Lía.
Estaba revisando cada palabra del manuscrito que había preparado para la edición del nuevo libro del cual me inspire en escribir hace unas semanas. Finalmente, había escrito una historia de romance y odio, mezclando una venganza apasionada. La trama giraba en torno a un hombre que buscaba vengarse de una familia poderosa a través de la hija, y traté de plasmar cada detalle lo mejor posible. Este proyecto estaba destinado a una de las mejores editoriales, "Cervantes Publishing", donde yo trabajaba como editora.
Cuando terminé, me levanté de mi escritorio, dejé todo organizado, tomé mi saco y salí. Mi asistente me había informado que el CEO quería verme, así que caminé hacia su oficina. Al llegar, respiré profundo y entré.
—Muy buenas tardes, señor Elías —saludé.
—Siéntese, señorita Lía —me respondió con un tono serio—. Necesitamos hablar.
Algo en su voz me puso en alerta.
—¿De qué se trata, señor? —pregunté, tratando de mantener la calma.
—Es sobre los libros de algunas de las escritoras más importantes que editaste. Tengo entendido que los enviaste a la imprenta, pero hay un problema... —hizo una pausa—. Al parecer, las copias no están completas.
Sentí un nudo en el estómago. Me quedé pensativa. Recordé que había hablado con José Luis, mi prometido, y le había pedido que se encargara de llevar todo a la imprenta.
—¿A quién le entregaste los archivos? —preguntó mi jefe, visiblemente preocupado.
—Se los di a José Luis... Él se encargó de todo —respondí, intentando recordar cada detalle.
—Necesito que me des una respuesta clara, Lía. Eres la jefa de edición. Cada manuscrito pasa por tus manos antes de ir a la imprenta. Es tu responsabilidad que todo esté en orden. José Luis, ni siquiera me ha informado sobre eso.
—Déjeme investigarlo, señor Elías. Le aseguro que resolveré esto lo antes posible —dije, tratando de sonar convincente, aunque la duda ya me carcomía por dentro.
—Eso espero —respondió severamente—, porque las escritoras exigirán una explicación y tú debes darme una respuesta, sabes cuando dinero hay de por medio. No puedo poner las manos en el fuego por ti si esto no se soluciona rápido. Sabes lo delicado que es este asunto.
—Lo entiendo, señor. Lamento mucho lo ocurrido. Tendré una respuesta pronto.
—Muy bien, retírate.
Me levanté, solté un suspiro y salí de la oficina. Me sentía ahogada, como si el peso de todo lo que estaba ocurriendo cayera de golpe sobre mí.
—¿Qué habrá pasado con José Luis? ¿Por qué no me contestaba las llamadas?— pensé mientras lo llamaba una y otra vez, pero no había respuesta.
Subí a mi coche y me dirigí a casa. Al llegar, saludé a mi madre con un beso en la mejilla y me dirigí a ver a mi padre, que estaba en su taller de costura. A pesar de los años, seguía siendo uno de los mejores textileros de su generación.
—Mi preciosa hija, ¿ya estás de vuelta? —me saludó con su sonrisa habitual.
—Sí, pa... Te veo ocupado.
—Siempre. Pero te noto distraída, ¿pasa algo?
—No, no pasa nada. Solo necesito ir a mi habitación a trabajar en unos pendientes.
—Está bien, hija. Si necesitas algo, avísame.
—Gracias, pa. Estoy bien.
—Cariño deberías cenar, antes de irte a encerrarte— Sugirió mi madre apareciendo en el salón.
—Por ahora no tengo hambre, luego le pediré un Té a Coral.—Mi madre asintió negando.
Subí a mi habitación y encendí la computadora. Revisé cada detalle de los libros de las escritoras, más de 100 copias que había corregido y enviado a la imprenta. José Luis se había ofrecido a llevarlas hace más de 15 días, pero ahora todo parecía desmoronarse. —¿Qué habrá pasado?—me preguntaba con desesperación. Miré la hora: eran más de las siete de la noche. Me sentía indignada, así que decidí que iría a su apartamento a buscar respuestas.
