Valentina
Dante Russo no es inquebrantable.
Tardé días en darme cuenta, pero ahora lo sé.
Es una fortaleza, sí. Frío como el mármol, rígido como el acero. Pero incluso el acero se dobla si aplicas la presión adecuada.
Y yo sé cómo presionar.
Desde el primer momento en que nuestros caminos se cruzaron, mi objetivo ha sido claro: desafiarlo. Empujarlo más allá de sus límites. Hacerlo reaccionar.
Hasta ahora, ha ganado cada uno de nuestros duelos.
Pero esta noche, por primera vez, lo vi fallar.
Vi la tensión en su mandíbula, la sombra de duda en sus ojos cuando lo provoqué en el jardín.
Él dice que no puede jugar conmigo.
Pero lo que Dante no entiende es que ya está jugando.
La mansión Morelli es un laberinto de secretos.
Siempre lo ha sido.
Crecí en esta casa, recorriendo sus pasillos de mármol, aprendiendo qué puertas están siempre cerradas y cuáles esconden la información más jugosa.
Sé que mi padre tiene reuniones clandestinas.
Sé que no todo lo que hace es legal.
Pero hasta ahora, nunca había sentido la necesidad de espiar.
No hasta que escuché su voz desde el despacho, tensa y baja, hablando con hombres cuyos nombres jamás había oído.
No hasta que escuché mi propio nombre en esa conversación.
Mi corazón se acelera mientras me deslizo por el pasillo en silencio, pegando la espalda contra la pared.
La puerta está entreabierta.
Lo suficiente como para ver los rostros serios de los hombres dentro.
Lo suficiente como para oír las palabras que hacen que mi sangre se hiele.
—No hay marcha atrás, Morelli. Ya se hizo el trato.
—Esa niña no puede saber nada.
Mi padre exhala pesadamente.
—Lo sé.
Mi estómago se revuelve.
¿De qué están hablando? ¿Qué trato? ¿Por qué me mencionan?
Me inclino apenas un poco más, tratando de ver sus expresiones, de captar cada palabra.
Pero entonces, una mano grande y firme se cierra alrededor de mi muñeca.
Un grito se forma en mi garganta, pero una segunda mano cubre mi boca antes de que pueda dejarlo salir.
—Shhh.
Dante.
Su cuerpo es una sombra sólida a mi espalda, su aliento cálido roza mi oído cuando habla en un murmullo grave.
—No hagas ruido.
Intento zafarme, pero su agarre es inamovible.
Me arrastra sin esfuerzo, alejándonos del despacho, llevándome a un pasillo lateral poco iluminado.
La puerta se cierra tras nosotros y el silencio nos envuelve.
—¿Se puede saber qué demonios estabas haciendo?
Dante me suelta y me fulmina con la mirada.
Parece más enfadado que nunca.
Y, por primera vez, yo también lo estoy.
—Estaba escuchando —respondo con la barbilla en alto—. Y tú me lo impediste.
Su mandíbula se tensa.
—Escuchar detrás de las puertas de tu padre es la forma más rápida de firmar tu sentencia de muerte.
Cruzo los brazos sobre mi pecho.
—¿Y qué sugieres que haga? ¿Seguir ignorando que algo pasa?
—Sugiero que te mantengas con vida.
—¡Es mi vida la que está en juego!
Mi voz rebota contra las paredes de piedra.
Dante cierra los ojos un segundo y resopla.
—Baja la voz.
—¡No quiero bajar la voz!
Mi frustración explota en cada palabra.
—Desde que era niña, todos han decidido por mí. Me han dicho qué hacer, qué no hacer, cómo vestirme, con quién hablar, qué tipo de hombre se supone que debo aceptar para casarme. ¡Estoy harta! Y ahora resulta que hay un secreto sobre mí y ni siquiera tengo derecho a saberlo.
Él no responde de inmediato.
Su expresión sigue siendo fría. Calculadora.
Pero veo algo más en sus ojos.
Algo que antes no estaba ahí.
No es solo irritación.
Es otra cosa.
Culpa.
Doy un paso más cerca.
—¿Tú lo sabías?
Su silencio lo confirma.
Mi corazón da un vuelco.
—¿Cuánto tiempo, Dante? ¿Cuánto tiempo has sabido que mi padre me oculta algo?
—Valentina…
—¡Dímelo!
Él cierra los ojos por un instante y exhala despacio.
Cuando vuelve a abrirlos, su expresión ha cambiado.
No está frío.
No está molesto.
Está derrotado.
—Desde el primer día.
El mundo parece tambalearse a mi alrededor.
El suelo bajo mis pies ya no se siente estable.
—¿Por qué no me lo dijiste?
Dante me observa en silencio.
Cuando habla, su voz es más baja, más suave.
—Porque no puedo.
