Arthur.El sonido de la máquina monitoreando los latidos de Lía resonaba en la habitación, una sinfonía mecánica que me mantenía al borde del abismo. Allí estaba, con mi corazón en mil pedazos, rogándole a Dios por un milagro. No podía perderla, no ahora, no después de todo lo que habíamos vivido juntos. Al final, él médico me había dado el consentimiento para entrar y, con cada paso, sentía que me desmoronaba un poco más. Su mirada, aunque cansada, me buscaba, y cuando la encontré, logré esbozar una sonrisa débil, tratando de transmitirle una fuerza que en realidad no tenía.—No vas a morir, Lía —declare con un hilo de voz—. No puedes. Por nuestro hijo, por mí, por tus padres, las gemelas... Te amo y te necesitoElla tomó mi mano con la poca fuerza que le quedaba y me miró directamente a los ojos. Podía ver el miedo en su rostro, pero también una especie de paz que me destrozaba.—Arthur, si algo pasa… —comenzó, pero no la dejé continuar.—No digas eso. No va a pasar nada. Vas a sali
Lía.Quería abri los ojos, pero sentia dificultad, mi cuerpo estaba pesado, mis músculos no respondían y, aunque no sentía dolor, la sensación de impotencia era abrumadora. Poco a poco, fui abriendo los ojos. Lo primero que vi fue el techo blanco y limpio del hospital. A mi lado, estaba Arthur, con una expresión de alivio que nunca había visto antes.—Mi amor, has despertado —dijo emocionado, besándome suavemente en la mejilla. No podía responderle. Apenas si lograba mover la cabeza. Lo vi salir rápidamente de la habitación para llamar al médico. En unos instantes, todo cambió.Entraron el médico, mi mamá, Adriano, y la señora Jessica. Era como si todo mi mundo se hubiera reunido en ese cuarto.—Hola, Lía. ¿Puedes hablar? —preguntó el médico. No tenía fuerzas para emitir una palabra, pero moví ligeramente la cabeza. Se acercó con una pequeña linterna y examinó mis ojos con cuidado. —Bien, estás respondiendo. Has despertado del coma, pero necesitamos seguir evaluándote. Todo estará bie
ArthurHabía llegado el momento de enfrentar la verdad y poner fin al caos que Nadia había desatado en nuestras vidas. Su rostro desfigurado por la ira y la vergüenza reflejaba la magnitud de sus mentiras. Me miraba con incredulidad mientras sus palabras trataban, inútilmente, de justificarse.—Arthur, no sé de qué estás hablando, de verdad. ¡No sé! —insistió, con la voz quebrada.—¿De verdad crees que puedes seguir manipulándome? —respondí con calma, aunque mi interior hervía de indignación—. Fingiste una enfermedad, metiste ideas en la cabeza de Lia, hiciste que ella dudara de mí. ¿Qué esperabas? ¿Vivir cómodamente en mi mansión? Pues déjame decirte que tu teatro ha llegado a su fin.Nadia intentó interrumpirme, pero levanté una mano, deteniéndola.—Las pruebas están en mis manos —sentencié—. Sé de tu infidelidad con mi propio hermano, desde antes de que te fueras. ¿Cómo pude haber confiado en alguien tan ruin? Abandonaste a nuestras hijas por tu ambición y no te importó el daño que
Lía. Observaba a las gemelas jugar con Gilbert mientras una sonrisa cálida me iluminaba el rostro. Era difícil creer que habían pasado seis meses desde aquellos días oscuros. Mi corazón rebosaba de felicidad, porque ahora vivía al lado del hombre que amaba, tenía a mis padres cerca, y las niñas llenaban mi vida con su alegría. Todo parecía un sueño; los sucesos que nos habían traído hasta aquí eran inimaginables, pero reales.Mi mente vagó al pasado, al caos que dejó Nadia antes de desaparecer de nuestras vidas. Después de que Arthur lograra apartarla de nosotros, ella buscó a Enzo, quien, irónicamente, terminó rechazándola. Lo culpó de todas sus desgracias, aunque en realidad ambos se habían confabulado para destruir a Arthur. Fue su propia ambición la que los llevó a un accidente terrible. Nadia murió, y Enzo quedó marcado para siempre: perdió ambas piernas. Escuchar esa noticia fue impactante, aunque, en el fondo, parecía un cruel ajuste del destino. Arthur, con el corazón noble q
