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04 - Deberíamos divorciarnos.

La mente de Valentina, trabajaba. Lo mismo pasaba con los dos individuos afuera. Ella sabía que su esposo sentía algo por esa insignificante mujer y quería entender por qué. Keila, por su parte, despejó su mente y se centró en su trabajo. Y, por último, estaba Enzo, quien no entendía las intenciones de su esposa.

Él creía que Valentina vino a la empresa, solo por su libertad económica, cuando en realidad las intenciones de su esposa, era descubrir la verdad. Una verdad inexistente, porque tanto para Keila, como para Enzo, no pasó nada y no existe nada entre ellos dos.

Y tampoco existirá.

Enzo no estaría con una mujer como ella, y Keila, no quería vivir con un tirano. Eran completamente diferentes.

Valentina sale de su oficina, y se dirige junto a la asistente de su esposo.

— Keila, ¿verdad? — inquiere, sabiendo exactamente su nombre —. ¿Podrías ayudarme con algo? Es que no estoy comprendiendo los números.

La asistente sabía que lo hacía para molestar a su esposo, pues, si tenía dudas, debía llamar al área contable para disipar sus dudas. Valentina le mostró la carpeta, y Keila sin ningún tipo de inconveniente logró descifrar y explicarle sus dudas. Fue entonces, que Valentina comprendió a su esposo.

Si en verdad, él se sentía atraído hacia ella, comprendería el porqué; pues su asistente no solo era una cara bonita con bonito cuerpo; sino también, tenía un cerebro capaz de descifrar el más mínimo error, como lo acaba de hacer ahora.

Sin embargo, Valentina no se dio cuenta, que el documento que le mostró, era algo confidencial; y ahora Keila sabía, que más del cincuenta por ciento de las ganancias, iba para la empresa socia, y no para su jefe. Como asistente, ella debía preguntárselo, pero temía meter las narices más al fondo de lo que ya lo había hecho en esos cortos días, trabajando allí.

— ¿Cómo te está yendo hoy? — preguntó su amiga —. Al parecer, aguantarás la semana.

— Estoy muerta. Nunca antes he trabajado tanto — Suelta un suspiro —. Por cierto, ¿puedes hablarme un poco de mi jefe? Es que en verdad necesito saber más. Hoy supe que tenía esposa.

— ¿La señora Valentina estuvo aquí? — inquiere con total sorpresa su amiga —. Desde que trabajo, nunca antes ha pasado por aquí.

— Pues, déjame informarte que se quedará a trabajar. Sin embargo, estoy en una encrucijada — dice —. Me he enterado de algo, sin querer. No sé si la mujer no se dio cuenta, o lo hizo a propósito.

— ¡¿Qué?! — pregunta, con la paciencia al límite.

En ese momento, su jefe bajaba por las escaleras, y la observó detalladamente. Ella sintió que la estaba regañando mentalmente, por intentar divulgar algo que no le correspondía a ella.

— Necesito ayuda. Siento que el jefe me está regañando con los ojos — susurra, sin apartar la vista. Su cuerpo comenzó a temblar, cuando los recuerdos de la noche del sábado, sucumbieron en su mente.

— ¿Has hecho algo malo?

— Tal vez, pero no puedo contártelo aún. Lore, ¿cómo asistente, debo contarle todo lo que sé a mí jefe, siempre que sea de la empresa?

— Sí, es el trabajo de una asistente. ¿Qué sucede, Keila?

— He descubierto que… — Guardó silencia abruptamente, cuando creyó que su jefe se dirigía A ella; sin embargo, pasó de largo. Ella no volteó a mirar —. Ese hombre es aterrador, Lorena.

— No ha apartado los ojos de encima de ti, ni un solo segundo. Sea lo que sea que has hecho, lo tienes atrapado. No te despedirá — dice su amiga, poniéndose de pie; olvidando el tema del secreto. Igual, solo creía que su amiga estaba paranoica, por lo que colocó su mano en su hombro —. Cálmate, él no te va a despedir, y no vivirás bajo un puente.

Ella solo asintió, y también se dirigió a su puesto de trabajo, hasta que la noche llegó. Cuando ya había terminado su trabajo, se levantó y caminó hacia la oficina de su jefe, toco la puerta hasta que recibió la orden para que pueda entrar.

— Señor, he acaba con el trabajo del día de hoy. Ya me voy a retirar — avisa, una vez adentro.

Enzo se encontraba aun concentrado en el computador, y ni siquiera levantó la mirada.

— He dejado algunos pendientes en el correo. Revísalos si puedes, no es urgente — dice en su lugar.

— Entendido, señor — musita, retrocediendo —. Que tengas buena noche.

— ¿Tienes cómo ir? — pregunta en su lugar, lo cual hace que Keila detenga sus pasos, y vuelva a mirarlo, pero él, sigue en la misma posición. Desde afuera, Valentina estaba observando y oyendo. Todo parecía normal en el comportamiento de su marido, por lo que creyó que ella no era la mujer —. Dile a mi chofer que te acerque a tu casa, y mañana temprano, pasas a recursos humanos a firmar tu contrato.

