UN DEBER DIFICIL

DANTE

Proteger a Valentina Morelli debería ser un trabajo sencillo.

He protegido a políticos, empresarios corruptos, incluso a líderes criminales mucho más peligrosos que su padre.

Pero ninguno ha sido tan jodidamente complicado como ella.

No sigue órdenes.

No se queda donde debe estar.

No entiende que cada vez que desafía mis límites, lo único que hace es ponerme en una situación imposible.

Ella no lo ve, pero la línea entre mi deber y el desastre es más delgada cada día.

Y Valentina se está divirtiendo empujándome al borde.

Me paso una mano por la nuca, frustrado, mientras la observo desde la distancia.

Está sentada en el jardín de la villa, con un vestido ligero y el cabello recogido en un moño desordenado.

Se ve inofensiva.

Pero ya he aprendido que eso no significa nada.

Valentina Morelli no es una niña mimada jugando a ser rebelde.

Es una fuerza de la naturaleza.

Y si no empiezo a controlarla, va a destruirme.

La ciudad está más caótica de lo habitual.

Turistas por todas partes, calles congestionadas, bocinas sonando sin descanso.

Mi atención está en Valentina.

Siempre en Valentina.

Ella camina delante de mí con su actitud de princesa intocable, sus gafas de sol enormes y su aire de indiferencia absoluta.

El resto del equipo de seguridad mantiene una distancia prudente, pero yo estoy a solo dos pasos de ella.

Lo suficientemente cerca para intervenir en caso de peligro.

Lo suficientemente lejos para evitar caer en su trampa.

—Espero que no estés tan aburrido, Russo —comenta sin voltear a verme.

—Tú eres mi única preocupación.

Ella se ríe.

—Qué alivio.

Falsa.

Jodidamente falsa.

Paseamos por la Piazza del Duomo. Valentina entra en boutiques caras, finge interés en los escaparates y se mueve con una seguridad que delata su verdadera intención.

Está buscando la oportunidad de escaparse.

La conozco lo suficiente para saberlo.

Así que no le quito los ojos de encima.

Pero entonces, una multitud cruza entre nosotros.

Gente.

Risas.

Voces en diferentes idiomas.

Cuando la visión se despeja, Valentina ha desaparecido.

M****a.

No me entra en la cabeza cómo lo hizo.

Ni siquiera pasaron treinta segundos.

Pero es suficiente para que mi corazón bombee con fuerza.

Ella no sabe el peligro real que corre.

No sabe que su padre tiene enemigos que harían cualquier cosa por verla muerta.

Aprieto la mandíbula y empiezo a buscarla.

Mi entrenamiento me ayuda a mantener la calma, pero cada segundo que pasa sin verla se siente como una condena.

Y entonces, la encuentro.

Está en un café pequeño, sentada con un hombre que no reconozco.

No parece nerviosa.

No parece preocupada.

Parece disfrutarlo.

Y eso me hace querer atravesar la maldita mesa y partirle la cara al tipo.

Respiro hondo y entro en el café.

—Valentina.

Mi tono es seco.

Frío.

Ella levanta la mirada y me sonríe como si no acabara de hacerme perder años de vida.

—Russo. ¿Quieres un café?

El hombre la observa y luego me mira a mí.

No me gusta su expresión.

No me gusta su postura.

Y no me gusta, para nada, que esté tan cerca de ella.

—Nos vamos —le digo.

Valentina suspira con dramatismo y toma su bolso con toda la calma del mundo.

—Fue un placer, Lorenzo.

¿Lorenzo?

Me lo grabo en la memoria.

Tendré que averiguar quién demonios es este tipo.

Pero ahora, lo único que me importa es sacarla de aquí.

No digo nada hasta que estamos de regreso en el auto.

La tensión entre nosotros es como una tormenta a punto de explotar.

Valentina se acomoda en el asiento, como si no acabara de hacer algo jodidamente peligroso.

Como si no supiera que me ha puesto en la peor posición posible.

—¿Algo que decir, Russo? —pregunta con inocencia.

Rompo.

Me giro hacia ella y la sujeto del brazo con firmeza, obligándola a mirarme.

No la lastimo.

Pero le dejo claro que esto no es un juego.

—No vuelvas a hacerlo —le espeto con dureza.

Ella me observa con una expresión que no logro descifrar.

—¿Por qué? ¿Te preocupé?

Sí.

Me preocupó.

Me volvió loco.

Pero nunca lo admitiré.

No con ella.

No conmigo mismo.

Me obligo a soltarla, controlando el impulso de decirle exactamente lo que pienso.

Exactamente lo que siento.

Valentina se toca el brazo donde la sostuve.

No con molestia.

Más bien como si le hubiera gustado.

M****a.

M****a, m****a, m****a.

Me vuelvo hacia la ventana, necesitando distancia.

Ella se ríe.

—Sabes, Russo… creo que finalmente encontré algo que te hace perder el control.

Cierro los ojos con frustración.

Ella no es la única que está descubriendo cosas peligrosas.

Porque, por primera vez, empiezo a preguntarme si la verdadera amenaza es el mundo exterior… o lo que Valentina Morelli está provocando en mí.

***

El vestíbulo de la villa está impecable, como siempre.

El tipo de lujo que no tiene alma.

Todo demasiado caro, demasiado blanco, demasiado calculado.

