Arthur El viaje hacia la ciudad había tomado más tiempo de lo que esperaba. Las calles polvorientas no ayudaban, y Lía, con esa gripe que no la dejaba, estaba débil. El médico me había llamado para hacerle un examen, por lo del golpe en la cabeza de aquella vez. Estos días la llevaría. Cuando llegamos a la mansión, las niñas se acomodaron con Lucrecia, mientras Lía subió a su habitación. Fui detrás de ella.—Lía, quisiera que fueras a ver al médico por lo de la caída, ¿recuerdas?—Sí, me acuerdo —dijo, mirándome desde la puerta entreabierta.—El doctor quiere asegurarse de que todo esté bien.Me acerqué, con cuidado, y la abracé por la cintura, dándole un beso suave en los labios.—No quiero que te preocupes. Solo será una revisión rápida —le susurré al oído.—Claro, lo haré. —Sonrió, pero luego, en tono más serio, me dijo—: ¿Y después me vas a mandar a casa de mis padres por una semana?—¿Una semana de vacaciones? —bromeé, tratando de aligerar el ambiente— ¿Ya te quieres deshacer
Arthur.—Nadia, ¿qué haces en mi empresa? —le pregunté con tono molesto, frío y lleno de repulsión.—Vine a recuperar lo que es mío —respondió, cruzando los brazos, como si tuviera algún derecho a estar aquí después de todo este tiempo.Me reí, dejándome llevar por una carcajada que resonó en el pasillo vacío. Me acerqué unos pasos, mirándola con desprecio.—¿Me estás viendo bien, Nadia? ¿Es que te enteraste de alguna noticia? ¿Por eso has regresado? Porque el gran Arthur Zaens el mejor CEO del país, con millones en su cuenta y mujeres a su disposición, al fin tiene una vida que vale la pena, y tú crees que puedes simplemente regresar.Nadia se mantuvo firme, aunque noté una sombra de culpa en sus ojos.—Tú no sabes nada de lo que he pasado —mencionó, conteniendo un temblor en la voz—. No tienes idea de por qué me fui… necesitaba ayuda, me enfrenté a una crisis mental… Quiero recuperar a mis hijas, Arthur.Su súplica me dejó momentáneamente callado, pero solo fue un segundo. Tomé aire
LíaSolté un suspiro de felicidad al estar cerca de él. Jamás habría imaginado enamorarme de un hombre frío y distante, pero ahora que lo conozco, sé que no es como lo imaginé. Detrás de esa máscara de dureza, es alguien cálido, alguien que sabe amar. Sé que no soy como las demás, porque su forma de tratarme ha sido distinta, y me lo ha demostrado. Solo espero que no me mienta, que no vuelva a rodearse de esas mujeres con las que solía estar.Por otro lado, sentía tristeza de tener que alejarme de las pequeñas. En estos meses, me había acostumbrado a sus voces dulces, a sus risas llenas de vida, a esos pequeños momentos de juegos y charlas. Sin embargo, también necesitaba ver a mis padres, saber cómo estaban, y pasar un tiempo con ellos. De todos modos solo eran cinco dias.Arthur me miró y dejó un beso suave en mis labios.—Debemos irnos, cariño. Sé que necesitas descansar.—Y tú también,—le recordé. —La cirugía fue hace menos de una semana, y no quiero que se te infecte.—Tranquila,
Nadia.Me encontraba molesta, dando vueltas en aquel cuartucho sombrío y húmedo que apenas se sostenía en pie. Las paredes, llenas de manchas de humedad, parecían cerrarse sobre mí, atrapándome en la miseria de mis propias decisiones. Frente a mí, José Luis, ese hombre con el que alguna vez pensé que podría tener un futuro, estaba desesperado, buscando frenéticamente una manera de escapar de su última metida de pata. —¿Cómo es posible que hayas vuelto a hacer otro fraude, José Luis?—Replique con una mezcla de incredulidad y decepción que hasta a mí misma me sorprendió—. ¿No fue suficiente con aquella compañía editorial? Culpaste a un pobre infeliz para librarte, y ahora… ¿ahora vienes y traicionas a ese hombre otra vez?—¡Cállate, cállate! —gritó, con un brillo de ira en los ojos que no lograba intimidarme en lo más mínimo—. Todo esto es por tu culpa. Por querer darte una buena vida.—¿Yo? —repliqué, esbozando una sonrisa amarga—. Eres un hipócrita. Un falso. —Y tu, a mí me dijiste
