2. EDITORA

Lía.

Estaba revisando cada palabra del manuscrito que había preparado para la edición del nuevo libro del cual me inspire en escribir hace unas semanas. Finalmente, había escrito una historia de romance y odio, mezclando una venganza apasionada. La trama giraba en torno a un hombre que buscaba vengarse de una familia poderosa a través de la hija, y traté de plasmar cada detalle lo mejor posible. Este proyecto estaba destinado a una de las mejores editoriales, "Cervantes Publishing", donde yo trabajaba como editora.

Cuando terminé, me levanté de mi escritorio, dejé todo organizado, tomé mi saco y salí. Mi asistente me había informado que el CEO quería verme, así que caminé hacia su oficina. Al llegar, respiré profundo y entré.

—Muy buenas tardes, señor Elías —saludé.

—Siéntese, señorita Lía —me respondió con un tono serio—. Necesitamos hablar.

Algo en su voz me puso en alerta.

—¿De qué se trata, señor? —pregunté, tratando de mantener la calma.

—Es sobre los libros de algunas de las escritoras más importantes que editaste. Tengo entendido que los enviaste a la imprenta, pero hay un problema... —hizo una pausa—. Al parecer, las copias no están completas.

Sentí un nudo en el estómago. Me quedé pensativa. Recordé que había hablado con José Luis, mi prometido, y le había pedido que se encargara de llevar todo a la imprenta.

—¿A quién le entregaste los archivos? —preguntó mi jefe, visiblemente preocupado.

—Se los di a José Luis... Él se encargó de todo —respondí, intentando recordar cada detalle.

—Necesito que me des una respuesta clara, Lía. Eres la jefa de edición. Cada manuscrito pasa por tus manos antes de ir a la imprenta. Es tu responsabilidad que todo esté en orden. José Luis, ni siquiera me ha informado sobre eso.

—Déjeme investigarlo, señor Elías. Le aseguro que resolveré esto lo antes posible —dije, tratando de sonar convincente, aunque la duda ya me carcomía por dentro.

—Eso espero —respondió severamente—, porque las escritoras exigirán una explicación y tú debes darme una respuesta, sabes cuando dinero hay de por medio. No puedo poner las manos en el fuego por ti si esto no se soluciona rápido. Sabes lo delicado que es este asunto.

—Lo entiendo, señor. Lamento mucho lo ocurrido. Tendré una respuesta pronto.

—Muy bien, retírate.

Me levanté, solté un suspiro y salí de la oficina. Me sentía ahogada, como si el peso de todo lo que estaba ocurriendo cayera de golpe sobre mí.

—¿Qué habrá pasado con José Luis? ¿Por qué no me contestaba las llamadas?— pensé mientras lo llamaba una y otra vez, pero no había respuesta.

Subí a mi coche y me dirigí a casa. Al llegar, saludé a mi madre con un beso en la mejilla y me dirigí a ver a mi padre, que estaba en su taller de costura. A pesar de los años, seguía siendo uno de los mejores textileros de su generación.

—Mi preciosa hija, ¿ya estás de vuelta? —me saludó con su sonrisa habitual.

—Sí, pa... Te veo ocupado.

—Siempre. Pero te noto distraída, ¿pasa algo?

—No, no pasa nada. Solo necesito ir a mi habitación a trabajar en unos pendientes.

—Está bien, hija. Si necesitas algo, avísame.

—Gracias, pa. Estoy bien.

—Cariño deberías cenar, antes de irte a encerrarte— Sugirió mi madre apareciendo en el salón.

—Por ahora no tengo hambre, luego le pediré un Té a Coral.—Mi madre asintió negando.

Subí a mi habitación y encendí la computadora. Revisé cada detalle de los libros de las escritoras, más de 100 copias que había corregido y enviado a la imprenta. José Luis se había ofrecido a llevarlas hace más de 15 días, pero ahora todo parecía desmoronarse. —¿Qué habrá pasado?—me preguntaba con desesperación. Miré la hora: eran más de las siete de la noche. Me sentía indignada, así que decidí que iría a su apartamento a buscar respuestas.

