Arthur.
Me desperté con el peso del cansancio acumulado en mis hombros y cuello. Al levantarme, me dirigí hacia el espejo y observé mi reflejo, notando las líneas de agotamiento que el estrés había dejado en mi rostro. Decidí darme una ducha en el jacuzzi, buscando alivio en el agua caliente mientras una de las criadas me masajeaba la espalda con suavidad.
—Puedes retirarte —le ordené con un tono tranquilo, pero firme. Ya me sentía más relajado.
—Sí, señor —respondió, pero se detuvo por un momento, como si quisiera decir algo más. Me miró directamente, sus ojos cargados de una mezcla de duda y curiosidad.
—¿Por qué me miras así? Vete —ordené con un tono más frío, y al instante, la muchacha se retiró de la habitación. Ella era la hija de Lucía la ama de llaves, una joven bastante atractiva, lo admito. Hubo un tiempo en que consideré seducirla, llevarla a mi cama, pero luego lo pensé mejor. No podía permitirme involucrarme con los empleados. Sería una falta de respeto hacia mis hijas, a quienes, a pesar de todo, amo profundamente. Ellas no tienen la culpa de la clase de madre que les tocó, pero aún así, no he logrado entregarles todo mi cariño como debería.
Salí del jacuzzi y me dirigí a la ducha, permitiendo que el agua fría terminara de despertar mis sentidos. Al terminar, me sequé con una toalla suave y me puse una ropa ligera. Hoy me tocaba ir a jugar golf, así que seleccioné un reloj de marca, me apliqué un poco de perfume de mis mejores colecciones, y ya listo, me dirigí hacia la habitación de mis hijas.
Toqué la puerta y fue Lucrecia, mi nana quien me abrió.
—Buenos días, señor —saludó inclinando ligeramente la cabeza.
—Buenos días, ¿y las niñas? —pregunté.
—La niña Ayla está dormida, y la niña Layla ya la estoy preparando —respondió con calma.
—Voy a entrar —le dije.
—Sí, señor —contestó con rapidez, apartándose para dejarme pasar.
Entré y la pequeña me miró con sus ojos soñolientos.
—Buenos días, papi —murmuró con un tonito apenas audible, todavía medio dormida.
—Buenos días, cariño —le respondí mientras le acariciaba el cabello. Me acerqué a mi otra hija, que dormía profundamente. Observé cómo su pecho subía y bajaba con cada respiración, en paz, ajena a mis preocupaciones.
—A partir de esta semana —le dije a Lucrecia—, quiero que ambas niñas se levanten a la misma hora. No quiero que una esté en el comedor a una hora y la otra después. Quiero que eduques bien a las niñas mientras encuentro una maestra y una niñera adecuada.
—Es un poco complicado, señor. Son muy pequeñas —respondió Lucrecia con una voz temerosa.
—Lucrecia —la interrumpí—, que lleves años trabajando aquí no te da derecho a cuestionar mis decisiones. Recuerda, eres mi nana pero no la de ellas. Lo que quiero es que sean niñas educadas y responsables, tu me educaste muy bien, no hay diferencia.
—Lo siento, señor, haré lo que sea necesario —dijo rápidamente.
—Vamos a probar. A partir de la próxima semana tendrán que levantarse temprano. Recuerda que pronto empezarán el kínder —le advertí, mientras ella asentía.
—Sí, señor —respondió Lucrecia, claramente nerviosa.
—Bien. Baja con ellas al desayuno cuando la pequeña despierte —le ordené antes de salir de la habitación y dirigirme al comedor.
Una vez allí, toqué la campanilla para que empiecen a traer el desayuno al instante, los empleados comenzaron a aparecer, inclinando la cabeza en señal de respeto. Con un simple gesto de mi mano, les indiqué que se retiraran. Me quedé esperando unos minutos, observando cómo poco a poco mi desayuno era colocado sobre la mesa. Finalmente, los empleados de la cocina me sirvieron un banquete digno de mi posición. A simple vista, podría parecer que no como mucho, pero la verdad es que disfruto cada uno de los tres tiempos de comida como un rey. No escatimo en nada cuando se trata de mi alimentación.
***
Me encontraba en el campo de golf, negándome al principio a participar en el juego de hoy. Sin embargo, tras insistencias y cortesías, me uní. Al ver a Adriano, me acerqué con una sonrisa relajada.
—Buenos días, Arthur —me saludó.
