Un fuerte dolor de cabeza, atraviesa a Keila cuando la luz de la mañana comienza a molestarle. Un gruñido sale de lo profundo de su garganta y se voltea a buscar la hora en la mesa de luz.
La once del mediodía.— ¡Mierda! — Se pone de pie de inmediato, y corre hacia el baño, cuando la sensación de vomitar la atacan —. No debí beber así, y mucho menos sentada.Una vez que creyó ya no pasaría más, comenzó a ducharse, y se vistió con la misma prenda. Intentaba recordar la noche anterior, pero mucho no se le venía. Aun sentía la sensación de que había estado con alguien, pero la cama estaba tan lisa que dudaba de que algo hubiese pasado, además, de que estaba completamente vestida.Creía que estaba loca por la falta de sexo. Se carajeó sola.Comenzó a vestirse solo con ese vestido, y se hizo un recogido fugaz, mientras llamaba un taxi. Sin embargo, cuando salió hasta la sala principal, para dirigirse a la cocina por un vaso de agua, todo el aire de los pulmones se disipó.¿Acaso no pasó sola, la noche? Se preguntó a sí misma. No podía distinguir al sujeto, pues se encontraba boca abajo; pero, cuando se volteó y vio de quien se trataba, retrocedió cinco pasos, y chocó con la pared, mientras cubría su boca con sus manos.— ¡Mierda, m****a, m****a! — repitió varias veces en un susurro, mientras observaba la salida. Ella no se iba a quedar a ver como su jefe la humillaba.Observó en la mesa de en frente, un par de botellas vacías, por lo que rogaba que no se acordara de nada en ese mismo momento; pues no quería perder su trabajo nuevo.Sin dudar, corrió hacia la salida, con sus tacones en las manos y se escabulló dentro del ascensor, con el corazón latiendo tan fuerte, que parecía que se le saldría fuera del pecho. Sus ojos comenzaban a picar por la vergüenza y el miedo a perder su trabajo. Cuando subió al taxi, las lágrimas ya comenzaban a descender de sus ojos, empapando sus mejillas. Y solo pudo sollozar una vez, se sintió segura dentro de su hogar.Por otra parte, en el hotel, Enzo abrió los ojos finalmente. Observó su celular y encontró varias llamadas perdidas de su esposa, por lo que le devolvió.— ¿Qué sucede? — preguntó con la voz gruesa.Para Valentina, esto comenzaba a volverse más cotidiano, pues cada vez que llegaba el fin de semana, su esposo bebía hasta perder el control. Y últimamente, comenzaba a actuar muy distante. Pese a que nunca han estados enamorados, al menos mantenían una relación amigable, pero los últimos meses, se ha alejado considerablemente de ella, lo cual le hacía pensar que había alguien más.— Quería avisarte que hoy, llegaré tarde.— Está bien. Llama al chofer para que te busque — responde en su lugar, Enzo. Sin embargo, en el pasado, siempre iba él personalmente a buscarla de cualquier viaje, pero también ha dejado de hacerlo.Ella buscaba que funcione una relación, pero nunca hubo más que una amistad, y ahora, al parecer, ni eso existe. Enzo, colgó la llamada y simplemente, se puso de pie, y caminó hasta la habitación, y luego al baño.Había algo raro allí. El vapor estaba aún como si alguien se hubiera bañado minutos antes, miró hacia la habitación y vio la toalla tendida allí, y entonces, vislumbro una tanga de encaje negro sobre el lavado y los recuerdos llegaron como lluvia en su mente.Su cuerpo sensual, sus caderas pronunciadas, sus pechos voluptuosos, sus labios rojos y exquisitos. Era ella, su asistente y no pasó nada; pero hubiese deseado estar libre para que pase de todo. Ella huyó como una cobarde, y él, se encontraba furioso por eso, pese a que era mejor.Pero ese día no la iba a molestar, ya veríamos si mañana aparecía en la oficina.El lunes llegó de inmediato, y, la pobre Keila, estaba que temblaba de miedo de ser despedida. Ella realmente necesitaba ese empleo, y no podía perderlo. El día anterior, se había matado mil maneras de rogarle a su jefe de que no la despidiera, pero luego, recordó que fue él quien le dio la tarjeta, por lo que él culpable era él…— A la oficina — manifestó con una voz cargada de dominio, que desvió sus pensamientos y que, la hizo ponerse de pie, de inmediato.Ella tomó con manos temblorosas el iPad, y después de tres respiros profundos, ingresó a la oficina, dejando la puerta levemente abierta.