03 - Es mi asistente.

Un fuerte dolor de cabeza, atraviesa a Keila cuando la luz de la mañana comienza a molestarle. Un gruñido sale de lo profundo de su garganta y se voltea a buscar la hora en la mesa de luz.

La once del mediodía.

— ¡Mierda! — Se pone de pie de inmediato, y corre hacia el baño, cuando la sensación de vomitar la atacan —. No debí beber así, y mucho menos sentada.

Una vez que creyó ya no pasaría más, comenzó a ducharse, y se vistió con la misma prenda. Intentaba recordar la noche anterior, pero mucho no se le venía. Aun sentía la sensación de que había estado con alguien, pero la cama estaba tan lisa que dudaba de que algo hubiese pasado, además, de que estaba completamente vestida.

Creía que estaba loca por la falta de sexo. Se carajeó sola.

Comenzó a vestirse solo con ese vestido, y se hizo un recogido fugaz, mientras llamaba un taxi. Sin embargo, cuando salió hasta la sala principal, para dirigirse a la cocina por un vaso de agua, todo el aire de los pulmones se disipó.

¿Acaso no pasó sola, la noche? Se preguntó a sí misma. No podía distinguir al sujeto, pues se encontraba boca abajo; pero, cuando se volteó y vio de quien se trataba, retrocedió cinco pasos, y chocó con la pared, mientras cubría su boca con sus manos.

— ¡Mierda, m****a, m****a! — repitió varias veces en un susurro, mientras observaba la salida. Ella no se iba a quedar a ver como su jefe la humillaba.

Observó en la mesa de en frente, un par de botellas vacías, por lo que rogaba que no se acordara de nada en ese mismo momento; pues no quería perder su trabajo nuevo.

Sin dudar, corrió hacia la salida, con sus tacones en las manos y se escabulló dentro del ascensor, con el corazón latiendo tan fuerte, que parecía que se le saldría fuera del pecho. Sus ojos comenzaban a picar por la vergüenza y el miedo a perder su trabajo. Cuando subió al taxi, las lágrimas ya comenzaban a descender de sus ojos, empapando sus mejillas. Y solo pudo sollozar una vez, se sintió segura dentro de su hogar.

Por otra parte, en el hotel, Enzo abrió los ojos finalmente. Observó su celular y encontró varias llamadas perdidas de su esposa, por lo que le devolvió.

— ¿Qué sucede? — preguntó con la voz gruesa.

Para Valentina, esto comenzaba a volverse más cotidiano, pues cada vez que llegaba el fin de semana, su esposo bebía hasta perder el control. Y últimamente, comenzaba a actuar muy distante. Pese a que nunca han estados enamorados, al menos mantenían una relación amigable, pero los últimos meses, se ha alejado considerablemente de ella, lo cual le hacía pensar que había alguien más.

— Quería avisarte que hoy, llegaré tarde.

— Está bien. Llama al chofer para que te busque — responde en su lugar, Enzo. Sin embargo, en el pasado, siempre iba él personalmente a buscarla de cualquier viaje, pero también ha dejado de hacerlo.

Ella buscaba que funcione una relación, pero nunca hubo más que una amistad, y ahora, al parecer, ni eso existe. Enzo, colgó la llamada y simplemente, se puso de pie, y caminó hasta la habitación, y luego al baño.

Había algo raro allí. El vapor estaba aún como si alguien se hubiera bañado minutos antes, miró hacia la habitación y vio la toalla tendida allí, y entonces, vislumbro una tanga de encaje negro sobre el lavado y los recuerdos llegaron como lluvia en su mente.

Su cuerpo sensual, sus caderas pronunciadas, sus pechos voluptuosos, sus labios rojos y exquisitos. Era ella, su asistente y no pasó nada; pero hubiese deseado estar libre para que pase de todo. Ella huyó como una cobarde, y él, se encontraba furioso por eso, pese a que era mejor.

Pero ese día no la iba a molestar, ya veríamos si mañana aparecía en la oficina.

El lunes llegó de inmediato, y, la pobre Keila, estaba que temblaba de miedo de ser despedida. Ella realmente necesitaba ese empleo, y no podía perderlo. El día anterior, se había matado mil maneras de rogarle a su jefe de que no la despidiera, pero luego, recordó que fue él quien le dio la tarjeta, por lo que él culpable era él…

— A la oficina — manifestó con una voz cargada de dominio, que desvió sus pensamientos y que, la hizo ponerse de pie, de inmediato.

Ella tomó con manos temblorosas el iPad, y después de tres respiros profundos, ingresó a la oficina, dejando la puerta levemente abierta.

— Buenos días, señor…

— Cierra la puerta — ordenó, interrumpiéndola bruscamente —. ¿Sucede algo?