Mis ojos se empañan de rabia.
—No puedes, o no quieres.
Él no responde.
Y eso duele más que cualquier palabra.
El silencio se estira entre nosotros.
La única luz en el pasillo es la de una lámpara en la pared, proyectando sombras en el rostro de Dante.
Su expresión es impenetrable, pero sé que algo dentro de él se ha resquebrajado.
Por primera vez, veo la grieta en su fachada perfecta.
Por primera vez, me doy cuenta de que Dante Russo no es solo un soldado implacable.
Es un hombre con lealtades divididas.
Y ahora, una parte de él duda.
Doy un paso más cerca.
Mi voz es apenas un susurro cuando digo:
—¿Qué tan peligroso es esto?
Dante no responde de inmediato.
Pero entonces, suelta un largo suspiro y me sostiene la mirada.
—Más de lo que imaginas.
Mi piel se eriza.
Él sigue hablando, con el tono bajo y tenso.
—Valentina… no puedes meterte en esto.
Niego con la cabeza.
—No voy a quedarme de brazos cruzados mientras mi padre decide mi destino sin consultarme.
Dante aprieta los labios.
—Si sigues por este camino, te vas a meter en un mundo del que no podrás salir.
Lo miro directamente a los ojos.
—Ya estoy en ese mundo, Dante.
Él no lo niega.
Porque sabe que tengo razón.
Por primera vez, él es quien parece perdido.
Dante Russo, el hombre de hielo, el guardaespaldas imperturbable, el soldado que nunca flaquea.
Está dudando.
Veo su lucha interna en cada músculo tenso de su mandíbula.
Sé que hay cosas que no puede decirme.
Pero sé que quiere hacerlo.
Por un segundo, no somos la hija del capo y su guardaespaldas.
Somos solo Valentina y Dante.
Dos personas atrapadas en una red de secretos.
—Solo prométeme algo —dice él finalmente.
Mi corazón se acelera.
—¿Qué?
Su mirada se oscurece.
—Cuando llegue el momento, confía en mí.
Mi instinto me grita que no lo haga.
Que no confíe en nadie más que en mí misma.
Pero entonces, recuerdo la forma en que me sostuvo esta noche.
La forma en que su voz sonó diferente, más suave, más humana.
No digo nada.
Pero por primera vez, empiezo a pensar que tal vez pueda hacerlo.
***
La tensión entre nosotros es tangible, una cuerda estirada al máximo, a punto de romperse.
Dante me sigue mirando con esos ojos oscuros, llenos de advertencias y secretos.
Es la primera vez que me pide algo.
No una orden. No una imposición.
Me pide que confíe en él.
Y eso lo cambia todo.
Cruzo los brazos, intentando no mostrar la tormenta que se revuelve en mi interior.
—No puedo prometerte eso, Dante.
Su mandíbula se tensa.
—¿Por qué?
—Porque no confío en nadie.
Es la verdad más cruda que tengo.
He crecido en un mundo donde las promesas se rompen, donde la lealtad tiene precio y donde el amor se usa como una herramienta de manipulación.
Confiar es un lujo que no me puedo permitir.
Él asiente lentamente, como si ya hubiera esperado mi respuesta.
—Lo sé.
No insiste, pero tampoco se mueve.
Me quedo mirándolo, sintiéndome incómoda con la intensidad de su presencia.
Dante Russo es un problema.
No solo porque me impide descubrir la verdad.
Sino porque, por primera vez en mi vida, me hace dudar de mis propias reglas.
Y eso es peligroso.
Para él.
Para mí.
Para los dos.
Intento dormir esa noche, pero las palabras que escuché en el despacho de mi padre siguen dando vueltas en mi cabeza.
"Ya se hizo el trato."
"Esa niña no puede saber nada."
¿Qué trato? ¿Por qué me llamaron "esa niña", como si yo no fuera más que un peón en su juego?
Cada vez que cierro los ojos, siento que el suelo se mueve bajo mis pies.
Siento que toda mi vida ha sido una mentira.
Me levanto de la cama en silencio y camino hacia la ventana.
La luna ilumina los jardines de la mansión, cubriéndolos con una luz plateada.
Y ahí está él.
De pie, en la entrada principal, con los brazos cruzados y la mirada fija en la oscuridad.
Dante.
Siempre vigilando.
Siempre controlando.
Siempre asegurándose de que yo no haga nada estúpido.
Apreté los dientes.
Mi frustración con él es una llama constante en mi pecho.
Porque Dante sabe más de lo que dice.
Porque él forma parte del secreto.
Pero también porque, a pesar de todo, una parte de mí quiere creerle.
Y eso es lo que más odio de todo esto.
A la mañana siguiente, decido actuar con normalidad.
Me visto con un conjunto impecable: un vestido blanco ajustado, sandalias elegantes y mis gafas de sol favoritas.