— Buenos días, señor…— Cierra la puerta — ordenó, interrumpiéndola bruscamente —. ¿Sucede algo?— No, nada señor. — Keila hizo lo que su jefe pidió, y mientras él no tocara el tema en cuestión, ella tampoco lo haría, y trataría de actuar como si nunca pasó. Sin embargo, mientras ella le dictaba su horario, podía sentir la mirada fija sobre ella, cuando levantó la mirada, se encontró con los ojos oscuros de él, mirándola.— Cancela la reunión de… — La puerta se abre, y por ella atraviesa Valentina, con una sonrisa.Keila la observa, y le hace un asentimiento, que ella le devuelve con una sonrisa. Es la misma mujer que había ingresado la vez anterior. Se acerca a su jefe, pero no tanto.— Hola, Enzo. Vengo a traerte una noticia — avisa. Enzo aparta la mirada de su asistente, y observa con el ceño fruncido a su esposa.— ¿Qué noticia, Valentina? Hoy tengo mucho trabajo, no estoy para tus caprichos — Para su esposa eso fue, como un golpe seco en su cara, pero no se iba a dejar llevar por sentimentalismos baratos. Solo le sonrió a su asistente. Ella era muy hermosa.— Vendré a tomar el puesto de Vicepresidenta — Para Enzo, eso era algo que no le convenía, no podía permitirse, más cuando había un sentimiento raro en su pecho, cada vez que miraba a Keila —. Lo he hablado con mi padre, y estuvo de acuerdo.— Eso deberíamos hablarlo en privado — manifiesta. Enfoca su atención en su asistente, pero ella ni siquiera lo mira. Valentina se da cuenta de ese gesto y frunce el ceño —. Puedes retirarte, y no olvides cancelar la reunión de las dos.— Entendido señor — responde la mujer, y se retira. Era la primera vez que le hablaba con respeto, e incluso Valentina, se había dado cuenta de eso.— ¿Por qué quieres venir a trabajar? Nunca antes quisiste hacerlo — pregunta de repente.— Porque quiero. ¿Qué hay de malo en que venga aquí?— ¿Por qué aquí y no en la empresa de tu familia? — cuestiona, demostrándole con eso, que en verdad había cambiado algo entre ellos —. Tres años estuvimos casados, y nunca te interesó, y ahora que estoy bien, quieres venir. ¿Qué ha cambiado?— Estamos — susurra.— ¿Qué?— Que estamos casado, no, estábamos… Seguimos casados, Enzo; aunque, al parecer, tu no quieres eso.— Lo nuestro fue un convenio, Valentina. Lo sabes.— Eso no me hará cambiar de parecer. Me asigné la oficina de al lado, y pediré ayuda a tu asistente mientras en tanto — Pese a que no quería arriesgarse, decidió aceptarlo.— Has lo que quieras, pero no serás la vice presidenta de mi empresa. Eso tenlo por seguro — manifiesta, mientras ella sonríe victoriosa, y sale del lugar.Una vez afuera, observa el cubículo de la asistente de su esposo. Su escritorio está repleto de carpetas, y ella se encuentra concentrada tecleando a una velocidad inhumana en el computador. Decide acercarse y comentarle lo que decidió.— Hola — saluda, y Keila levanta la mirada. se sorprende de verla allí —. Mi nombre es Valentina, y estaré trabajando aquí en un proyecto. Espero poder contar con tu ayuda.— Mucho gusto, soy Keila Huxely. Con gusto puedo ayudarla en lo que necesite — Sintiéndose cómoda.— Pido disculpas en nombre de mi esposo, si es que le ha tratado mal —. Valentina decide marcar su territorio, enmarcando un poco más fuerte la palabra esposo. La sonrisa de Keila, palidece un poco, pero logra mantenerlo —. Está acostumbrado que le sigan el ritmo, y se olvida que no todos son robots.— Hasta ahora, creo que voy superando la prueba — responde, con ganas de querer llorar. Ahora no solo se sentía triste, sino la peor mujer del mundo —, aunque admito que tiene un carácter fuerte.Valentina no encontró nada sospechoso, y pudo sentirse tranquila; aunque eso no significa que su esposo no se sienta atraído por ella.— Ella es mí asistente Valentina. Me ha costado mucho encontrar a alguien competente — manifestó el hombre, detrás de ellas —. Aún sigues a prueba, y te recomiendo que dejes de perder el tiempo conversando y te pongas a trabajar.Enzo no quería a su esposa cerca de la mujer que estaba acaparando su mente. La tensión era palpable, pero Keila no estaba nerviosa, sino más bien tenía tanto miedo, por la situación en la que se había metido.