FRONTERAS DIFUSAS

DANTE

No había dormido.

Después de dejar a Valentina en su habitación, había regresado al ala donde se encontraba mi cuarto dentro de la mansión Morelli, pero en cuanto cerré la puerta detrás de mí, su imagen regresó a mi mente con una claridad irritante.

El vestido que llevaba en el club, su expresión desafiante cuando la saqué de ahí, la forma en que su respiración aún estaba acelerada cuando la dejamos en la entrada de su habitación… Todo se repetía en mi cabeza como una maldita cinta sin fin.

Me dejé caer en el borde de la cama y me pasé una mano por el rostro.

Esto estaba saliéndose de control.

Desde el primer día supe que Valentina Morelli no iba a ser una misión sencilla, pero lo que no había anticipado era el efecto que tendría en mí. Su descaro, su fuego, su manera de desafiar cada maldita norma que se suponía debía seguir… era un peligro, pero no solo para ella.

También para mí.

El problema era que, mientras más intentaba mantener la distancia, más parecía que el destino se empeñaba en empujarme hacia ella.

Y lo peor era que Valentina lo sabía.

Me puse de pie y me dirigí al baño. Necesitaba una ducha fría antes de empezar el día.

Cuando bajé al comedor principal, la familia Morelli ya estaba reunida. Alessandro Morelli, sentado en la cabecera, leía un informe mientras bebía su café. Su esposa, Isabella, conversaba en voz baja con una de las sirvientas sobre la agenda del día. Y al otro extremo de la mesa, con una expresión tranquila pero con los ojos demasiado atentos, estaba Valentina.

No había rastros de la chica que anoche desafió todo para escaparse a un club clandestino. Ahora parecía la princesa perfecta.

Pero yo sabía la verdad.

Me senté en mi lugar habitual, junto a los demás guardaespaldas, y me serví un café.

—Dante.

Alessandro alzó la vista y me fijé en su mirada calculadora.

—Acompáñame a mi despacho después del desayuno.

Asentí con la cabeza. Sabía que esto pasaría. Alessandro no era estúpido. Si no se había enterado aún de la escapada de Valentina, al menos sospechaba algo.

El resto del desayuno transcurrió en una calma tensa. Valentina no me miró ni una sola vez, pero yo podía sentir su presencia, como un fuego latente a pocos metros de distancia.

Cuando Alessandro se levantó de la mesa, lo seguí en silencio hasta su despacho.

El hombre caminó con la misma seguridad imponente que lo caracterizaba. Cerró la puerta tras nosotros y se apoyó contra su escritorio, cruzándose de brazos.

—Cuéntame, Russo.

Esperé.

—Anoche. —Alessandro entrecerró los ojos—. Sé que algo pasó. Quiero la verdad.

Mentirle a Alessandro Morelli era jugar con fuego. Pero traicionar a Valentina… eso no estaba en mis opciones.

—No pasó nada grave, señor —respondí con firmeza—. Solo unos contratiempos menores.

Alessandro no apartó la vista de mí.

—¿Contratiempos menores?

—Sí. —Me mantuve impasible—. Pero están bajo control.

El silencio se alargó. Luego, el hombre asintió lentamente.

—Bien. Porque si descubro que algo pone en riesgo a mi hija…

No terminó la frase. No hacía falta.

—Lo entiendo —respondí.

Salí del despacho con una sensación extraña en el pecho. Por primera vez, no estaba completamente seguro de para quién trabajaba.

El resto del día pasó sin incidentes. Valentina permaneció en la mansión, sin intentos de escaparse o desafiarme. Pero cuando cayó la noche, su actitud cambió.

Yo estaba en la terraza, fumando un cigarro, cuando la escuché acercarse.

—¿Dante?

Me giré y la encontré allí, con un vestido ligero y el cabello suelto.

—¿Qué quieres, princesa?

Ella se encogió de hombros.

—No podía dormir.

Le di una calada al cigarro.

—No es mi problema.

Pero en lugar de ofenderse, Valentina sonrió y se acercó más.

—Eres un hombre interesante, Russo.

Rodé los ojos.

—Y tú eres una pesadilla.

Se rió suavemente.

—Anoche me protegiste.

—Es mi trabajo.

—No es solo eso. —Dio un paso más—. Te vi, Dante. La forma en que reaccionaste, la forma en que me miraste… No eres tan indiferente como quieres hacerme creer.

Sus palabras fueron como un golpe directo al pecho.

Me tensé.

Valentina no solo era hermosa. Era inteligente. Sabía exactamente cómo jugar con los límites de la gente.

El problema era que conmigo estaba empezando a ganar.

Ella alzó la mano y rozó con la yema de los dedos la manga de mi camisa.

—Dime que no sientes nada cuando estoy cerca.

No respondí.

No podía responder.

Porque si lo hacía, sabía que iba a perder.

***

Me quedé inmóvil, sintiendo el roce de sus dedos como una descarga eléctrica a través de la tela de mi camisa. No fue un gesto abiertamente provocador, ni siquiera descarado, pero el impacto fue inmediato.

Valentina me estaba desafiando de una forma que ningún enemigo en el campo de batalla había logrado. Y lo peor era que ella lo sabía.

—Dime que no sientes nada —repitió, con una sonrisa ladeada.