—Buenos días, Adriano. ¿Qué tal? —respondí con la misma cortesía.
—Entonces, ¿viniste preparado para la derrota? —mencionó en tono de broma.
—No hermano. Bueno, en parte sí, pero soy yo quien te va a derrotar. —Reímos y nos dirigimos al campo.
Nos unimos al grupo de amigos, quienes ya habían abierto una botella de vino. Aunque no suelo beber en este tipo de reuniones, acepté una copa por educación, pero después de un sorbo, se la entregué a mi chofer.
—Tómatelo, si quieres —le dije, y asintió antes de beberla de un solo trago.
Mientras la partida avanzaba, me concentré en el tiro. El sonido del palo de golf chocando con la pelota resonó y el golpe fue preciso. Sentí la tensión en el aire y supe que lo había hecho bien. Todos me miraban. Adriano soltó una risa mientras veía cómo la pelota llegaba al hoyo.
—Te dije, Adriano, nuevamente he ganado.
—Vaya, así que eres un experto —respondió con una sonrisa divertida.
Luego, mientras los demás seguían jugando, me quedé de pie, observando y pensando. Adriano se me acercó.
—¿Todo bien, hermano?
—Bueno... en parte. Ando en busca de una niñera para mis hijas y también de una educadora infantil.
—Vaya, eso suena complicado. Pero fíjate que te puedo ayudar. Tengo a la persona ideal, es muy inteligente. Incluso puede hacer ambos trabajos, niñera y educadora. Le doblarías el sueldo.
—¿Tú crees que pueda hacerlo todo a la vez? Pero por favor, no me consigas otra que sea problemática. La última que contraté se estaba acostando con el jardinero. ¡Imagínate!
—Vaya, eso es un caos, Arthur —Adriano se echó a reír—. Pero no te preocupes. Esta chica es muy seria. No creo que se comporte así, solo que es enojada cuando algo no le parece.
—No necesito a alguien con problemas de actitud.
—Tranquilo, hermano. Ella es fuego, pero tú eres hielo. Será perfecto.
—Deja tus juegos. Está bien, contáctala por mí.
Adriano me contó más detalles sobre la chica. Era editora en una de las mejores editoriales del país, pero fue involucrada en un fraude del que era inocente. Le pusieron una trampa, y ahora no puede encontrar trabajo. Su situación me pareció complicada, pero si Adriano confiaba en ella, le daría una oportunidad.
Cuando terminó el juego, regresé a mi mansión. Apenas llegué, noté varias llamadas perdidas de Stephanie. Sabía qué quería.
—Stephanie, ¿qué tanto insistes en llamar? —dije, exasperado.
—Querido, deseo verte.
—¿Verme? ¿Dónde estás ahora mismo?
—En el Penthouse—Mencionó con voz seductora.
—Espérame, llegaré. Pero deja de insistir.
—Te espero, cariño.
—No soy tu cariño —respondí fríamente y colgué la llamada.
Subí a mi habitación y me dejé caer en la cama. Estaba agotado. Adriano había prometido ayudarme con lo de la niñera, y realmente esperaba que lo hiciera pronto, eso ya era un tema que me tranquilizó. Me levanté y me dirigí a la ducha. El agua caliente ayudó a relajarme. Al terminar, me puse uno de mis mejores trajes. Oscuro, con un corte perfecto, de una de las marcas más exclusivas. Nada menos que un Tom Ford, elegante, sobrio.
—Miguel, vamos —le dije a mi chofer.
—¿A dónde lo llevo, señor?
—Al Penthouse de Stephanie.
Subimos al coche, un Rolls Royce Phantom, negro como la noche, lujoso y con un interior impecable. Sentí el confort mientras el motor ronroneaba suavemente bajo nosotros. Al llegar al Penthouse, marqué el código y entré.
Ahí estaba Stephanie, vestida de manera extravagante, como a mí me gustaba. Se acercó con una copa de vino en la mano y me ofreció.
—¿Cómo estás? —preguntó, con esa sonrisa juguetona que conocía tan bien.
—Aquí, viéndote —respondí con frialdad.
Ella sonrió más, me dio un beso y dijo:
—Sabes muy bien que esta noche te haré olvidar todo tu estrés.
Chocamos nuestras copas, y en silencio, nos dirigimos a su habitación, donde sabía que, al menos por un momento, podría dejar de lado todas mis preocupaciones. Stephanie White, era una mujer con la que pasaba más noche, no sentíamos nada más que placer.
