Arthur Miraba el amanecer con una sonrisa. Por primera vez en mucho tiempo, me detuve a reconocer lo diferente que me siento desde que Lía llegó a mi vida. Soy un hombre más paciente, más determinado, y con el corazón latiendo fuerte cada vez que estoy a su lado. Su presencia me ha hecho cambiar para bien. Siento que ahora puedo darles más amor a mis hijas, protegerlas mejor, y evitar que aquella mujer vuelva a acercarse a ellas.Conozco bien las intenciones de Nadia. Quiere usar a mis hijas para chantajearme, pero no pienso dejar que eso suceda. Tengo pruebas del porque se fue de mi lado, pero aun no es el momento de revelar la verdad, por suerte logré divorciarme a tiempo antes de que las cosas fueran peores. Ahora tengo el control y, ante todo, protegeré a mis hijas.Me levanté y me di una ducha rápida. Una vez listo, me acerqué a la cama donde Lía seguía dormida, plácida y tranquila, con su boca entreabierta y el rostro tan sereno que me llenaba de paz. No pude evitar acariciar s
LíaAl llegar a la capital, Arthur me dejó en casa. Ya eran más de las diez de la mañana, y mientras nos despedíamos, me informó que esta noche tendría que acompañarlo a una cena en su casa para presentarme formalmente ante sus padres. Mis padres también estarían allí; era el momento de que ambas familias se conocieran. Al oírlo, una mezcla de nervios y ansiedad se instaló en mi pecho. ¿Me aceptarían? Siempre me ha preocupado que el hecho de ser una mujer de recursos modestos sea un obstáculo para encajar en su familia. Intento no imaginarme a su madre como una mujer fría y rígida, ni a su padre como un hombre difícil de impresionar, pero los nervios juegan en mi contra. Arthur fue alguien duro y serio cuando lo conocí; quién sabe cómo podrían ser sus padres.Entré en casa soltando un suspiro de alivio. Me dirigí al baño para tomar una ducha larga y relajante. Mientras el agua caía, recordé la noche anterior; fue fugaz, excitante y emocionante. Me sentía completamente segura del amor
Lía Había pasado una semana desde que Arthur y yo habíamos acordado que pronto me mudaría a su mansión para continuar con el cuidado de las niñas. Sin embargo, aquí estaba, sentada en mi habitación, mirando fijamente a la nada, sin poder comprender qué me ocurría. Dejé escapar un suspiro largo y profundo mientras el aire frío de la madrugada rozaba mi rostro. Eran las cuatro de la mañana, y mis ojos se negaban a cerrarse. Quería dormir, lo necesitaba desesperadamente, pero simplemente no podía. Desde aquella vez me he sentido extraña, como si algo dentro de mí estuviera desconectado. A veces no tengo ganas de hacer nada, ni de ver a nadie. La cabeza me late como un tambor, como si un peso invisible estuviera aplastándome. Intenté levantarme de la cama, pero un mareo repentino me hizo tambalear y sujetarme al borde de la mesita de noche. Cuando me estabilicé, caminé lentamente hasta el baño. Frente al espejo, apenas reconocí mi reflejo. Mi rostro estaba pálido, las ojeras evidenci
Arthur.Miraba a mis hijas, tan pequeñas, de tres años de edad, y sin sentir ninguna emoción real. Eran idénticas a mí, pero con la piel más clara, cabello rubio y esos ojos azules que definitivamente venían de su madre. Aún así, no lograba conectar. Sus rostros reflejaban inocencia, pero mi mente estaba en otro lugar. Con un suspiro, salí de la habitación de ellas, me dirigí al salón donde estaba la niñera, quien inmediatamente notó mi mal humor. Me acerqué y, sin ocultar mi molestia, le hablé.—¿Qué cree que está haciendo aquí? ¿Para qué la contraté?—Señor, disculpe, lo que pasa es que… —intentó explicar mientras tartamudeaba, pero no la dejé continuar.—¿Qué? —le dije, elevando la voz—. Te contraté para cuidar a mis hijas, no para estar acostándote con el jardinero en mi mansión. ¡Lárgate! Tú y él. ¡Fuera de mi casa!La niñera bajó la cabeza, temblorosa. El jardinero se acomodaba la camisa, claramente incómodo. Ambos intentaron disculparse.—Por favor, señor, no lo volveré a hacer
