DANTE
La guerra ha comenzado.
Ferrara tenía razón. Aquí nadie es confiable, y si queremos sobrevivir, tenemos que adelantarnos a nuestros enemigos. Pero eso es fácil decirlo y difícil hacerlo cuando tenemos a toda la maldita mafia pisándonos los talones.
Estamos atrapados en este departamento de Milán, sabiendo que la calma es solo una ilusión. Porque vendrán. Es cuestión de tiempo.
La tensión en la habitación es tan espesa que podría cortarse con un cuchillo. Valentina se sienta en el borde del sofá, con la mirada fija en la pared, perdida en sus pensamientos. Pero yo sé en qué está pensando. En
VALENTINADante vuelve a caer en la inconsciencia.Pero su voz, su intento de sonreírme antes de perderse en la oscuridad, me dan la mínima esperanza que necesito para no enloquecer.Me aferro a su mano, sintiendo su pulso débil bajo mis dedos. Está vivo. Eso es lo único que importa.El médico vuelve a entrar, con expresión cansada.—Tienes suerte, chica. Lo sacamos de la zona de peligro, pero sigue siendo una herida de bala. La recuperación dependerá de su resistencia.—Dante es fuerte —murmuro sin soltar su mano—. Aguantará.El médico me observa un instante y asiente.—Necesita descanso. Nada de estrés, nada de movimientos bruscos. Y tú también deberías dormir.—No pienso moverme de aquí.Él resopla, pero no discute más.
DANTEEl dolor es lo primero que siento.Es una quemazón profunda, punzante, como si alguien me hubiera prendido fuego desde adentro.Intento moverme, pero mi cuerpo pesa como el puto concreto. Todo está borroso, mi cabeza es un caos, y mi garganta se siente como papel de lija.Estoy vivo.A duras penas, pero vivo.Parpadeo lentamente, luchando por enfocar la vista en la tenue luz que ilumina la habitación. El techo es blanco, con grietas finas recorriéndolo. Las paredes son austeras, sin adornos ni indicios de lujo. No es un hospital.Entonces, la veo.Valentina.Está dormida, sentada en una silla junto a la camilla donde estoy acostado. Su cabeza descansa sobre su brazo, y su otra mano sigue sosteniendo la mía con fuerza, incluso en sueños.Luce agotada. Sus ojeras son profundas, su cabello está
DANTEEl rugido del motor se mezcla con la respiración contenida de todos en la furgoneta. La ciudad de Milán pasa a nuestro alrededor como un borrón de luces y sombras mientras nos acercamos al lugar del encuentro. Ferrara revisa su reloj y luego me lanza una mirada severa desde el otro extremo del vehículo.—Ricci caerá en la trampa. Pero si algo sale mal, nos largamos. No somos kamikazes.Asiento, aunque ambos sabemos que esto no es una misión con una ruta de escape. Esta noche solo hay dos opciones: Ricci muere, o lo hacemos nosotros.Miro a Valentina, sentada frente a mí. Viste ropa oscura, el cabello recogido en una coleta alta y una expresión de acero en el rostro. No es la misma mujer a la que arranqué de la mansión Morelli semanas atrás. Ha cambiado. Se ha vuelto más fuerte, más letal.—Aún puedes quedarte atr&aacu
VALENTINALa sala está en penumbras, con solo una lámpara en la mesa iluminando los rostros tensos a mi alrededor. El aire huele a cigarro y pólvora, una combinación que se ha vuelto demasiado familiar en los últimos días.Luca Ferrara se recarga contra el respaldo de su silla de cuero negro, observándome con esa mirada afilada que ha perfeccionado con los años. En su mundo, la debilidad es una sentencia de muerte, y él se ha asegurado de mantenerse en la cima el tiempo suficiente para entenderlo mejor que nadie.Yo, en cambio, no soy la misma niña que se sentaba en las cenas de la familia Morelli sin abrir la boca. Ya no soy la princesa protegida.Soy otra cosa.—¿Así que quieres destruir a Matteo Ricci? —Ferrara exhala el humo de su cigarro con un gesto de diversión, como si la idea le hiciera gracia.Cruzo las piernas co
VALENTINAEl sonido de mis propios latidos retumba en mis oídos. Todo lo demás se ha vuelto un murmullo lejano, insignificante. El almacén sigue envuelto en caos, pero para mí solo existe este instante.Matteo Ricci está frente a mí. Ensangrentado, con la respiración entrecortada y la mirada llena de furia. Pero sigue en pie. Sigue respirando.Y eso es algo que no puedo permitir.Su mano aferrada al arma tiembla, pero su sonrisa arrogante sigue ahí, como si todavía tuviera el control. Como si pudiera seguir jugando conmigo.—Mírate, princesa —escupe con burla, su voz entrecortada por el dolor—. Ensangrentada, con las manos sucias… ¿Te gusta lo que ves en el espejo?No respondo. No parpadeo.—Siempre supe que tenías fuego dentr
DANTELa muerte de Matteo Ricci debería haber cambiado algo.Debería haber significado un respiro, un momento de calma, un indicio de que las cosas podrían mejorar.Pero la realidad es otra.El verdadero monstruo sigue vivo.Alessandro Morelli.La camioneta avanza en la oscuridad mientras Valentina permanece en silencio a mi lado. No ha dicho una sola palabra desde que salimos del almacén. Sus manos, manchadas con la sangre de Ricci, descansan sobre sus muslos. Su rostro está cubierto de polvo y ceniza, pero sus ojos... sus ojos son otra historia.Están vacíos.No sé en qué está pensando, pero puedo adivinarlo. No está celebrando. No siente alivio. Solo hay un pensamiento martillando su cabeza: lo que sigue.Y yo sé exactamente qué es lo que sigue.Valentina no va a detenerse.Ya no es la princesa que
VALENTINALa idea se había formado en mi mente con la claridad de una sentencia de muerte.No podía esconderme. No podía seguir huyendo.Si quería acabar con Alessandro Morelli, debía mirarlo a los ojos y dejarle claro que su propia hija era su peor enemiga.—Esto es una locura —espetó Dante, cruzado de brazos, su mandíbula tensa por la rabia contenida—. Pediste una reunión con tu padre como si fueran a hablar de negocios.—Precisamente, eso es lo que quiero que crea.Dante me miró como si me hubiera vuelto loca.—No. Ni hablar. No voy a dejar que vayas sola.—¿Y qué quieres que haga? ¿Que lo invite a tomar un café en territorio neutral? Alessandro Morelli no se rebaja a ese nivel. Si quiero que esto funcione, tengo que ir a la mansión.—¿Y qu&ea
DANTENunca me había sentido más jodidamente vivo y más cerca de la muerte al mismo tiempo.La cena con Alessandro Morelli había sido la sentencia de guerra definitiva. Sabía que no íbamos a salir de esa mansión sin una maldita cacería detrás de nosotros, pero ni siquiera yo estaba preparado para la ferocidad con la que Alessandro desató el infierno.Escapamos por los pelos.Los guardias de Morelli nos persiguieron desde el momento en que cruzamos las puertas de la propiedad. Las balas llovieron sobre nosotros en cuanto pisamos la calle, obligándome a empujar a Valentina tras una fila de autos estacionados mientras sacaba mi arma y disparaba a ciegas para ganar tiempo.—¡Corre, Valentina! —le grité, pero la testaruda se negó a moverse sin mí.Se agachó, sacando su propia pistola de la funda oculta en su