LíaMe desperté desorientada, con la cabeza latiéndome fuertemente. Sentía como si estuviera flotando, pero cuando abrí los ojos, la realidad se impuso. A mi lado estaba el señor Arthur sentado en una silla junto a la cama, observándome con una mezcla de preocupación y calma. Me sorprendió verlo tan cerca, y al notar que no sabía cómo reaccionar, simplemente me incorporé torpemente, sintiendo el mareo arrastrarse con el movimiento. —Buenos días, señora Lía, ¿cómo te sientes? —preguntó Arthur, alzando una ceja. Me llevé la mano a la garganta, notando lo áspera que estaba mi voz al intentar responder. —Buenos días... Amanecí... más o menos —murmuré, con un hilo de voz ronco y casi inaudible.—Te escuchas afónica. —Su tono era serio, pero no faltaba un pequeño toque de humor—. Ni siquiera llevas un mes trabajando aquí, y ya te has enfermado.—Sí... parece que algo me cayó mal... aunque lo que más me molesta es la garganta —respondí, esforzándome por sonar relajada.Arthur se inclinó l
ArthurDespués de terminar de empacar todo, Lucrecia me avisó que las cosas de las niñas ya estaban en orden y listas en el coche para emprender el viaje. Había dejado instrucciones al mayordomo y a la ama de llaves para que mantuvieran todo en orden mientras no estuviera en la mansión. Lía se iría conmigo; ella era la niñera de las niñas, y el viaje podría durar más de una semana. Miguel me había informado que los guardaespaldas estaban listos. Este viaje sería largo, más de ocho horas, así que preparamos víveres para el camino y algo de fruta para que las niñas no se aburrieran.Al acercarme a la habitación de las niñas, vi que Lía estaba peinando a Ayla. Me quedé observando desde la puerta, atrapado en una mezcla de admiración y confusión. De repente, la imagen de aquel beso que le di, cuando estaba dormida por los efectos de los analgésico, y luego su cuerpo desnudo volvió a invadir mi mente. Apreté los puños con fuerza y salí de la habitación. ¿Por qué demonios estaba pensando tan
LíaNo podía negar la sorpresa que me llevé al conocer al hermano de mi jefe. Era casi idéntico a él, aunque había detalles que los diferenciaban. Sin embargo, lo que más me inquietaba era cómo me miraba. Sabía perfectamente qué tipo de hombre era, de esos que te hacen sentir incómoda sin siquiera decir una palabra. Detrás de él, su esposa parecía compartir mi incomodidad; me observaba con una mirada tensa, casi de advertencia, seguramente noto como su esposo me quedó mirando con ojos lacivos.—Señor Arthur, me iré al jardín— dije rápidamente, intentando escapar de la situación.—Ve, Lía. Tranquila —, me respondió con un tono amable.—Gracias, señor.— Tomé a las niñas de la mano, y mientras nos alejábamos, escuché cómo se despedían de su tío.—Adiós, tito— dijeron con una sonrisa inocente. Él respondió con una sonrisa extraña, una que no supe cómo interpretar. Algo en ella me inquietaba profundamente.Al llegar al jardín, quedé maravillada por su belleza. Era un lugar inmenso, lleno de
Arthur.De verdad que no sabía qué estaba pasando conmigo. El beso con Lía, se profundizó sin que pudiera detenerlo. Sentía miles de cosas en mi interior, como si estuviera experimentando algo parecido al amor, pero eso no podía ser. No con ella. Maldición. Quiero alejarme, pero algo dentro de mí me lo impide. Mis instintos no me permiten apartarme, y su lengua juega con la mía, encendiendo en mí algo que no había sentido en años.No sé cómo, pero de repente estamos sobre la cama. Ella desabrocha los botones de mi camisa, y aunque sé que debería detener esto ahora mismo, no lo hago. No puedo. Mi mente me dice que pare, pero mi cuerpo no responde. Mis manos recorren su piel, y su suavidad me atrae como si fuera la primera vez que toco a una mujer. Su olor a Vainilla me envuelve, intoxicante, irresistible. Mi corazón late con fuerza, y mis manos, como si tuvieran vida propia, bajan hasta su ropa interior, tocándola. Está mojada.Su gemido me despierta de este trance, pero es tarde. Mi m
LíaEstaba lista junto con las niñas, bajando al salón, y no podía evitar notar las miradas expectantes de las tías y del hijo del hermano gemelo del señor Arthur. Me sentía completamente incómoda, con unas ganas terribles de salir corriendo de esa hacienda y regresar a mi casa, a la seguridad y confort que tanto extrañaba. Pero no podía. Tenía un contrato, un compromiso que cumplir. Solté un suspiro, resignada. Y sobre todo recordar lo que estuvo apunto de pasar la noche de ayer.Al llegar al salón, la tía buena de Arthur vino alegremente a recibirme. Me ofreció desayuno a mí y a las niñas. Acepté y, aunque intenté hacerme sentir cómoda, no podía ignorar las miradas que seguían clavándose en nosotras. Me senté con las pequeñas y las vi comer en silencio. No podía dejar de observar los rostros a mi alrededor, tratando de descifrar qué pensaban, qué querían de mí.De repente, uno de los peones se acercó a la tía y le dijo que iban a empezar con las carrera. Me pregunté en qué consistirí
Arthur. La cabeza me latía tan fuerte que parecía a punto de explotar. Abrí los ojos, sentí una presión horrible, y el dolor en el brazo era insoportable. Giré la cabeza y vi a Lía, sentada en una silla a mi lado. Estaba medio dormida, la cabeza cayendo a un lado. Cuando moví el brazo para sostenerla, solté un quejido por el dolor, y ella se despertó de inmediato. —¡Ay, señor Arthur! —exclamó, poniéndose de pie rápidamente—. Se despertó. ¿Está bien? —Hasta donde sé, sí, pero me duele la cabeza como si me estuvieran martillando por dentro —le respondí con voz cansada. —Ire a llamar al médico.—Replico apurada. —Sí, ¿Pero qué hace aquí? —pregunté, extrañado. —Estoy cuidándolo. Ahora soy su niñera —dijo con una sonrisa. No pude evitar reírme, aunque el dolor me obligó a detenerme. ¿Lía cuidando de mí? Quien lo diría, pensé que me odiaba, siempre me había dado la impresión de ser dura y sin tiempo para tonterías, ahora bromeaba en el peor de los momentos. —Tienes unas ganas de juga
Lía.Al dejar a las niñas tranquilas, me di una ducha rápida. El agua caliente me relajaba, pero mi mente no dejaba de divagar. ¿Qué me estaba pasando con este hombre? No era normal sentir algo por alguien como él. Arthur Zaens era arrogante, odioso, con un temperamento terrible. Todo en él me debería repeler, pero en lugar de eso... me atraía, y no podía sacarlo de mi cabeza. Era un Putillo, un Zorro como la letra del inicio de su apellido. “Esto es una locura”, me repetía a mí misma. No tenía sentido. Era mi jefe, y yo no podía ni debía sentir nada por él.Terminé de ducharme, me puse un suéter cómodo porque hacía frío afuera y salí de mi habitación con el propósito de ver cómo se encontraba. Caminé por el pasillo silencioso, y al llegar frente a su puerta, dudé. ¿Qué estaba haciendo? Quise dar media vuelta, pero antes de que pudiera decidir, escuché su voz desde adentro.—Puedes pasar, se que eres tú.Mi corazón dio un salto. Respiré hondo y abrí la puerta.—Soy yo, señor, Lía. Sol
Arthur.Recuerdos de hace 20 años.Estábamos en las caballerizas, como todos los días después de almorzar, observando cómo los trabajadores cepillaban a las yeguas. El aroma del heno y el sonido de los animales me resultaban reconfortantes, como si el mundo fuera más simple en esos momentos. Me quedé mirando a mi caballo, mientras relinchaba y sacudía su cabeza, como si intentara sacarse el polvo del día.Decidí salir a caminar un rato por el campo. El sol estaba en su punto más alto, y el cielo, despejado, se reflejaba en el riachuelo que corría a lo lejos. Desde donde estaba, podía ver a mi nana Lucrecia, quien, como siempre, estaba dando de comer a las gallinas. Ella era como una madre para mí y mi hermano Enzo; cuidaba de nosotros con una paciencia infinita, aunque no siempre lograba controlarnos.—¡Arthur Arthur! —escuché mi nombre, la voz inconfundible de Enzo.Me di la vuelta y lo vi asomando la cabeza detrás de una de las casetas, con una expresión traviesa en el rostro.—¿Qué