LA PRINCESA DE LA MAFIA
LA PRINCESA DE LA MAFIA
Por: LISA CARM
LA JAULA DE ORO

Valentina

El murmullo del agua de la fuente central se mezcla con las risas ahogadas de las invitadas de mi madre y el sonido cristalino de las copas al brindar. La mansión Morelli está en su máximo esplendor esta noche, iluminada con cientos de luces que resaltan cada detalle de su arquitectura renacentista. Es una de las propiedades más imponentes de la región, una obra de arte que grita opulencia y poder. Para cualquiera que la vea desde fuera, es el sueño de cualquier persona. Para mí, es una jaula. Hermosa, sí, pero una jaula al fin y al cabo.

Desde niña, aprendí que nuestro apellido es más que un simple conjunto de letras. Es un peso, una herencia de sangre y poder que no permite grietas. Mi padre, Alessandro Morelli, no es un hombre cualquiera. Su presencia impone respeto, su palabra es ley y su voluntad se cumple sin excepción. En nuestro mundo, él no es solo un empresario, sino el emperador de un reino construido a base de acuerdos silenciosos, lealtades compradas y amenazas veladas.

Camino por la terraza con una copa de vino en la mano, observando la escena que se desarrolla en el salón principal. Políticos, empresarios, familias de renombre, todos reunidos en una celebración donde los brindis son falsos y las sonrisas, calculadas. Bienvenidos a la corte de los Morelli, donde la lealtad se mide en billetes y la traición se paga con sangre.

Mi madre, Isabella, es la anfitriona perfecta. Su vestido negro resalta su figura elegante y su mirada serena oculta el cansancio de una vida de apariencias. A su lado, mi padre conversa con Salvatore Ricci, un viejo amigo de la familia, un hombre con más enemigos que aliados, pero con la misma sangre fría que caracteriza a los hombres de nuestro círculo.

—Valentina, querida —mi madre me llama con esa dulzura ensayada de siempre—. Ven a saludar a los Ricci.

Fuerzo una sonrisa y me acerco, porque eso es lo que se espera de mí.

—Buenas noches —digo con la mejor educación posible.

El hijo mayor de los Ricci, Matteo, me mira con interés. Lo ignoro deliberadamente. Sé lo que pasa por su mente. Para ellos, las mujeres como yo somos trofeos, piezas de ajedrez que se mueven en el tablero de la mafia para sellar alianzas. Pero si creen que algún día me casaré por conveniencia, están muy equivocados.

—Valentina, sigues tan hermosa como siempre —comenta Matteo con una sonrisa que pretende ser encantadora.

—Y tú sigues tan predecible —respondo con la misma falsa amabilidad.

Mi padre me lanza una mirada de advertencia. Conozco esas señales. Está dejando claro que debo comportarme. Que en este mundo, las palabras son armas, y usarlas en el momento equivocado puede traer consecuencias.

Me despido con la excusa de ir al jardín, donde la música se escucha a un volumen más bajo y el aroma de las rosas se mezcla con la brisa nocturna. Aquí, al menos, puedo fingir por unos minutos que no soy la hija de Alessandro Morelli, que mi vida no está escrita con tinta de sangre y que el destino no me tiene encadenada a esta familia.

Pero la ilusión no dura. Dos hombres vestidos de negro están apostados en la entrada principal, con la mirada fija en mí, alerta a cada uno de mis movimientos. Son mi sombra, mi prisión con traje y pistola.

Desde hace años, mi vida está custodiada. Nunca voy sola a ningún lado. No hay respiro. No hay escapatoria.

A veces me pregunto cómo sería ser normal. Despertar sin pensar en alianzas estratégicas, sin la presión de mantener la imagen perfecta de la familia, sin la amenaza constante de que un error podría poner en peligro nuestra seguridad. Porque en este mundo, la línea entre la lealtad y la traición es tan delgada que un solo paso en falso puede costarte la vida.

Suspiro y doy un sorbo a mi copa. He aprendido a sobrevivir aquí dentro, a jugar con las reglas que me impusieron. Pero si algo tengo claro es que no pienso ser una simple ficha en este juego. No soy un peón, ni un premio a repartir.

Soy Valentina Morelli, y si el destino ya escribió mi historia, lo haré pedazos con mis propias manos.

****

El murmullo de la fuente en el centro del jardín se mezcla con el zumbido constante de las conversaciones en el interior. Desde aquí, puedo ver las luces cálidas filtrándose por los ventanales de la mansión Morelli, proyectando sombras elegantes y monstruosas al mismo tiempo. Si alguien mirara desde fuera, pensaría que esta casa es el escenario de un cuento de hadas. Pero yo sé la verdad.

El oro que cubre cada rincón de esta propiedad está manchado de sangre.

Termino mi copa de vino en un solo sorbo y camino por los senderos de piedra que serpentean entre los rosales. El aroma de las flores es embriagador, pero no lo suficiente para apaciguar la sensación de asfixia que me provoca esta vida. A lo lejos, el lago brilla bajo la luna, sereno y ajeno a la realidad que se vive dentro de estas paredes.

—Señorita Morelli.

Me detengo en seco y ruedo los ojos antes de darme la vuelta. Uno de los guardias de mi padre, Luca, me observa con la expresión impasible que todos ellos tienen.

—¿Qué quieres? —pregunto con fingida dulzura.

—Su padre desea que regrese a la reunión.

