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ENTRENAMIENTO Y REVELACIONES

DANTE

La madrugada traía consigo el aire gélido del bosque, pero Valentina estaba de pie frente a mí con la mirada fija y determinada. Llevábamos dos días en la cabaña abandonada, dos días en los que ella no había mencionado el miedo ni una sola vez. Era testaruda, lo sabía desde el primer momento en que la vi, pero ahora esa testarudez iba a jugar a nuestro favor.

—No es un juego, Valentina —le advertí, entregándole la pistola—. Si aprendes a usarla, es porque en algún momento vas a tener que disparar.

Ella asintió con la mandíbula tensa.

—Lo sé.

Por primera vez, la princesa Morelli no parecía una mujer protegida del mundo real. No había rastro de caprichos en su expresión, solo determinación.

Me coloqué detrás de ella, guiando sus manos con las mías. Podía sentir el calor de su cuerpo a través de su delgada camiseta.

—Apunta. No te preocupes por la fuerza del disparo, solo enfoca tu objetivo.

Valentina respiró hondo y fijó la vista en la lata oxidada que habíamos puesto sobre una roca a unos diez metros de distancia.

—Dispara.

La detonación rompió la calma del bosque. El retroceso la hizo tambalearse, pero yo ya estaba ahí, sujetándola por la cintura antes de que pudiera perder el equilibrio.

—Mierda —murmuró, parpadeando con sorpresa.

—¿Te asustaste?

—No. Pero tampoco le di a la lata.

—Porque cerraste los ojos al disparar.

Ella apretó los labios, frustrada. Me hizo gracia ver cómo su orgullo no le permitía aceptar que no todo le salía bien a la primera.

—Inténtalo de nuevo —le dije, acercándome un poco más—. Pero esta vez, mantén los ojos abiertos.

El segundo disparo fue mejor. No le dio a la lata, pero sí al tronco detrás de ella.

—Mejor —asentí—. Pero tienes que acostumbrarte al retroceso. Aprender a soportarlo.

—Como si fuera fácil —bufó, bajando el arma.

—Nada en la vida lo es, Morelli.

Valentina me miró por el rabillo del ojo, molesta por mi tono, pero no dijo nada. Solo tomó aire y volvió a levantar la pistola.

La observé en silencio mientras practicaba. Sus manos, al principio torpes, se volvían más firmes con cada disparo. Su espalda recta, sus hombros tensos pero controlados. Estaba aprendiendo.

Y ese era mi problema.

Cuanto más fuerte se volvía, más difícil me resultaba ignorar lo que despertaba en mí.

El entrenamiento no se limitó a las armas.

Después de varias horas en el bosque, regresamos a la cabaña para empezar con el combate cuerpo a cuerpo. Me aseguré de que descansara un par de horas antes de comenzar, pero cuando la desperté al atardecer para seguir entrenando, me lanzó una mirada asesina.

—Si intentas matarme con este entrenamiento, al menos dímelo de frente —gruñó, estirándose sobre la vieja alfombra.

—No te va a matar. Pero si quieres sobrevivir, necesitas aprender a luchar.

—No soy tan inútil como crees —espetó, poniéndose de pie con los puños cerrados—. Me defendí en el pueblo.

—Romper una botella en la cabeza de un idiota distraído no es lo mismo que enfrentarte a un asesino entrenado.

Valentina frunció el ceño y cruzó los brazos.

—Entonces enséñame.

Suspiré. Sabía que no iba a aceptar un “no” como respuesta.

Nos posicionamos en el centro de la sala. La madera crujía bajo nuestros pies mientras tomábamos distancia.

—Lo primero que tienes que aprender es a caer sin hacerte daño —le expliqué, acercándome—. Porque créeme, Valentina, te van a tirar más veces de las que podrás contar.

—No si los golpeo primero.

Sonreí, divertido por su arrogancia.

—A ver si puedes.

Ataqué sin previo aviso, atrapando su muñeca y jalándola para desestabilizarla. Valentina se tambaleó, pero reaccionó rápido, intentando usar su otra mano para golpearme.

Mal movimiento.

Giré su cuerpo con facilidad, atrapándola contra mi pecho con un solo movimiento.

—Demasiado predecible —susurré contra su oído—. Tienes que moverte rápido. Ser más astuta que tu oponente.

Ella bufó, forcejeando contra mi agarre, pero yo era más fuerte.

—¡Déjame!

—Haz que lo haga.

Valentina empujó su cabeza hacia atrás, golpeando mi mentón con la parte trasera de su cráneo. No lo suficiente como para hacerme daño, pero sí como para que la soltara por reflejo.

Se giró con rapidez y me lanzó un puñetazo.

Lo esquivé con facilidad, pero no pude evitar sonreír.

—Eso fue mejor.

—Si hubiera tenido más fuerza, te habría roto la nariz.

—Sigue soñando, Morelli.

Ella resopló, pero en sus ojos brillaba algo más que rabia.

Interesante.

Reanudamos el entrenamiento. La obligué a caer varias veces, pero cada vez le costaba menos levantarse. Sus movimientos eran más rápidos, más calculados. Valentina aprendía con la velocidad de alguien que sabe que su vida depende de ello.

Cuando la noche cayó, decidí detenernos.

—Es suficiente por hoy.

—Una vez más —pidió, respirando con dificultad.

—Valentina, tu cuerpo necesita descansar.

—Solo una vez más —insistió, mirándome con desafío.