Me dirigí al baño y preparé una tina con rosas aromatizantes, necesitaba relajarme. El estrés de ser editora y escritora al mismo tiempo me estaba pasando factura; incluso había perdido peso considerablemente. Me miré en el espejo: mi cabello negro y largo me caía pesado, y mis ojos marrones reflejaban el cansancio. Observé mi cuerpo delgado y solté un suspiro.
Después de la ducha, me puse una crema corporal, un conjunto de ropa interior blanco y un vestido negro corto. Me coloqué unos tacones altos, dejé mi cabello suelto y me maquillé ligeramente. Un toque de perfume de Carolina Herrera y ya estaba lista para salir.
Bajé, tomé mi bolso, mi teléfono y las llaves del coche. Al cruzar el salón, vi a mi madre junto a mi padre, tomando el té.
—Hija, ¿vas de salida? —preguntó mi madre.
—Sí, mamá. Regresaré mañana.
—¿Vas a ver a José Luis? —me preguntó, sospechando.
—Sí, quedamos en vernos —menti. Seguramente está ocupado y por eso no me ha respondido. Aunque no le diría eso a mi madre.
—Está bien, cuídate.
—Adiós, pa, hasta luego madre. —Le di un beso en la frente a cada uno—. Dile al guardia que cierre temprano.
—Sí, señorita. Nos vemos —respondió Coral, la ama de llaves.
Salí de la casa, subí a mi coche y me dirigí al apartamento de José Luis. Necesitaba una explicación. Mi cabeza no dejaba de dar vueltas sobre las copias. Algo no cuadraba, y no me iría sin obtener respuestas.
Mientras conducía, el dolor de cabeza se intensificaba. Froté mi sien con una mano, intentando calmar la presión, pero nada ayudaba. Al llegar, aparqué y bajé del coche casi automáticamente. Acto seguido, puse la alarma, subí al ascensor y presioné el número del piso de José Luis. En mi mente, intentaba prepararme para lo que fuera a decirme, aunque en el fondo una sensación de inquietud me carcomía.
Cuando estuve frente a la puerta, respiré hondo y toqué suavemente, esperando que me abriera de inmediato. Pero nada. Tal vez estaba ocupado, o quizás no estaba en casa. Me mordí el labio, dudando, pero al final decidí esperar. Conocía la contraseña de memoria, algo que siempre me había hecho sentir cercana a él, así que la ingresé y la puerta se abrió.
Lo primero que me golpeó fue el desorden. Todo estaba tirado en el apartamento: ropa, papeles, botellas vacías. Parecía que alguien había estado viviendo allí sin preocuparse por el caos que lo rodeaba. Caminé despacio, casi temiendo lo que podría encontrar, mientras el ambiente se tornaba más pesado. Entonces, escuché algo. Al principio, creí que mi mente me estaba jugando una mala pasada, pero al avanzar, los sonidos se hicieron más claros: gemidos.
Mi corazón se aceleró. Seguí el ruido hasta su habitación, y al llegar, noté que la puerta estaba entreabierta. Me detuve en seco. Un escalofrío recorrió mi espalda cuando, con apenas un vistazo, lo vi. No podía ser real. Quise gritar, pero el nudo en mi garganta me lo impidió.
José Luis, mi prometido, estaba en la cama, desnudo, junto a Bianca. —Bianca— mi mejor amiga. Sus cuerpos se entrelazaban como si el mundo exterior no existiera, completamente ajenos a mi presencia. Me tapé la boca con una mano, sofocando un grito de horror y traición. Me quedé inmóvil, observando, como si el shock me hubiera paralizado.
No podía procesar lo que veía. La indignación me consumía, pero al mismo tiempo, sentía una frialdad recorrerme, como si mi cuerpo no pudiera soportar el dolor que se avecinaba. Quería irrumpir en la habitación, gritarles, preguntarles cómo habían sido capaces de hacerme esto. Pero no pude moverme. Me quedé de pie, con la mirada fija en ellos, en esa escena que jamás se borraría de mi memoria.
