LíaEstaba lista junto con las niñas, bajando al salón, y no podía evitar notar las miradas expectantes de las tías y del hijo del hermano gemelo del señor Arthur. Me sentía completamente incómoda, con unas ganas terribles de salir corriendo de esa hacienda y regresar a mi casa, a la seguridad y confort que tanto extrañaba. Pero no podía. Tenía un contrato, un compromiso que cumplir. Solté un suspiro, resignada. Y sobre todo recordar lo que estuvo apunto de pasar la noche de ayer.Al llegar al salón, la tía buena de Arthur vino alegremente a recibirme. Me ofreció desayuno a mí y a las niñas. Acepté y, aunque intenté hacerme sentir cómoda, no podía ignorar las miradas que seguían clavándose en nosotras. Me senté con las pequeñas y las vi comer en silencio. No podía dejar de observar los rostros a mi alrededor, tratando de descifrar qué pensaban, qué querían de mí.De repente, uno de los peones se acercó a la tía y le dijo que iban a empezar con las carrera. Me pregunté en qué consistirí
Arthur. La cabeza me latía tan fuerte que parecía a punto de explotar. Abrí los ojos, sentí una presión horrible, y el dolor en el brazo era insoportable. Giré la cabeza y vi a Lía, sentada en una silla a mi lado. Estaba medio dormida, la cabeza cayendo a un lado. Cuando moví el brazo para sostenerla, solté un quejido por el dolor, y ella se despertó de inmediato. —¡Ay, señor Arthur! —exclamó, poniéndose de pie rápidamente—. Se despertó. ¿Está bien? —Hasta donde sé, sí, pero me duele la cabeza como si me estuvieran martillando por dentro —le respondí con voz cansada. —Ire a llamar al médico.—Replico apurada. —Sí, ¿Pero qué hace aquí? —pregunté, extrañado. —Estoy cuidándolo. Ahora soy su niñera —dijo con una sonrisa. No pude evitar reírme, aunque el dolor me obligó a detenerme. ¿Lía cuidando de mí? Quien lo diría, pensé que me odiaba, siempre me había dado la impresión de ser dura y sin tiempo para tonterías, ahora bromeaba en el peor de los momentos. —Tienes unas ganas de juga
Lía.Al dejar a las niñas tranquilas, me di una ducha rápida. El agua caliente me relajaba, pero mi mente no dejaba de divagar. ¿Qué me estaba pasando con este hombre? No era normal sentir algo por alguien como él. Arthur Zaens era arrogante, odioso, con un temperamento terrible. Todo en él me debería repeler, pero en lugar de eso... me atraía, y no podía sacarlo de mi cabeza. Era un Putillo, un Zorro como la letra del inicio de su apellido. “Esto es una locura”, me repetía a mí misma. No tenía sentido. Era mi jefe, y yo no podía ni debía sentir nada por él.Terminé de ducharme, me puse un suéter cómodo porque hacía frío afuera y salí de mi habitación con el propósito de ver cómo se encontraba. Caminé por el pasillo silencioso, y al llegar frente a su puerta, dudé. ¿Qué estaba haciendo? Quise dar media vuelta, pero antes de que pudiera decidir, escuché su voz desde adentro.—Puedes pasar, se que eres tú.Mi corazón dio un salto. Respiré hondo y abrí la puerta.—Soy yo, señor, Lía. Sol
Arthur.Recuerdos de hace 20 años.Estábamos en las caballerizas, como todos los días después de almorzar, observando cómo los trabajadores cepillaban a las yeguas. El aroma del heno y el sonido de los animales me resultaban reconfortantes, como si el mundo fuera más simple en esos momentos. Me quedé mirando a mi caballo, mientras relinchaba y sacudía su cabeza, como si intentara sacarse el polvo del día.Decidí salir a caminar un rato por el campo. El sol estaba en su punto más alto, y el cielo, despejado, se reflejaba en el riachuelo que corría a lo lejos. Desde donde estaba, podía ver a mi nana Lucrecia, quien, como siempre, estaba dando de comer a las gallinas. Ella era como una madre para mí y mi hermano Enzo; cuidaba de nosotros con una paciencia infinita, aunque no siempre lograba controlarnos.—¡Arthur Arthur! —escuché mi nombre, la voz inconfundible de Enzo.Me di la vuelta y lo vi asomando la cabeza detrás de una de las casetas, con una expresión traviesa en el rostro.—¿Qué
