UNA NOCHE EN PELIGRO

VALENTINA

El aire de la noche en Roma tenía un toque eléctrico, cargado de promesas de libertad. Me miré en el espejo del tocador y sonreí. Mi vestido negro, corto y ajustado, abrazaba mis curvas de una manera que mi padre jamás aprobaría. Me solté el cabello, dejando que las ondas cayeran por mi espalda. Era la primera vez en semanas que podía hacer algo por mi cuenta, sin la sombra implacable de Dante Russo a mis espaldas.

—¿Lista? —preguntó Giulia, entrando en la habitación con una sonrisa traviesa.

Asentí, sintiendo la emoción burbujear dentro de mí.

—Más que lista.

Nos escabullimos por el ala trasera de la mansión, evitando las cámaras de seguridad que conocíamos de memoria. Un coche nos esperaba en la esquina, conducido por un amigo de Giulia. Mientras nos alejábamos, eché una última mirada a la casa que, aunque majestuosa, siempre había sido mi prisión.

Esta noche sería diferente. Esta noche, sería libre.

El club clandestino se encontraba en un edificio antiguo, detrás de una puerta de metal que parecía un acceso a una bodega abandonada. Pero al cruzarla, el ambiente cambiaba por completo. Luces de neón, música vibrante, el murmullo de voces mezcladas con risas y el sonido de copas chocando. Era un mundo ajeno al mío, lejos de las reglas, lejos de la vigilancia.

—Esto es una locura —dijo Giulia, tomándome del brazo—. ¡Me encanta!

Sonreí, sintiéndome invencible. Caminamos entre la multitud, sintiendo el peso de algunas miradas. No me importó. Por primera vez en mucho tiempo, nadie me veía como la hija de Alessandro Morelli. Aquí, solo era Valentina.

Nos acercamos a la barra y pedimos un par de cócteles. Tomé un sorbo, disfrutando del ardor del alcohol deslizándose por mi garganta. Entonces, lo sentí.

Un escalofrío recorrió mi espalda. No era el tipo de sensación que solía ignorar. Miré a mi alrededor con discreción, buscando la fuente de mi incomodidad. Había muchas personas, muchas miradas, pero una en particular me puso alerta. Un hombre, apoyado contra la pared del fondo, me observaba con un interés que no me gustó en lo más mínimo.

Alto, de cabello oscuro, con una chaqueta de cuero y un cigarro entre los dedos. Su mirada era intensa, depredadora. Sonrió de lado al notar que lo había descubierto, y se inclinó ligeramente hacia adelante, como si esperara que yo reaccionara de alguna manera.

Mi primer instinto fue ignorarlo. No le debía nada, y definitivamente no iba a permitir que alguien arruinara mi noche. Me giré hacia Giulia con la intención de proponerle que fuéramos a la pista de baile, pero antes de que pudiera decir nada, una mano se posó en mi brazo.

—No esperaba ver a una Morelli en un sitio como este —dijo una voz ronca junto a mi oído.

Contuve la respiración y me aparté bruscamente. El hombre de la chaqueta de cuero ahora estaba demasiado cerca, su sonrisa ampliada por mi reacción.

—No sé de qué hablas —respondí con frialdad.

—Oh, creo que sí lo sabes. —Su mirada descendió lentamente por mi cuerpo—. Te ves diferente sin tus guardaespaldas.

El asco me revolvió el estómago. ¿Quién demonios era este tipo?

—Déjame en paz —dije, tratando de mantener la calma.

Giulia me miró con preocupación, pero antes de que pudiera intervenir, el hombre extendió una mano, como si fuera a tocarme el rostro.

—Tranquila, solo quiero charlar…

No tuvo la oportunidad de terminar la frase.

De repente, un brazo lo sujetó por el cuello de la chaqueta y lo empujó con fuerza contra la barra. Todo sucedió tan rápido que me tomó un segundo procesarlo.

Dante.

Mi corazón se detuvo un instante. Allí estaba, con su expresión más letal, su cuerpo tensado como un depredador listo para atacar.

—Ella dijo que la dejaras en paz —gruñó, su voz baja y peligrosa.

El hombre levantó las manos en señal de rendición, pero Dante no lo soltó.

—No sabía que la princesa traía niñera —soltó el desconocido con una sonrisa burlona.

El puño de Dante impactó en su rostro con una precisión brutal.

El club se congeló. Hubo un breve momento de silencio antes de que la música se reanudara y los murmullos corrieran por el lugar. Nadie se atrevía a intervenir.

Dante lo sujetó del cuello de la chaqueta y lo arrastró hasta la salida trasera del club. Yo, aún en shock, lo seguí con Giulia pisándome los talones.

Apenas cruzamos la puerta trasera, Dante me empujó suavemente contra la pared y se inclinó sobre mí.

