Lía Estaba tan nerviosa que no pude evitar morderme el labio. Todo a mi alrededor irradiaba lujo y sofisticación. Frente a mí se extendía una mansión, con una arquitectura impresionante. Era tan elegante que no sabía qué palabra usar para describirla ¿exótica, opulenta? Cuando llegamos al jardín, me di cuenta de que la entrada estaba decorada con mármol y marfil, todo en perfecto orden y deslumbrante.—¿Estás bien?—me preguntó Adriano, sacando de mi asombro, él me mira con una sonrisa tranquila en el rostro. Solté un suspiro, intentando calmarme.—Un poco nerviosa—, respondí mientras miraba a mi alrededor. —Solo espero que todo salga bien aquí. ¿Crees que tendré que usar delantal?—, le pregunté, tratando de aliviar la tensión con algo de humor.Él se rió suavemente. —No lo creo.En ese momento, el mayordomo abrió la puerta y nos indicó que pasáramos. El interior no era menos impresionante. Entramos en un inmenso salón y no podía dejar de admirar cada detalle. Había un enorme cuadro
ArthurEstaba consternado, caminando de un lado a otro por el pasillo del hospital, sin saber qué estaba ocurriendo con mi pequeña. Lo único que sabía es lo que esa chica me había dicho.Su apéndice se le había roto por dentro. Pero, ¿cómo pudo sucederle algo así? Solo tiene cuatro años. ¿Cómo es posible que haya sufrido de esa manera? No lo entendía, y no podía dejar de pensar en ello. Sentía un dolor en el pecho, en el alma. Era como si fuera a colapsar al verla en ese estado.La frustración me consumía, con la vida, con esa maldita mujer... con todo. A veces pensaba que si pudiera encontrarla, le dispararía sin pensarlo. Pero me contuve. No quería que esos pensamientos me dominaran, especialmente cuando vi al médico salir por la puerta.—¿El familiar de la pequeña? —preguntó, mientras miraba alrededor.—Aquí, soy su padre. Soy Arthur Zaens.—Mucho gusto, señor. —El médico se me acercó con una mirada seria—. Por suerte la han traído a tiempo. Efectivamente, como dijo la señorita, la
LíaMe quedé helada cuando escuché a la niña llamarme de esa manera, confundida y conmocionada. Era evidente que estaba delirando; lo vi en su pequeño rostro pálido y en la manera en que suspiraba débilmente antes de volver a cerrar los ojos. Me quedé junto a su cama por un buen rato, sin poder apartar la vista de ella, preguntándome qué estaría soñando en ese momento. Media hora más tarde, entró su padre en la habitación. Su mirada era indescriptible, como si intentara leer cada uno de mis pensamientos. Me sentí cohibida, como si sus ojos fueran capaces de ver más allá de lo que yo estaba dispuesta a mostrar. Mis labios temblaron levemente antes de que decidiera morderlos, tratando de controlar mi nerviosismo.—Señor Arthur,— Comencé, sintiendo la necesidad de romper ese silencio incómodo, —cuando le den el alta a la niña, no se preocupe, yo la cuidaré muy bien. Por ahora, iré a casa, pero regresaré a la mansión o vendré aquí, lo que usted prefiera.Él me miró, un destello de arrogan
Arthur Todo estaba en su sitio, la habitación lista para mi hija mientras se recuperaba. Dos enfermeras a su cuidado y el pediatra junto al medico cirujano. A pesar de lo reciente de la cirugía, la veía sonreír, aunque a veces su pequeño rostro se arrugaba de dolor. Le di un beso suave en la mejilla, y luego llamé a Lucrecia, mi nana.—Lucrecia, necesito que le pongas atención a la niñera —dije con tono serio, manteniendo la vista en mi hija—. Ella parece buena en su trabajo, fue gracias a su rápida reacción que supe que Ayla necesitaba la cirugía de urgencia. Pero es… algo especial, por decirlo de alguna forma.Lucrecia, siempre calmada, levantó una ceja.—¿Especial? —preguntó con una sonrisa de ligera curiosidad.—Sí, especial. Quiero decir, es un poco arrogante y odiosa. Sólo vigílala, no quiero que maltrate a mis hijas —añadí, algo molesto por la risa de Lucrecia.—Mi niño, no creo que sea de ese tipo —respondió con una risita amable—. Se ve educada y tranquila.—Bueno, si tú lo
