El sol filtraba sus cálidos rayos a través de las cortinas entreabiertas, iluminando la habitación del hospital con una tenue luminosidad. El hombre yacía en la cama, entre sábanas blancas que resaltaban su palidez. Los pitidos de los monitores y el suave murmullo del personal médico creaban un telón de fondo constante. De repente, sus ojos parpadearon lentamente, ajustándose a la realidad a medida que la consciencia regresaba.Una figura borrosa se materializó al lado de la cama, una silueta maternal que se inclinó con preocupación. La madre observó con ojos llenos de alivio mientras su hijo recobraba el conocimiento. Un suspiro contenido escapó de sus labios, y una sonrisa maternal iluminó su rostro.— ¡Hijo! — exclamó con voz temblorosa —. Estaba tan preocupada. ¿Cómo te sientes?El magnate, aún aturdido, esbozó una sonrisa a medias y asintió débilmente. La calidez de la presencia materna era reconfortante, pero algo no encajaba. Buscó con la mirada, inquieto, por la habitación.»
En el rincón de la habitación, la figura exhausta de su madre yacía inmóvil. Ella, luchaba contra las lágrimas mientras aferraba la mano de su hija, brindándole consuelo. La incertidumbre flotaba en el aire, tan densa como el olor a medicamentos. A pesar de la gravedad de la situación, ella no podía evitar pensar en la última vez que vio a Enzo sonriente con Keila antes de que la tragedia los separara.Al otro lado del mar, en un mundo desconocido, Keila despertó con el sonido del viento susurrando entre los árboles. La luz filtrándose a través de las rendijas de la cabaña de paja pintaba un cuadro surrealista a su alrededor. Al incorporarse, se dio cuenta de que no estaba sola.La cabaña estaba poblada por habitantes del bosque. Gente vestida con túnicas de colores vivos, adornadas con símbolos que ella no reconocía. La lengua que hablaban era un misterio para la joven, pero su expresión de preocupación y curiosidad trascendía las barreras lingüísticas.Un anciano, con ojos sabios y
El crepúsculo envolvía la ciudad cuando Augusto se encontró frente al edificio que albergaba el departamento de Valentina. Cada paso resonaba en su interior como un recordatorio de las decisiones que lo llevaron hasta ese punto. El aire estaba cargado de tensión, y las sombras de la noche se cerraban a su alrededor mientras ascendía por las escaleras hacia el lugar que alguna vez fue testigo de sus acciones más oscuras.Al llegar al pasillo donde Valentina solía vivir, Augusto notó que su corazón latía con fuerza, recordándole la carga. La cerradura cedió ante la llave que llevaba consigo, y la puerta se abrió para revelar el pasado que tanto había intentado ignorarLa habitación estaba igual que la última vez que la vio. El eco de la tragedia resonaba en cada rincón, y la presencia de Valentina se hacía sentir incluso en su ausencia. Augusto se adentró con cautela, como si temiera despertar a los fantasmas del pasado. Las imágenes de la atrocidad que cometió inundaron su mente. El do
La noche caía con una oscuridad opresiva sobre la aldea, mientras Augusto y sus hombres avanzaban como sombras en busca de la mujer que él culpaba por la muerte de su padre. La mente de Augusto estaba envuelta en una tormenta de odio y obsesión, y el bosque parecía susurrar sus propios temores.Los aldeanos, ajeno al peligro inminente, seguían sus actividades cotidianas. Pero la calma estaba a punto de romperse. En un momento de descontrol, Augusto emitió la orden de atacar, y sus hombres avanzaron como una marea oscura, invadiendo la paz que reinaba en la aldea.— No nos entienden. Búsquenla hasta por debajo de las piedras.Gritos de angustia resonaron en el bosque cuando los aldeanos, indefensos y sorprendidos, enfrentaron la furia de los hombres de Augusto. Casas fueron saqueadas, y la desesperación se apoderó del lugar que, hasta hace poco, era un refugio seguro.En medio de la confusión y el caos, Keila se esforzaba por mantenerse oculta. Sus ojos reflejaban el terror mientras ob
