Enzo.Estaba sentado en el sofá de la sala cuando Karina irrumpió como una tormenta. Su rostro estaba rojo de furia, y sus palabras, como flechas, me atravesaron sin piedad. —¿Cómo es posible que hayas hecho el ridículo en casa de tus padres? ¡Peleándote con la prometida de tu hermano! —dijo, agitando las manos como si quisiera golpearme con ellas. Levanté la mirada, cansado de su drama. —¿Y? ¿Qué importa? Esa mujer no es más que una niñera. No sé qué ve Arthur en ella —respondí con desdén. —Mira, Enzo, tú no eres nadie para tratar a las personas así. ¿Crees que humillarla te hace mejor? —Karina levantó la voz. Me puse de pie y me acerqué a ella, acortando la distancia entre nosotros. —No me hables como si tuvieras derecho a hacerlo. Yo trato a quien quiero como quiero. ¿Acaso no recuerdas que mi hermano no dejó a una buena mujer? —¡Esa mujer lo abandonó! No tienes idea de lo que hablas — espetó con incredulidad.—Estás loca, además eso a ti que te importa.Karina frunció e
ArthurHabía llegado a la casa algo cansado, pero con la esperanza de verla. Llamé varias veces durante el día, pero no hubo respuesta. Me preguntaba si seguía con sus padres o si simplemente había decidido ignorarme. La incertidumbre me molestaba más de lo que estaba dispuesto a admitir. Al entrar, saludé a mi madre, le di un beso en la mejilla y luego fui directo hacia mis gemelas, que jugaban alegremente con ella. Mi padre, como siempre, estaba absorto en su periódico, indiferente al caos o a la alegría a su alrededor. Era su forma de ser, y ya me había acostumbrado.—¿Ha venido Lía? —le pregunté a mi madre mientras observaba cómo las niñas construían una torre de bloques.—No, hijo. Pensé que irías por ella a casa de sus padres —respondió sin apartar la vista de las pequeñas.—Quedamos en que me avisaría —murmuré, más para mí que para ella—. Pero no llamó. Decidí no ir para darle espacio. Quizás me avise luego...Mientras hablaba, intentaba justificarme. Era difícil admitir que no
Lía Me encontraba al borde de un abismo emocional, con una mezcla de deseos contradictorios que me desgarraban por dentro. Quería salir corriendo, gritar hasta quedarme sin voz, llorar hasta que mis lágrimas secaran por completo mi angustia. Pero no podía. No aún. Las palabras del médico seguían resonando en mi cabeza, como un eco persistente que no me dejaba en paz. Una masa acumulada en mi cerebro, había dicho. Necesitaba hacerme más exámenes para determinar su naturaleza. Pero el solo hecho de saber que algo extraño crecía dentro de mí ya era suficiente para sumirme en el caos. Cerré los ojos, intentando calmar mi respiración. No entendía cómo había llegado a este punto. Tal vez era el resultado de tantos años trabajando sin descanso, con el estrés acumulándose como una tormenta silenciosa. Y de no ser por aquel golpe que sufrí meses atrás, probablemente habría seguido ignorando las señales de mi cuerpo. Fue entonces cuando el dolor comenzó, un dolor que ya no podía ignorar y qu
LíaMe quedé de piedra, procesando todavía lo que había escuchado. La posibilidad de que estuviera embarazada me parecía imposible, y más aún si estaba enferma. Era una idea absurda, pero no podía evitar que rondara en mi cabeza. Sin embargo, no tenía ningún síntoma de embarazo. Solté un largo suspiro, tratando de despejar mi mente, y esbocé una sonrisa amplia. No quería preocupar a la madre de Arthur, quien me observaba con una mirada inquisitiva. Le dije que solo era estrés acumulado por mi trabajo con los libros, y ella pareció entender. Después de terminar el desayuno, subí con las niñas. Pasamos un rato relajadas: tomaron un jugo mientras yo les enseñaba los colores, el abecedario, y les expliqué la diferencia entre letras mayúsculas y minúsculas. Me encantaba enseñarles; ver sus caritas iluminadas por la curiosidad me llenaba el corazón. Estábamos terminando cuando mi teléfono sonó. Era Arthur. —¿Cómo estás, amor? —me preguntó con su voz cálida. —Bien, aquí con las niñas
