Lía
Mire al señor Elías, se notaba molesto, y su forma de hablarme era tan humillante, como era posible que creyera toda esta falsedad.
—Por favor escúchame, yo no tengo nada que ver— Trate de explicarle.
—Tengo suficientes pruebas—Declaro elevando las cejas.
Niego nerviosa.
—Deben ser falsas, señor Elías.
El me miró molesto y sacó un folder.
—Tenías pensado escribir un libro y imprimirlo aquí, para luego hacerte famosa.—Me quedé estupefacta, maldito José Luis.
—Jamás fue mi intención, yo suelo escribir y eso no es nada malo, es algo legal.
—No es así, eres una editora, que corrige no una escritora. Hiciste un seudónimo para subir tu libro y luego imprimirlo. Aquí, robaste 100 copias y que cree que pasará ahora.
Niego y mis lágrimas no paraban de salir.
—Señor Elias, le juro que yo no robe esas copias.
—Ya te mi última palabras, entrega tu credencial y todo lo demás. La lleva del coche, y me vas a pagar todo esto mensual, pero por mi cuenta corre que nunca volverás a tratar en ningún editoral, te voy a hundir por el
No podía creer lo que acababa de pasar. Todo mi mundo se derrumbaba de golpe, como un castillo de naipes que con un simple soplido se desmorona. La acusación de Elías resonaba en mi cabeza una y otra vez, y por más que intentaba defenderme, cada palabra que salía de su boca me hundía más en un abismo de desesperación.
—¡Yo no hice nada!—grité internamente, aunque sabía que ya no tenía sentido intentar justificarme ante él.
Mis piernas se tambaleaban mientras salía de su oficina, y mi corazón latía tan fuerte que pensé que iba a explotar en cualquier momento. Los murmullos a mi alrededor eran como pequeños cuchillos que se clavaban en mi espalda. Podía sentir las miradas de mis compañeros de trabajo, cada una con una emoción distinta: algunos me miraban con lástima, otros con desprecio. Sabía que los rumores ya habían comenzado a correr por toda la oficina, que mi reputación estaba siendo destruida en cuestión de minutos.
Entré en mi oficina, o al menos lo que hasta ese momento había sido mi oficina. Respiré hondo mientras intentaba controlar las lágrimas, pero era imposible. Me acerqué al escritorio y empecé a recoger mis cosas. Todo lo que había construido, los años de esfuerzo, las noches sin dormir, los sacrificios... todo parecía desvanecerse en ese instante. Cada objeto que metía en la caja era un recordatorio de mi tiempo allí, un tiempo que ahora parecía un error monumental.
No podía dejar de pensar en José Luis. —Maldito José Luis.— Era la única explicación. Él sabía de mis escritos, sabía lo importante que era para mí, pero jamás pensé que me traicionaría de esa manera. Habíamos compartido tantas conversaciones, tantas ideas. Y ahora, todo eso había sido usado en mi contra. El seudónimo, las copias del libro… todo parecía parte de un plan macabro para destruirme.
Mis manos temblaban mientras guardaba mis pertenencias. —No puedo creer que me esté pasando esto.— La indignación, la tristeza, la impotencia… todas las emociones se agolpaban en mi pecho, sofocándome.
Cuando finalmente terminé de empacar, me quité el credencial y lo dejé sobre el escritorio. Era extraño, ese pequeño pedazo de plástico había representado tanto para mí. Era mi acceso a un futuro brillante, una carrera que amaba y que ahora me habían arrebatado de la forma más cruel. Salí de la oficina con la cabeza baja, pero no podía evitar escuchar los comentarios a mi alrededor.
—¿La viste? —susurraba una de mis compañeras—.Qué vergüenza.
—Dicen que robó copias de algunos libros. —agregaba otro con tono burlón.
Cerré los ojos con fuerza, intentando bloquear los sonidos, pero era imposible. Me sentía expuesta, como si todos mis errores y mis debilidades estuvieran en exhibición para que los demás pudieran juzgarme.
Cuando llegué al vestíbulo, no pude contener más las lágrimas. Sentí que me ahogaba en mi propia tristeza. Mis piernas cedieron y me dejé caer sobre una de las sillas cercanas. Apreté mis puños con fuerza, deseando que todo fuera solo una pesadilla, que en cualquier momento alguien viniera a decirme que todo había sido un malentendido. Pero sabía que no era así.
—¿Qué voy a hacer ahora? —me pregunté en voz baja, aunque no esperaba respuesta.
El futuro se veía sombrío, lleno de incertidumbre. Ya no tenía trabajo, mi reputación estaba arruinada, y por si fuera poco, Elías me había dejado claro que me aseguraría de que nunca volviera a trabajar en ninguna editorial. —¿Qué voy a hacer con mi vida?— Siempre había soñado con ser escritora, con publicar mis libros, pero ahora ese sueño parecía más lejano que nunca. ¿Cómo iba a salir de esta situación? ¿Cómo iba a enfrentarme a los pagos que me exigía Elías?
