ALIADOS INESPERADOS

VALENTINA

La cabaña en la que nos refugiábamos olía a madera húmeda y a ceniza vieja. Dante había encendido un pequeño fuego en la chimenea para combatir el frío, pero aún así, el ambiente se sentía helado. Tal vez era la adrenalina de lo que habíamos pasado, o el hecho de que cada minuto que pasaba significaba que nos acercábamos más a la muerte.

Yo no podía seguir dependiendo solo de Dante.

Él era fuerte, inteligente y letal, pero no era invencible. Y tampoco podía hacerlo todo solo.

—Necesitamos aliados —dije, rompiendo el silencio.

Dante me miró desde la mesa en la que limpiaba su pistola.

—¿Aliados?

—Gente con poder. Personas que odien a mi padre tanto como nosotros.

Dante suspiró, frotándose la frente con una mano.

—Valentina, hacer tratos con la gente equivocada puede ser igual de peligroso que lo que ya tenemos encima.

—Y no hacerlos nos llevará a la tumba —repliqué sin dudar.

Él me sostuvo la mirada, y supe que estaba considerando lo que decía.

Finalmente, suspiró.

—¿Tienes a alguien en mente?

Asentí lentamente.

—Luca Ferrara.

Dante chasqueó la lengua, su expresión oscureciéndose.

—¿Quieres meterte en la boca del lobo?

Ferrara era un capo que había estado en guerra con mi familia por años. No era precisamente un aliado natural, pero en este momento, él y yo teníamos un enemigo en común: Alessandro Morelli.

—Él odia a mi padre —dije con firmeza—. Y tengo información sobre los negocios de Matteo Ricci que podría interesarle.

Dante no respondió de inmediato.

Se levantó y comenzó a caminar por la habitación, como un león enjaulado.

—Es arriesgado —murmuró.

—Todo lo que hemos hecho hasta ahora lo es.

Se detuvo y me miró.

—Si Ferrara nos traiciona, no habrá escapatoria.

—Si no hacemos algo, tampoco la habrá.

Nos quedamos en silencio.

Yo sabía que Dante no confiaba en Ferrara.

Yo tampoco.

Pero en este momento, no se trataba de confianza.

Se trataba de supervivencia.

La reunión se organizó rápido.

Dante tenía contactos que podían hacerle llegar un mensaje a Ferrara sin alertar a mi padre.

Nos dieron una dirección y una hora.

No había promesas, no había garantías.

Solo una oportunidad.

Viajamos de noche, usando un auto robado que Dante había conseguido en un taller abandonado. Las calles estaban silenciosas, pero yo sentía cada sombra como una amenaza.

Mi mano se cerraba alrededor de la pistola que Dante me había dado.

No era la misma mujer que había sido antes.

Ya no.

Cuando llegamos al punto de encuentro, vi a los hombres de Ferrara esperándonos.

Cuatro de ellos, armados hasta los dientes.

Dante salió del auto primero, con el rostro impasible.

Yo respiré hondo y lo seguí.

Nos escoltaron hasta un almacén vacío, donde Luca Ferrara nos esperaba con una sonrisa lobuna y un cigarro entre los dedos.

—Vaya, vaya… —murmuró al vernos—. Si esto no es interesante.

Su mirada recorrió mi cuerpo con descaro, y me obligué a no reaccionar.

Dante se tensó a mi lado, pero no dijo nada.

—Gracias por recibirnos, Ferrara —dije con voz firme.

Él soltó una risa baja.

—No todos los días la princesa Morelli viene a pedir ayuda.

Ignoré su burla.

—Tengo información sobre Matteo Ricci. Información que podría hacerle mucho daño.

Ferrara alzó una ceja, interesado.

—¿Y por qué debería importarme?

—Porque Ricci se está metiendo en un negocio que no te conviene —dije, con confianza—. Tráfico de mujeres.

Ferrara dejó de sonreír.

Su mandíbula se apretó, y pude ver la sombra de ira en su expresión.

—¿Estás segura de lo que dices?

—Lo vi con mis propios ojos.

El capo inhaló profundamente, apagando el cigarro en el suelo.

Miró a Dante.

—¿Tú también crees que esto es una buena idea?

Dante cruzó los brazos.

—Lo que creo es que Alessandro Morelli y Matteo Ricci están descontrolados.

Ferrara se quedó en silencio un momento.

Luego, sonrió de nuevo.

Pero esta vez, su sonrisa era peligrosa.

—Bien. Trabajemos juntos.

Pero antes de que pudiera sentir alivio, Ferrara añadió en un tono bajo y letal:

—Pero si me traicionan… los mataré yo mismo.

Mi piel se erizó.

Dante no dijo nada.

Solo asintió.

Sabíamos en lo que nos estábamos metiendo.

Pero ya no había marcha atrás.

Yo ya no era la princesa intocable.

Ahora, estaba en guerra.

***

Luca Ferrara no era un hombre paciente. Lo supe en el momento en que su sonrisa se desvaneció y su mirada se tornó afilada como una navaja.

—¿Tienen pruebas? —preguntó con voz grave.

El silencio en el almacén era denso, solo interrumpido por el sonido lejano del tráfico nocturno en la ciudad.