El ajetreo de un centro comercial moderno, envolvía a Keila y su mejor amiga, quien había llegado desde París gracias a la invitación de su jefe. La luz brillante de las tiendas y la risa animada de los compradores creaban un ambiente bullicioso y lleno de vida. Sin embargo, en el corazón de Keila, había una noticia que transformaría su mundo.Lorena quien ya se había dado cuenta del comportamiento de su amiga quiso intervenir, pero dejó que ella decidiera contarle, sea lo que sea, le esté sucediendo.Ambas mujeres paseaban por las tiendas, explorando los estilos y colores de ropa de bebé que llenaban los escaparates. Keila, con una sonrisa apenas contenida, seleccionaba con cuidado algunas prendas adorables, imaginando la ternura que emanarían.— Hay algo que quiero contarte —dijo Keila a su amiga, la emoción titilando en sus ojos.La amiga, aún ajena a la noticia, asintió con curiosidad, aunque ciertamente, comenzaba a sospechar.— Dime, ¿qué sucede?Keila sostuvo la ropita de bebé
Epílogo. EPÍLOGO El despacho del abogado estaba impregnado de tensión cuando Lorena y Cristhian se encontraron para abordar el tema del divorcio. Las palabras resonaban en el aire, las emociones crudas e irreconciliables salpicaban cada intercambio. Cristhian, aún reacio, se aferraba a la idea de un amor que parecía desmoronarse entre sus dedos. — ¿Por qué tanto apuro en divorciarte de mí? — cuestionó por milésima vez, sacando de quicio a la mujer. — ¿Qué diablos te pasa, Cristhian? Esto es lo que querías — gritó de repente —. ¿O acaso quieres continuar humillándome? ¿No te basta con amar a mi mejor y la esposa de tu mejor amigo? ¿No te basta con salir besándote con una modelo, mientras yo te preparaba la cena? — Las lágrimas no tardaron en abordar en los ojos de la joven —. ¿Crees que quiero esto? ¿Qué no te amo? Me enamoré de ti desde el primer instante, pero tu corazón no me pertenece, y yo no voy a pelear por un amor que no me corresponde. — Te he pedido un millón de veces por
La desesperación inundaba su mente. Ella necesitaba encontrar un trabajo pronto, de lo contrario, se vería en la obligación de desalojar su hogar y vivir bajo algún puente del estado de California. Keila Huxely, era la chica más dulce que podría existir, era muy inteligente, y dominaba el área contable, ya que es una carrera en la cual se desempeñó; sin embargo, no comprendía porque no podía conseguir un trabajo, ni como mesera. ¿Acaso tenía algo? Eran exactamente el medio día. El sol calentaba hasta cocinarte sobre el pavimento, y la mujer se dirigía al trabajo de su única y mejor amiga, para almorzar. Ésta, apenas vio a Keila, ayudó que tomaran juntas el almuerzo. Soltó un suspiro fuerte, mientras veía a todas correr intentando cumplir los caprichos del prepotente jefe. — ¿Un día pesado? — pregunta Keila, sentada frente ella. — Ni lo digas — No estaban sentada dentro de la empresa, sino afuera de ella, justamente para no tener inconvenientes —. Es la cuarta asistente que está de
La noche estaba oscura, mientras que Enzo, seguía encerrado en su despacho, con las flores que había mandado a comprar. La puerta se abre, y su esposa, Valentina, ingresa para saludarlo. Pese a que ninguno siente amor, la relación sigue siendo amistosa entre ambos; sin embargo, ella se da cuenta de que la situación económica de su esposo ha mejorado bastante y, por ende, ha notado su cambio repentino en su comportamiento. Observa las flores y sonríe. — ¿Nueva asistente? — pregunta, tomando las flores del sofá. — Hmm — es lo único que musita su esposo. — Creo que deberías ir a descansar, al parecer esta nueva asistente a logrado conseguir una florería abierta; lo que indica que ha pasado la prueba. — Aún no. Debo dejar esto listo para mañana, por si ella no logra hacerlo. Estoy seguro que no logrará igual que las otras — masculla, sin levantar la mirada de la pantalla. Valentina comprendía a su esposo, y su estresante trabajo; pero más sentía pena, por las pobres mujeres que debí