LíaNo podía creer lo que acababa de pasar. Mis pensamientos daban vueltas mientras trataba de asimilar que el señor Arthur había escuchado cuando le llamé ogro. Lo vi fijamente, esperando una reacción más fuerte, pero simplemente negó con la cabeza, sin decir nada. Me sentí tonta. La pequeña me miró con curiosidad antes de encogerse de hombros, como si no entendiera la tensión en el aire. Arthur no dijo más y se marchó a su habitación, dejándome sola con mis pensamientos y una sensación de vergüenza.Cuando la niña terminó su atolillo, la enfermera comenzó a limpiarle la herida. Decidí salir del cuarto, pensando que pronto su padre vendría a verla, y lo último que quería era enfrentarme a otro reproche por mi lengua suelta. Solté un suspiro cuando cerré la puerta detrás de mí. “Qué locura”, pensé mientras caminaba por el pasillo.Ya eran mas de las diez de la noche, termine mi labor después de dejar a las niñas dormidas, pero me quedé un rato con Ayla, luego al ver que la enfermera d
Arthur.No podía dejar de sentirme incómodo por lo que pasó anoche. ¿Cómo es posible que Lía haya entrado en mi habitación así, sin más? Es una inmiscuyosa, y lo peor es que no tiene freno en la lengua. Me soltó, con una risa maliciosa, que había visto mi trasero... Me sentí avergonzado. Pero lo que de verdad me inquietó fue cuando la acerqué a mi cuerpo, sin pensarlo. Mi pene todavía estaba rígido, y una chispa extraña recorrió mi cuerpo. ¿Qué me estaba pasando? Era una locura siquiera imaginarme desnudándola, tomándola en ese momento.Anoche no pude pegar un ojo. Su cuerpo, vibrando cerca del mío, no se me iba de la cabeza. Incluso soñé con ella. En mi sueño, estábamos desnudos, yo encima de ella, tocando su piel mientras nuestros gemidos se entremezclaban. Me desperté sudando, lleno de confusión. —No quiero sentir esto por Lía.—Desde que la conozco me ha parecido irritante, molesta, alguien con quien no tendría nada en común, mucho menos atracción.Esta mañana, hice todo lo posible
Arthur.El día transcurrió rápidamente, y cuando finalmente regresé a casa, el sol estaba comenzando a ocultarse. El jardín estaba en silencio, pero pude ver a mis hijas afuera, Leyla jugando junto a Lía y Ayla bajo la vigilancia de Lucrecia Me acerqué a mi hija que estaba sentada en una silla observando a su hermana correr por el césped.—¿Cómo estás, pequeña? —le pregunté, dándole un beso en la frente.Ella arrugó la cara, aún sintiéndose mal por la reciente cirugía que había tenido. Me dolía verla así, pero sabía que pronto se recuperaría.Ella me sonrió débilmente, mientras Leila corría hacia mí y me abrazaba fuerte. Sentí cómo mi corazón se llenaba de calidez al tenerlas cerca. En esos momentos, nada más importaba. Lía se acercó y saludó.—Es muy tarde para que las niñas sigan afuera —dije, acariciando la cabeza de Leyla.—Sí, señor, ya las llevaré adentro —respondió Lía, mientras comenzaba a recoger las cosas del jardín.La observé fijamente. Lucrecia se llevo a Leyla y yo carg
LíaMe desperté desorientada, con la cabeza latiéndome fuertemente. Sentía como si estuviera flotando, pero cuando abrí los ojos, la realidad se impuso. A mi lado estaba el señor Arthur sentado en una silla junto a la cama, observándome con una mezcla de preocupación y calma. Me sorprendió verlo tan cerca, y al notar que no sabía cómo reaccionar, simplemente me incorporé torpemente, sintiendo el mareo arrastrarse con el movimiento. —Buenos días, señora Lía, ¿cómo te sientes? —preguntó Arthur, alzando una ceja. Me llevé la mano a la garganta, notando lo áspera que estaba mi voz al intentar responder. —Buenos días... Amanecí... más o menos —murmuré, con un hilo de voz ronco y casi inaudible.—Te escuchas afónica. —Su tono era serio, pero no faltaba un pequeño toque de humor—. Ni siquiera llevas un mes trabajando aquí, y ya te has enfermado.—Sí... parece que algo me cayó mal... aunque lo que más me molesta es la garganta —respondí, esforzándome por sonar relajada.Arthur se inclinó l