Las lágrimas seguían fluyendo, pero de alguna manera, en medio de esa tormenta de emociones, sentí una pequeña chispa de determinación. —No voy a dejar que me destruyan.— Puede que el CEO Elias haya logrado echarme de la editorial, pero no voy a rendirme tan fácilmente.
Escribir es lo único que sé hacer, lo único que me hace sentir viva, y no voy a dejar que me lo quiten.
Me levanté lentamente, con las manos todavía temblorosas, y salí del edificio. La brisa fría de la calle golpeó mi rostro, secando las lágrimas en mis mejillas. Sentí una extraña mezcla de dolor y alivio. Tal vez este fuera el final de una etapa, pero también era el comienzo de otra. —Voy a luchar por lo que es mío.
Arthur.Me desperté con el peso del cansancio acumulado en mis hombros y cuello. Al levantarme, me dirigí hacia el espejo y observé mi reflejo, notando las líneas de agotamiento que el estrés había dejado en mi rostro. Decidí darme una ducha en el jacuzzi, buscando alivio en el agua caliente mientras una de las criadas me masajeaba la espalda con suavidad.—Puedes retirarte —le ordené con un tono tranquilo, pero firme. Ya me sentía más relajado.—Sí, señor —respondió, pero se detuvo por un momento, como si quisiera decir algo más. Me miró directamente, sus ojos cargados de una mezcla de duda y curiosidad.—¿Por qué me miras así? Vete —ordené con un tono más frío, y al instante, la muchacha se retiró de la habitación. Ella era la hija de Lucía la ama de llaves, una joven bastante atractiva, lo admito. Hubo un tiempo en que consideré seducirla, llevarla a mi cama, pero luego lo pensé mejor. No podía permitirme involucrarme con los empleados. Sería una falta de respeto hacia mis hijas, a
Lía.Si yo tuviera magia, hubiera visto este futuro, lo que me iba a acontecer, para así poder prevenirlo. Pero lamentablemente no soy ninguna mujer poderosa, ni siquiera alguien que pueda prever lo que sucederá. Ahora, estoy atrapada en esta desgracia. Han pasado meses desde que dejé la editorial, desde que prácticamente quedé en la calle. Por suerte, aún tengo mi cama, mi pequeña residencia. Desde aquel momento, las cosas no han estado bien para mí.Mis padres, especialmente mi padre, estaba empeorando. Él tenie problemas del corazón, y su salud se había deteriorado cuando todo ocurrió. Sin embargo, jamás dejó de creer en mí cuando le dije que no había cometido ese fraude, que fue José Luis el culpable. Pero desgraciadamente, él huyó, llevándose consigo no solo todo lo que era mío, sino también mi nombre y reputación. Creo que pasé llorando más de un mes, sintiendo cómo cada desgracia me caía encima. Dejé de escribir. No quería usar el mismo seudónimo, y no deseaba seguir en el mism
Lía.Entré en la habitación de mi padre con una mezcla de alivio y angustia. Lo vi recostado, aunque su semblante había mejorado notablemente desde la última vez. Sus ojos cansados me encontraron, y a pesar del dolor y las marcas de la enfermedad, me regaló una sonrisa que siempre lograba calmarme, aunque fuera un poco.—Gracias a Dios ya te sientes mejor, papá —le dije, intentando sonar positiva.—Sí, hija, con tu ayuda hemos logrado completar algunos tratamientos, aunque falta mucho —contestó con voz baja, pero firme—. ¿Y tú cómo estás? Tu madre me dice que pasas horas sin dormir...Suspiré, intentando no preocuparlo más de lo necesario.—Ay, papá, por favor, no le pongas tanto peso a eso.—No quiero que estés pasando por todo esto, hija —me interrumpió—. Sufres mucho y no puedo soportar verte así, cargando con todo. Es mi responsabilidad, no la tuya.—Papá, por favor, no te alteres —le respondí rápidamente—. Ya lo sabes, no quiero que pienses en eso. Yo soy tu hija, la única que ti
ArthurCuando terminó la reunión, sentí que todo quedó en el aire con esa invitación de parte de mi hermano, era un almuerzo por el cumpleaños de su hijo. En el fondo, no quería salir ni para reuniones familiares. Estaba harto de su arrogancia, pero claro, era el cumpleaños de su hijo y, según él, no podíamos faltar, ni mis hijas ni yo. Dudo que las llevaría, no quería generar más problemas, así que le dije que sí, que asistiríamos. Por dentro, lo último que quería era ver su cara, ni la de su mujer, y mucho menos la de su hijo.Al llegar a casa, le pedí al chofer que buscara un regalo para el “jovencito”. No quería ni pensar en qué comprarle, así que le di instrucciones claras: —Un reloj de calidad, de los mejores. Busca algo en Rockefeller, allí tienen las mejores joyerías— Él asintió sin más, dejándome en la mansión antes de ir a cumplir con el encargo.Entré y noté que todos estaban de pie, con esa formalidad que ya me resultaba agotadora. Lo único que quería era ir a mi habitación