LíaNo podía creer lo que acababa de pasar. Mis pensamientos daban vueltas mientras trataba de asimilar que el señor Arthur había escuchado cuando le llamé ogro. Lo vi fijamente, esperando una reacción más fuerte, pero simplemente negó con la cabeza, sin decir nada. Me sentí tonta. La pequeña me miró con curiosidad antes de encogerse de hombros, como si no entendiera la tensión en el aire. Arthur no dijo más y se marchó a su habitación, dejándome sola con mis pensamientos y una sensación de vergüenza.Cuando la niña terminó su atolillo, la enfermera comenzó a limpiarle la herida. Decidí salir del cuarto, pensando que pronto su padre vendría a verla, y lo último que quería era enfrentarme a otro reproche por mi lengua suelta. Solté un suspiro cuando cerré la puerta detrás de mí. “Qué locura”, pensé mientras caminaba por el pasillo.Ya eran mas de las diez de la noche, termine mi labor después de dejar a las niñas dormidas, pero me quedé un rato con Ayla, luego al ver que la enfermera d
Arthur.No podía dejar de sentirme incómodo por lo que pasó anoche. ¿Cómo es posible que Lía haya entrado en mi habitación así, sin más? Es una inmiscuyosa, y lo peor es que no tiene freno en la lengua. Me soltó, con una risa maliciosa, que había visto mi trasero... Me sentí avergonzado. Pero lo que de verdad me inquietó fue cuando la acerqué a mi cuerpo, sin pensarlo. Mi pene todavía estaba rígido, y una chispa extraña recorrió mi cuerpo. ¿Qué me estaba pasando? Era una locura siquiera imaginarme desnudándola, tomándola en ese momento.Anoche no pude pegar un ojo. Su cuerpo, vibrando cerca del mío, no se me iba de la cabeza. Incluso soñé con ella. En mi sueño, estábamos desnudos, yo encima de ella, tocando su piel mientras nuestros gemidos se entremezclaban. Me desperté sudando, lleno de confusión. —No quiero sentir esto por Lía.—Desde que la conozco me ha parecido irritante, molesta, alguien con quien no tendría nada en común, mucho menos atracción.Esta mañana, hice todo lo posible
Arthur.El día transcurrió rápidamente, y cuando finalmente regresé a casa, el sol estaba comenzando a ocultarse. El jardín estaba en silencio, pero pude ver a mis hijas afuera, Leyla jugando junto a Lía y Ayla bajo la vigilancia de Lucrecia Me acerqué a mi hija que estaba sentada en una silla observando a su hermana correr por el césped.—¿Cómo estás, pequeña? —le pregunté, dándole un beso en la frente.Ella arrugó la cara, aún sintiéndose mal por la reciente cirugía que había tenido. Me dolía verla así, pero sabía que pronto se recuperaría.Ella me sonrió débilmente, mientras Leila corría hacia mí y me abrazaba fuerte. Sentí cómo mi corazón se llenaba de calidez al tenerlas cerca. En esos momentos, nada más importaba. Lía se acercó y saludó.—Es muy tarde para que las niñas sigan afuera —dije, acariciando la cabeza de Leyla.—Sí, señor, ya las llevaré adentro —respondió Lía, mientras comenzaba a recoger las cosas del jardín.La observé fijamente. Lucrecia se llevo a Leyla y yo carg
LíaMe desperté desorientada, con la cabeza latiéndome fuertemente. Sentía como si estuviera flotando, pero cuando abrí los ojos, la realidad se impuso. A mi lado estaba el señor Arthur sentado en una silla junto a la cama, observándome con una mezcla de preocupación y calma. Me sorprendió verlo tan cerca, y al notar que no sabía cómo reaccionar, simplemente me incorporé torpemente, sintiendo el mareo arrastrarse con el movimiento. —Buenos días, señora Lía, ¿cómo te sientes? —preguntó Arthur, alzando una ceja. Me llevé la mano a la garganta, notando lo áspera que estaba mi voz al intentar responder. —Buenos días... Amanecí... más o menos —murmuré, con un hilo de voz ronco y casi inaudible.—Te escuchas afónica. —Su tono era serio, pero no faltaba un pequeño toque de humor—. Ni siquiera llevas un mes trabajando aquí, y ya te has enfermado.—Sí... parece que algo me cayó mal... aunque lo que más me molesta es la garganta —respondí, esforzándome por sonar relajada.Arthur se inclinó l