Por supuesto que lo desea. Porque para Alessandro Morelli, todo es una cuestión de imagen. Quiere que esté presente, que juegue mi papel como la hija perfecta, la princesa intocable de su reino.

—Dile que ya voy.

Luca asiente, pero no se mueve. Lo miro fijamente, cruzando los brazos.

—¿Algo más?

—No tardé mucho, señorita.

Traducción: No hagas que tenga que venir a buscarte otra vez.

Le sostengo la mirada durante unos segundos antes de girarme y caminar de regreso a la mansión. Lo hago con pasos tranquilos, porque aunque estoy acostumbrada a recibir órdenes, odio acatarlas.

Al entrar nuevamente en el salón, la calidez de las luces y el olor a licor caro me golpean de inmediato. Las risas y conversaciones parecen haber subido de tono, y varios de los invitados se han reunido en pequeños grupos estratégicos. Este tipo de eventos siempre son así: negociaciones encubiertas bajo el disfraz de una velada elegante.

Mi madre me lanza una mirada aprobatoria cuando me ve entrar, y mi padre apenas desvía la vista de su conversación con Enzo Bianchi, uno de sus socios más antiguos. Como siempre, me hace sentir como si fuera una pieza de ajedrez en un tablero que solo él sabe manejar.

Decido que necesito otra copa.

Me acerco a la barra y el camarero inmediatamente me sirve un Brunello di Montalcino, mi vino favorito. Lo tomo con elegancia, dejando que el líquido acaricie mi paladar antes de tragar. Es un placer pequeño, pero en noches como esta, me aferro a cualquier sensación que me haga sentir que tengo algo de control sobre mi vida.

—Valentina.

Cierro los ojos por un segundo antes de girarme con una sonrisa ensayada.

—Matteo.

El hijo mayor de los Ricci me observa con esa sonrisa confiada que me irrita. Es atractivo, lo admito, pero su actitud de niño rico y su aire de superioridad lo hacen completamente insoportable.

—Hace tiempo que no coincidimos —dice, tomando su propio vaso de whisky con un aire relajado.

—Tal vez porque lo he evitado con éxito —respondo sin perder la sonrisa.

Matteo suelta una risa baja, como si le divirtiera mi descaro.

—Siempre tan encantadora —comenta, acercándose un poco más.

No me muevo. No voy a darle el gusto de retroceder.

—Dime, Valentina, ¿nunca has pensado en lo bien que nos veríamos juntos?

Doy un sorbo a mi copa sin apartar la mirada.

—Dime, Matteo, ¿nunca has pensado en lo bien que te verías callado?

Sus labios se curvan en una sonrisa ladina y por un momento creo que va a insistir, pero entonces alguien aclara la garganta detrás de mí.

Me giro y mis ojos se encuentran con los de mi padre.

El ambiente cambia al instante.

Alessandro Morelli tiene una presencia que lo llena todo. Su sola mirada es suficiente para hacer que incluso el hombre más valiente se replantee sus decisiones.

—Matteo, ven conmigo —ordena, su tono sereno pero firme.

Matteo obedece de inmediato, dándome una última mirada antes de alejarse con mi padre. Yo permanezco en mi lugar, sintiendo una opresión en el pecho.

Sé lo que está pasando.

Sé que mi padre está planeando algo.

Y no me gusta en absoluto.

Decido salir nuevamente, pero esta vez hacia el balcón del segundo piso. Necesito aire. Necesito espacio. Apoyo las manos en la barandilla de piedra y miro hacia el horizonte, donde la silueta de los viñedos se extiende bajo la luz de la luna.

A veces, cuando era niña, soñaba con escaparme. Con salir corriendo entre las vides y perderme hasta que nadie pudiera encontrarme. Pero nunca lo hice. Porque la verdad es que no hay un lugar en el mundo lo suficientemente lejos de la sombra de mi apellido.

—Siempre te ha gustado este lugar.

La voz profunda y grave me sobresalta.

Me giro y encuentro a Salvatore Ricci, el patriarca de la familia Ricci y amigo cercano de mi padre.

—Señor Ricci —saludo con cortesía.

Él me observa con esa mirada afilada que siempre me ha inquietado. Es un hombre mayor, pero su presencia sigue siendo tan intimidante como la de mi padre.

—Has crecido mucho, Valentina. Te has convertido en una mujer fuerte.

No sé por qué, pero sus palabras me ponen en alerta.

—Gracias —respondo con cautela.

Ricci se acerca un poco más, y aunque su expresión es amable, hay algo en su tono que me pone nerviosa.

—Tu padre y yo hemos estado hablando mucho últimamente —dice, con la tranquilidad de quien controla cada situación.

Me quedo en silencio, esperando que continúe.

—Queremos asegurarnos de que el futuro de nuestras familias esté bien protegido.

Un escalofrío me recorre la espalda.

—¿Qué significa eso? —pregunto, aunque en el fondo ya conozco la respuesta.

Ricci sonríe, pero sus ojos no reflejan calidez alguna.

—Pronto lo sabrás.

Y con esas palabras, se marcha, dejándome con un mal presentimiento que se instala en mi pecho como una piedra pesada.

Apreté la barandilla del balcón con tanta fuerza que mis nudillos se pusieron blancos. No. No voy a dejar que decidan mi vida como si fuera una simple mercancía.

Si mi padre cree que voy a aceptar su voluntad sin luchar, está muy equivocado.

Y lo va a descubrir muy pronto.

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