—¿Qué demonios crees que estabas haciendo? —espetó, su voz impregnada de furia.

Tragué saliva, todavía afectada por la intensidad del momento.

—Divirtiéndome —respondí, aunque el temblor en mi voz me delataba.

Él se acercó más, sus ojos oscuros ardiendo de enojo.

—Esto no es un juego, Valentina. Pude haber llegado demasiado tarde.

Su cercanía me quemaba, pero me negué a apartarme.

—Pero no lo hiciste —susurré.

Dante cerró los ojos un segundo, como si intentara controlarse. Luego se apartó bruscamente y pasó una mano por su cabello, frustrado.

—Nos vamos. Ahora.

Y por primera vez en la noche, no discutí.

****

El trayecto de regreso a casa fue un silencio denso, cargado de tensión. Giulia había decidido quedarse en el club, después de asegurarse de que yo estaría bien. Sabía que si volvía conmigo, Dante probablemente también la interrogaría. Aún así, le prometí escribirle en cuanto llegara.

El auto negro avanzaba por las calles iluminadas de Roma, pero yo solo podía concentrarme en el hombre a mi lado. Dante mantenía la vista fija en el camino, con los nudillos blancos de tanto apretar el volante. No hablaba, pero su respiración pesada y la forma en que su mandíbula se tensaba me decían suficiente. Estaba furioso.

Me crucé de brazos, apoyando la espalda contra el asiento. Aún sentía la adrenalina recorriendo mis venas, y cada vez que recordaba la escena en el club, el calor me subía por la piel. La forma en que Dante había irrumpido, cómo había golpeado a ese hombre sin dudarlo… Fue aterrador y, al mismo tiempo, electrizante.

Finalmente, no soporté más el silencio.

—¿Piensas hablarme o vas a seguir en modo Terminator toda la noche?

Dante soltó una risa sin humor.

—¿Hablarte? ¿En serio, Valentina? —Su tono era bajo, pero filoso—. ¿Qué quieres que te diga? ¿Que casi te mato yo mismo cuando te vi en ese club vestida así, rodeada de un montón de imbéciles que no dudarían en aprovecharse de ti?

Rodé los ojos.

—Por favor. Era solo una fiesta.

Dante golpeó el volante con la palma de la mano, haciendo que diera un pequeño salto en mi asiento.

—¡No era solo una fiesta! —espetó, volviéndose hacia mí con los ojos ardiendo de rabia—. ¿Tienes idea de quién era ese hombre?

Me encogí de hombros, fingiendo indiferencia.

—Solo otro imbécil.

Dante bufó, pero su expresión perdió algo de la furia inicial.

—Era Lorenzo Bernardi.

Fruncí el ceño.

—¿Bernardi? ¿El que trabaja con los Ricci?

Dante asintió, y mi estómago se hundió.

—Sabía quién eras, Valentina. Sabía exactamente a quién se estaba acercando y por qué.

Me quedé en silencio, procesando la información. Hasta hace unas horas, todo esto me parecía una aventura inocente. Ahora, la realidad se imponía como una bofetada.

Dante suspiró y se pasó una mano por la cara, cansado.

—Eres una Morelli. No puedes ir por ahí como si fueras cualquier chica normal. —Su tono era más bajo ahora, más controlado—. Hay hombres que harían lo que fuera por usarte en contra de tu padre.

Apreté los labios.

—¿Y qué hay de mí? —murmuré—. ¿Alguna vez alguien se ha detenido a pensar en lo que yo quiero?

Dante me miró de reojo.

—No se trata de lo que quieres, princesa. Se trata de lo que es seguro para ti.

Volví a mirar por la ventana. Odiaba esa respuesta. Odiaba que, en el fondo, supiera que tenía razón.

Cuando llegamos a la mansión, el reloj marcaba las dos de la mañana. Dante apagó el motor y bajó del coche sin decir palabra. Yo lo seguí, sintiéndome como una adolescente regañada.

Entramos por la puerta trasera, intentando evitar a los guardias que patrullaban los pasillos. Si alguien se enteraba de mi pequeña escapada, las consecuencias no serían nada agradables.

Dante me escoltó hasta mi habitación y, cuando llegamos a la puerta, me detuve.

—Gracias —dije en voz baja, sin mirarlo.

Él no respondió enseguida.

—No vuelvas a hacerlo —fue todo lo que dijo antes de girarse para irse.

Lo vi alejarse, su espalda ancha perdiéndose en la penumbra del pasillo.

Por primera vez en mucho tiempo, el peligro me pareció real. Pero lo que más me inquietaba no era lo que había pasado en el club.

Era la forma en que mi corazón aún latía demasiado rápido cuando pensaba en Dante Russo.

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