DESAFÍO CONSTANTE

Valentina

Si hay algo que me aburre más que las reuniones de negocios de mi padre, es la maldita imperturbabilidad de Dante Russo.

Llevo días intentando encontrarle una grieta. Una reacción. Un mínimo destello de humanidad. Pero no. El hombre es como una pared de hormigón con ojos oscuros y mandíbula cincelada.

Y eso me irrita.

No porque me importe él en sí, sino porque me niego a creer que alguien pueda ser tan jodidamente insensible.

Así que, si mi vida ya está llena de reglas, prohibiciones y jaulas doradas, al menos voy a divertirme un poco en el proceso.

Y mi diversión empieza hoy.

El sol brilla sobre la villa Morelli cuando salgo al jardín con mi vestido ligero, el cabello suelto y mis gafas de sol en su lugar. Lista para la provocación.

Dante está apoyado contra la baranda de la terraza, con los brazos cruzados y esa postura que grita que podría matarte con un solo movimiento, pero no lo hará porque es un profesional.

—Qué vida tan emocionante la tuya —comento mientras paso a su lado—. Debe ser fascinante pasarte el día parado como un poste.

Él no responde.

Por supuesto que no.

Me detengo a unos metros de él y miro hacia el estacionamiento de la villa, donde los autos de lujo de la familia Morelli están alineados como si estuvieran en exhibición.

Mis labios se curvan en una sonrisa lenta.

—Dime, Russo… ¿sabes conducir o solo sabes disparar?

Silencio.

Giro la cabeza y lo veo arquear una ceja.

—¿Eso es un reto?

Mi sonrisa se ensancha.

—Si fueras un hombre de verdad, lo sería.

Veo su mandíbula tensarse por una fracción de segundo. Ah, ahí estás.

Sin esperar respuesta, camino con calma hacia el garaje, abro las puertas y acaricio el capó de mi Lamborghini Huracán rojo como si fuera un amante fiel.

—Espero que no te asusten las velocidades altas.

Dante suspira y se pasa una mano por la nuca.

—Esto es una mala idea.

Me río.

—Si tuviera un euro por cada vez que me dicen eso, sería aún más rica.

Subo al auto, me coloco las gafas de sol y enciendo el motor, que ruge como una bestia esperando ser liberada.

Él se queda en su sitio, con los brazos cruzados, observándome con esa expresión de “no pienso caer en tu juego”.

Pero entonces abro la puerta del copiloto y lo miro con descaro.

—Vamos, Russo. Demuestra que no eres solo un perro guardián con pistola.

Sus ojos se oscurecen un poco.

Y, contra todo pronóstico, se sube al auto.

Oh, esto va a ser divertido.

El Lamborghini acelera por la carretera privada que rodea la villa, y yo siento el éxtasis de la velocidad recorriéndome la piel.

Dante, por su parte, sigue con la cara de piedra.

Ni siquiera cuando tomo una curva cerrada con una maniobra arriesgada cambia su expresión.

—¿Nada? —pregunto con una sonrisa ladeada—. ¿Ni un insulto? ¿Ni una amenaza de muerte?

Él ni siquiera me mira.

—Si te matas, tu padre me matará a mí. Y francamente, tengo mejores cosas que hacer.

Suelto una carcajada y acelero aún más.

El motor ruge. El viento me revuelve el cabello.

Y por primera vez en días, me siento viva.

Al final, cuando aparco de nuevo en la villa, Dante se baja del auto con una calma irritante.

—Eres buena —admite sin emoción—. Pero sigues siendo una mocosa imprudente.

—Y tú sigues siendo un robot sin alma.

Él me dedica una mirada impasible antes de caminar hacia la casa.

Punto para él. Pero esto no ha terminado.

Más tarde, en la reunión familiar, me siento junto a mi madre y observo con aburrimiento cómo los hombres de la familia discuten sobre negocios.

Es siempre lo mismo.

Las mismas palabras.

Las mismas miradas condescendientes hacia mí.

Y luego llega el comentario que me hace querer lanzar mi copa de vino a la cara de alguien.

—Las mujeres no deberían involucrarse en estos asuntos —dice uno de los socios de mi padre con una sonrisa burlona—. Están hechas para otras cosas.

Aprieto la mandíbula.

Mi padre no dice nada.

Nadie dice nada.

Porque en este mundo las cosas son así.

Hasta que Dante habla.

—Las mujeres Morelli tienen más agallas que muchos de los hombres en esta sala.

Silencio.

Ladeo la cabeza, sorprendida.

El tipo que hizo el comentario lo mira con desdén.

—¿Y tú qué sabes?

Dante mantiene la mirada fija en él, sin parpadear.

—Sé que subestimar a una mujer en esta familia es un error. Y sé que los errores se pagan caro.

El tipo palidece un poco.

Mi padre observa a Dante con una expresión que no logro descifrar.

Y yo…

Bueno. Yo me divierto.

Cuando la reunión termina, Dante me toma del brazo y me aparta de la multitud.

Su agarre es firme, pero no agresivo.

—Deja de desafiarme —dice en voz baja, mirándome fijamente.

Sonrío.

—¿Por qué? ¿Te molesta?

—No puedes jugar conmigo, princesa.

Su tono es frío. Como una advertencia.

Pero en sus ojos veo algo más. Algo que no estaba ahí antes.

Me acerco un poco más, disfrutando del hecho de que por fin lo estoy sacando de su zona de confort.

Inclino la cabeza y susurro:

—¿Quién dijo que era un juego?

Su mandíbula se tensa.