Lía.Cuando la noche llegó a su fin, mi madre se ofreció a llevar a Gilberth a casa, mientras las gemelas se quedaron con sus abuelos. No quería separarme de mi pequeño, pero sabía que era nuestra noche especial. Arthur y yo nos despedimos de todos y nos dirigimos al penthouse en la playa. Allí, con el sonido de las olas como fondo, comenzamos nuestra luna de miel, nuestro momento más íntimo y nuestro primer capítulo como esposos.Arthur me llevó en sus brazos hasta la habitación, y al entrar quedé sorprendida. Sobre la cama había rosas blancas que dibujaban un camino delicado, creando un ambiente íntimo y especial, perfecto para nosotros. En la mesita, encontré dos asientos frente a un candelabro, copas de vino y una variedad de postres. Todo estaba cuidado con un detalle impresionante, mientras una suave melodía envolvía la habitación. Un mesero apareció discretamente, entregándole a Arthur un pequeño obsequio antes de retirarse en silencio. Arthur cerró la puerta detrás de él.—¿Te
Arthur.Miraba a mis hijas, tan pequeñas, de cuatro años de edad, y sin sentir ninguna emoción real. Eran idénticas a mí, pero con la piel más clara, cabello rubio y esos ojos azules que definitivamente venían de su madre. Aún así, no lograba conectar. Sus rostros reflejaban inocencia, pero mi mente estaba en otro lugar. Con un suspiro, salí de la habitación de ellas, me dirigí al salón donde estaba la niñera, quien inmediatamente notó mi mal humor. Me acerqué y, sin ocultar mi molestia, le hablé.—¿Qué cree que está haciendo aquí? ¿Para qué la contraté?—Señor, disculpe, lo que pasa es que… —intentó explicar mientras tartamudeaba, pero no la dejé continuar.—¿Qué? —le dije, elevando la voz—. Te contraté para cuidar a mis hijas, no para estar acostándote con el jardinero en mi mansión. ¡Lárgate! Tú y él. ¡Fuera de mi casa!La niñera bajó la cabeza, temblorosa. El jardinero se acomodaba la camisa, claramente incómodo. Ambos intentaron disculparse.—Por favor, señor, no lo volveré a hace
Lía.Estaba revisando cada palabra del manuscrito que había preparado para la edición del nuevo libro del cual me inspire en escribir hace unas semanas. Finalmente, había escrito una historia de romance y odio, mezclando una venganza apasionada. La trama giraba en torno a un hombre que buscaba vengarse de una familia poderosa a través de la hija, y traté de plasmar cada detalle lo mejor posible. Este proyecto estaba destinado a una de las mejores editoriales, "Cervantes Publishing", donde yo trabajaba como editora.Cuando terminé, me levanté de mi escritorio, dejé todo organizado, tomé mi saco y salí. Mi asistente me había informado que el CEO quería verme, así que caminé hacia su oficina. Al llegar, respiré profundo y entré.—Muy buenas tardes, señor Elías —saludé.—Siéntese, señorita Lía —me respondió con un tono serio—. Necesitamos hablar.Algo en su voz me puso en alerta.—¿De qué se trata, señor? —pregunté, tratando de mantener la calma.—Es sobre los libros de algunas de las escr
LíaAbrí la puerta con fuerza, incapaz de contener el temblor en mis manos. Mis ojos se encontraron con los de José Luis y Bianca, y el aire en la habitación se volvió sofocante. La sorpresa en sus rostros solo aumentó mi rabia.—¿Cómo pudieron hacerme esto?— exclamé, mi voz quebrándose.—¿Cómo pudieron traicionar lo que teníamos? ¡Eran las dos personas en quienes más confiaba!José Luis intentó acercarse.—Lía, por favor, déjame explicarte…—¿Explicarme qué? ¡Lo que estoy viendo lo dice todo!— Mis palabras salieron entrecortadas mientras sentía el peso de la traición aplastando mi pecho. El dolor me recorrió el cuerpo como un golpe seco, rompiendo en pedazos cualquier esperanza que me quedaba de ellos.—Lo siento, Lía,—balbuceó Bianca, su mirada fija en el suelo. —Nos amamos… No queríamos que pasara así, pero es la verdad. José Luis y yo estamos juntos desde antes de que tú supieras lo que sentías por él.—¿Juntos?— La palabra me cortaba como un cuchillo. —¿Y me lo dices así? ¿Después