Tomé su muñeca con firmeza y aparté su mano de mí.

—No sientas tanta seguridad, princesa —murmuré, sin soltarla todavía—. Jugar con fuego te puede quemar.

En lugar de asustarse, sus ojos se encendieron con algo peligroso.

—Tal vez me gusta jugar con fuego, Russo.

La forma en que pronunció mi apellido, con un tono casi perezoso, me hizo apretar la mandíbula.

—Vete a dormir, Valentina —ordené con voz baja pero firme.

Ella no se movió.

—Si lo que quieres es que me aleje, podrías ser más convincente.

Su mirada se deslizó lentamente desde mis ojos hasta mis labios.

Yo no era un santo. Nunca lo había sido. Sabía reconocer el deseo en una mujer cuando lo veía, y Valentina Morelli no estaba ocultándolo. Pero lo que ella no entendía era que esto no era un simple juego. Que si cruzaba esa línea, no había vuelta atrás.

Y yo no podía permitirme eso.

Con un movimiento calculado, solté su muñeca y di un paso atrás, aumentando la distancia entre nosotros.

—No voy a caer en tus juegos, princesa.

Valentina ladeó la cabeza y me estudió en silencio, como si estuviera analizando la situación desde un ángulo diferente. Luego, sonrió con diversión.

—Por ahora.

Me di la vuelta antes de que pudiera ver cualquier sombra de duda en mi expresión y me alejé sin decir nada más.

Pero incluso mientras caminaba hacia mi habitación, con cada músculo tenso por la contención, su voz seguía resonando en mi cabeza.

"Por ahora."

***

Los días siguientes fueron una prueba constante de mi autocontrol.

Valentina no volvió a mencionar nuestra conversación en la terraza, pero tampoco se alejó. Al contrario, parecía haber convertido mi presencia en un desafío personal.

Cada vez que entraba a una habitación, sentía su mirada sobre mí. Cuando pensaba que por fin me había dado un respiro, encontraba su perfume en el aire. Incluso en las comidas familiares, donde solía comportarse como la princesa intocable de la mafia Morelli, me dirigía miradas furtivas que solo yo entendía.

Y yo… yo hacía lo imposible por ignorarla.

Pero ella lo hacía difícil.

Ese día, la familia Morelli organizó una cena con algunos aliados en una de sus propiedades en la costa. Como siempre, mi lugar estaba a un par de metros detrás de Valentina, con la vista alerta y la mente enfocada en cualquier posible amenaza.

O al menos, así debería haber sido.

Porque en cuanto ella apareció con un vestido negro ajustado que resaltaba sus curvas y el cabello recogido en un moño elegante con mechones sueltos, mi primer pensamiento no fue sobre su seguridad.

Fue sobre lo malditamente hermosa que se veía.

—¿Todo en orden, Russo? —preguntó Valentina cuando pasé a su lado, con una sonrisita apenas contenida.

—Siempre —respondí sin mirarla directamente.

Ella soltó un leve susurro de risa y siguió caminando.

Cuando la cena avanzó y la música comenzó a llenar el ambiente, me relajé un poco. Los invitados eran aliados de los Morelli, no había amenazas inmediatas y la seguridad era estricta. No había razón para preocuparme.

O eso creí.

Porque de pronto, Valentina desapareció de mi vista.

Sentí el frío de la alerta recorrerme por la espalda.

Escaneé el salón rápidamente y la encontré en un rincón más alejado, junto a un hombre que no reconocí de inmediato. Estaban demasiado cerca, y aunque ella parecía cómoda, mi instinto gritó que algo no estaba bien.

Cruzando la habitación con pasos calculados, llegué justo a tiempo para escuchar la última parte de la conversación.

—Vamos, Valentina, un solo baile —insistió el hombre con una sonrisa encantadora, pero con algo en su tono que me puso en alerta.

—Lo siento, pero no estoy interesada —respondió ella con voz firme.

Pero antes de que pudiera apartarse, él le tomó la muñeca.

Mi paciencia se agotó.

En menos de un segundo, ya estaba junto a ellos.

—Te sugiero que la sueltes —mi voz salió con una calma peligrosa.

El hombre alzó la vista, sorprendido.

—¿Quién eres tú?

—El que puede romperte la mano si no haces caso —respondí sin cambiar mi expresión.

Valentina me miró con algo entre irritación y diversión, pero se mantuvo en silencio.

El hombre titubeó y finalmente soltó su muñeca.

—Solo era un baile —gruñó, pero dio un paso atrás.

—Pues el próximo, busca a alguien más —le advertí.

Esperé a que se alejara antes de voltear hacia Valentina.

—¿Cuántas veces tengo que sacarte de situaciones así?

Ella alzó una ceja.

—No pedí que intervinieras.

—No hace falta que lo hagas —repliqué—. No voy a dejar que idiotas como ese se aprovechen de ti.

Su expresión cambió. Por un instante, casi pareció sorprendida por mis palabras. Luego, la chispa de diversión volvió a sus ojos.

—Sabes, Russo… A veces me pregunto si te molesta porque es tu trabajo o porque realmente te importa.

La miré, sin responder.

Porque la verdad era que yo también empezaba a hacerme la misma pregunta.

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