Lía.Si yo tuviera magia, hubiera visto este futuro, lo que me iba a acontecer, para así poder prevenirlo. Pero lamentablemente no soy ninguna mujer poderosa, ni siquiera alguien que pueda prever lo que sucederá. Ahora, estoy atrapada en esta desgracia. Han pasado meses desde que dejé la editorial, desde que prácticamente quedé en la calle. Por suerte, aún tengo mi cama, mi pequeña residencia. Desde aquel momento, las cosas no han estado bien para mí.Mis padres, especialmente mi padre, estaba empeorando. Él tenie problemas del corazón, y su salud se había deteriorado cuando todo ocurrió. Sin embargo, jamás dejó de creer en mí cuando le dije que no había cometido ese fraude, que fue José Luis el culpable. Pero desgraciadamente, él huyó, llevándose consigo no solo todo lo que era mío, sino también mi nombre y reputación. Creo que pasé llorando más de un mes, sintiendo cómo cada desgracia me caía encima. Dejé de escribir. No quería usar el mismo seudónimo, y no deseaba seguir en el mism
Lía.Entré en la habitación de mi padre con una mezcla de alivio y angustia. Lo vi recostado, aunque su semblante había mejorado notablemente desde la última vez. Sus ojos cansados me encontraron, y a pesar del dolor y las marcas de la enfermedad, me regaló una sonrisa que siempre lograba calmarme, aunque fuera un poco.—Gracias a Dios ya te sientes mejor, papá —le dije, intentando sonar positiva.—Sí, hija, con tu ayuda hemos logrado completar algunos tratamientos, aunque falta mucho —contestó con voz baja, pero firme—. ¿Y tú cómo estás? Tu madre me dice que pasas horas sin dormir...Suspiré, intentando no preocuparlo más de lo necesario.—Ay, papá, por favor, no le pongas tanto peso a eso.—No quiero que estés pasando por todo esto, hija —me interrumpió—. Sufres mucho y no puedo soportar verte así, cargando con todo. Es mi responsabilidad, no la tuya.—Papá, por favor, no te alteres —le respondí rápidamente—. Ya lo sabes, no quiero que pienses en eso. Yo soy tu hija, la única que ti
ArthurCuando terminó la reunión, sentí que todo quedó en el aire con esa invitación de parte de mi hermano, era un almuerzo por el cumpleaños de su hijo. En el fondo, no quería salir ni para reuniones familiares. Estaba harto de su arrogancia, pero claro, era el cumpleaños de su hijo y, según él, no podíamos faltar, ni mis hijas ni yo. Dudo que las llevaría, no quería generar más problemas, así que le dije que sí, que asistiríamos. Por dentro, lo último que quería era ver su cara, ni la de su mujer, y mucho menos la de su hijo.Al llegar a casa, le pedí al chofer que buscara un regalo para el “jovencito”. No quería ni pensar en qué comprarle, así que le di instrucciones claras: —Un reloj de calidad, de los mejores. Busca algo en Rockefeller, allí tienen las mejores joyerías— Él asintió sin más, dejándome en la mansión antes de ir a cumplir con el encargo.Entré y noté que todos estaban de pie, con esa formalidad que ya me resultaba agotadora. Lo único que quería era ir a mi habitación
Lía Estaba tan nerviosa que no pude evitar morderme el labio. Todo a mi alrededor irradiaba lujo y sofisticación. Frente a mí se extendía una mansión, con una arquitectura impresionante. Era tan elegante que no sabía qué palabra usar para describirla ¿exótica, opulenta? Cuando llegamos al jardín, me di cuenta de que la entrada estaba decorada con mármol y marfil, todo en perfecto orden y deslumbrante.—¿Estás bien?—me preguntó Adriano, sacando de mi asombro, él me mira con una sonrisa tranquila en el rostro. Solté un suspiro, intentando calmarme.—Un poco nerviosa—, respondí mientras miraba a mi alrededor. —Solo espero que todo salga bien aquí. ¿Crees que tendré que usar delantal?—, le pregunté, tratando de aliviar la tensión con algo de humor.Él se rió suavemente. —No lo creo.En ese momento, el mayordomo abrió la puerta y nos indicó que pasáramos. El interior no era menos impresionante. Entramos en un inmenso salón y no podía dejar de admirar cada detalle. Había un enorme cuadro
