LA HUIDA

DANTE

No había vuelta atrás.

Desde el momento en que mis pensamientos dejaron de girar en torno a la seguridad de Valentina como un deber y comenzaron a enfocarse en ella como algo más, supe que estaba jodido. Ahora, con Alessandro Morelli dispuesto a doblegarla a la fuerza y Matteo Ricci exigiendo su castigo, ya no podía seguir con las mentiras que me contaba a mí mismo.

Tenía que sacarla de ahí.

La mansión Morelli era una fortaleza. La seguridad se había triplicado desde que Alessandro supo lo que Valentina había hecho. No solo la había encerrado en su habitación como una prisionera, sino que había colocado a sus mejores hombres vigilando cada acceso. Nadie entraba o salía sin que él lo supiera.

Pero yo también era un soldado. Uno de los mejores.

Estudié los patrones de vigilancia con la paciencia de un depredador. Los hombres rotaban cada seis horas. La mayoría confiaba demasiado en la protección de los muros y bajaban la guardia después de la medianoche. El punto débil estaba en el ala este, donde un pasillo lateral daba acceso a la terraza del segundo piso. Si la sacaba por ahí, tendríamos una oportunidad de escapar sin levantar sospechas.

El verdadero problema no era la logística. Era lo que esto significaba.

Traicionar a Alessandro Morelli era sellar mi sentencia de muerte. No habría segundas oportunidades. No habría perdón. Y, sin embargo, cuando imaginaba a Valentina atrapada en esa jaula de oro, con un destino que no había elegido, cualquier duda se desvanecía.

No era la primera vez que iba a la guerra. Pero sí la primera vez que lo hacía por una mujer.

Esa noche, cuando el reloj marcó las dos de la madrugada, entré en acción. Me deslicé por los pasillos oscuros con movimientos silenciosos, mi arma asegurada en la cadera. Los guardias estaban en la parte delantera de la mansión, y los pocos que patrullaban la parte trasera no estaban lo suficientemente alerta como para notar mi sombra.

Cuando llegué a la puerta de la habitación de Valentina, saqué una ganzúa. No me tomó más de veinte segundos forzar la cerradura.

Entré y la encontré sentada en la cama, con la espalda recta y los ojos clavados en mí como si supiera que vendría.

—Es hora de irnos —susurré, cerrando la puerta tras de mí.

Ella no se movió de inmediato. Me miró con una mezcla de miedo y determinación.

—Si salgo por esa puerta contigo, ya no hay marcha atrás.

Asentí.

—Lo sé.

Silencio. Su respiración era irregular. Sus manos estaban crispadas sobre la tela de su vestido de seda. Pero entonces, con una convicción que me hizo respetarla aún más, se puso de pie y caminó hacia mí.

—Vámonos.

Esa palabra selló nuestro destino.

Nos movimos rápido. Atravesamos la habitación hasta la terraza, donde una soga asegurada a la baranda nos permitiría descender sin hacer ruido.

—¿Lista? —le pregunté, sujetándola por la cintura.

—Siempre.

La bajé primero, asegurándome de que aterrizara bien antes de descender yo. Aterrizamos en el jardín trasero y nos deslizamos entre las sombras, avanzando hacia la parte este de la propiedad.

Pero entonces, un sonido me congeló.

—¡Eh! ¿Quién anda ahí?

Un guardia.

Le tapé la boca a Valentina y nos escondimos tras un seto mientras el hombre alumbraba con su linterna en nuestra dirección.

—Mierda… —murmuré entre dientes.

No podíamos permitirnos ser descubiertos.

Y Valentina lo entendió.

Me miró, sus ojos oscuros brillando con una astucia feroz. Entonces, tomó un puñado de piedras del suelo y las lanzó hacia el lado contrario. El ruido captó la atención del guardia, que giró en esa dirección.

No desaproveché la oportunidad. En un movimiento rápido y letal, lo tomé por la espalda y lo dejé inconsciente con un golpe seco en la nuca.

Valentina me miró con algo que parecía admiración.

—Bien hecho, soldado.