— Entendido señor — susurró, y enfocó la atención en Valentina, disculpándose.Se dio la vuelta y se dirigió a su oficina, mientras que Enzo, observaba su espalda, y luego enfocó su atención en su asistente, mientras su mano, acariciaba la tanga de encaje, que olvidó en el lavado del hotel, junto con un anillo.La mente de Valentina, trabajaba. Lo mismo pasaba con los dos individuos afuera. Ella sabía que su esposo sentía algo por esa insignificante mujer y quería entender por qué. Keila, por su parte, despejó su mente y se centró en su trabajo. Y, por último, estaba Enzo, quien no entendía las intenciones de su esposa. Él creía que Valentina vino a la empresa, solo por su libertad económica, cuando en realidad las intenciones de su esposa, era descubrir la verdad. Una verdad inexistente, porque tanto para Keila, como para Enzo, no pasó nada y no existe nada entre ellos dos. Y tampoco existirá. Enzo no estaría con una mujer como ella, y Keila, no quería vivir con un tirano. Eran completamente diferentes. Valentina sale de su oficina, y se dirige junto a la asistente de su esposo. — Keila, ¿verdad? — inquiere, sabiendo exactamente su nombre —. ¿Podrías ayudarme con algo? Es que no estoy comprendiendo los números. La asistente sabía que lo hacía para molestar a su esposo, pues, si tenía
Valentina estaba frustrada, pero, en definitiva, no se iba a dejar vencer, por lo que buscaría una forma de vengarse de su esposo, o al menos, antes de llegar a eso, buscaría salvar lo que nunca hubo. Un matrimonio real. Estaba sentada en su oficina, cuando oyó el sonido del ascensor abrirse, y observó a la asistente de su esposo subir, con vaso de café en las manos. Comenzó a mirarla, dándose cuenta de que poseía una belleza tan natural que envidiaba. Keila se perdió dentro de la oficina de su jefe, mientras colocaba el vaso de café sobre el escritorio de su jefe, y colocaba una rodaja de pastel al lado. Solo quería mostrarle de esa forma, su agradecimiento por el trabajo, y no solo eso; sino también, por no tocar el tema de la noche del sábado. Salió de allí, luego de dejar todo, completamente acomodado, y disponer a sentarse en su escritorio a trabajar, pero no contaba con que la esposa de su jefe aparecería. — Hola, ¿qué te parece si almorzamos juntas? — Keila se sorprendió un
— ¿Vives aquí? — preguntó con notoria sorpresa el ceo, al ver el lugar donde ella dormía por las noches —. Parece un lugar muy peligroso. — No es peligroso, o al menos, yo ya me he acostumbrado — musitó, mientras subía los peldaños de la entrada. Se volteó y encontró de lleno con el pecho de su jefe, en el cual tuvo que colocar ambas manos, para sostenerse —. Lo siento, no tienes que… — Me aseguraré de que llegues bien. — Ya he llegado — susurró ella. — A tu piso — respondió. En ese momento, uno de sus hombres, estacionaba un auto muy bonito, frente a su piso —. Ese es tu coche. — De la empresa — corrigió ella. Él solo sonrió y asintió. Aunque era una sonrisa que solo ella pudo percibir, pues no acostumbraba a mostrar ese tipo de gestos a nadie. Enzo nunca antes se había preocupado por ninguno de sus empleados, pero esta mujercita, había despertado su interés desde el primer momento en que cruzó la puerta de su despacho e inhalo, su dulce aroma a vainilla. Porque sí, olía a vain
Fue un almuerzo de negocios muy extenso; y apenas lograron convencer al empresario, de hacer negocios con él. Tenía la misma labia que Enzo, por lo que jugar con las mismas técnicas, era difícil; más no imposible. De allí, solo quedaron ellos dos en el restaurante, mientras intentaban entablar una conversación. Para Enzo fue muy difícil hacerlo, pues estuvo reprimiendo sus ganar de socializar con mujeres por tres años, y ahora, que al fin le interesaba una mujer, sorprendentemente, no sabía cómo actuar al respecto. — Cuéntame más de ti — Se atrevió a preguntar. Keila, lo observó a través de sus pestañas y se acomodó. Ya no quería mostrarse tan débil, pese a que necesitaba ese trabajo. Sus ojos mostraban determinación, por lo que se acomodó más cómodamente y cruzó sus brazos. — ¿Qué exactamente deseas saber, señor Mondragón? — No puedes tratarme de señor, después de que he saboreado esa boquita — musita, cambiando el brillo de sus ojos. — Estamos en público, y no pretendo convert