LíaAbrí la puerta con fuerza, incapaz de contener el temblor en mis manos. Mis ojos se encontraron con los de José Luis y Bianca, y el aire en la habitación se volvió sofocante. La sorpresa en sus rostros solo aumentó mi rabia.—¿Cómo pudieron hacerme esto?— exclamé, mi voz quebrándose.—¿Cómo pudieron traicionar lo que teníamos? ¡Eran las dos personas en quienes más confiaba!José Luis intentó acercarse.—Lía, por favor, déjame explicarte…—¿Explicarme qué? ¡Lo que estoy viendo lo dice todo!— Mis palabras salieron entrecortadas mientras sentía el peso de la traición aplastando mi pecho. El dolor me recorrió el cuerpo como un golpe seco, rompiendo en pedazos cualquier esperanza que me quedaba de ellos.—Lo siento, Lía,—balbuceó Bianca, su mirada fija en el suelo. —Nos amamos… No queríamos que pasara así, pero es la verdad. José Luis y yo estamos juntos desde antes de que tú supieras lo que sentías por él.—¿Juntos?— La palabra me cortaba como un cuchillo. —¿Y me lo dices así? ¿Después
LíaMire al señor Elías, se notaba molesto, y su forma de hablarme era tan humillante, como era posible que creyera toda esta falsedad.—Por favor escúchame, yo no tengo nada que ver— Trate de explicarle.—Tengo suficientes pruebas—Declaro elevando las cejas.Niego nerviosa.—Deben ser falsas, señor Elías.El me miró molesto y sacó un folder.—Tenías pensado escribir un libro y imprimirlo aquí, para luego hacerte famosa.—Me quedé estupefacta, maldito José Luis.—Jamás fue mi intención, yo suelo escribir y eso no es nada malo, es algo legal.—No es así, eres una editora, que corrige no una escritora. Hiciste un seudónimo para subir tu libro y luego imprimirlo. Aquí, robaste 100 copias y que cree que pasará ahora.Niego y mis lágrimas no paraban de salir.—Señor Elias, le juro que yo no robe esas copias.—Ya te mi última palabras, entrega tu credencial y todo lo demás. La lleva del coche, y me vas a pagar todo esto mensual, pero por mi cuenta corre que nunca volverás a tratar en ningún
Arthur.Me desperté con el peso del cansancio acumulado en mis hombros y cuello. Al levantarme, me dirigí hacia el espejo y observé mi reflejo, notando las líneas de agotamiento que el estrés había dejado en mi rostro. Decidí darme una ducha en el jacuzzi, buscando alivio en el agua caliente mientras una de las criadas me masajeaba la espalda con suavidad.—Puedes retirarte —le ordené con un tono tranquilo, pero firme. Ya me sentía más relajado.—Sí, señor —respondió, pero se detuvo por un momento, como si quisiera decir algo más. Me miró directamente, sus ojos cargados de una mezcla de duda y curiosidad.—¿Por qué me miras así? Vete —ordené con un tono más frío, y al instante, la muchacha se retiró de la habitación. Ella era la hija de Lucía la ama de llaves, una joven bastante atractiva, lo admito. Hubo un tiempo en que consideré seducirla, llevarla a mi cama, pero luego lo pensé mejor. No podía permitirme involucrarme con los empleados. Sería una falta de respeto hacia mis hijas, a
Lía.Si yo tuviera magia, hubiera visto este futuro, lo que me iba a acontecer, para así poder prevenirlo. Pero lamentablemente no soy ninguna mujer poderosa, ni siquiera alguien que pueda prever lo que sucederá. Ahora, estoy atrapada en esta desgracia. Han pasado meses desde que dejé la editorial, desde que prácticamente quedé en la calle. Por suerte, aún tengo mi cama, mi pequeña residencia. Desde aquel momento, las cosas no han estado bien para mí.Mis padres, especialmente mi padre, estaba empeorando. Él tenie problemas del corazón, y su salud se había deteriorado cuando todo ocurrió. Sin embargo, jamás dejó de creer en mí cuando le dije que no había cometido ese fraude, que fue José Luis el culpable. Pero desgraciadamente, él huyó, llevándose consigo no solo todo lo que era mío, sino también mi nombre y reputación. Creo que pasé llorando más de un mes, sintiendo cómo cada desgracia me caía encima. Dejé de escribir. No quería usar el mismo seudónimo, y no deseaba seguir en el mism
