¿Qué harías si después de tanto trabajo, decides ir a beber, y despiertas en la cama matrimonial de hotel, junto a un hombre que conoces a la perfección? Keila Huxely, hizo lo único más inteligente y prudente que había pasado por su mente, en ese momento. Huir como cobarde, y hacer como si nada pasó, dejando en el lugar algunas cosas más, entre ellas, un anillo que pertenecía a su ex novio. Enzo Mondragón, es un déspota, un imbécil, un tirano como jefe. Un hombre egocéntrico y perfeccionista. Dueño de una empresa de tecnología a nivel mundial, y en lo que va del mes, ha despedido a cuatro asistentes que ni siquiera completaron su semana. Lamentablemente, Keila cayó en sus garras, y le está yendo regularmente bien en los dos días que va en su nuevo puesto; sin embargo, con lo que ha pasado, duda mucho de continuar. Es más, ni siquiera sabe si debería asistir. —Soy una profesional. Estoy segura que ni recuerda lo que pasó — pensó. Claramente, Enzo si recordaba, pero al verla no decir nada y, actuar como si lo que tuvieron no tuviera importancia, decidió hacerla sufrir, de la única manera que conocía. Trabajo. Acompáñenme a esta nueva aventura, de una historia que te hará experimentar varios sentimientos, como la ira, el dolor, desesperación y amor como nunca antes.
Leer másEpílogo. EPÍLOGO El despacho del abogado estaba impregnado de tensión cuando Lorena y Cristhian se encontraron para abordar el tema del divorcio. Las palabras resonaban en el aire, las emociones crudas e irreconciliables salpicaban cada intercambio. Cristhian, aún reacio, se aferraba a la idea de un amor que parecía desmoronarse entre sus dedos. — ¿Por qué tanto apuro en divorciarte de mí? — cuestionó por milésima vez, sacando de quicio a la mujer. — ¿Qué diablos te pasa, Cristhian? Esto es lo que querías — gritó de repente —. ¿O acaso quieres continuar humillándome? ¿No te basta con amar a mi mejor y la esposa de tu mejor amigo? ¿No te basta con salir besándote con una modelo, mientras yo te preparaba la cena? — Las lágrimas no tardaron en abordar en los ojos de la joven —. ¿Crees que quiero esto? ¿Qué no te amo? Me enamoré de ti desde el primer instante, pero tu corazón no me pertenece, y yo no voy a pelear por un amor que no me corresponde. — Te he pedido un millón de veces por
El ajetreo de un centro comercial moderno, envolvía a Keila y su mejor amiga, quien había llegado desde París gracias a la invitación de su jefe. La luz brillante de las tiendas y la risa animada de los compradores creaban un ambiente bullicioso y lleno de vida. Sin embargo, en el corazón de Keila, había una noticia que transformaría su mundo.Lorena quien ya se había dado cuenta del comportamiento de su amiga quiso intervenir, pero dejó que ella decidiera contarle, sea lo que sea, le esté sucediendo.Ambas mujeres paseaban por las tiendas, explorando los estilos y colores de ropa de bebé que llenaban los escaparates. Keila, con una sonrisa apenas contenida, seleccionaba con cuidado algunas prendas adorables, imaginando la ternura que emanarían.— Hay algo que quiero contarte —dijo Keila a su amiga, la emoción titilando en sus ojos.La amiga, aún ajena a la noticia, asintió con curiosidad, aunque ciertamente, comenzaba a sospechar.— Dime, ¿qué sucede?Keila sostuvo la ropita de bebé
La noche caía con una oscuridad opresiva sobre la aldea, mientras Augusto y sus hombres avanzaban como sombras en busca de la mujer que él culpaba por la muerte de su padre. La mente de Augusto estaba envuelta en una tormenta de odio y obsesión, y el bosque parecía susurrar sus propios temores.Los aldeanos, ajeno al peligro inminente, seguían sus actividades cotidianas. Pero la calma estaba a punto de romperse. En un momento de descontrol, Augusto emitió la orden de atacar, y sus hombres avanzaron como una marea oscura, invadiendo la paz que reinaba en la aldea.— No nos entienden. Búsquenla hasta por debajo de las piedras.Gritos de angustia resonaron en el bosque cuando los aldeanos, indefensos y sorprendidos, enfrentaron la furia de los hombres de Augusto. Casas fueron saqueadas, y la desesperación se apoderó del lugar que, hasta hace poco, era un refugio seguro.En medio de la confusión y el caos, Keila se esforzaba por mantenerse oculta. Sus ojos reflejaban el terror mientras ob
El crepúsculo envolvía la ciudad cuando Augusto se encontró frente al edificio que albergaba el departamento de Valentina. Cada paso resonaba en su interior como un recordatorio de las decisiones que lo llevaron hasta ese punto. El aire estaba cargado de tensión, y las sombras de la noche se cerraban a su alrededor mientras ascendía por las escaleras hacia el lugar que alguna vez fue testigo de sus acciones más oscuras.Al llegar al pasillo donde Valentina solía vivir, Augusto notó que su corazón latía con fuerza, recordándole la carga. La cerradura cedió ante la llave que llevaba consigo, y la puerta se abrió para revelar el pasado que tanto había intentado ignorarLa habitación estaba igual que la última vez que la vio. El eco de la tragedia resonaba en cada rincón, y la presencia de Valentina se hacía sentir incluso en su ausencia. Augusto se adentró con cautela, como si temiera despertar a los fantasmas del pasado. Las imágenes de la atrocidad que cometió inundaron su mente. El do