Lía Estaba tan nerviosa que no pude evitar morderme el labio. Todo a mi alrededor irradiaba lujo y sofisticación. Frente a mí se extendía una mansión, con una arquitectura impresionante. Era tan elegante que no sabía qué palabra usar para describirla ¿exótica, opulenta? Cuando llegamos al jardín, me di cuenta de que la entrada estaba decorada con mármol y marfil, todo en perfecto orden y deslumbrante.—¿Estás bien?—me preguntó Adriano, sacando de mi asombro, él me mira con una sonrisa tranquila en el rostro. Solté un suspiro, intentando calmarme.—Un poco nerviosa—, respondí mientras miraba a mi alrededor. —Solo espero que todo salga bien aquí. ¿Crees que tendré que usar delantal?—, le pregunté, tratando de aliviar la tensión con algo de humor.Él se rió suavemente. —No lo creo.En ese momento, el mayordomo abrió la puerta y nos indicó que pasáramos. El interior no era menos impresionante. Entramos en un inmenso salón y no podía dejar de admirar cada detalle. Había un enorme cuadro
ArthurEstaba consternado, caminando de un lado a otro por el pasillo del hospital, sin saber qué estaba ocurriendo con mi pequeña. Lo único que sabía es lo que esa chica me había dicho.Su apéndice se le había roto por dentro. Pero, ¿cómo pudo sucederle algo así? Solo tiene cuatro años. ¿Cómo es posible que haya sufrido de esa manera? No lo entendía, y no podía dejar de pensar en ello. Sentía un dolor en el pecho, en el alma. Era como si fuera a colapsar al verla en ese estado.La frustración me consumía, con la vida, con esa maldita mujer... con todo. A veces pensaba que si pudiera encontrarla, le dispararía sin pensarlo. Pero me contuve. No quería que esos pensamientos me dominaran, especialmente cuando vi al médico salir por la puerta.—¿El familiar de la pequeña? —preguntó, mientras miraba alrededor.—Aquí, soy su padre. Soy Arthur Zaens.—Mucho gusto, señor. —El médico se me acercó con una mirada seria—. Por suerte la han traído a tiempo. Efectivamente, como dijo la señorita, la
LíaMe quedé helada cuando escuché a la niña llamarme de esa manera, confundida y conmocionada. Era evidente que estaba delirando; lo vi en su pequeño rostro pálido y en la manera en que suspiraba débilmente antes de volver a cerrar los ojos. Me quedé junto a su cama por un buen rato, sin poder apartar la vista de ella, preguntándome qué estaría soñando en ese momento. Media hora más tarde, entró su padre en la habitación. Su mirada era indescriptible, como si intentara leer cada uno de mis pensamientos. Me sentí cohibida, como si sus ojos fueran capaces de ver más allá de lo que yo estaba dispuesta a mostrar. Mis labios temblaron levemente antes de que decidiera morderlos, tratando de controlar mi nerviosismo.—Señor Arthur,— Comencé, sintiendo la necesidad de romper ese silencio incómodo, —cuando le den el alta a la niña, no se preocupe, yo la cuidaré muy bien. Por ahora, iré a casa, pero regresaré a la mansión o vendré aquí, lo que usted prefiera.Él me miró, un destello de arrogan
Arthur Todo estaba en su sitio, la habitación lista para mi hija mientras se recuperaba. Dos enfermeras a su cuidado y el pediatra junto al medico cirujano. A pesar de lo reciente de la cirugía, la veía sonreír, aunque a veces su pequeño rostro se arrugaba de dolor. Le di un beso suave en la mejilla, y luego llamé a Lucrecia, mi nana.—Lucrecia, necesito que le pongas atención a la niñera —dije con tono serio, manteniendo la vista en mi hija—. Ella parece buena en su trabajo, fue gracias a su rápida reacción que supe que Ayla necesitaba la cirugía de urgencia. Pero es… algo especial, por decirlo de alguna forma.Lucrecia, siempre calmada, levantó una ceja.—¿Especial? —preguntó con una sonrisa de ligera curiosidad.—Sí, especial. Quiero decir, es un poco arrogante y odiosa. Sólo vigílala, no quiero que maltrate a mis hijas —añadí, algo molesto por la risa de Lucrecia.—Mi niño, no creo que sea de ese tipo —respondió con una risita amable—. Se ve educada y tranquila.—Bueno, si tú lo