ArthurAl recibir la llamada de mi madre, sentí un nudo en el estómago. Apenas pude procesar lo que decía antes de ordenar a Miguel que me llevara a la mansión. ¿Cómo era posible que Nadia, volvieran aparecer. Y peor aún, ¿con qué propósito? Sus palabras resonaban en mi cabeza: “Estoy enferma”. Pero no podía simplemente tomar eso como verdad sin averiguarlo por mí mismo. Qué debería de hacer, mamá me dijo que sí esta enferma, pero eso aún no convence.Después de media hora de trayecto, llegamos. No esperé a que Miguel abriera la puerta; salí apresuradamente. Mi corazón martillaba en mi pecho. Entré al salón y ahí estaban: mi madre, mi padre… y Nadia. Ella lloraba, abrazándose las rodillas, con el rostro visiblemente afectado. Me acerqué molesto, con ganas de echarla, pero debía escucharla como me lo pidió mi madre.—Buenas tardes —dije, con un tono cortante—. ¿Qué haces aquí, Nadia? ¿Ahora vienes con la misma historia de que estás enferma?Mi madre intentó intervenir, pero Nadia levan
Nadia.Mi móvil sonó, mostrando un número desconocido. Sin duda era Arthur. Respiré profundo, preparándome para el papel que debía interpretar. Respondí con la voz disfrazada de fragilidad, como si estuviera gravemente enferma.—Aló, diga.—Soy Arthur —dijo sin rodeos—. Te espero mañana en la mansión. Puedes venir a pasar el tiempo que te queda con las niñas. Los meses que... te restan de vida.Contuve una carcajada que amenazaba con escapar.—Gracias, Arthur, por todo. Espero no ser demasiada carga para ti —respondí con una dulzura que sabía que tocaría su fibra más vulnerable.Escuché su suspiro al otro lado de la línea antes de que hablara nuevamente.—No lo serás. Te veo mañana. Buenas noches.Al colgar, cubrí mi boca con ambas manos, sofocando un grito de alegría. Apenas pude contenerme antes de estallar en carcajadas. Al girar, Enzo, mi cuñado, me miraba divertido desde la cama, sosteniendo dos copas de vino.—¡Lo logramos! —grité mientras brindábamos.Habíamos hecho el amor var
LíaMi mente era un torbellino de pensamientos mientras observaba el majestuoso jardín de la mansión, las niñas estaban jugando y yo seguía turbando mis cavilaciones sin saber que decisión tomar. La llegada de Nadia lo había cambiado todo. Me sentía fuera de lugar, como una pieza de un rompecabezas que ya no encajaba. Deseaba irme cuanto antes, pero entonces pensaba en las gemelas. ¿Sería posible que se acostumbraran a estar con su madre después de tanto tiempo? ¿Las trataría bien? Un sinfín de preguntas rondaba mi cabeza, todas sin respuesta, todas dejando una carga pesada en mi pecho. ¿Que pasara con Arthur, volverá ese amor por ella, al descubrir que ella no los abandono? O será que Nadia también regreso para recuperar a Arthur.Estaba sumida en mis pensamientos cuando escuché la voz dulce de Ayla, interrumpiendo el silencio.—Mami Lía, ¿por qué estás triste? —preguntó con inocencia mientras se acercaba, seguida de Leyla. Ambas me miraron con expresiones de preocupación.Ya podía d
LíaEsta hastiada de su actitud. No esperaba verla, mucho menos escuchar el tono con el que empezó a hablarme. Su actitud era tan prepotente que se notaba que sabía fingir, al conocerla aquella vez en el restaurante, ya le conocía su mala actitud, pero esta vez fue más lejos y me pregunté donde se encontraba aquella que vino llorando hace unos días diciendo que pronto iba morir.—Pequeñas quédense con su mami, debo ir a ver unas cosas adentro.— Las nenas no querían sin embargo no quería seguir escuchando las especulación de esta loca. Las niñas asintieron sentándose en la banca, caminé buscando como irme pero ella me sostuvo de mi brazo. Y la miré de mala manera.—Señora, no tengo su tiempo, debería calmarse, las niñas están presentes.—¿Cómo eres capaz de hablarme así? —me soltó, llevándose la mano a la cabeza y fingiendo una tos exagerada.La miré incrédula. No entendía cómo alguien podía tener tanto descaro. Antes de que pudiera responder, las niñas se acercaron rápidamente a mí. Su