El ajetreo de un centro comercial moderno, envolvía a Keila y su mejor amiga, quien había llegado desde París gracias a la invitación de su jefe. La luz brillante de las tiendas y la risa animada de los compradores creaban un ambiente bullicioso y lleno de vida. Sin embargo, en el corazón de Keila, había una noticia que transformaría su mundo.Lorena quien ya se había dado cuenta del comportamiento de su amiga quiso intervenir, pero dejó que ella decidiera contarle, sea lo que sea, le esté sucediendo.Ambas mujeres paseaban por las tiendas, explorando los estilos y colores de ropa de bebé que llenaban los escaparates. Keila, con una sonrisa apenas contenida, seleccionaba con cuidado algunas prendas adorables, imaginando la ternura que emanarían.— Hay algo que quiero contarte —dijo Keila a su amiga, la emoción titilando en sus ojos.La amiga, aún ajena a la noticia, asintió con curiosidad, aunque ciertamente, comenzaba a sospechar.— Dime, ¿qué sucede?Keila sostuvo la ropita de bebé
Epílogo. EPÍLOGO El despacho del abogado estaba impregnado de tensión cuando Lorena y Cristhian se encontraron para abordar el tema del divorcio. Las palabras resonaban en el aire, las emociones crudas e irreconciliables salpicaban cada intercambio. Cristhian, aún reacio, se aferraba a la idea de un amor que parecía desmoronarse entre sus dedos. — ¿Por qué tanto apuro en divorciarte de mí? — cuestionó por milésima vez, sacando de quicio a la mujer. — ¿Qué diablos te pasa, Cristhian? Esto es lo que querías — gritó de repente —. ¿O acaso quieres continuar humillándome? ¿No te basta con amar a mi mejor y la esposa de tu mejor amigo? ¿No te basta con salir besándote con una modelo, mientras yo te preparaba la cena? — Las lágrimas no tardaron en abordar en los ojos de la joven —. ¿Crees que quiero esto? ¿Qué no te amo? Me enamoré de ti desde el primer instante, pero tu corazón no me pertenece, y yo no voy a pelear por un amor que no me corresponde. — Te he pedido un millón de veces por
La desesperación inundaba su mente. Ella necesitaba encontrar un trabajo pronto, de lo contrario, se vería en la obligación de desalojar su hogar y vivir bajo algún puente del estado de California. Keila Huxely, era la chica más dulce que podría existir, era muy inteligente, y dominaba el área contable, ya que es una carrera en la cual se desempeñó; sin embargo, no comprendía porque no podía conseguir un trabajo, ni como mesera. ¿Acaso tenía algo? Eran exactamente el medio día. El sol calentaba hasta cocinarte sobre el pavimento, y la mujer se dirigía al trabajo de su única y mejor amiga, para almorzar. Ésta, apenas vio a Keila, ayudó que tomaran juntas el almuerzo. Soltó un suspiro fuerte, mientras veía a todas correr intentando cumplir los caprichos del prepotente jefe. — ¿Un día pesado? — pregunta Keila, sentada frente ella. — Ni lo digas — No estaban sentada dentro de la empresa, sino afuera de ella, justamente para no tener inconvenientes —. Es la cuarta asistente que está de
La noche estaba oscura, mientras que Enzo, seguía encerrado en su despacho, con las flores que había mandado a comprar. La puerta se abre, y su esposa, Valentina, ingresa para saludarlo. Pese a que ninguno siente amor, la relación sigue siendo amistosa entre ambos; sin embargo, ella se da cuenta de que la situación económica de su esposo ha mejorado bastante y, por ende, ha notado su cambio repentino en su comportamiento. Observa las flores y sonríe. — ¿Nueva asistente? — pregunta, tomando las flores del sofá. — Hmm — es lo único que musita su esposo. — Creo que deberías ir a descansar, al parecer esta nueva asistente a logrado conseguir una florería abierta; lo que indica que ha pasado la prueba. — Aún no. Debo dejar esto listo para mañana, por si ella no logra hacerlo. Estoy seguro que no logrará igual que las otras — masculla, sin levantar la mirada de la pantalla. Valentina comprendía a su esposo, y su estresante trabajo; pero más sentía pena, por las pobres mujeres que debí