En los planes de Keila solo estaba llegar a su pequeño piso, y dormir; sin embargo, estaba claro que, para su jefe, dormir era algo que no conocía. Además, ya estaba parado en la puerta de su cubículo, esperándola.— ¿En verdad quieres llevarme a cenar? No puedo simplemente irme a mi casa y descansar — manifestó. La verdad era que sentía muchas emociones en su cuerpo, pero no podía simplemente dejarse llevar. Era su jefe, y lo más probable es que quiera jugar con ella.— Cenar juntos es parte del proceso de conocernos — responde él. Para Keila le fue imposible no poner los ojos en blanco.— ¿Y si no quiero conocerlo más de lo que implica el trabajo? — cuestiona ella, mirándola desde abajo.En esa posición, para Enzo, su asistente era la mujer más hermosa del puto universo. Era atractiva y tenía un rostro de niña, capaz de doblegarlo. Sin embargo, él presentía que ella solo mantenía cierta distancia porque su ex esposa estaba cerca, y se la pasaba hostigándola.— Porque simplemente lo
— Creo que ya hemos hablado lo suficiente. Debo descansar, pues mañana será un día muy pesado — Enzo solo asintió y se puso de pie. — Bonita forma de correrme de tu casa — dice, intentando sonreír, lo cual dejó petrificada a la mujer. — Te ves bien, señor Mondragón — dijo ella, logrando confundirlo. — ¿Cómo? — inquirió. Ella optó por no decir nada, pues quería ser testigo de otras más de sus sonrisas, lo cual lo hacían lucir juvenil. Definitivamente, ella quedó encantada, y atesoraría esos momentos como los más hermosos de su vida. Enzo no solo lucía juvenil cuando sonreía, sino también mucho más apuesto, con sus dientes perfectos, y los dos hoyuelos que se formaban en sus mejillas. Era como un brillo especial, que irradiaba en todo su ser. Cuando sonreía, lo hacía de verdad. — Nada — respondió y el solo asintió. Caminó hacia la entrada, y abrió la puerta, para darle paso a su hombre de confianza a que ingrese con una canti
Caminar hasta la sala de juntas, eran realmente difícil. Cada paso que daba la joven, hacía que su cuerpo se tensara más, y pareciera un robot. En el momento en que oyó aquella voz, se quedó en la puerta y se puso a respirar, para poder enfrentarse. Una mano tomó su brazo de repente. — ¿Quién está allí adentro? — preguntó su jefe, con el rostro completamente serio. Nada nuevo en él. — Nadie — musitó. No paraba de mover los dedos, hasta que él, sujetó sus manos. — No me mientas. Desde que mencioné la reunión estás ansiosa — confirmó, con voz impostada —. Si no me dices, cancelaré la reunión, no me importa nada más que tú tranquilidad. — ¿Qué sucede? ¡Keila! Te vez ansiosa — remarcó lo obvio, Valentina y dándole la razón a su ex esposo. La asistente observó a ambos, y suspiró pesadamente, para después fingir una sonrisa. — Estoy bien, no tienen de que preocuparse —Volvió a insistir con lo mismo. — Si quieres, puedes darte el día libre y yo me encargo de la reunión con mi esposo —
Cuando despidió a todos, el último en salir fue el señor Fonseca, y debía pasar cerca del cubículo de Keila, misma que lo único que hacía, era contener su respiración e intentar concentrarse en su trabajo.Ella se sentía aterrada, y no podía creer, que a pesar de los años que pasó, aun pueda sentirse con ese sentimiento, cuando está cerca de él. Odiaba tener esa sensación de que su vida acabaría en cualquier momento, si él sigue cerca.— Keila… — Sus manos habían dejado de hacer lo que hacía, presionando con fuerza el lápiz, y sus ojos estaban concentrados en la pantalla —. ¡Keila!La voz de Valentina la sacó de esa bolsa de pensamientos negativos, y levantó la mirada en el momento justo, en que ese hombre pasaba, enfocando los ojos en él.— Adiós Huxely, nos veremos pronto — decretó, hasta que el hombre se enfocó en su camino.Keila estaba nerviosa, y necesitaba estar sola por un momento, pero no podía dejar su trabajo y dar motivos para que la despidan.— ¿Lo conoces? — preguntó la