Lía Lo miré fijamente, tratando de encontrar las palabras adecuadas, pero sentía que me faltaban. Arthur estaba temblando. Podía ver el miedo en sus ojos, una expresión que jamás había visto en él, siempre tan fuerte, tan seguro de sí mismo. Pero hoy no. Hoy era diferente, y aunque no entendía completamente lo que estaba sucediendo, sabía que debía estar a su lado.—Arthur, todo va a estar bien —dije suavemente, intentando consolarlo.Mis palabras parecieron perderse en el aire, como si no fueran suficientes. Él simplemente siguió temblando, con los ojos clavados en mí, como si estuviera lidiando con algo mucho más grande que él mismo, sabía qué hacer para ayudarlo. Me sentía impotente, atrapada en medio de esta tormenta emocional, una tormenta que me recordaba demasiado a la que viví años atrás, cuando mi hermano murió en ese terrible accidente. La sensación de descontrol, de miedo... todo volvía a mí como un maremoto.Lo abracé más fuerte, como si al hacerlo pudiera protegerlo de t
ArthurLa fiesta que mi hermano había organizado estaba en pleno apogeo. Varias de las personas más importantes de la comarca, dueños de haciendas y ranchos, habían llegado para presenciar el evento. Él siempre disfrutaba sentirse el ganador, usando sus sucios trucos para lograrlo. Pero esta vez, no le daría la satisfacción de verme derrotado. No importaba lo que él creyera, no iba a caer ante un imbécil como él. Me vestí como correspondía, ocultando mi fatiga y mi reciente malestar. No iba a permitir que me viera postrado en una cama mientras él celebraba.Terminé de alistarme y salí de mi habitación. Me dirigí al cuarto de mis hijas, donde encontré a Lucrecia preparándolas para dormir. —¿Cómo se encuentra, señor Arthur?—me preguntó con una sonrisa.—Me siento mejor. Quiero pasar un rato con las niñas. ¿Puedes dejarnos a solas?— le pedí. Asintió y salió discretamente.Me acerqué a la cama donde Leyla ya dormía profundamente. Luego me volví hacia Ayla, que me observaba en silencio. M
Lía.Cuando la fiesta terminó, subí a la habitación sintiéndome demasiado cansada. Mi cuerpo estaba agotado, y la gripe que había estado intentando ignorar ahora me pesaba más. Mi boca me dolía, y mi cabeza parecía estar a punto de estallar. Me recosté en la cama, buscando algo de alivio, pero ahí estaba el señor Arthur, ocupando mis pensamientos, invadiendo cada rincón de mi mente. Intenté apartar ese sentimiento, no podía seguir sintiendo lo que sentía, no era apropiado, quizá el solo buscaba un rebolcon y adiós Lía, chao.Me cubrí el rostro con las manos, tratando de ahuyentar cualquier pensamiento que me atara a él, hasta que el sueño me venció. Pero no fue un descanso reparador. Me desperté con el corazón acelerado y la cabeza a punto de explotar. Me levanté de golpe y me metí en la ducha. El agua caliente calmó momentáneamente el frío que sentía, aunque más que físico, era un frío interno. Aquí el agua fría era como un cuchillo, así que agradecí el calor momentáneo.Me vestí con
Junto a Lucrecia y las niñas, nos dirigimos al jardín, tomándonos fotos y subiéndolas a Instagram. Después de comer algo de fruta, las niñas comenzaron a insistir en que jugáramos a las escondidas. Me pareció una buena idea. Jugaríamos, reiríamos, y por un momento, tal vez, podría olvidar lo que mi corazón empezaba a sentir por cierto hombre. La tía del señor Arthur se unió a nosotras para jugar a las escondidas, la mañama fue agradable y sin notar la tarde llegó.Había terminado de jugar con las niñas, exhausta pero satisfecha. Después de limpiar el desastre que habíamos hecho, las llevé al comedor para almorzar. Las risas y sus pequeñas voces llenaban la casa mientras comían, y por un instante, me sentí en paz. Después de almorzar, les di unas lecciones. Pasamos la tarde entre risas y juegos, aunque en el fondo, no podía dejar de preguntarme por qué el señor Arthur no había regresado aún. El día había avanzado mucho, y la noche comenzaba a caer. Me decía a mí misma que no debía preo