En el rincón de la habitación, la figura exhausta de su madre yacía inmóvil. Ella, luchaba contra las lágrimas mientras aferraba la mano de su hija, brindándole consuelo. La incertidumbre flotaba en el aire, tan densa como el olor a medicamentos. A pesar de la gravedad de la situación, ella no podía evitar pensar en la última vez que vio a Enzo sonriente con Keila antes de que la tragedia los separara.Al otro lado del mar, en un mundo desconocido, Keila despertó con el sonido del viento susurrando entre los árboles. La luz filtrándose a través de las rendijas de la cabaña de paja pintaba un cuadro surrealista a su alrededor. Al incorporarse, se dio cuenta de que no estaba sola.La cabaña estaba poblada por habitantes del bosque. Gente vestida con túnicas de colores vivos, adornadas con símbolos que ella no reconocía. La lengua que hablaban era un misterio para la joven, pero su expresión de preocupación y curiosidad trascendía las barreras lingüísticas.Un anciano, con ojos sabios y
El sol filtraba sus cálidos rayos a través de las cortinas entreabiertas, iluminando la habitación del hospital con una tenue luminosidad. El hombre yacía en la cama, entre sábanas blancas que resaltaban su palidez. Los pitidos de los monitores y el suave murmullo del personal médico creaban un telón de fondo constante. De repente, sus ojos parpadearon lentamente, ajustándose a la realidad a medida que la consciencia regresaba.Una figura borrosa se materializó al lado de la cama, una silueta maternal que se inclinó con preocupación. La madre observó con ojos llenos de alivio mientras su hijo recobraba el conocimiento. Un suspiro contenido escapó de sus labios, y una sonrisa maternal iluminó su rostro.— ¡Hijo! — exclamó con voz temblorosa —. Estaba tan preocupada. ¿Cómo te sientes?El magnate, aún aturdido, esbozó una sonrisa a medias y asintió débilmente. La calidez de la presencia materna era reconfortante, pero algo no encajaba. Buscó con la mirada, inquieto, por la habitación.»
Mientras Keila caía por el precipicio, Enzo luchaba por su vida en un hospital en Londres. La casa de su amigo había sido destruida, por bombas incrustadas en el cuerpo de sus hombres.Ambos estaban en peligro.Ambos luchaban por sus vidas en el mismo minuto.Los hombres comenzaron la búsqueda desde el aeropuerto, que era el lugar donde ella desapareció. Nadie se había percatado de su ausencia al principio, hasta que la perdieron de vista en el camino, ya que ella manejaba su propio carro y a una velocidad bastante rápida.Y al, darse cuenta que aún no conseguían hallarla, no tuvieron más opción que llamar al jefe, pero éste tampoco respondía, hasta que el hombre de confianza de sus jefes, respondió.— La señora ha desaparecido — Dieron información, y el hombre no dijo, solo miró por la ventanilla, donde veía a su jefe inconsciente.Colgó, y llamó a los familiares. Para ser exacto, se refería a Elías, para informarle lo que estaba sucediendo.Todos se pusieron en marcha para encontrar
Enzo por su parte, estaba aterrizando a Londres, cuando recibió el aviso que su esposa ya estaba en casa. Confiado, creyó en la noticia, sin saber, que solo era una trampa, y su esposa en realidad, estaba siendo transportada a otro lugar, lejos de su seguridad. Ni tan lejos. Estaban camino a la casa de Valentina. Estaba llegando a la mansión de su nuevo amigo en Londres, cuando se percató, que había algo extraño en el lugar. No había guardias en el lugar, y suponiendo que, la última vez que se vieron la esposa estaba en peligro, imaginaba más vigilancia. Hasta que lo encontró en su despacho. No había ama de llaves, ni escolta principal, ni nada de eso, lo cual lo llevaba a la idea de que era una trampa; y como no podía huir, se enfrentó, intentó hablarle; pero el sujeto estaba muy ebrio. Estudio la situación, salió afuera a mirar, entonces vio el cuerpo de algunos de los guardias, con chalecos explosivos. Corrió al interior, para buscar a su amigo, encontró un arma debajo del escr
Keila había sido testigo de aquello, por lo que sonrió esperando alguna respuesta de parte de su amiga; además, esperaba que pudiera divorciarse y seguir con su vida, con alguien que realmente, le brindara la seguridad que se merecía. Cuando llegó a la casa, Enzo ya la estaba esperando en la entrada, junto con Cristhian. Ella no le brindó ni una sola mirada, y esperó paciente a que su esposo se adentrara en el interior del vehículo. — ¿No le hablarás? — Negó —. Sabes que hay problemas más serios que ellos dos. Indignada, pidió al chofer que se detenga. — Bájate — pidió Enzo la miró incrédulo —. Bájate o me bajo yo. — Pero, ¿por qué? — Nada es más importante que mi amiga, excepto tú. — Aquella respuesta, dio un toque de felicidad a Enzo. De hecho, ya era un hombre feliz a lado de ella, pero oír de la boca de ella, era algo inexplicable de explicar. Un sentimiento reconfortante y puro. Keila era de esas mujeres puras, sencillas e inocentes, incapaces de mentir, solo porque debía h