Lia.Todo pasó tan rápido que apenas tuve tiempo para reaccionar. Ahí estaba José Luis, de pie frente a mí, sudoroso, con una mezcla de desesperación y arrepentimiento en la mirada. Era la primera vez que lo veía en más de un año, desde que lo eché de mi vida y pensé que jamás lo volvería a ver. Pero el muy cobarde había vuelto, y ahora rogaba ayuda. ¡Qué descaro!—Lía, por favor, escúchame… Tenemos que hablar —me suplicó, con una voz que alguna vez fue capaz de derretirme, pero que ahora me daba náuseas.—¿Hablar? ¿Tú y yo? —le respondí con desdén, cruzándome de brazos para no dejarme llevar por la ira—. ¿Qué tendríamos que hablar tú y yo, José Luis? Ya no tenemos nada que decirnos. Eres un maldito.—Yo… yo te amo, Lía. Siempre lo he hecho —balbuceó, tratando de acercarse, pero retrocedí instintivamente, como si el simple hecho de tocarlo fuera suficiente para ensuciarme.—¿Amor? ¿Tú no sabes nada del amor! —le grité, mi voz temblaba de rabia. Mi mente se llenó de todos esos momentos
Arthur Estaba a punto de explotar de rabia. ¿Cómo es posible que aparezca de repente y diga todo eso? La miré con desagrado, conteniendo el impulso de alzar la voz, pero me contuve, luego dirigí mi vista hacia mi hermano.—Al parcer todo es planeado por ti, Enzo sin embargo ya estan claros. Pronto me casare.—Estas mal hermano. No se de que hablas, acabo de encontrarme con Nadia.—Arthur soy tu esposa.—Menciono Nadia firme. A esta mujer le dejare las cosas claras.—Para empezar, tú y yo no tenemos absolutamente nada. Nos dejamos hace años, así que busca tu camino y haz lo que más te parezca. Ya te dije que busques a tu abogado. Tú y yo estamos divorciados hace mucho. Ni siquiera mis hijas llevan tu apellido. ¿Y ahora vienes aquí con esto?—Mira qué casualidad —dijo ella, con una sonrisa cínica—. Me encontré con mi cuñado y quería preguntarle por mis hijas y por ti, y que me busque un buen abogado. Si tú supieras todo lo que he sufrido, no te lo imaginas.—Pues que yo sepa, no te veo
Lía Daba vueltas y vueltas en la comisaría, tratando de procesar todo lo que había pasado. ¿Cómo era posible que este idiota de José Luis hubiera hecho tanto daño durante el último año? Lo miraba en silencio mientras él, aparentemente tranquilo, me observaba desde el otro lado de la sala. Fue inevitable que me acercara, sentía que tenía que decir algo, soltarle en la cara todo lo que había guardado.—Escúchame bien —le dije, intentando mantener la calma—. Eres un completo imbécil. No puedo creer que hayas destruido mi vida con todas tus mentiras y astucia. Pero para que lo sepas, no vas a salir de esta. Tienes un nombre que ensuciaste y vas a pagar caro todo lo que me hiciste. Ni te imaginas el hombre con el que estoy ahora. Él es mi novio, y créeme, es mucho más poderoso de lo que tu mente puede imaginar.José Luis se quedó mudo, y su rostro palideció. No se atrevió a decir nada, y eso me dio la fuerza para dejar mi declaración y salir de ahí sin mirar atrás. Había dejado atrás el pa
Lía.Terminé mis tareas y decidí que una ducha refrescante sería perfecta para despejar mi mente de todos esos pensamientos que me han rondado estos días. Sentí cómo el agua caía sobre mí, llevándose algo del cansancio acumulado. Después de la ducha, me puse un pantalón de tela cómodo, un top y una cazadora ligera. Me arreglé el cabello en una trenza y me maquillé suavemente antes de salir al salón, donde mis padres estaban conversando.Mi mamá, al verme, se acercó y me dio un beso en la mejilla.—¿Y ahora, a dónde vas?—, preguntó con una sonrisa cariñosa.—Voy a salir un rato con Arturo, mamá— respondí.Mi papá me miró con una mezcla de seriedad y cariño.—Espero que todo vaya bien con tu novio, pero no te apresures en nada, ¿me oíste?—moví la cabeza en asentimiento.—No te preocupes, papá. Sé manejar esto, y quiero lo mejor para mí. Además, Arthur Zaens es un buen hombre; sólo es cuestión de aprender a conocerlo bien y a entendernos— contesté, tratando de darle tranquilidad.—Eso es