Es irónico.

Esta casa es una jaula disfrazada de palacio.

Y Valentina Morelli es su prisionera más valiosa.

—¿Nada más que decir, Russo? —pregunta ella de repente, deteniéndose en el centro de la sala.

No le respondo.

—¿No un sermón sobre cómo debo comportarme? ¿No un recordatorio de que soy una niña rica que no entiende el peligro?

Me quedo en silencio.

No porque no tenga nada que decir.

Sino porque si empiezo, no podré parar.

Ella suspira y se quita las gafas de sol, revelando esos ojos que parecen diseñados para joderme la vida.

—Eres aburrido, ¿lo sabías?

Su actitud me crispa los nervios.

Valentina no entiende que, en mi mundo, la gente que juega con fuego se quema.

—No estoy aquí para entretenerte —respondo finalmente.

Ella sonríe, como si la respuesta le hubiera divertido.

—Qué lástima.

Dicho eso, se gira y se dirige a las escaleras, dejándome ahí, con la tensión aún latiendo en mi mandíbula.

Me paso una mano por la nuca, exhalando con fuerza.

Tengo que controlarme.

Tengo que recordar que ella no es mi problema.

Es solo una misión.

Solo una misión.

Solo…

M****a.

Pasan dos horas.

Me mantengo en la casa, en uno de los salones con el resto del equipo de seguridad, revisando las cámaras y asegurándome de que no haya ninguna amenaza externa.

Todo parece tranquilo.

Hasta que un mensaje entra en mi celular.

Es de uno de los guardias apostados en el jardín.

"Señor, la señorita Morelli acaba de salir por la puerta trasera."

Jodida mujer.

Salgo al jardín y la veo a lo lejos, caminando hacia los establos.

Lleva un vestido ligero y el cabello suelto, moviéndose con una despreocupación que me pone enfermo.

¿Es que no le importa nada?

¿No entiende el riesgo que corre?

Aprieto los dientes y acelero el paso, alcanzándola justo cuando está acariciando a uno de los caballos.

—¿Se te ha perdido algo, princesa?

Ella ni siquiera se gira.

—Relájate, Russo. Solo quiero montar un rato.

Mis ojos recorren el establo.

Solo hay dos mozos de cuadra, ninguno de ellos armado.

El riesgo es mínimo.

Pero mi instinto me dice que esto no se trata de los caballos.

—No puedes salir sola —le recuerdo, cruzando los brazos.

Finalmente, me mira, con esa expresión de falsa inocencia que empieza a conocer demasiado bien.

—No iba a irme a ningún lado.

—Eso no me tranquiliza.

—Qué sensible.

Jodida mujer.

Se acerca a la puerta del establo y la abre, entrando con el mismo aire de princesa rebelde que usa para desafiarme.

Yo la sigo, porque claro, no tengo otra opción.

La veo preparar a uno de los caballos con una destreza que no esperaba.

—¿Sabes montar? —pregunto, sin poder evitarlo.

Ella me lanza una mirada de burla.

—¿Acaso lo dudas?

—Dudo de muchas cosas contigo.

Valentina sonríe y monta con facilidad, acomodándose en la silla como si hubiera nacido para esto.

No sé por qué, pero verla ahí, con el sol dándole en la piel, con el cabello moviéndose con la brisa… me jode la cabeza.

—Si quieres puedes subirte también, Russo —dice con burla.

—No.

—Vamos. Apuesto a que te vendría bien un poco de diversión.

—Mi trabajo no es divertirme.

—Pues qué aburrido eres.

Tira de las riendas y el caballo empieza a moverse, llevándola hacia el campo abierto.

Y, joder, si no se ve como un maldito problema con piernas largas y actitud de diosa.

Mi mandíbula se tensa.

No sé cuánto más podré seguir ignorándola.

Y lo peor es que ella lo sabe.

Cuando finalmente regresa a la villa, su vestido está un poco sucio por el polvo del camino, y su cabello está más revuelto que antes.

Pero se ve jodidamente feliz.

Y eso me desconcierta.

Ella no es feliz aquí.

Siempre se queja de su jaula de oro, siempre habla de lo controlada que está su vida.

Pero ahora mismo, con los ojos brillantes y la respiración acelerada, parece alguien diferente.

Valentina Morelli me desconcierta.

Y eso la hace aún más peligrosa.

—¿Qué? —pregunta cuando nota que la estoy observando.

—Nada.

—¿Nada?

Me encojo de hombros y camino hacia la casa, porque si sigo mirándola, voy a cometer un error.

Pero Valentina no me deja escapar tan fácil.

Camina a mi lado con una sonrisa que no me gusta nada.

—Admite que te preocupaste por mí.

—No.

—Vamos, Russo. Un poco de honestidad no te matará.

Me detengo y la miro fijamente.

Ella también se detiene.

El aire entre nosotros se vuelve denso.

Peligroso.

—Lo que me matará eres tú, Valentina.

Ella se muerde el labio.

No sé si por nerviosismo.

O porque realmente le gusta esta jodida guerra entre nosotros.

Pero entonces, en lugar de responder, solo se ríe.

Y sigue caminando hacia la casa.

Como si no acabara de ponerme al borde del maldito abismo.

Como si no acabara de demostrarme que, sí, ella es mi mayor problema.

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