Lía.Entré en la habitación de mi padre con una mezcla de alivio y angustia. Lo vi recostado, aunque su semblante había mejorado notablemente desde la última vez. Sus ojos cansados me encontraron, y a pesar del dolor y las marcas de la enfermedad, me regaló una sonrisa que siempre lograba calmarme, aunque fuera un poco.—Gracias a Dios ya te sientes mejor, papá —le dije, intentando sonar positiva.—Sí, hija, con tu ayuda hemos logrado completar algunos tratamientos, aunque falta mucho —contestó con voz baja, pero firme—. ¿Y tú cómo estás? Tu madre me dice que pasas horas sin dormir...Suspiré, intentando no preocuparlo más de lo necesario.—Ay, papá, por favor, no le pongas tanto peso a eso.—No quiero que estés pasando por todo esto, hija —me interrumpió—. Sufres mucho y no puedo soportar verte así, cargando con todo. Es mi responsabilidad, no la tuya.—Papá, por favor, no te alteres —le respondí rápidamente—. Ya lo sabes, no quiero que pienses en eso. Yo soy tu hija, la única que ti
ArthurCuando terminó la reunión, sentí que todo quedó en el aire con esa invitación de parte de mi hermano, era un almuerzo por el cumpleaños de su hijo. En el fondo, no quería salir ni para reuniones familiares. Estaba harto de su arrogancia, pero claro, era el cumpleaños de su hijo y, según él, no podíamos faltar, ni mis hijas ni yo. Dudo que las llevaría, no quería generar más problemas, así que le dije que sí, que asistiríamos. Por dentro, lo último que quería era ver su cara, ni la de su mujer, y mucho menos la de su hijo.Al llegar a casa, le pedí al chofer que buscara un regalo para el “jovencito”. No quería ni pensar en qué comprarle, así que le di instrucciones claras: —Un reloj de calidad, de los mejores. Busca algo en Rockefeller, allí tienen las mejores joyerías— Él asintió sin más, dejándome en la mansión antes de ir a cumplir con el encargo.Entré y noté que todos estaban de pie, con esa formalidad que ya me resultaba agotadora. Lo único que quería era ir a mi habitación
Lía Estaba tan nerviosa que no pude evitar morderme el labio. Todo a mi alrededor irradiaba lujo y sofisticación. Frente a mí se extendía una mansión, con una arquitectura impresionante. Era tan elegante que no sabía qué palabra usar para describirla ¿exótica, opulenta? Cuando llegamos al jardín, me di cuenta de que la entrada estaba decorada con mármol y marfil, todo en perfecto orden y deslumbrante.—¿Estás bien?—me preguntó Adriano, sacando de mi asombro, él me mira con una sonrisa tranquila en el rostro. Solté un suspiro, intentando calmarme.—Un poco nerviosa—, respondí mientras miraba a mi alrededor. —Solo espero que todo salga bien aquí. ¿Crees que tendré que usar delantal?—, le pregunté, tratando de aliviar la tensión con algo de humor.Él se rió suavemente. —No lo creo.En ese momento, el mayordomo abrió la puerta y nos indicó que pasáramos. El interior no era menos impresionante. Entramos en un inmenso salón y no podía dejar de admirar cada detalle. Había un enorme cuadro
ArthurEstaba consternado, caminando de un lado a otro por el pasillo del hospital, sin saber qué estaba ocurriendo con mi pequeña. Lo único que sabía es lo que esa chica me había dicho.Su apéndice se le había roto por dentro. Pero, ¿cómo pudo sucederle algo así? Solo tiene cuatro años. ¿Cómo es posible que haya sufrido de esa manera? No lo entendía, y no podía dejar de pensar en ello. Sentía un dolor en el pecho, en el alma. Era como si fuera a colapsar al verla en ese estado.La frustración me consumía, con la vida, con esa maldita mujer... con todo. A veces pensaba que si pudiera encontrarla, le dispararía sin pensarlo. Pero me contuve. No quería que esos pensamientos me dominaran, especialmente cuando vi al médico salir por la puerta.—¿El familiar de la pequeña? —preguntó, mientras miraba alrededor.—Aquí, soy su padre. Soy Arthur Zaens.—Mucho gusto, señor. —El médico se me acercó con una mirada seria—. Por suerte la han traído a tiempo. Efectivamente, como dijo la señorita, la