Me dirigí al baño y preparé una tina con rosas aromatizantes, necesitaba relajarme. El estrés de ser editora y escritora al mismo tiempo me estaba pasando factura; incluso había perdido peso considerablemente. Me miré en el espejo: mi cabello negro y largo me caía pesado, y mis ojos marrones reflejaban el cansancio. Observé mi cuerpo delgado y solté un suspiro.

Después de la ducha, me puse una crema corporal, un conjunto de ropa interior blanco y un vestido negro corto. Me coloqué unos tacones altos, dejé mi cabello suelto y me maquillé ligeramente. Un toque de perfume de Carolina Herrera y ya estaba lista para salir.

Bajé, tomé mi bolso, mi teléfono y las llaves del coche. Al cruzar el salón, vi a mi madre junto a mi padre, tomando el té.

—Hija, ¿vas de salida? —preguntó mi madre.

—Sí, mamá. Regresaré mañana.

—¿Vas a ver a José Luis? —me preguntó, sospechando.

—Sí, quedamos en vernos —menti. Seguramente está ocupado y por eso no me ha respondido. Aunque no le diría eso a mi madre.

—Está bien, cuídate.

—Adiós, pa, hasta luego madre. —Le di un beso en la frente a cada uno—. Dile al guardia que cierre temprano.

—Sí, señorita. Nos vemos —respondió Coral, la ama de llaves.

Salí de la casa, subí a mi coche y me dirigí al apartamento de José Luis. Necesitaba una explicación. Mi cabeza no dejaba de dar vueltas sobre las copias. Algo no cuadraba, y no me iría sin obtener respuestas.

Mientras conducía, el dolor de cabeza se intensificaba. Froté mi sien con una mano, intentando calmar la presión, pero nada ayudaba. Al llegar, aparqué y bajé del coche casi automáticamente. Acto seguido, puse la alarma, subí al ascensor y presioné el número del piso de José Luis. En mi mente, intentaba prepararme para lo que fuera a decirme, aunque en el fondo una sensación de inquietud me carcomía.

Cuando estuve frente a la puerta, respiré hondo y toqué suavemente, esperando que me abriera de inmediato. Pero nada. Tal vez estaba ocupado, o quizás no estaba en casa. Me mordí el labio, dudando, pero al final decidí esperar. Conocía la contraseña de memoria, algo que siempre me había hecho sentir cercana a él, así que la ingresé y la puerta se abrió.

Lo primero que me golpeó fue el desorden. Todo estaba tirado en el apartamento: ropa, papeles, botellas vacías. Parecía que alguien había estado viviendo allí sin preocuparse por el caos que lo rodeaba. Caminé despacio, casi temiendo lo que podría encontrar, mientras el ambiente se tornaba más pesado. Entonces, escuché algo. Al principio, creí que mi mente me estaba jugando una mala pasada, pero al avanzar, los sonidos se hicieron más claros: gemidos.

Mi corazón se aceleró. Seguí el ruido hasta su habitación, y al llegar, noté que la puerta estaba entreabierta. Me detuve en seco. Un escalofrío recorrió mi espalda cuando, con apenas un vistazo, lo vi. No podía ser real. Quise gritar, pero el nudo en mi garganta me lo impidió.

José Luis, mi prometido, estaba en la cama, desnudo, junto a Bianca. —Bianca— mi mejor amiga. Sus cuerpos se entrelazaban como si el mundo exterior no existiera, completamente ajenos a mi presencia. Me tapé la boca con una mano, sofocando un grito de horror y traición. Me quedé inmóvil, observando, como si el shock me hubiera paralizado.

No podía procesar lo que veía. La indignación me consumía, pero al mismo tiempo, sentía una frialdad recorrerme, como si mi cuerpo no pudiera soportar el dolor que se avecinaba. Quería irrumpir en la habitación, gritarles, preguntarles cómo habían sido capaces de hacerme esto. Pero no pude moverme. Me quedé de pie, con la mirada fija en ellos, en esa escena que jamás se borraría de mi memoria.

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