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ENTRE LA ESPADA Y LA PARED

DANTE

El eco de las palabras de Alessandro Morelli sigue resonando en mi cabeza, tan fuerte como si las hubiera grabado con fuego en mi piel.

—No permitas que mi hija se descontrole. Manténla a raya, Russo.

Manténla a raya.

Como si Valentina Morelli fuera un animal salvaje que necesita ser domado.

Como si yo tuviera el poder de controlarla.

Apretando los dientes, recorro los pasillos de la villa con pasos firmes. Desde que llegué aquí, todo ha sido un maldito desafío tras otro. Pensé que sabía en lo que me metía cuando acepté este trabajo: proteger a la hija del capo Morelli, asegurarme de que nadie le hiciera daño y mantenerme en mi maldita línea.

Pero no.

Nada de esto es tan simple.

Porque la amenaza contra Valentina no viene solo de afuera.

Viene también de adentro.

De su propio padre.

Y lo peor de todo es que ella todavía no entiende la magnitud del problema en el que está metida.

Cuando entro en la sala de vigilancia, uno de los guardias levanta la mirada de las pantallas y me hace una inclinación de cabeza en señal de respeto.

—¿Alguna novedad? —pregunto.

—Nada inusual. La señorita Morelli está en la terraza, sola.

Asiento y me giro para salir.

Sola.

Eso nunca es bueno.

La encuentro apoyada en la barandilla de mármol, con la vista fija en el horizonte. La brisa mueve su cabello castaño y el vestido que lleva se ciñe a sus curvas de manera tan jodidamente provocativa que me veo obligado a apartar la mirada.

No puedo permitirme pensamientos como esos.

No con ella.

No cuando su vida depende de que mantenga la cabeza fría.

—¿Disfrutando de tu “jaula de oro”? —pregunto, deteniéndome a un par de pasos de ella.

Valentina ni siquiera se gira para mirarme.

—Siempre tan poético, Russo. Me sorprende que no seas tú el que esté disfrutando de este palacio.

Cruzo los brazos.

—No soy de los que disfrutan estar encerrados.

Ella deja escapar una risa amarga.

—Bienvenido a mi mundo.

Algo en su tono me pone en alerta. No es el tono desafiante al que estoy acostumbrado.

Es más… resignado.

Y eso no me gusta.

No en Valentina.

No en ella, que siempre parece lista para incendiar el mundo con una sola mirada.

—¿Qué hiciste? —pregunto en voz baja.

Finalmente, gira el rostro hacia mí, y la chispa traviesa en sus ojos me dice todo lo que necesito saber.

—Oh, Dante… —suspira, apoyando el codo en la barandilla y la barbilla en su mano—. ¿Por qué asumes siempre lo peor de mí?

Mi mandíbula se tensa.

—Porque casi siempre tengo razón.

Su sonrisa se amplía, pero sus ojos siguen oscuros, calculadores.

—Eso lo hace más divertido, ¿no crees?

Suelto un suspiro de exasperación y doy un paso más cerca de ella.

—¿Qué hiciste, Valentina?

Ella no responde de inmediato. Solo se endereza lentamente y se acerca hasta que la distancia entre nosotros es mínima.

Demasiado mínima.

Demasiado jodidamente peligrosa.

—Descubrí algo interesante.

—No me gusta ese tono.

—Oh, estoy segura de que no te gustará en absoluto —susurra.

Mis músculos se tensan.

—Dímelo.

Valentina ladea la cabeza, como si estuviera debatiéndose entre contarme o no.

Y después, con una sonrisa que no augura nada bueno, dice:

—Mi padre planea venderme como si fuera un maldito objeto.

No pestañeo.

No reacciono.

No puedo.

Porque, joder, ya lo sabía.

Pero escucharla decirlo…

Eso es diferente.

Eso me golpea como un puñetazo en el estómago.

—¿Cómo lo supiste?

Ella chasquea la lengua.

—No eres el único que sabe escuchar a escondidas.

M****a.

Sabía que era solo cuestión de tiempo antes de que Valentina se enterara.

Pero no quería que lo hiciera así.

No así.

—¿Y qué piensas hacer al respecto? —pregunto.

Valentina entrecierra los ojos.

—¿Qué crees?

No me gusta lo que insinúa.