ArthurDespués de terminar de empacar todo, Lucrecia me avisó que las cosas de las niñas ya estaban en orden y listas en el coche para emprender el viaje. Había dejado instrucciones al mayordomo y a la ama de llaves para que mantuvieran todo en orden mientras no estuviera en la mansión. Lía se iría conmigo; ella era la niñera de las niñas, y el viaje podría durar más de una semana. Miguel me había informado que los guardaespaldas estaban listos. Este viaje sería largo, más de ocho horas, así que preparamos víveres para el camino y algo de fruta para que las niñas no se aburrieran.Al acercarme a la habitación de las niñas, vi que Lía estaba peinando a Ayla. Me quedé observando desde la puerta, atrapado en una mezcla de admiración y confusión. De repente, la imagen de aquel beso que le di, cuando estaba dormida por los efectos de los analgésico, y luego su cuerpo desnudo volvió a invadir mi mente. Apreté los puños con fuerza y salí de la habitación. ¿Por qué demonios estaba pensando tan
LíaNo podía negar la sorpresa que me llevé al conocer al hermano de mi jefe. Era casi idéntico a él, aunque había detalles que los diferenciaban. Sin embargo, lo que más me inquietaba era cómo me miraba. Sabía perfectamente qué tipo de hombre era, de esos que te hacen sentir incómoda sin siquiera decir una palabra. Detrás de él, su esposa parecía compartir mi incomodidad; me observaba con una mirada tensa, casi de advertencia, seguramente noto como su esposo me quedó mirando con ojos lacivos.—Señor Arthur, me iré al jardín— dije rápidamente, intentando escapar de la situación.—Ve, Lía. Tranquila —, me respondió con un tono amable.—Gracias, señor.— Tomé a las niñas de la mano, y mientras nos alejábamos, escuché cómo se despedían de su tío.—Adiós, tito— dijeron con una sonrisa inocente. Él respondió con una sonrisa extraña, una que no supe cómo interpretar. Algo en ella me inquietaba profundamente.Al llegar al jardín, quedé maravillada por su belleza. Era un lugar inmenso, lleno de
Arthur.De verdad que no sabía qué estaba pasando conmigo. El beso con Lía, se profundizó sin que pudiera detenerlo. Sentía miles de cosas en mi interior, como si estuviera experimentando algo parecido al amor, pero eso no podía ser. No con ella. Maldición. Quiero alejarme, pero algo dentro de mí me lo impide. Mis instintos no me permiten apartarme, y su lengua juega con la mía, encendiendo en mí algo que no había sentido en años.No sé cómo, pero de repente estamos sobre la cama. Ella desabrocha los botones de mi camisa, y aunque sé que debería detener esto ahora mismo, no lo hago. No puedo. Mi mente me dice que pare, pero mi cuerpo no responde. Mis manos recorren su piel, y su suavidad me atrae como si fuera la primera vez que toco a una mujer. Su olor a Vainilla me envuelve, intoxicante, irresistible. Mi corazón late con fuerza, y mis manos, como si tuvieran vida propia, bajan hasta su ropa interior, tocándola. Está mojada.Su gemido me despierta de este trance, pero es tarde. Mi m
LíaEstaba lista junto con las niñas, bajando al salón, y no podía evitar notar las miradas expectantes de las tías y del hijo del hermano gemelo del señor Arthur. Me sentía completamente incómoda, con unas ganas terribles de salir corriendo de esa hacienda y regresar a mi casa, a la seguridad y confort que tanto extrañaba. Pero no podía. Tenía un contrato, un compromiso que cumplir. Solté un suspiro, resignada. Y sobre todo recordar lo que estuvo apunto de pasar la noche de ayer.Al llegar al salón, la tía buena de Arthur vino alegremente a recibirme. Me ofreció desayuno a mí y a las niñas. Acepté y, aunque intenté hacerme sentir cómoda, no podía ignorar las miradas que seguían clavándose en nosotras. Me senté con las pequeñas y las vi comer en silencio. No podía dejar de observar los rostros a mi alrededor, tratando de descifrar qué pensaban, qué querían de mí.De repente, uno de los peones se acercó a la tía y le dijo que iban a empezar con las carrera. Me pregunté en qué consistirí