Lía Lo miré fijamente, tratando de encontrar las palabras adecuadas, pero sentía que me faltaban. Arthur estaba temblando. Podía ver el miedo en sus ojos, una expresión que jamás había visto en él, siempre tan fuerte, tan seguro de sí mismo. Pero hoy no. Hoy era diferente, y aunque no entendía completamente lo que estaba sucediendo, sabía que debía estar a su lado.—Arthur, todo va a estar bien —dije suavemente, intentando consolarlo.Mis palabras parecieron perderse en el aire, como si no fueran suficientes. Él simplemente siguió temblando, con los ojos clavados en mí, como si estuviera lidiando con algo mucho más grande que él mismo, sabía qué hacer para ayudarlo. Me sentía impotente, atrapada en medio de esta tormenta emocional, una tormenta que me recordaba demasiado a la que viví años atrás, cuando mi hermano murió en ese terrible accidente. La sensación de descontrol, de miedo... todo volvía a mí como un maremoto.Lo abracé más fuerte, como si al hacerlo pudiera protegerlo de t
ArthurLa fiesta que mi hermano había organizado estaba en pleno apogeo. Varias de las personas más importantes de la comarca, dueños de haciendas y ranchos, habían llegado para presenciar el evento. Él siempre disfrutaba sentirse el ganador, usando sus sucios trucos para lograrlo. Pero esta vez, no le daría la satisfacción de verme derrotado. No importaba lo que él creyera, no iba a caer ante un imbécil como él. Me vestí como correspondía, ocultando mi fatiga y mi reciente malestar. No iba a permitir que me viera postrado en una cama mientras él celebraba.Terminé de alistarme y salí de mi habitación. Me dirigí al cuarto de mis hijas, donde encontré a Lucrecia preparándolas para dormir. —¿Cómo se encuentra, señor Arthur?—me preguntó con una sonrisa.—Me siento mejor. Quiero pasar un rato con las niñas. ¿Puedes dejarnos a solas?— le pedí. Asintió y salió discretamente.Me acerqué a la cama donde Leyla ya dormía profundamente. Luego me volví hacia Ayla, que me observaba en silencio. M
Lía.Cuando la fiesta terminó, subí a la habitación sintiéndome demasiado cansada. Mi cuerpo estaba agotado, y la gripe que había estado intentando ignorar ahora me pesaba más. Mi boca me dolía, y mi cabeza parecía estar a punto de estallar. Me recosté en la cama, buscando algo de alivio, pero ahí estaba el señor Arthur, ocupando mis pensamientos, invadiendo cada rincón de mi mente. Intenté apartar ese sentimiento, no podía seguir sintiendo lo que sentía, no era apropiado, quizá el solo buscaba un rebolcon y adiós Lía, chao.Me cubrí el rostro con las manos, tratando de ahuyentar cualquier pensamiento que me atara a él, hasta que el sueño me venció. Pero no fue un descanso reparador. Me desperté con el corazón acelerado y la cabeza a punto de explotar. Me levanté de golpe y me metí en la ducha. El agua caliente calmó momentáneamente el frío que sentía, aunque más que físico, era un frío interno. Aquí el agua fría era como un cuchillo, así que agradecí el calor momentáneo.Me vestí con
Junto a Lucrecia y las niñas, nos dirigimos al jardín, tomándonos fotos y subiéndolas a Instagram. Después de comer algo de fruta, las niñas comenzaron a insistir en que jugáramos a las escondidas. Me pareció una buena idea. Jugaríamos, reiríamos, y por un momento, tal vez, podría olvidar lo que mi corazón empezaba a sentir por cierto hombre. La tía del señor Arthur se unió a nosotras para jugar a las escondidas, la mañama fue agradable y sin notar la tarde llegó.Había terminado de jugar con las niñas, exhausta pero satisfecha. Después de limpiar el desastre que habíamos hecho, las llevé al comedor para almorzar. Las risas y sus pequeñas voces llenaban la casa mientras comían, y por un instante, me sentí en paz. Después de almorzar, les di unas lecciones. Pasamos la tarde entre risas y juegos, aunque en el fondo, no podía dejar de preguntarme por qué el señor Arthur no había regresado aún. El día había avanzado mucho, y la noche comenzaba a caer. Me decía a mí misma que no debía preo