—Si estás pensando en hacer una locura…

—¿Cómo qué? ¿Escapar?

Un escalofrío me recorre la espalda.

Porque eso no es una broma.

Eso es algo que ella haría.

Y si lo intenta…

Si lo intenta, será la última vez que tenga la oportunidad de decidir su propio destino.

—Ni se te ocurra, Valentina.

Ella sonríe.

—¿Por qué no? ¿Qué harás si lo intento?

Mis manos se cierran en puños.

—Tendré que detenerte.

—¿Por qué? ¿Porque mi padre te lo ordenó?

—Porque si lo intentas, no llegarás lejos.

Algo en mi tono debe advertirle que hablo en serio, porque su expresión cambia.

—¿Es una amenaza, Dante?

—Es un hecho.

Valentina me sostiene la mirada.

—No puedes decidir sobre mi vida.

—Tampoco puedes hacer lo que te dé la gana —respondo con voz tensa—. No en este mundo.

Ella se acerca un paso más.

Demasiado cerca.

Otra vez.

—¿Y qué se supone que debo hacer, entonces?

Mi mandíbula se tensa.

Porque no tengo una respuesta para eso.

No una que ella quiera escuchar.

No una que yo quiera decir.

Valentina me observa en silencio, esperando que le dé alguna solución.

Pero no la hay.

No en este mundo.

No en el mundo en el que nacimos.

No en el mundo en el que estamos atrapados.

—¿Y tú? —pregunta de repente, con un tono más bajo, más íntimo—. ¿Hasta dónde estás dispuesto a llegar, Dante?

La miro con el ceño fruncido.

—¿A qué te refieres?

—A esto. —Hace un gesto entre los dos—. A protegerme.

No me gusta la forma en la que lo dice.

Como si estuviera tratando de desentrañar algo en mí.

Algo que yo mismo no quiero enfrentar.

Porque la verdad es que…

No sé hasta dónde estoy dispuesto a llegar.

Y eso me asusta más que cualquier otra cosa.

Porque cuando se trata de Valentina Morelli…

Mi lealtad, mi deber y mi instinto empiezan a confundirse.

Y si no tengo cuidado…

Ella podría ser la primera persona en hacerme fallar.

***

La manera en que me está mirando me pone en guardia. Hay algo en su expresión, en la forma en que ladea la cabeza con interés, como si estuviera tratando de descifrarme, que me inquieta más de lo que debería.

Valentina Morelli es peligrosa.

No en el sentido en el que su padre lo es. No como los hombres que he enfrentado antes, aquellos que matan con una orden o con sus propias manos.

Ella es otro tipo de peligro.

Uno más sutil. Más corrosivo. Más letal.

Y ahora mismo, está sonriendo como si supiera exactamente qué botones presionar.

—Sigues sin responderme, Dante —dice en un susurro.

Aprieto los dientes.

—No es asunto tuyo hasta dónde estoy dispuesto a llegar.

Valentina deja escapar una risa baja.

—Oh, pero sí lo es. Después de todo, estás aquí por mí, ¿o no?

No respondo.

Porque responder significa reconocer que tiene razón.

Y darle la razón a Valentina Morelli es concederle más poder del que ya tiene sobre mí.

Ella deja escapar un suspiro dramático y se apoya en la barandilla, fingiendo desinterés.

—Bien, entonces cambiemos de tema —dice con ligereza—. Dime, Dante… ¿cómo es que un tipo como tú termina como el perrito guardián de mi padre?

—No soy el perrito de nadie.

—No lo sé… —susurra, llevándose un dedo al mentón como si lo estuviera considerando—. Siempre estás siguiéndome a todos lados, haciendo exactamente lo que él te dice…

Aprieto los puños.

—No sigas por ahí, Valentina.

Ella sonríe, satisfecha por haber provocado una reacción.

—Solo estoy diciendo que es curioso. Eres un hombre peligroso, se nota en la forma en que te mueves, en la manera en que me miras… Pero aquí estás, acatando órdenes como si fueras un simple soldado.

No me gusta hacia dónde va esto.

—Tienes una lengua demasiado afilada.

—Gracias. Es un talento natural.

Cierro los ojos un segundo, inhalo y exhalo lentamente.

Valentina es un maldito terremoto.

