La desesperación inundaba su mente. Ella necesitaba encontrar un trabajo pronto, de lo contrario, se vería en la obligación de desalojar su hogar y vivir bajo algún puente del estado de California.
Keila Huxely, era la chica más dulce que podría existir, era muy inteligente, y dominaba el área contable, ya que es una carrera en la cual se desempeñó; sin embargo, no comprendía porque no podía conseguir un trabajo, ni como mesera. ¿Acaso tenía algo?Eran exactamente el medio día. El sol calentaba hasta cocinarte sobre el pavimento, y la mujer se dirigía al trabajo de su única y mejor amiga, para almorzar. Ésta, apenas vio a Keila, ayudó que tomaran juntas el almuerzo. Soltó un suspiro fuerte, mientras veía a todas correr intentando cumplir los caprichos del prepotente jefe.— ¿Un día pesado? — pregunta Keila, sentada frente ella.— Ni lo digas — No estaban sentada dentro de la empresa, sino afuera de ella, justamente para no tener inconvenientes —. Es la cuarta asistente que está despidiendo mi jefe, y todos están buscando un reemplazo, porque lo quiere para hoy. ¡Es una locura! Nadie aprende en una hora todo lo que conlleva ser asistente de un jefe como él, y ni siquiera da el tiempo.— ¿Tan malo es?— Esa palabra queda corto, amiga — responde, bebiendo su jugo y observándola —. ¿Cómo te va a ti?— Fui rechazada en todos los puestos. Hasta creo que tengo algo malo en mí — En ese momento, a su amiga se le ocurrió una grandísima idea, y se puso de pie como un resorte.— ¿Quieres trabajar?— Tú pregunta me ofende — responde.— Prueba ser la asistente de mi jefe. No pierdes nada, solo debes aguantar, y si te despide, pues te ayudo a buscar otro puesto — sugiere. La idea le parecía bastante descabellada, pero le urgía un puesto de trabajo en estos momentos, por lo que lo tomó sin rechistar.Su amiga le prestó una muda de ropa de oficina, que no le quedaba perfectamente bien, pero era lo que había en ese momento, ya que se encontraba con un pantalón de vaquero y una remera. Por ser viernes no era tan exigente ir de traje, sin embargo, no quería arriesgarse.— El pantalón me ajusta un poco — dice ella. Probó sentándose y la tela comenzó a adaptarse —, pero creo que aguantará.— Perfecto — dice, entregándole el iPad, y llevándola a mostrar algunas cosas del escritorio antes de presentarle a su nuevo jefe.El corazón de Keila, latía demasiado rápido, no solo por el nerviosismo, sino por el miedo que tenía. Lo imaginaba como un anciano, regordete con cara de pervertido, capaz de acuchillarla en una esquina.— ¿Tan feo y malo es?— ¿Feo? Es horrible, es como un monstruo de las tabernas, baleándote con sus ojos — Su amiga estaba exagerando, porque cuando ingrese por la puerta, obviamente ella pensaría igual apenas abra la boca, y despilfarre saliva de desprecio.El momento llegó y la primera en ingresar era su mejor amiga, quien ni siquiera tardo medio segundo en salir e indicarle que entre. Las piernas de la chica temblaban, de solo imaginar que alguien le gritaría por estar parada allí, robando su aire.No obstante, dejó de pensar, cuando en el centro de lugar, se encontraba un hombre, completamente diferente a lo que su amiga había mencionado, concentrado en su computador. Este parecía muy alto, grande y atractivo, tenía el ceño fruncido, y ni siquiera se había dado cuenta de la presencia de ella, o eso creía.— Cuando termines de mirar lo que no se te perdió, puedes presentarte — dice con una voz completamente distinta, a la que alguna vez, había escuchado. Tosió un poco, por el impacto que generaron aquellas palabras amenazantes, y se enderezó.