— No, nada señor. — Keila hizo lo que su jefe pidió, y mientras él no tocara el tema en cuestión, ella tampoco lo haría, y trataría de actuar como si nunca pasó. Sin embargo, mientras ella le dictaba su horario, podía sentir la mirada fija sobre ella, cuando levantó la mirada, se encontró con los ojos oscuros de él, mirándola.

— Cancela la reunión de… — La puerta se abre, y por ella atraviesa Valentina, con una sonrisa.

Keila la observa, y le hace un asentimiento, que ella le devuelve con una sonrisa. Es la misma mujer que había ingresado la vez anterior. Se acerca a su jefe, pero no tanto.

— Hola, Enzo. Vengo a traerte una noticia — avisa. Enzo aparta la mirada de su asistente, y observa con el ceño fruncido a su esposa.

— ¿Qué noticia, Valentina? Hoy tengo mucho trabajo, no estoy para tus caprichos — Para su esposa eso fue, como un golpe seco en su cara, pero no se iba a dejar llevar por sentimentalismos baratos. Solo le sonrió a su asistente. Ella era muy hermosa.

— Vendré a tomar el puesto de Vicepresidenta — Para Enzo, eso era algo que no le convenía, no podía permitirse, más cuando había un sentimiento raro en su pecho, cada vez que miraba a Keila —. Lo he hablado con mi padre, y estuvo de acuerdo.

— Eso deberíamos hablarlo en privado — manifiesta. Enfoca su atención en su asistente, pero ella ni siquiera lo mira. Valentina se da cuenta de ese gesto y frunce el ceño —. Puedes retirarte, y no olvides cancelar la reunión de las dos.

— Entendido señor — responde la mujer, y se retira. Era la primera vez que le hablaba con respeto, e incluso Valentina, se había dado cuenta de eso.

— ¿Por qué quieres venir a trabajar? Nunca antes quisiste hacerlo — pregunta de repente.

— Porque quiero. ¿Qué hay de malo en que venga aquí?

— ¿Por qué aquí y no en la empresa de tu familia? — cuestiona, demostrándole con eso, que en verdad había cambiado algo entre ellos —. Tres años estuvimos casados, y nunca te interesó, y ahora que estoy bien, quieres venir. ¿Qué ha cambiado?

— Estamos — susurra.

— ¿Qué?

— Que estamos casado, no, estábamos… Seguimos casados, Enzo; aunque, al parecer, tu no quieres eso.

— Lo nuestro fue un convenio, Valentina. Lo sabes.

— Eso no me hará cambiar de parecer. Me asigné la oficina de al lado, y pediré ayuda a tu asistente mientras en tanto — Pese a que no quería arriesgarse, decidió aceptarlo.

— Has lo que quieras, pero no serás la vice presidenta de mi empresa. Eso tenlo por seguro — manifiesta, mientras ella sonríe victoriosa, y sale del lugar.

Una vez afuera, observa el cubículo de la asistente de su esposo. Su escritorio está repleto de carpetas, y ella se encuentra concentrada tecleando a una velocidad inhumana en el computador. Decide acercarse y comentarle lo que decidió.

— Hola — saluda, y Keila levanta la mirada. se sorprende de verla allí —. Mi nombre es Valentina, y estaré trabajando aquí en un proyecto. Espero poder contar con tu ayuda.

— Mucho gusto, soy Keila Huxely. Con gusto puedo ayudarla en lo que necesite — Sintiéndose cómoda.

— Pido disculpas en nombre de mi esposo, si es que le ha tratado mal —. Valentina decide marcar su territorio, enmarcando un poco más fuerte la palabra esposo. La sonrisa de Keila, palidece un poco, pero logra mantenerlo —. Está acostumbrado que le sigan el ritmo, y se olvida que no todos son robots.

— Hasta ahora, creo que voy superando la prueba — responde, con ganas de querer llorar. Ahora no solo se sentía triste, sino la peor mujer del mundo —, aunque admito que tiene un carácter fuerte.

Valentina no encontró nada sospechoso, y pudo sentirse tranquila; aunque eso no significa que su esposo no se sienta atraído por ella.

— Ella es mí asistente Valentina. Me ha costado mucho encontrar a alguien competente — manifestó el hombre, detrás de ellas —. Aún sigues a prueba, y te recomiendo que dejes de perder el tiempo conversando y te pongas a trabajar.

Enzo no quería a su esposa cerca de la mujer que estaba acaparando su mente. La tensión era palpable, pero Keila no estaba nerviosa, sino más bien tenía tanto miedo, por la situación en la que se había metido.

— Entendido señor — susurró, y enfocó la atención en Valentina, disculpándose.

Se dio la vuelta y se dirigió a su oficina, mientras que Enzo, observaba su espalda, y luego enfocó su atención en su asistente, mientras su mano, acariciaba la tanga de encaje, que olvidó en el lavado del hotel, junto con un anillo.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo