32. Él IMBÉCIL REGRESO.
Lia.

Todo pasó tan rápido que apenas tuve tiempo para reaccionar. Ahí estaba José Luis, de pie frente a mí, sudoroso, con una mezcla de desesperación y arrepentimiento en la mirada. Era la primera vez que lo veía en más de un año, desde que lo eché de mi vida y pensé que jamás lo volvería a ver. Pero el muy cobarde había vuelto, y ahora rogaba ayuda. ¡Qué descaro!

—Lía, por favor, escúchame… Tenemos que hablar —me suplicó, con una voz que alguna vez fue capaz de derretirme, pero que ahora me daba náuseas.

—¿Hablar? ¿Tú y yo? —le respondí con desdén, cruzándome de brazos para no dejarme llevar por la ira—. ¿Qué tendríamos que hablar tú y yo, José Luis? Ya no tenemos nada que decirnos. Eres un maldito.

—Yo… yo te amo, Lía. Siempre lo he hecho —balbuceó, tratando de acercarse, pero retrocedí instintivamente, como si el simple hecho de tocarlo fuera suficiente para ensuciarme.

—¿Amor? ¿Tú no sabes nada del amor! —le grité, mi voz temblaba de rabia. Mi mente se llenó de todos esos momentos
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