— Mucho gusto, señor… — Había olvidado su apellido. ¿Qué empleada olvida el apellido de su jefe? —. Mi nombre es Keila Huxely; y estoy aquí por el nuevo puesto de asistente…— Perfecto. Acabo de enviarte algunos correos, por favor revísalos y tenlo listo en tres horas para la reunión. Puedes retirarte — Ella estaba estupefacta. El hombre ni siquiera había levantado la mirada para conocerla —. Ahora.Cuando escucho aquella última palabra, no dudó en salir casi corriendo y hacer su trabajo. Tenía tres horas clavadas para terminar aquello que le pidió y que no tenía idea de que era. Anhelaba poder cerrarle la boca.No obstante, Enzo estaba muy molesto ese día, porque ninguna asistente era capaz de seguirle la corriente a su modo de trabajar, y esperaba que esta mujer, si pudiera hacerlo. Además, necesitaba que su lamentable esposa, dejara de pedirle dinero para sus gastos innecesarios en los centros comerciales.Cada vez era más absorbente, pese a que, desde un principio, el matrimonio que tienen es por mera conveniencia. Un contrato para no perder su empresa, y obviamente, ahora que ya se encuentra bien posicionado económicamente, tiene planeado hablar con los padres de ella, para lograr divorciarse.En ese instante, recibe un correo de su nueva asistente, demostrándole que ya había terminado algunos de los informes que le envió, y sí, estaba bien; sin embargo, aún tenía algunos errores, por lo que enmarcó aquello, y los volvió a reenviar. Keila no se iba a dejar intimidar por él, por lo que continuaría haciendo su trabajo, intentado mejorar las partes que, según él, estaban mal hechas.Se apresuró a acomodar la sala de juntas, y como tenía un poco de experiencia, dejó todo arreglado para el momento en que debería él asistir. Los ejecutivos comenzaban a llegar; dejó en la cabecera del lugar los documentos del hombre. Fue entonces, cuando escuchó sus pasos, y levantó la mirada, quedándose encantada con la belleza que poseía; sin embargo, la mirada de desprecio que el sujeto le brindó, fue suficiente para la pobre mujer, para herirle la autoestima.— Todo listo, señor — dice ella, quedándose parada al lado de él, esperando que inicie la reunión. Enzo revisaba y explicaba con seguridad sobre un nuevo proyecto a desarrollarse próximamente. Keila estaba encantada con lo que escucha.— La próxima, trata de elegir otro tipo de atuendo. Esto distrae a mis socios — escupe, logrando incomodar a Keila, así como a los presentes.— Tienes razón, señor. Lo siento — respondió de forma amable y dulce, dándole la razón. Tal hecho, conmovió a su jefe, quien sabía, se había pasado con sus palabras, además, de que ella le demostró que era buena, pues los documentos estaban bien narrados para ser su primer día.La tensión era bastante palpable en ese lugar, todos se daban cuenta de ello. Y, cuando la reunión llegó a su fin, él se acercó a ella, y la observó fijamente. Tenía un lindo cuerpo, un cabello bonito, y ojos azules intensos; pero estaba seguro que no duraría.— Le enviaré algunos documentos por correo. Necesito que los corrija, los necesito para mañana temprano. También, quiero los documentos contables del mes pasado sobre mi escritorio, antes de que llegue. La reunión de las nueve, necesito que los cancele, inventa cualquier excusa —. A todo lo que decía, Keila anotaba en el iPad como si su vida dependiera.— Inventar…, cualquier excusa — repite las últimas palabras del jefe, y éste la mira extrañado.— ¡Ah! Envía un ramo de flores a la dirección que te enviaré.— Entendido, señor — dice ella. Camina hacia la salida.— No he ordenado que te retires — manifiesta con voz seca, mientras la observa —. No has preguntado para que hora quiero las flores.— ¿Para qué hora quiere las flores, señor? — Enzo creía, que ella solo se estaba comportando con arrogancia, por hacer bien su trabajo, por lo que decidió destruir su entusiasmo de ir temprano en casa.— Ahora mismo — Keila miró la hora y abrió los ojos tan grandes que creía se le iba a salir.— Pero, señor, no hay florería abierta a esta hora — susurra en un hilo de voz. Para ser su primer día, y solo medio día de trabajo, se sentía exhausta.