M****a.

Sabía que debía decirle que no. Que debía mantener la distancia. Pero cuando se plantó frente a mí con los puños en alto y esa mirada de pura determinación, no pude evitarlo.

—Bien —acepté, tomando posición—. Última vez.

Ella atacó primero.

Intentó tomarme por sorpresa, pero esta vez fui yo quien le ganó la jugada. Moví mi cuerpo en el último momento, esquivando su golpe, y aproveché su impulso para hacerla perder el equilibrio.

Pero en lugar de dejarla caer, la sujeté por la cintura.

Nos tambaleamos juntos, hasta que su espalda quedó contra la pared. Yo estaba demasiado cerca.

Jadeábamos.

Mi mano aún reposaba sobre su cadera. Su respiración chocaba contra mi cuello.

Valentina levantó la vista, encontrando la mía en la penumbra de la cabaña.

Y entonces supe que la había jodido.

Porque, por primera vez, no había rabia en su mirada. No había desafío.

Solo deseo.

Un deseo que yo también sentía.

Su pecho subía y bajaba con rapidez.

—Dante… —susurró, su voz cargada de algo que me puso la piel de gallina.

Mi mirada bajó a sus labios.

Por un instante, solo un instante, pensé en besarla.

En olvidarme de todo.

De su padre. De la guerra que se nos venía encima. De la maldita línea que no debía cruzar.

Pero entonces di un paso atrás.

Ella parpadeó, sorprendida por mi rechazo.

Me pasé una mano por el cabello, frustrado conmigo mismo.

—No podemos hacer esto.

Valentina se quedó en silencio. Por primera vez en mucho tiempo, parecía perdida.

Pero yo no podía permitirme esa debilidad.

Me alejé de ella y me giré hacia la puerta.

—Mañana continuamos con el entrenamiento —dije, mi voz más dura de lo que pretendía.

Salí de la cabaña sin mirar atrás, sintiendo su mirada quemándome la espalda.

Maldición.

Esto solo iba a complicarlo todo.

***

El aire nocturno estaba cargado de humedad, impregnado del aroma terroso del bosque. Me apoyé contra la pared de la cabaña, cerrando los ojos por un momento. Mis latidos aún estaban acelerados, pero no por el entrenamiento.

Joder.

¿Qué demonios me pasaba?

Sabía que esto iba a ocurrir. Desde el primer momento en que acepté ayudarla, desde el instante en que pronuncié ese “contigo” que selló mi destino, supe que estaba cavando mi propia tumba.

Pero hasta ahora había logrado contenerme. Mantenerme frío, racional.

Y entonces ella me miró así.

Ella.

Con sus labios entreabiertos, con la respiración acelerada, con esa mezcla de furia y deseo en los ojos.

Ella.

Una Morelli.

La única mujer que jamás debería siquiera considerar de esa forma.

Apreté la mandíbula y pasé una mano por mi rostro, intentando disipar el torbellino en mi cabeza. No podía permitirme esto. No ahora. No cuando estábamos siendo cazados como animales.

Me obligué a respirar hondo y regresé al interior de la cabaña.

Valentina seguía en la misma posición, pero su expresión había cambiado.

Ya no parecía confundida.

Ahora estaba molesta.

—¿Qué demonios fue eso, Dante?

Su tono era firme, pero podía percibir la vulnerabilidad oculta tras su furia.

Me crucé de brazos, fingiendo una indiferencia que no sentía.

—Nada.

Ella frunció el ceño.

—No pareció “nada”.

—Fue un error.

Su mandíbula se tensó.

—¿Un error?

—Sí.

No quería ser cruel con ella, pero tenía que cortar esto de raíz.

Porque si le daba un solo indicio de que esto podía ser algo más, ella lo tomaría.

Valentina nunca hacía las cosas a medias.

Ella se entregaba por completo o no lo hacía en absoluto.

Y eso nos iba a matar a ambos.

—¿Eso es lo que piensas? —preguntó, cruzando los brazos—. ¿Que fue un error?

No respondí.

No porque no tuviera palabras, sino porque si hablaba, iba a decir lo incorrecto.

Porque si abría la boca, iba a decirle la verdad.

Que no era un error.

Que nunca había sido un error.

Que lo único erróneo era el momento, la situación, el puto mundo en el que vivíamos.

Pero no dije nada.

Solo sostuve su mirada, impasible.

Valentina exhaló, riendo sin humor.

—Debería haberlo sabido —murmuró, negando con la cabeza—. Siempre haces esto.

—¿Hago qué?

—Te acercas y luego te alejas. Me salvas, pero me dices que no te importe. Me miras como si quisieras devorarme, pero luego actúas como si tocarme fuera el peor pecado del mundo.

No supe qué responder.

Porque tenía razón.

Y no podía permitirle tener razón.

—Mañana seguimos con el entrenamiento —dije en voz baja, girándome hacia la otra habitación.

—¡No me ignores, Dante!

Su voz se rompió en la última sílaba.

Y esa pequeña grieta en su fortaleza me jodió más que cualquier otra cosa.

Cerré los ojos por un segundo.

Respira. No cedas.

Sin responderle, caminé hasta la otra habitación y cerré la puerta tras de mí.

Pero incluso con la barrera física entre nosotros, seguía sintiéndola.

Y ese era mi mayor problema.

No importaba cuánto me esforzara en alejarme.

Ella siempre estaba ahí.

Siempre en mi puto sistema.

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