Lía Me encontraba al borde de un abismo emocional, con una mezcla de deseos contradictorios que me desgarraban por dentro. Quería salir corriendo, gritar hasta quedarme sin voz, llorar hasta que mis lágrimas secaran por completo mi angustia. Pero no podía. No aún. Las palabras del médico seguían resonando en mi cabeza, como un eco persistente que no me dejaba en paz. Una masa acumulada en mi cerebro, había dicho. Necesitaba hacerme más exámenes para determinar su naturaleza. Pero el solo hecho de saber que algo extraño crecía dentro de mí ya era suficiente para sumirme en el caos. Cerré los ojos, intentando calmar mi respiración. No entendía cómo había llegado a este punto. Tal vez era el resultado de tantos años trabajando sin descanso, con el estrés acumulándose como una tormenta silenciosa. Y de no ser por aquel golpe que sufrí meses atrás, probablemente habría seguido ignorando las señales de mi cuerpo. Fue entonces cuando el dolor comenzó, un dolor que ya no podía ignorar y qu
LíaMe quedé de piedra, procesando todavía lo que había escuchado. La posibilidad de que estuviera embarazada me parecía imposible, y más aún si estaba enferma. Era una idea absurda, pero no podía evitar que rondara en mi cabeza. Sin embargo, no tenía ningún síntoma de embarazo. Solté un largo suspiro, tratando de despejar mi mente, y esbocé una sonrisa amplia. No quería preocupar a la madre de Arthur, quien me observaba con una mirada inquisitiva. Le dije que solo era estrés acumulado por mi trabajo con los libros, y ella pareció entender. Después de terminar el desayuno, subí con las niñas. Pasamos un rato relajadas: tomaron un jugo mientras yo les enseñaba los colores, el abecedario, y les expliqué la diferencia entre letras mayúsculas y minúsculas. Me encantaba enseñarles; ver sus caritas iluminadas por la curiosidad me llenaba el corazón. Estábamos terminando cuando mi teléfono sonó. Era Arthur. —¿Cómo estás, amor? —me preguntó con su voz cálida. —Bien, aquí con las niñas
ArthurAl recibir la llamada de mi madre, sentí un nudo en el estómago. Apenas pude procesar lo que decía antes de ordenar a Miguel que me llevara a la mansión. ¿Cómo era posible que Nadia, volvieran aparecer. Y peor aún, ¿con qué propósito? Sus palabras resonaban en mi cabeza: “Estoy enferma”. Pero no podía simplemente tomar eso como verdad sin averiguarlo por mí mismo. Qué debería de hacer, mamá me dijo que sí esta enferma, pero eso aún no convence.Después de media hora de trayecto, llegamos. No esperé a que Miguel abriera la puerta; salí apresuradamente. Mi corazón martillaba en mi pecho. Entré al salón y ahí estaban: mi madre, mi padre… y Nadia. Ella lloraba, abrazándose las rodillas, con el rostro visiblemente afectado. Me acerqué molesto, con ganas de echarla, pero debía escucharla como me lo pidió mi madre.—Buenas tardes —dije, con un tono cortante—. ¿Qué haces aquí, Nadia? ¿Ahora vienes con la misma historia de que estás enferma?Mi madre intentó intervenir, pero Nadia levan
Nadia.Mi móvil sonó, mostrando un número desconocido. Sin duda era Arthur. Respiré profundo, preparándome para el papel que debía interpretar. Respondí con la voz disfrazada de fragilidad, como si estuviera gravemente enferma.—Aló, diga.—Soy Arthur —dijo sin rodeos—. Te espero mañana en la mansión. Puedes venir a pasar el tiempo que te queda con las niñas. Los meses que... te restan de vida.Contuve una carcajada que amenazaba con escapar.—Gracias, Arthur, por todo. Espero no ser demasiada carga para ti —respondí con una dulzura que sabía que tocaría su fibra más vulnerable.Escuché su suspiro al otro lado de la línea antes de que hablara nuevamente.—No lo serás. Te veo mañana. Buenas noches.Al colgar, cubrí mi boca con ambas manos, sofocando un grito de alegría. Apenas pude contenerme antes de estallar en carcajadas. Al girar, Enzo, mi cuñado, me miraba divertido desde la cama, sosteniendo dos copas de vino.—¡Lo logramos! —grité mientras brindábamos.Habíamos hecho el amor var