—Muévete.

Corrimos hacia el muro exterior, donde había escondido una moto. Nos subimos, y cuando el motor rugió bajo mis manos, sentí que el mundo entero estaba a punto de cambiar.

—¿Lista?

Valentina se aferró a mí.

—Más que nunca.

Aceleré. Y juntos, nos lanzamos a la oscuridad de la noche, dejando atrás todo lo que conocíamos.

***

El rugido del motor cortó la quietud de la noche. Aceleré sin pensarlo dos veces, sintiendo a Valentina aferrarse a mí con fuerza. Su cuerpo se pegó a mi espalda, su respiración caliente en mi cuello. Su miedo estaba ahí, latente, pero también su determinación.

Las ruedas de la moto derraparon en la grava mientras nos alejábamos de la mansión Morelli. No podíamos ir por la carretera principal, demasiado riesgo. Me desvié hacia un camino de tierra que serpenteaba entre los bosques cercanos.

El viento azotaba nuestras caras, y la adrenalina bombeaba en mis venas.

—¿A dónde vamos? —gritó Valentina sobre el rugido del motor.

—A un lugar seguro —respondí, concentrado en la carretera.

Sabía exactamente a dónde llevarla. Tenía una cabaña fuera de la ciudad, un refugio que usaba cuando necesitaba desaparecer del radar. Allí podríamos ocultarnos el tiempo suficiente para planear nuestro siguiente movimiento.

Pero no iba a ser tan fácil.

Apenas tomamos la salida hacia el camino de tierra, vi los faros de varios autos en los espejos retrovisores.

Nos habían descubierto.

—¡Mierda! —maldije, acelerando más.

Los neumáticos patinaron en la tierra suelta, pero mantuve el control. Los autos se acercaban a toda velocidad. Seguramente eran los hombres de Alessandro o, peor aún, de Matteo Ricci.

—Nos siguen —dijo Valentina, la tensión en su voz evidente.

—Lo sé. Agárrate fuerte.

Pisoteé el acelerador con más fuerza, esquivando ramas y baches en el camino. Las luces de los perseguidores parpadeaban a través de los árboles, cada vez más cerca. No podía permitir que nos alcanzaran.

Un disparo sonó detrás de nosotros, silbando a centímetros de la moto.

—¡Nos están disparando! —gritó Valentina.

—Ya lo noté.

Giré bruscamente el manillar y nos desviamos hacia un sendero aún más estrecho, donde los autos tendrían dificultad para seguirnos. Las ramas nos golpeaban, y podía sentir el pulso acelerado de Valentina contra mi espalda.

Otro disparo. Esta vez, impactó en el suelo junto a la rueda trasera.

—¡Dante!

—¡Lo tengo!

Vi una curva pronunciada adelante. La tomé sin frenar, inclinando la moto hasta casi rozar el suelo. El motor rugió, y por un segundo, creí que íbamos a volcar.

Pero no lo hicimos.

Salimos disparados por el camino, dejando atrás el sonido de los motores y los disparos.

Después de unos minutos de carrera frenética, la noche volvió a estar en calma.

Solo se escuchaba el sonido del viento y nuestras respiraciones agitadas.

Reduje la velocidad y tomé un sendero oculto entre los árboles, asegurándome de que no nos siguieran.

—¿Estás bien? —pregunté sin girarme.

Valentina tardó unos segundos en responder.

—No sé si fue lo más aterrador o lo más emocionante que he vivido.

Sonreí de lado.

—Acostúmbrate.

Seguimos el camino hasta llegar a la cabaña. Un pequeño refugio de madera en medio de la nada, lejos de cualquier civilización. Allí estaríamos a salvo… por ahora.

Apagué la moto y desmonté. Valentina hizo lo mismo, temblando ligeramente, ya sea por el frío o por la adrenalina.

—Bienvenida a nuestra nueva vida —dije con ironía.

Ella soltó una risa nerviosa y negó con la cabeza.

—Dios… ¿En qué demonios me he metido?

No tenía la respuesta para eso. Solo sabía que ya no había vuelta atrás.

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