Arthur El viaje hacia la ciudad había tomado más tiempo de lo que esperaba. Las calles polvorientas no ayudaban, y Lía, con esa gripe que no la dejaba, estaba débil. El médico me había llamado para hacerle un examen, por lo del golpe en la cabeza de aquella vez. Estos días la llevaría. Cuando llegamos a la mansión, las niñas se acomodaron con Lucrecia, mientras Lía subió a su habitación. Fui detrás de ella.—Lía, quisiera que fueras a ver al médico por lo de la caída, ¿recuerdas?—Sí, me acuerdo —dijo, mirándome desde la puerta entreabierta.—El doctor quiere asegurarse de que todo esté bien.Me acerqué, con cuidado, y la abracé por la cintura, dándole un beso suave en los labios.—No quiero que te preocupes. Solo será una revisión rápida —le susurré al oído.—Claro, lo haré. —Sonrió, pero luego, en tono más serio, me dijo—: ¿Y después me vas a mandar a casa de mis padres por una semana?—¿Una semana de vacaciones? —bromeé, tratando de aligerar el ambiente— ¿Ya te quieres deshacer
Arthur.—Nadia, ¿qué haces en mi empresa? —le pregunté con tono molesto, frío y lleno de repulsión.—Vine a recuperar lo que es mío —respondió, cruzando los brazos, como si tuviera algún derecho a estar aquí después de todo este tiempo.Me reí, dejándome llevar por una carcajada que resonó en el pasillo vacío. Me acerqué unos pasos, mirándola con desprecio.—¿Me estás viendo bien, Nadia? ¿Es que te enteraste de alguna noticia? ¿Por eso has regresado? Porque el gran Arthur Zaens el mejor CEO del país, con millones en su cuenta y mujeres a su disposición, al fin tiene una vida que vale la pena, y tú crees que puedes simplemente regresar.Nadia se mantuvo firme, aunque noté una sombra de culpa en sus ojos.—Tú no sabes nada de lo que he pasado —mencionó, conteniendo un temblor en la voz—. No tienes idea de por qué me fui… necesitaba ayuda, me enfrenté a una crisis mental… Quiero recuperar a mis hijas, Arthur.Su súplica me dejó momentáneamente callado, pero solo fue un segundo. Tomé aire
LíaSolté un suspiro de felicidad al estar cerca de él. Jamás habría imaginado enamorarme de un hombre frío y distante, pero ahora que lo conozco, sé que no es como lo imaginé. Detrás de esa máscara de dureza, es alguien cálido, alguien que sabe amar. Sé que no soy como las demás, porque su forma de tratarme ha sido distinta, y me lo ha demostrado. Solo espero que no me mienta, que no vuelva a rodearse de esas mujeres con las que solía estar.Por otro lado, sentía tristeza de tener que alejarme de las pequeñas. En estos meses, me había acostumbrado a sus voces dulces, a sus risas llenas de vida, a esos pequeños momentos de juegos y charlas. Sin embargo, también necesitaba ver a mis padres, saber cómo estaban, y pasar un tiempo con ellos. De todos modos solo eran cinco dias.Arthur me miró y dejó un beso suave en mis labios.—Debemos irnos, cariño. Sé que necesitas descansar.—Y tú también,—le recordé. —La cirugía fue hace menos de una semana, y no quiero que se te infecte.—Tranquila,
Nadia.Me encontraba molesta, dando vueltas en aquel cuartucho sombrío y húmedo que apenas se sostenía en pie. Las paredes, llenas de manchas de humedad, parecían cerrarse sobre mí, atrapándome en la miseria de mis propias decisiones. Frente a mí, José Luis, ese hombre con el que alguna vez pensé que podría tener un futuro, estaba desesperado, buscando frenéticamente una manera de escapar de su última metida de pata. —¿Cómo es posible que hayas vuelto a hacer otro fraude, José Luis?—Replique con una mezcla de incredulidad y decepción que hasta a mí misma me sorprendió—. ¿No fue suficiente con aquella compañía editorial? Culpaste a un pobre infeliz para librarte, y ahora… ¿ahora vienes y traicionas a ese hombre otra vez?—¡Cállate, cállate! —gritó, con un brillo de ira en los ojos que no lograba intimidarme en lo más mínimo—. Todo esto es por tu culpa. Por querer darte una buena vida.—¿Yo? —repliqué, esbozando una sonrisa amarga—. Eres un hipócrita. Un falso. —Y tu, a mí me dijiste