— Ese no es mi problema, señorita. Es mi asistente. Haces los trabajos que yo no puedo. Si le parece difícil, no aparezca mañana en la oficina.Y con esas palabras, la sangre de la joven Keila comenzaron a calentarse, y buscaría la forma de conseguirle las malditas flores para su cita. Muy romántico para la novia, pero agotador para ella.Y así fue, como Keila Huxely, se pasó toda la noche buscando una florería para enviárselas a una dirección que no conocía, y no le importaba en lo absoluto. Lo único que anhelaba hacer, era dormir; pero sabía que no lo haría, porque debía revisar los malditos correos.Por su parte, Enzo sonreía, al ver llegar a su residencia aquellas flores. Lo hiso solo para ver si era capaz de lograr conseguir flores frescas y lindas, y lo ha logrado. Además, aún le quedaba mucho trabajo por la noche, y si quería una asistente a su nivel, debía hacer que las que se presentaban, corrieran a su nivel, de lo contrario, se volvería loco con tanto trabajo.La noche estaba oscura, mientras que Enzo, seguía encerrado en su despacho, con las flores que había mandado a comprar. La puerta se abre, y su esposa, Valentina, ingresa para saludarlo. Pese a que ninguno siente amor, la relación sigue siendo amistosa entre ambos; sin embargo, ella se da cuenta de que la situación económica de su esposo ha mejorado bastante y, por ende, ha notado su cambio repentino en su comportamiento. Observa las flores y sonríe. — ¿Nueva asistente? — pregunta, tomando las flores del sofá. — Hmm — es lo único que musita su esposo. — Creo que deberías ir a descansar, al parecer esta nueva asistente a logrado conseguir una florería abierta; lo que indica que ha pasado la prueba. — Aún no. Debo dejar esto listo para mañana, por si ella no logra hacerlo. Estoy seguro que no logrará igual que las otras — masculla, sin levantar la mirada de la pantalla. Valentina comprendía a su esposo, y su estresante trabajo; pero más sentía pena, por las pobres mujeres que debí
Un fuerte dolor de cabeza, atraviesa a Keila cuando la luz de la mañana comienza a molestarle. Un gruñido sale de lo profundo de su garganta y se voltea a buscar la hora en la mesa de luz.La once del mediodía.— ¡Mierda! — Se pone de pie de inmediato, y corre hacia el baño, cuando la sensación de vomitar la atacan —. No debí beber así, y mucho menos sentada.Una vez que creyó ya no pasaría más, comenzó a ducharse, y se vistió con la misma prenda. Intentaba recordar la noche anterior, pero mucho no se le venía. Aun sentía la sensación de que había estado con alguien, pero la cama estaba tan lisa que dudaba de que algo hubiese pasado, además, de que estaba completamente vestida.Creía que estaba loca por la falta de sexo. Se carajeó sola.Comenzó a vestirse solo con ese vestido, y se hizo un recogido fugaz, mientras llamaba un taxi. Sin embargo, cuando salió hasta la sala principal, para dirigirse a la cocina por un vaso de agua, todo el aire de los pulmones se disipó.¿Acaso no pasó s
La mente de Valentina, trabajaba. Lo mismo pasaba con los dos individuos afuera. Ella sabía que su esposo sentía algo por esa insignificante mujer y quería entender por qué. Keila, por su parte, despejó su mente y se centró en su trabajo. Y, por último, estaba Enzo, quien no entendía las intenciones de su esposa. Él creía que Valentina vino a la empresa, solo por su libertad económica, cuando en realidad las intenciones de su esposa, era descubrir la verdad. Una verdad inexistente, porque tanto para Keila, como para Enzo, no pasó nada y no existe nada entre ellos dos. Y tampoco existirá. Enzo no estaría con una mujer como ella, y Keila, no quería vivir con un tirano. Eran completamente diferentes. Valentina sale de su oficina, y se dirige junto a la asistente de su esposo. — Keila, ¿verdad? — inquiere, sabiendo exactamente su nombre —. ¿Podrías ayudarme con algo? Es que no estoy comprendiendo los números. La asistente sabía que lo hacía para molestar a su esposo, pues, si tenía
Valentina estaba frustrada, pero, en definitiva, no se iba a dejar vencer, por lo que buscaría una forma de vengarse de su esposo, o al menos, antes de llegar a eso, buscaría salvar lo que nunca hubo. Un matrimonio real. Estaba sentada en su oficina, cuando oyó el sonido del ascensor abrirse, y observó a la asistente de su esposo subir, con vaso de café en las manos. Comenzó a mirarla, dándose cuenta de que poseía una belleza tan natural que envidiaba. Keila se perdió dentro de la oficina de su jefe, mientras colocaba el vaso de café sobre el escritorio de su jefe, y colocaba una rodaja de pastel al lado. Solo quería mostrarle de esa forma, su agradecimiento por el trabajo, y no solo eso; sino también, por no tocar el tema de la noche del sábado. Salió de allí, luego de dejar todo, completamente acomodado, y disponer a sentarse en su escritorio a trabajar, pero no contaba con que la esposa de su jefe aparecería. — Hola, ¿qué te parece si almorzamos juntas? — Keila se sorprendió un