— Gracias, señor.

— No me defraudas, señorita Huxely — manifestó —. Puedes retirarte.

Con una sonrisa radiante, la asistente salió fuera de la empresa, hasta el estacionamiento, donde ya el chofer lo estaba esperando; mientras que, adentro, en el último piso, Enzo sonreía internamente por el rostro asustado de su asistente, y el truco de su esposa. Estaba allí para vigilarlo, pero no le daría el gusto de verlo caer.

No obstante, él se quedaría investigando respecto al trato de ambas empresas. Sus ingresos le parecían demasiados pocos el último año, a comparación de los primeros años, y el crédito del acuerdo, ya estaba saldado. Aún con la cuenta saldada, las ganancias habían bajado considerablemente y no había encontrado nada raro en los registros contables.

— Me ha contratado — Le cuenta Keila a su mejor amiga, una vez llega a su casa; y mientras está con el celular en la oreja, se dirige al refrigerador, para prepararse algo que comer —. Solo me dijo que mañana vaya a Recursos Humanos a firmar mi contrato y, que no lo defraude. Creo que he pasado la prueba.

» Definitivamente, lo has hecho. «responde su subconsciente.

— Esa es una noticia increíble, Keila. Ya tienes un trabajo, lo que significa, que estarás tranquila y con un sueldo estable.

— Y comida. Tendré comida en mi refrigerador — susurra ella, mirando su heladera vacía.

— Todo mejorará a partir de ahora, amiga. — Su amiga sabía por lo que pasada, y casi siempre la ayudaba. Conocía su situación, su vida y todo por lo que tuvo que pasar por culpa de su ex novio.

Ese imbécil se había aprovechado varias veces y no conforme, le había abandonado en un lugar tan feo, donde pasó las peores aberraciones. Nunca se lo perdonaría.

No obstante, al otro lado de la ciudad, en un cuadro lujoso, muy diferente a donde vivía Keila. Se encontraba la mansión Mondragón. Enzo ya estaba allí, nuevamente encerrado en su despacho, cuando recibió un correo con los documentos, perfectamente narrados.

Cada vez quedaba más encantado con la agilidad de esa mujer, y su inteligencia. Y, sobre todo, sentía que un peso se le sacaba del hombro, pues el trabajo se reducía al cien por ciento. Era tan eficaz, que incluso se adelantaba a algunas cosas, pese a que aún no lo conocía bien.

Eso es lo que el buscaba tanto, y aunque la situación ha cambiado un poco, y ella actuó como si nada hubiese pasado, admitía que la necesitaba en la empresa. Por fin había encontrado a alguien que caminara a su velocidad; aunque, aun le molestaba la atracción que sentía.

Le costaba mucho no mirarla y no recordar lo que pasó entre ellos.

— Cariño — La voz de su esposa, lo despertó de sus pensamientos; sin embargo, rápidamente frunció el ceño cuando la vio en ropas menores —. Quiero que lo intentemos.

— Valentina, ya hemos hablado de esto — susurra él, incomodándose. Su esposa era una mujer muy atractiva, eso nadie podía negarlo, pero no sentía nada, y no le nacía ser un canalla con ella y aprovecharse. Sabía que eso implicaría un problema, conocía sus estrategias —. Ya te lo he dicho.

— ¿Por qué? No te estoy pidiendo que me ames, pero estoy harta de usar esos juguetes, cuando tengo un esposo que puede darme lo que quiero — Enzo cerró los ojos con fuerza —. ¿Te gusta alguien más?

— No vayas por ese camino, Val — susurra —. Tú y yo sabemos, que no quería casarme, y que te aprovechaste de mi situación. Ambos conocemos la verdad, no quieras enredarme.

— Pero yo…

— No lo haces, solo necesitas obtener lo que quieres, y como a mí no puedes tenerme, me impusiste términos, que no pude negarme — Suelta un suspiro —. Creo que deberíamos divorciarnos.

Ese pedido, fue como un golpe seco y a puño cerrado, que desencajó su mandíbula. El hombre que quería, y, al que a duras penas logró atar en matrimonio, le está pidiendo el divorcio

— No. No puedes pedirme eso, después de todo lo que he hecho por ti. Me debes tu vida, Enzo. No dejaré de ser una Mondragón — manifiesta, ya con el cuerpo tenso —. ¡Olvídalo! No existe ni una posibilidad de que eso pase.

— Valentina.

— No, no te librarás tan fácilmente de mí — manifiesta ella decidida, dejándolo solo.

Enzo estaba que explotaba en cólera. Tomó su vaso, y lo aventó a la pared, haciéndolo añicos. ¿Cómo diablos iba a conseguir de que ella acepte el divorcio?

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