Y si dejo que siga empujándome, va a lograr que me derrumbe.

Cuando abro los ojos de nuevo, su sonrisa ha desaparecido.

—¿Qué harías si pudieras elegir? —pregunta, con una seriedad que no me esperaba.

Frunzo el ceño.

—¿Elegir qué?

—Tu vida. Tu destino.

Parpadeo.

—No funciona así.

—¿Por qué no?

—Porque hombres como yo no tenemos opciones.

Ella me observa fijamente.

—Eso es una mentira.

Suelto una risa sin humor.

—Es la realidad.

—No —dice ella, dando un paso más cerca—. Es la realidad que elegiste aceptar.

Algo en mi pecho se aprieta con fuerza.

Porque aunque quiera negarlo, sus palabras golpean demasiado cerca de casa.

El silencio que se instala entre nosotros es denso, cargado de cosas que ninguno de los dos quiere decir en voz alta.

Finalmente, Valentina suspira y se aparta.

—Bueno, no importa —dice con tono casual—. De todas formas, lo último que necesito es otro hombre tratando de decidir por mí.

Su tono es ligero, pero la veo apretar los puños a los costados.

La revelación que acaba de hacer sobre su padre la ha afectado más de lo que deja ver.

Y aunque no debería importarme…

Lo hace.

Demasiado.

—Valentina…

—No necesito que me protejas, Dante.

Sus palabras son un recordatorio de la batalla constante que hay entre nosotros.

Ella odia sentirse controlada.

Y yo…

Yo no puedo permitirme perder el control.

—Eso no depende de ti.

Su mandíbula se tensa.

—Claro que sí. Es mi vida.

—No en este mundo —le recuerdo, con voz baja.

Los Morelli no son una familia común.

Las reglas son diferentes para ellos.

Para nosotros.

Ella lo sabe.

Y sin embargo, no se resigna.

Es lo que la hace tan jodidamente distinta.

Y tan jodidamente peligrosa para mí.

—¿Y qué se supone que debo hacer? —pregunta de repente, con frustración—. ¿Esperar a que mi padre decida a quién debo pertenecer?

Algo en mí se endurece ante su elección de palabras.

Pertenecer.

—No eres una posesión.

—Díselo a él.

La ira en su voz es evidente.

Y no puedo culparla.

Porque, joder…

Alessandro Morelli no la ve como una persona.

La ve como un activo.

Una ficha en su tablero de ajedrez.

Y eso me repugna.

Más de lo que debería.

Más de lo que puedo permitirme.

—Encontraremos una solución —digo, aunque no estoy seguro de cuál será.

—No confío en ti, Dante.

Sus palabras son un golpe más fuerte de lo que esperaba.

Pero no reacciono.

No puedo.

Porque ella no está mintiendo.

No tiene motivos para confiar en mí.

Soy parte del mundo que la está traicionando.

Soy un hombre de su padre.

Soy su guardián.

Pero no su salvador.

Nunca su salvador.

—No necesito que confíes en mí, Valentina. Solo necesito que no hagas nada estúpido.

Ella suelta una risa amarga.

—Eso depende de tu definición de “estúpido”.

Me paso una mano por el cabello, frustrado.

—No te metas en esto.

—Es mi vida.

—No entiendes lo que está en juego.

—¿Y tú sí?

Sus ojos me desafían.

Me provocan.

Me empujan a decir algo que no quiero admitir.

Porque la verdad es que…

Sí.

Lo entiendo demasiado bien.

Entiendo lo que le pasará si se opone a su padre.

Entiendo lo que pasará si no lo hace.

Y lo peor de todo es que no veo una salida en la que ella no salga perdiendo.

—Solo prométeme que, cuando llegue el momento, confiarás en mí.

Las palabras salen antes de que pueda detenerlas.

Valentina me mira como si intentara encontrar un doble sentido en ellas.

Como si intentara descifrar qué demonios significan realmente.

Y yo mismo no tengo idea.

Después de un largo momento, finalmente dice:

—No hago promesas que no puedo cumplir, Dante.

Su respuesta no debería afectarme.

Pero lo hace.

Joder, lo hace.

Y mientras la veo alejarse, con la cabeza alta y el fuego en la mirada…

Sé que, por primera vez en mucho tiempo, estoy en problemas.

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