Si mi padre piensa que puede jugar conmigo, le demostraré que yo también sé jugar.
Camino con seguridad por los pasillos de la mansión, fingiendo que nada ha cambiado, que sigo siendo la princesa Morelli sin preocupaciones.
Pero cada persona a la que saludo, cada mirada que recibo, me hace preguntarme quién sabe la verdad y quién me la oculta.
El desayuno en la terraza es un desfile de sonrisas falsas y conversaciones banales.
Mi padre no está.
Dante sí.
Siempre está.
De pie, con su traje oscuro, con su expresión impasible, con su postura rígida.
A veces me pregunto si duerme con ese maldito traje.
Me sirvo café, sintiendo su mirada sobre mí.
No lo miro.
Si quiere vigilarme, que lo haga.
Pero no le daré la satisfacción de demostrarle que me importa.
—¿Dormiste bien, Valentina?
La voz de mi tía Bianca me saca de mis pensamientos.
Sonrío con elegancia.
—Perfectamente, zia.
Mentira.
Pero aquí todos mentimos, ¿no?
Las horas pasan lentas.
Hablo con algunos amigos por teléfono, pero mi mente sigue en otra parte.
En la noche anterior.
En las palabras de mi padre.
En Dante.
Lo encuentro en los jardines más tarde, hablando con otro de los guardaespaldas.
Parece serio.
Tenso.
Cuando me ve acercarme, su mirada cambia.
Se endurece.
Como si supiera que vengo con intenciones peligrosas.
Me detengo frente a él con una sonrisa dulce.
—Dante.
Él no responde, pero su ceja se arquea con sospecha.
—Acompáñame a dar un paseo.
No es una petición.
Es un desafío.
Y él lo sabe.
Por un instante, creo que va a negarse.
Pero entonces, asiente y empieza a caminar junto a mí.
Los senderos de la villa son hermosos a esta hora.
Las flores están en plena floración, el sol brilla con suavidad, el viento acaricia mi piel.
Pero nada de eso logra calmar la tormenta dentro de mí.
Camino en silencio unos minutos, esperando a que sea él quien hable primero.
No lo hace.
Por supuesto que no.
Dante nunca da el primer paso.
Así que suspiro con dramatismo y decido comenzar yo.
—Así que… ¿vas a decirme la verdad o seguirás con el papel de guardaespaldas misterioso?
Él no se inmuta.
—No sé de qué hablas.
Pongo los ojos en blanco.
—Vamos, Dante. Ya sabemos que aquí todos juegan sucio. ¿Por qué no dejamos la hipocresía de lado y hablamos como adultos?
Sus labios se presionan en una línea delgada.
Pero sigue sin decir nada.
Sigo caminando, observándolo con el rabillo del ojo.
Su postura es rígida, pero sus puños están cerrados.
Está conteniéndose.
Y eso me da más fuerza.
Me detengo de golpe y me giro para enfrentarlo.
—Anoche dijiste que cuando llegue el momento, confíe en ti.
Él asiente.
—Sí.
—¿Y cómo diablos esperas que lo haga si ni siquiera puedes ser honesto conmigo ahora?
Silencio.
Dante no parpadea.
No se mueve.
Pero veo la lucha en su mirada.
—No puedo decirte lo que quieres saber.
Su voz es baja.
Grave.
Llena de algo que no puedo identificar.
Frustración.
¿O culpa?
Cruzo los brazos.
—Entonces, no me pidas confianza.
Nos quedamos mirándonos, cada uno esperando que el otro ceda.
Pero ninguno lo hace.
Finalmente, Dante exhala pesadamente y sacude la cabeza.
—Eres imposible.
Sonrío con arrogancia.
—Lo sé.
—No es un cumplido.
—Para mí, sí.
Sus ojos se oscurecen.
Por un momento, algo en su expresión cambia.
No es enojo.
No es impaciencia.
Es algo más.
Algo que me hace contener el aliento.
Dante Russo es un enigma.
Y yo no descansaré hasta descubrir qué oculta.
Pero mientras lo miro, mientras siento la electricidad en el aire entre nosotros, sé que hay algo más grande en juego aquí.
Algo que ninguno de los dos puede controlar.
Algo que nos va a destruir si no tenemos cuidado.
Doy un paso atrás.
Aún no.
Aún no estoy lista para esa verdad.
—Nos vemos en la cena, Russo.
Me doy la vuelta y camino de regreso a la casa sin mirar atrás.
Siento su mirada clavada en mi espalda.
Y sé que él tampoco está listo para esto.