Lía.Estaba revisando cada palabra del manuscrito que había preparado para la edición del nuevo libro del cual me inspire en escribir hace unas semanas. Finalmente, había escrito una historia de romance y odio, mezclando una venganza apasionada. La trama giraba en torno a un hombre que buscaba vengarse de una familia poderosa a través de la hija, y traté de plasmar cada detalle lo mejor posible. Este proyecto estaba destinado a una de las mejores editoriales, "Cervantes Publishing", donde yo trabajaba como editora.Cuando terminé, me levanté de mi escritorio, dejé todo organizado, tomé mi saco y salí. Mi asistente me había informado que el CEO quería verme, así que caminé hacia su oficina. Al llegar, respiré profundo y entré.—Muy buenas tardes, señor Elías —saludé.—Siéntese, señorita Lía —me respondió con un tono serio—. Necesitamos hablar.Algo en su voz me puso en alerta.—¿De qué se trata, señor? —pregunté, tratando de mantener la calma.—Es sobre los libros de algunas de las esc
LíaAbrí la puerta con fuerza, incapaz de contener el temblor en mis manos. Mis ojos se encontraron con los de José Luis y Bianca, y el aire en la habitación se volvió sofocante. La sorpresa en sus rostros solo aumentó mi rabia.—¿Cómo pudieron hacerme esto?— exclamé, mi voz quebrándose.—¿Cómo pudieron traicionar lo que teníamos? ¡Eran las dos personas en quienes más confiaba!José Luis intentó acercarse.—Lía, por favor, déjame explicarte…—¿Explicarme qué? ¡Lo que estoy viendo lo dice todo!— Mis palabras salieron entrecortadas mientras sentía el peso de la traición aplastando mi pecho. El dolor me recorrió el cuerpo como un golpe seco, rompiendo en pedazos cualquier esperanza que me quedaba de ellos.—Lo siento, Lía,—balbuceó Bianca, su mirada fija en el suelo. —Nos amamos… No queríamos que pasara así, pero es la verdad. José Luis y yo estamos juntos desde antes de que tú supieras lo que sentías por él.—¿Juntos?— La palabra me cortaba como un cuchillo. —¿Y me lo dices así? ¿Después
LíaMire al señor Elías, se notaba molesto, y su forma de hablarme era tan humillante, como era posible que creyera toda esta falsedad.—Por favor escúchame, yo no tengo nada que ver— Trate de explicarle.—Tengo suficientes pruebas—Declaro elevando las cejas.Niego nerviosa.—Deben ser falsas, señor Elías.El me miró molesto y sacó un folder.—Tenías pensado escribir un libro y imprimirlo aquí, para luego hacerte famosa.—Me quedé estupefacta, maldito José Luis.—Jamás fue mi intención, yo suelo escribir y eso no es nada malo, es algo legal.—No es así, eres una editora, que corrige no una escritora. Hiciste un seudónimo para subir tu libro y luego imprimirlo. Aquí, robaste 100 copias y que cree que pasará ahora.Niego y mis lágrimas no paraban de salir.—Señor Elias, le juro que yo no robe esas copias.—Ya te mi última palabras, entrega tu credencial y todo lo demás. La lleva del coche, y me vas a pagar todo esto mensual, pero por mi cuenta corre que nunca volverás a tratar en ningún
Arthur.Me desperté con el peso del cansancio acumulado en mis hombros y cuello. Al levantarme, me dirigí hacia el espejo y observé mi reflejo, notando las líneas de agotamiento que el estrés había dejado en mi rostro. Decidí darme una ducha en el jacuzzi, buscando alivio en el agua caliente mientras una de las criadas me masajeaba la espalda con suavidad.—Puedes retirarte —le ordené con un tono tranquilo, pero firme. Ya me sentía más relajado.—Sí, señor —respondió, pero se detuvo por un momento, como si quisiera decir algo más. Me miró directamente, sus ojos cargados de una mezcla de duda y curiosidad.—¿Por qué me miras así? Vete —ordené con un tono más frío, y al instante, la muchacha se retiró de la habitación. Ella era la hija de Lucía la ama de llaves, una joven bastante atractiva, lo admito. Hubo un tiempo en que consideré seducirla, llevarla a mi cama, pero luego lo pensé mejor. No podía permitirme involucrarme con los empleados. Sería una falta de respeto hacia mis hijas, a