Yo había venido preparada.

Metí la mano en la chaqueta de cuero que llevaba puesta y saqué el pequeño dispositivo USB que había escondido en un compartimento de mi bota.

—Aquí hay grabaciones de una de las reuniones privadas de Ricci —dije, extendiéndoselo sin dudar—. Nombres, fechas, cifras. Todo lo que necesitas para destruirlo.

Ferrara tomó el USB con lentitud, como si esperara que fuera a explotar en sus manos. Luego, hizo un gesto con la cabeza a uno de sus hombres, quien lo tomó y se lo llevó a otro lado.

Me crucé de brazos para evitar que notaran cómo mis manos temblaban.

Dante, a mi lado, estaba inmóvil, pero su cuerpo entero irradiaba tensión.

Ferrara me estudió con ojos oscuros y calculadores.

—Tengo que admitirlo, princesa… —su voz tenía un matiz burlón—. Nunca pensé que te vería traicionando a tu propia sangre.

Su burla me molestó, pero no lo dejé ver.

—No me interesa lo que pienses —respondí con firmeza—. Estoy aquí porque nuestros intereses se alinean.

Dante exhaló suavemente a mi lado, como si le sorprendiera que pudiera manejarme con Ferrara sin perder el control.

El capo sonrió, divertido.

—Parece que la princesa Morelli ha crecido.

—Parece que estás perdiendo tiempo con tus comentarios inútiles —repliqué sin pestañear.

Ferrara soltó una carcajada grave.

—Me gusta esta versión tuya. No es la misma niña de papá que conocí en los eventos de la familia.

No respondí.

No quería recordar esos eventos. No quería recordar cómo antes miraba a Ferrara con la misma desconfianza con la que ahora él me miraba a mí.

Su hombre regresó con el USB. Se inclinó y le susurró algo al oído.

El rostro de Ferrara cambió.

Ya no había burla.

Solo interés.

—Parece que dices la verdad —admitió, guardando el dispositivo en el bolsillo de su chaqueta.

Dante habló por primera vez en un rato.

—Entonces, ¿tenemos un trato?

Ferrara tomó su cigarro y lo encendió de nuevo.

—Tenemos un enemigo en común. Eso no significa que seamos amigos.

Me tensé, pero no dije nada.

—No nos interesa la amistad —respondió Dante—. Solo queremos a Morelli y Ricci fuera del camino.

Ferrara exhaló el humo lentamente.

—Bien. —Su mirada se posó en mí—. Pero quiero una garantía.

Mi estómago se revolvió.

—¿Qué tipo de garantía?

Ferrara sonrió, pero esta vez no era una sonrisa agradable.

—No quiero perder mi tiempo con alguien que no tiene el coraje de seguir con esto hasta el final.

Dante avanzó un paso, poniéndose levemente delante de mí.

—Ella ya ha demostrado su lealtad.

Ferrara ignoró a Dante y me miró directamente.

—Quiero que mates a uno de los hombres de Ricci tú misma.

El aire se volvió pesado.

Dante endureció la expresión.

—No es necesario.

—Sí lo es —interrumpió Ferrara con tono tranquilo—. Quiero ver si Valentina Morelli está realmente dispuesta a pelear.

Mi pulso se aceleró.

No había esperado esto.

Había matado a un hombre por primera vez hace apenas unos días, y todavía podía sentir el peso de ese disparo en mi conciencia.

Pero si titubeaba ahora, Ferrara nos vería como débiles.

Como prescindibles.

Y eso nos condenaría.

—Trato hecho —dije, antes de que Dante pudiera hablar.

Mi propia voz me sorprendió por lo firme que sonó.

Dante giró la cabeza para mirarme, su mandíbula apretada con frustración.

Ferrara sonrió, satisfecho.

—Eso me gusta.

Hizo un gesto a uno de sus hombres, quien salió del almacén.

Segundos después, arrastraban a un hombre con las manos atadas a la espalda y una venda en los ojos.

Lo arrojaron a mis pies.

Mi corazón martilleaba en mi pecho.

El hombre gimió, tratando de moverse.

Ferrara sacó un cuchillo y me lo tendió.

—Adelante, princesa.

Tragué saliva.

Dante estaba rígido a mi lado, listo para intervenir si era necesario.

Pero no podía dejar que lo hiciera.

Si quería sobrevivir en este mundo, tenía que probar que estaba dispuesta a ensuciarme las manos.

Tomé el cuchillo de Ferrara con manos firmes.

Cerré los ojos por un instante.

Mi padre me había enseñado a ser una pieza en su juego.

Ahora, yo jugaba el mío.

Abrí los ojos y, sin dudar, hundí la hoja en el cuello del hombre.

La sangre salpicó mis manos, mi ropa.

El cuerpo convulsionó y luego se quedó inmóvil.

No pestañeé.

No temblé.

Cuando levanté la mirada, Ferrara me observaba con un destello de respeto en sus ojos.

Dante, en cambio, me miraba como si acabara de perder algo que no quería que perdiera.

Ferrara sonrió.

—Bienvenida a la guerra, Valentina.

Sabía que, después de esto, ya no había marcha atrás.

Y no la quería.

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