Un fuerte dolor de cabeza, atraviesa a Keila cuando la luz de la mañana comienza a molestarle. Un gruñido sale de lo profundo de su garganta y se voltea a buscar la hora en la mesa de luz.La once del mediodía.— ¡Mierda! — Se pone de pie de inmediato, y corre hacia el baño, cuando la sensación de vomitar la atacan —. No debí beber así, y mucho menos sentada.Una vez que creyó ya no pasaría más, comenzó a ducharse, y se vistió con la misma prenda. Intentaba recordar la noche anterior, pero mucho no se le venía. Aun sentía la sensación de que había estado con alguien, pero la cama estaba tan lisa que dudaba de que algo hubiese pasado, además, de que estaba completamente vestida.Creía que estaba loca por la falta de sexo. Se carajeó sola.Comenzó a vestirse solo con ese vestido, y se hizo un recogido fugaz, mientras llamaba un taxi. Sin embargo, cuando salió hasta la sala principal, para dirigirse a la cocina por un vaso de agua, todo el aire de los pulmones se disipó.¿Acaso no pasó s
La mente de Valentina, trabajaba. Lo mismo pasaba con los dos individuos afuera. Ella sabía que su esposo sentía algo por esa insignificante mujer y quería entender por qué. Keila, por su parte, despejó su mente y se centró en su trabajo. Y, por último, estaba Enzo, quien no entendía las intenciones de su esposa. Él creía que Valentina vino a la empresa, solo por su libertad económica, cuando en realidad las intenciones de su esposa, era descubrir la verdad. Una verdad inexistente, porque tanto para Keila, como para Enzo, no pasó nada y no existe nada entre ellos dos. Y tampoco existirá. Enzo no estaría con una mujer como ella, y Keila, no quería vivir con un tirano. Eran completamente diferentes. Valentina sale de su oficina, y se dirige junto a la asistente de su esposo. — Keila, ¿verdad? — inquiere, sabiendo exactamente su nombre —. ¿Podrías ayudarme con algo? Es que no estoy comprendiendo los números. La asistente sabía que lo hacía para molestar a su esposo, pues, si tenía
Valentina estaba frustrada, pero, en definitiva, no se iba a dejar vencer, por lo que buscaría una forma de vengarse de su esposo, o al menos, antes de llegar a eso, buscaría salvar lo que nunca hubo. Un matrimonio real. Estaba sentada en su oficina, cuando oyó el sonido del ascensor abrirse, y observó a la asistente de su esposo subir, con vaso de café en las manos. Comenzó a mirarla, dándose cuenta de que poseía una belleza tan natural que envidiaba. Keila se perdió dentro de la oficina de su jefe, mientras colocaba el vaso de café sobre el escritorio de su jefe, y colocaba una rodaja de pastel al lado. Solo quería mostrarle de esa forma, su agradecimiento por el trabajo, y no solo eso; sino también, por no tocar el tema de la noche del sábado. Salió de allí, luego de dejar todo, completamente acomodado, y disponer a sentarse en su escritorio a trabajar, pero no contaba con que la esposa de su jefe aparecería. — Hola, ¿qué te parece si almorzamos juntas? — Keila se sorprendió un
— ¿Vives aquí? — preguntó con notoria sorpresa el ceo, al ver el lugar donde ella dormía por las noches —. Parece un lugar muy peligroso. — No es peligroso, o al menos, yo ya me he acostumbrado — musitó, mientras subía los peldaños de la entrada. Se volteó y encontró de lleno con el pecho de su jefe, en el cual tuvo que colocar ambas manos, para sostenerse —. Lo siento, no tienes que… — Me aseguraré de que llegues bien. — Ya he llegado — susurró ella. — A tu piso — respondió. En ese momento, uno de sus hombres, estacionaba un auto muy bonito, frente a su piso —. Ese es tu coche. — De la empresa — corrigió ella. Él solo sonrió y asintió. Aunque era una sonrisa que solo ella pudo percibir, pues no acostumbraba a mostrar ese tipo de gestos a nadie. Enzo nunca antes se había preocupado por ninguno de sus empleados, pero esta mujercita, había despertado su interés desde el primer momento en que cruzó la puerta de su despacho e inhalo, su dulce aroma a vainilla. Porque sí, olía a vain