LíaMi mente era un torbellino de pensamientos mientras observaba el majestuoso jardín de la mansión, las niñas estaban jugando y yo seguía turbando mis cavilaciones sin saber que decisión tomar. La llegada de Nadia lo había cambiado todo. Me sentía fuera de lugar, como una pieza de un rompecabezas que ya no encajaba. Deseaba irme cuanto antes, pero entonces pensaba en las gemelas. ¿Sería posible que se acostumbraran a estar con su madre después de tanto tiempo? ¿Las trataría bien? Un sinfín de preguntas rondaba mi cabeza, todas sin respuesta, todas dejando una carga pesada en mi pecho. ¿Que pasara con Arthur, volverá ese amor por ella, al descubrir que ella no los abandono? O será que Nadia también regreso para recuperar a Arthur.Estaba sumida en mis pensamientos cuando escuché la voz dulce de Ayla, interrumpiendo el silencio.—Mami Lía, ¿por qué estás triste? —preguntó con inocencia mientras se acercaba, seguida de Leyla. Ambas me miraron con expresiones de preocupación.Ya podía d
LíaEsta hastiada de su actitud. No esperaba verla, mucho menos escuchar el tono con el que empezó a hablarme. Su actitud era tan prepotente que se notaba que sabía fingir, al conocerla aquella vez en el restaurante, ya le conocía su mala actitud, pero esta vez fue más lejos y me pregunté donde se encontraba aquella que vino llorando hace unos días diciendo que pronto iba morir.—Pequeñas quédense con su mami, debo ir a ver unas cosas adentro.— Las nenas no querían sin embargo no quería seguir escuchando las especulación de esta loca. Las niñas asintieron sentándose en la banca, caminé buscando como irme pero ella me sostuvo de mi brazo. Y la miré de mala manera.—Señora, no tengo su tiempo, debería calmarse, las niñas están presentes.—¿Cómo eres capaz de hablarme así? —me soltó, llevándose la mano a la cabeza y fingiendo una tos exagerada.La miré incrédula. No entendía cómo alguien podía tener tanto descaro. Antes de que pudiera responder, las niñas se acercaron rápidamente a mí. Su
Lía —¿Que desea señora?—inquiri bufando.—Uh, veo que tienes a mis suegros en la palma de tu mano— Insinuó con una sonrisa cargada de intención.— No es como lo insinúas, pero los he ganado, además no son tus suegros, son los míos. Ahora me puedes dejar sola, estoy muy ocupada. — Le dije en tomó firme y directo.—Deberías ser consciente de mi enfermedad y dejarme vivir mis últimos días en un ambiente tranquilo.— murmuró bajando la mirada. ¿Ahora a que viene eso?—Quédate tranquila, sin embargo no pienso alejarme de Arthur, y las niñas las quiero mucho por esa razón las seguiré visitando. —No te importa que en cualquier momentos me voy a morir.Volvió a repetir con una voz que parecía rota, pero también cargada de algo que no podía descifrar: ¿resentimiento, tristeza, o ambas?—Lo lamento.— mencioné sincera.—No sé cuánto tiempo me queda, tres, cuatro meses... tal vez menos —continuó Nadia—. Y parece que no estás consciente de eso. Mis hijas no quieren estar conmigo porque están encar
ArthurMientras me vestía para ir a dejar a la Lía, sentía un nudo en el estómago. No quería que ella se fuera, aunque sabía que no era definitivo."No será mucho tiempo", me repetía, como si esas palabras pudieran calmar el vacío que anticipaba. Sin embargo, no podía evitar pensar en mis hijas. Ellas adoraban a Lía, pero desde que se tomó la decisión de que se quedaría un tiempo con sus padres, habían cambiado. Lucrecia me dijo que las niñas lloraban en su habitación y que se negaban a acercarse a Nadia. Las comprendía, aunque no justificaba su actitud de ellas. Por otro lado yo también me sentía desmoronado, pero no era culpa de Lía; solo era una decisión complicada, ella quería darle espacio a Nadia, para que se acercara a las gemelas. Me dolía el corazón alejarme de ella por estos meses.Deje mis cavilaciones a un lado, al terminar de prepararme, fui a su habitación. Lía ya estaba lista. Nos miramos, y en ese instante se sintió como si el tiempo se detuviera. Después, ella lloró e