— ¿Vives aquí? — preguntó con notoria sorpresa el ceo, al ver el lugar donde ella dormía por las noches —. Parece un lugar muy peligroso. — No es peligroso, o al menos, yo ya me he acostumbrado — musitó, mientras subía los peldaños de la entrada. Se volteó y encontró de lleno con el pecho de su jefe, en el cual tuvo que colocar ambas manos, para sostenerse —. Lo siento, no tienes que… — Me aseguraré de que llegues bien. — Ya he llegado — susurró ella. — A tu piso — respondió. En ese momento, uno de sus hombres, estacionaba un auto muy bonito, frente a su piso —. Ese es tu coche. — De la empresa — corrigió ella. Él solo sonrió y asintió. Aunque era una sonrisa que solo ella pudo percibir, pues no acostumbraba a mostrar ese tipo de gestos a nadie. Enzo nunca antes se había preocupado por ninguno de sus empleados, pero esta mujercita, había despertado su interés desde el primer momento en que cruzó la puerta de su despacho e inhalo, su dulce aroma a vainilla. Porque sí, olía a vain
Fue un almuerzo de negocios muy extenso; y apenas lograron convencer al empresario, de hacer negocios con él. Tenía la misma labia que Enzo, por lo que jugar con las mismas técnicas, era difícil; más no imposible. De allí, solo quedaron ellos dos en el restaurante, mientras intentaban entablar una conversación. Para Enzo fue muy difícil hacerlo, pues estuvo reprimiendo sus ganar de socializar con mujeres por tres años, y ahora, que al fin le interesaba una mujer, sorprendentemente, no sabía cómo actuar al respecto. — Cuéntame más de ti — Se atrevió a preguntar. Keila, lo observó a través de sus pestañas y se acomodó. Ya no quería mostrarse tan débil, pese a que necesitaba ese trabajo. Sus ojos mostraban determinación, por lo que se acomodó más cómodamente y cruzó sus brazos. — ¿Qué exactamente deseas saber, señor Mondragón? — No puedes tratarme de señor, después de que he saboreado esa boquita — musita, cambiando el brillo de sus ojos. — Estamos en público, y no pretendo convert
En los planes de Keila solo estaba llegar a su pequeño piso, y dormir; sin embargo, estaba claro que, para su jefe, dormir era algo que no conocía. Además, ya estaba parado en la puerta de su cubículo, esperándola.— ¿En verdad quieres llevarme a cenar? No puedo simplemente irme a mi casa y descansar — manifestó. La verdad era que sentía muchas emociones en su cuerpo, pero no podía simplemente dejarse llevar. Era su jefe, y lo más probable es que quiera jugar con ella.— Cenar juntos es parte del proceso de conocernos — responde él. Para Keila le fue imposible no poner los ojos en blanco.— ¿Y si no quiero conocerlo más de lo que implica el trabajo? — cuestiona ella, mirándola desde abajo.En esa posición, para Enzo, su asistente era la mujer más hermosa del puto universo. Era atractiva y tenía un rostro de niña, capaz de doblegarlo. Sin embargo, él presentía que ella solo mantenía cierta distancia porque su ex esposa estaba cerca, y se la pasaba hostigándola.— Porque simplemente lo
— Creo que ya hemos hablado lo suficiente. Debo descansar, pues mañana será un día muy pesado — Enzo solo asintió y se puso de pie. — Bonita forma de correrme de tu casa — dice, intentando sonreír, lo cual dejó petrificada a la mujer. — Te ves bien, señor Mondragón — dijo ella, logrando confundirlo. — ¿Cómo? — inquirió. Ella optó por no decir nada, pues quería ser testigo de otras más de sus sonrisas, lo cual lo hacían lucir juvenil. Definitivamente, ella quedó encantada, y atesoraría esos momentos como los más hermosos de su vida. Enzo no solo lucía juvenil cuando sonreía, sino también mucho más apuesto, con sus dientes perfectos, y los dos hoyuelos que se formaban en sus mejillas. Era como un brillo especial, que irradiaba en todo su ser. Cuando sonreía, lo hacía de verdad. — Nada — respondió y el solo asintió. Caminó hacia la entrada, y abrió la puerta, para darle paso a su hombre de confianza a que ingrese con una canti