DANTEProteger a Valentina Morelli debería ser un trabajo sencillo.He protegido a políticos, empresarios corruptos, incluso a líderes criminales mucho más peligrosos que su padre.Pero ninguno ha sido tan jodidamente complicado como ella.No sigue órdenes.No se queda donde debe estar.No entiende que cada vez que desafía mis límites, lo único que hace es ponerme en una situación imposible.Ella no lo ve, pero la línea entre mi deber y el desastre es más delgada cada día.
VALENTINAEl aburrimiento es mi peor enemigo.No es que me falten cosas qué hacer. Mi agenda está llena de cenas, reuniones de beneficencia y eventos de alta sociedad. Pero nada de eso me interesa. Nada de eso me pertenece.Todo es una fachada, una maldita obra de teatro escrita y dirigida por mi padre.Pero hoy… hoy tengo otros planes.Mi padre cree que su reino es impenetrable. Que su palabra es ley. Que puede tomar decisiones sin que nadie lo cuestione.Lo que no sabe es que yo ya no estoy dispuesta a seguir jugando su juego.
DANTEEl eco de las palabras de Alessandro Morelli sigue resonando en mi cabeza, tan fuerte como si las hubiera grabado con fuego en mi piel.—No permitas que mi hija se descontrole. Manténla a raya, Russo.Manténla a raya.Como si Valentina Morelli fuera un animal salvaje que necesita ser domado.Como si yo tuviera el poder de controlarla.Apretando los dientes, recorro los pasillos de la villa con pasos firmes. Desde que llegué aquí, todo ha sido un maldito desafío tras otro. Pensé que sabía en lo que me metía cuando acepté este trabajo: proteger a la hija del ca
VALENTINAEl aire de la noche en Roma tenía un toque eléctrico, cargado de promesas de libertad. Me miré en el espejo del tocador y sonreí. Mi vestido negro, corto y ajustado, abrazaba mis curvas de una manera que mi padre jamás aprobaría. Me solté el cabello, dejando que las ondas cayeran por mi espalda. Era la primera vez en semanas que podía hacer algo por mi cuenta, sin la sombra implacable de Dante Russo a mis espaldas.
DANTENo había dormido.Después de dejar a Valentina en su habitación, había regresado al ala donde se encontraba mi cuarto dentro de la mansión Morelli, pero en cuanto cerré la puerta detrás de mí, su imagen regresó a mi mente con una claridad irritante.El vestido que llevaba en el club, su expresión desafiante cuando la saqué de ahí, la forma en que su respiración aún estaba acelerada cuando la dejamos en la entrada de su habitación… Todo se repetía en mi cabeza como una maldita cinta sin fin.Me dejé caer en el borde de la cama y me pasé una mano por el rostro.Esto estaba saliéndose de control.
DANTESabía que, en algún punto, Valentina Morelli iba a ponerme en una encrucijada. Desde el momento en que acepté esta misión, me repetí que mi deber era claro: protegerla, mantenerla a salvo y obedecer las órdenes de su padre. Nada más. Pero ahora, sentado en la mesa del gran comedor, rodeado de la élite criminal de Italia, siento que cada una de esas reglas se desmorona frente a mí.La cena transcurre en un ambiente tenso. Alessandro Morelli, en la cabecera, bebe su vino con la tranquilidad de un rey que ya ha decidido el destino de sus súbditos. A su derecha, Matteo Ricci, el hijo mayor del clan Ricci, sonríe con una confianza asquerosa.—Creo que lo mejor es no postergar más esto, Alessandro —dice Matteo, girando su copa en
VALENTINANo sé exactamente cuándo sucedió. Tal vez fue la noche en la que Dante irrumpió en el club para sacarme de allí como si el infierno se hubiera desatado. O quizás fue cuando sus manos fuertes se cerraron alrededor de mi muñeca, advirtiéndome sin palabras que jugaba con fuego. Puede que incluso haya sido antes, cuando me miró con esa furia contenida, como si no supiera si quería protegerme o matarme.Lo único que sé con certeza es que algo cambió.Dante Russo ya no es solo mi sombra. No es solo el hombre que mi padre contrató para vigilarme, para mantenerme a raya, para asegurarse de que sigo siendo la hija obediente que nunca fui.Ahora es algo más. Algo que no puedo definir, pero que p
VALENTINAEl aire estaba cargado de adrenalina. Sentía el pulso latiéndome en las sienes mientras caminaba entre las sombras, aferrando la chaqueta de cuero que me había puesto para la ocasión. Sabía que esto era una locura. Giulia lo había dicho al menos cinco veces antes de que me colara en esta maldita reunión, y aun así, aquí estaba.Porque si quería ganar esta guerra, necesitaba información.La mansión Ricci estaba ubicada en una colina, rodeada de seguridad. Pero los hombres de mi padre no eran los únicos que sabían cómo colarse en sitios prohibidos. Yo había crecido en este mundo, había aprendido a moverme sin ser vista cuando la ocasión lo requería, y sobre todo, sabía que los h