, ni la de su mujer, y mucho menos la de su hijo.Al llegar a casa, le pedí al chofer que buscara un regalo para el “jovencito”. No quería ni pensar en qué comprarle, así que le di instrucciones claras: —Un reloj de calidad, de los mejores. Busca algo en Rockefeller, allí tienen las mejores joyerías— Él asintió sin más, dejándome en la mansión antes de ir a cumplir con el encargo.Entré y noté que todos estaban de pie, con esa formalidad que ya me resultaba agotadora. Lo único que quería era ir a mi habitació
Arthur.Miraba a mis hijas, tan pequeñas, de tres años de edad, y sin sentir ninguna emoción real. Eran idénticas a mí, pero con la piel más clara, cabello rubio y esos ojos azules que definitivamente venían de su madre. Aún así, no lograba conectar. Sus rostros reflejaban inocencia, pero mi mente estaba en otro lugar. Con un suspiro, salí de la habitación de ellas, me dirigí al salón donde estaba la niñera, quien inmediatamente notó mi mal humor. Me acerqué y, sin ocultar mi molestia, le hablé.—¿Qué cree que está haciendo aquí? ¿Para qué la contraté?—Señor, disculpe, lo que pasa es que… —intentó explicar mientras tartamudeaba, pero no la dejé continuar.—¿Qué? —le dije, elevando la voz—. Te contraté para cuidar a mis hijas, no para estar acostándote con el jardinero en mi mansión. ¡Lárgate! Tú y él. ¡Fuera de mi casa!La niñera bajó la cabeza, temblorosa. El jardinero se acomodaba la camisa, claramente incómodo. Ambos intentaron disculparse.—Por favor, señor, no lo volveré a hacer
Lía.Estaba revisando cada palabra del manuscrito que había preparado para la edición del nuevo libro del cual me inspire en escribir hace unas semanas. Finalmente, había escrito una historia de romance y odio, mezclando una venganza apasionada. La trama giraba en torno a un hombre que buscaba vengarse de una familia poderosa a través de la hija, y traté de plasmar cada detalle lo mejor posible. Este proyecto estaba destinado a una de las mejores editoriales, "Cervantes Publishing", donde yo trabajaba como editora.Cuando terminé, me levanté de mi escritorio, dejé todo organizado, tomé mi saco y salí. Mi asistente me había informado que el CEO quería verme, así que caminé hacia su oficina. Al llegar, respiré profundo y entré.—Muy buenas tardes, señor Elías —saludé.—Siéntese, señorita Lía —me respondió con un tono serio—. Necesitamos hablar.Algo en su voz me puso en alerta.—¿De qué se trata, señor? —pregunté, tratando de mantener la calma.—Es sobre los libros de algunas de las esc
LíaAbrí la puerta con fuerza, incapaz de contener el temblor en mis manos. Mis ojos se encontraron con los de José Luis y Bianca, y el aire en la habitación se volvió sofocante. La sorpresa en sus rostros solo aumentó mi rabia.—¿Cómo pudieron hacerme esto?— exclamé, mi voz quebrándose.—¿Cómo pudieron traicionar lo que teníamos? ¡Eran las dos personas en quienes más confiaba!José Luis intentó acercarse.—Lía, por favor, déjame explicarte…—¿Explicarme qué? ¡Lo que estoy viendo lo dice todo!— Mis palabras salieron entrecortadas mientras sentía el peso de la traición aplastando mi pecho. El dolor me recorrió el cuerpo como un golpe seco, rompiendo en pedazos cualquier esperanza que me quedaba de ellos.—Lo siento, Lía,—balbuceó Bianca, su mirada fija en el suelo. —Nos amamos… No queríamos que pasara así, pero es la verdad. José Luis y yo estamos juntos desde antes de que tú supieras lo que sentías por él.—¿Juntos?— La palabra me cortaba como un cuchillo. —¿Y me lo dices así? ¿Después
LíaMire al señor Elías, se notaba molesto, y su forma de hablarme era tan humillante, como era posible que creyera toda esta falsedad.—Por favor escúchame, yo no tengo nada que ver— Trate de explicarle.—Tengo suficientes pruebas—Declaro elevando las cejas.Niego nerviosa.—Deben ser falsas, señor Elías.El me miró molesto y sacó un folder.—Tenías pensado escribir un libro y imprimirlo aquí, para luego hacerte famosa.—Me quedé estupefacta, maldito José Luis.—Jamás fue mi intención, yo suelo escribir y eso no es nada malo, es algo legal.—No es así, eres una editora, que corrige no una escritora. Hiciste un seudónimo para subir tu libro y luego imprimirlo. Aquí, robaste 100 copias y que cree que pasará ahora.Niego y mis lágrimas no paraban de salir.—Señor Elias, le juro que yo no robe esas copias.—Ya te mi última palabras, entrega tu credencial y todo lo demás. La lleva del coche, y me vas a pagar todo esto mensual, pero por mi cuenta corre que nunca volverás a tratar en ningún
Arthur.Me desperté con el peso del cansancio acumulado en mis hombros y cuello. Al levantarme, me dirigí hacia el espejo y observé mi reflejo, notando las líneas de agotamiento que el estrés había dejado en mi rostro. Decidí darme una ducha en el jacuzzi, buscando alivio en el agua caliente mientras una de las criadas me masajeaba la espalda con suavidad.—Puedes retirarte —le ordené con un tono tranquilo, pero firme. Ya me sentía más relajado.—Sí, señor —respondió, pero se detuvo por un momento, como si quisiera decir algo más. Me miró directamente, sus ojos cargados de una mezcla de duda y curiosidad.—¿Por qué me miras así? Vete —ordené con un tono más frío, y al instante, la muchacha se retiró de la habitación. Ella era la hija de Lucía la ama de llaves, una joven bastante atractiva, lo admito. Hubo un tiempo en que consideré seducirla, llevarla a mi cama, pero luego lo pensé mejor. No podía permitirme involucrarme con los empleados. Sería una falta de respeto hacia mis hijas, a
Lía.Si yo tuviera magia, hubiera visto este futuro, lo que me iba a acontecer, para así poder prevenirlo. Pero lamentablemente no soy ninguna mujer poderosa, ni siquiera alguien que pueda prever lo que sucederá. Ahora, estoy atrapada en esta desgracia. Han pasado meses desde que dejé la editorial, desde que prácticamente quedé en la calle. Por suerte, aún tengo mi cama, mi pequeña residencia. Desde aquel momento, las cosas no han estado bien para mí.Mis padres, especialmente mi padre, estaba empeorando. Él tenie problemas del corazón, y su salud se había deteriorado cuando todo ocurrió. Sin embargo, jamás dejó de creer en mí cuando le dije que no había cometido ese fraude, que fue José Luis el culpable. Pero desgraciadamente, él huyó, llevándose consigo no solo todo lo que era mío, sino también mi nombre y reputación. Creo que pasé llorando más de un mes, sintiendo cómo cada desgracia me caía encima. Dejé de escribir. No quería usar el mismo seudónimo, y no deseaba seguir en el mism