ArthurEstaba consternado, caminando de un lado a otro por el pasillo del hospital, sin saber qué estaba ocurriendo con mi pequeña. Lo único que sabía es lo que esa chica me había dicho.Su apéndice se le había roto por dentro. Pero, ¿cómo pudo sucederle algo así? Solo tiene cuatro años. ¿Cómo es posible que haya sufrido de esa manera? No lo entendía, y no podía dejar de pensar en ello. Sentía un dolor en el pecho, en el alma. Era como si fuera a colapsar al verla en ese estado.La frustración me consumía, con la vida, con esa maldita mujer... con todo. A veces pensaba que si pudiera encontrarla, le dispararía sin pensarlo. Pero me contuve. No quería que esos pensamientos me dominaran, especialmente cuando vi al médico salir por la puerta.—¿El familiar de la pequeña? —preguntó, mientras miraba alrededor.—Aquí, soy su padre. Soy Arthur Zaens.—Mucho gusto, señor. —El médico se me acercó con una mirada seria—. Por suerte la han traído a tiempo. Efectivamente, como dijo la señorita, la
LíaMe quedé helada cuando escuché a la niña llamarme de esa manera, confundida y conmocionada. Era evidente que estaba delirando; lo vi en su pequeño rostro pálido y en la manera en que suspiraba débilmente antes de volver a cerrar los ojos. Me quedé junto a su cama por un buen rato, sin poder apartar la vista de ella, preguntándome qué estaría soñando en ese momento. Media hora más tarde, entró su padre en la habitación. Su mirada era indescriptible, como si intentara leer cada uno de mis pensamientos. Me sentí cohibida, como si sus ojos fueran capaces de ver más allá de lo que yo estaba dispuesta a mostrar. Mis labios temblaron levemente antes de que decidiera morderlos, tratando de controlar mi nerviosismo.—Señor Arthur,— Comencé, sintiendo la necesidad de romper ese silencio incómodo, —cuando le den el alta a la niña, no se preocupe, yo la cuidaré muy bien. Por ahora, iré a casa, pero regresaré a la mansión o vendré aquí, lo que usted prefiera.Él me miró, un destello de arrogan
Arthur Todo estaba en su sitio, la habitación lista para mi hija mientras se recuperaba. Dos enfermeras a su cuidado y el pediatra junto al medico cirujano. A pesar de lo reciente de la cirugía, la veía sonreír, aunque a veces su pequeño rostro se arrugaba de dolor. Le di un beso suave en la mejilla, y luego llamé a Lucrecia, mi nana.—Lucrecia, necesito que le pongas atención a la niñera —dije con tono serio, manteniendo la vista en mi hija—. Ella parece buena en su trabajo, fue gracias a su rápida reacción que supe que Ayla necesitaba la cirugía de urgencia. Pero es… algo especial, por decirlo de alguna forma.Lucrecia, siempre calmada, levantó una ceja.—¿Especial? —preguntó con una sonrisa de ligera curiosidad.—Sí, especial. Quiero decir, es un poco arrogante y odiosa. Sólo vigílala, no quiero que maltrate a mis hijas —añadí, algo molesto por la risa de Lucrecia.—Mi niño, no creo que sea de ese tipo —respondió con una risita amable—. Se ve educada y tranquila.—Bueno, si tú lo
LíaNo podía creer lo que acababa de pasar. Mis pensamientos daban vueltas mientras trataba de asimilar que el señor Arthur había escuchado cuando le llamé ogro. Lo vi fijamente, esperando una reacción más fuerte, pero simplemente negó con la cabeza, sin decir nada. Me sentí tonta. La pequeña me miró con curiosidad antes de encogerse de hombros, como si no entendiera la tensión en el aire. Arthur no dijo más y se marchó a su habitación, dejándome sola con mis pensamientos y una sensación de vergüenza.Cuando la niña terminó su atolillo, la enfermera comenzó a limpiarle la herida. Decidí salir del cuarto, pensando que pronto su padre vendría a verla, y lo último que quería era enfrentarme a otro reproche por mi lengua suelta. Solté un suspiro cuando cerré la puerta detrás de mí. “Qué locura”, pensé mientras caminaba por el pasillo.Ya eran mas de las diez de la noche, termine mi labor después de dejar a las niñas dormidas, pero me quedé un rato con Ayla, luego al ver que la enfermera d