Y por primera vez, tengo la sensación de que yo podría convertirme en su problema más grande.

***

Dante no responde de inmediato. Su mirada se queda atrapada en la mía, tensa, oscura, como si estuviera evaluando cada palabra que acabo de decir.

¿Quién dijo que era un juego?

Quizás no lo sea.

No para mí.

—Vete a dormir, Valentina —dice al final, con su tono frío y autoritario de siempre.

—Qué considerado. ¿Ahora también eres mi niñera?

Él no sonríe. Ni siquiera se inmuta.

—Solo estoy asegurándome de que no causes más problemas hoy.

—¿Hoy? —arqueo una ceja—. ¿Eso significa que planeo causarlos mañana?

—No hace falta ser un genio para saberlo.

Una carcajada escapa de mis labios.

Oh, Dante. No tienes idea.

Pero en lugar de provocarlo más, me giro y camino hacia mi habitación, sintiendo su mirada perforándome la espalda.

Satisfecha.

Porque tal vez él no lo diga en voz alta.

Tal vez ni siquiera quiera admitirlo.

Pero lo vi.

Vi el momento exacto en que su perfecta coraza de soldado empezó a agrietarse.

Al día siguiente, decido seguir con mi pequeña misión.

Desde que Dante apareció en mi vida, ha sido un muro infranqueable. Impenetrable. Un perro guardián sin emociones.

Y eso me fascina tanto como me irrita.

Así que si él cree que puede controlarme, voy a demostrarle que nadie puede domarme.

La mañana transcurre con la monotonía habitual: desayuno con mi madre, un paseo por los jardines, la rutina de la villa funcionando como un reloj suizo.

Pero todo eso me aburre.

Lo que no me aburre es Dante, de pie en la distancia, con los brazos cruzados, observándome como si pudiera adivinar lo que estoy pensando.

Sonrío para mis adentros.

A ver cuánto te dura la paciencia, Russo.

Me acerco a la piscina y me quito la bata de seda con un movimiento lento. Deliberado.

Sé que él está mirando.

Por supuesto que lo está.

El bikini rojo que llevo puesto es escandaloso, con tirantes mínimos y un escote peligroso. Elegí este en particular porque sabía que a mi padre le daría un infarto si me viera con él.

Y porque quiero ver si Dante es realmente inmune a todo.

Me meto en el agua con calma, disfrutando del contraste del frío contra mi piel caliente por el sol.

Nado unos minutos antes de girarme casualmente en su dirección.

—¿No te cansas de quedarte ahí parado todo el día?

Dante ni siquiera pestañea.

—No.

—Vaya, qué vida tan apasionante la tuya.

Él mantiene su rostro inexpresivo, pero sé que me está analizando. Calculando mis intenciones.

Me acerco al borde de la piscina y apoyo los codos, inclinándome ligeramente hacia él.

—Dime, Russo… ¿alguna vez te has divertido?

—Esto es trabajo. No diversión.

—Eso no responde a mi pregunta.

Un silencio tenso se instala entre nosotros.

Luego, con la misma calma de siempre, él dice:

—No todas las personas buscan diversión, princesa. Algunas tienen cosas más importantes en qué pensar.

—Eso suena aburrido.

—Y seguro.

Frunzo el ceño.

—¿Siempre fuiste así?

—Así cómo.

—Así de… —hago un gesto con la mano— estoico.

—Siempre fui eficiente.

Resoplo.

—Eso no responde a nada.

Dante finalmente me mira directo a los ojos.

—No todas las personas tienen el lujo de jugar, Valentina.

Y por un momento, algo en su tono me deja sin palabras.

Porque no lo dijo con su típica arrogancia o condescendencia.

Lo dijo como alguien que conoce una vida muy diferente a la mía.

Como alguien que nunca tuvo elección.

Por alguna razón, ese pensamiento me incomoda.

Pero no lo suficiente como para detenerme.

Así que sonrío y salgo de la piscina con lentitud, dejando que el agua escurra por mi piel mientras tomo una toalla.

—Eres un caso perdido, Russo —murmuro mientras me alejo, dejando mis pasos marcados en las baldosas calientes.

Pero algo en mi pecho me dice que quizás yo también lo sea.

La tarde transcurre en calma, hasta que llega la cena con la familia.

Y Dante vuelve a sorprenderme.

Uno de los socios de mi padre, un tipo con cara de sapo y una boca demasiado grande para su propio bien, vuelve a hacer uno de esos comentarios machistas que me sacan de quicio.

—Las mujeres deberían dedicarse a ser hermosas, no a tomar decisiones —dice con una sonrisa repugnante.

Estoy a punto de responder cuando Dante lo hace antes que yo.

—Si las mujeres Morelli solo sirvieran para eso, usted no estaría sentado en esta mesa.

El silencio en la sala es inmediato.

Los ojos del hombre se agrandan y mi padre le lanza una mirada que no logro interpretar.

Pero yo…

Yo estoy divertida.

Dante mantiene su expresión neutra, como si lo que acaba de decir no tuviera ningún peso.

Pero lo tiene.

Y mucho.

El hombre frunce el ceño, pero decide no responder. Quizás porque se da cuenta de que no ganará esa batalla.

Y yo simplemente tomo un sorbo de mi vino, disfrutando el momento.

Después de la cena, cuando la casa comienza a vaciarse, me acerco a Dante en el pasillo.

—¿Sabes? Estoy empezando a creer que sí tienes alma.

Él no se inmuta.

—¿Por qué?

—Por lo que dijiste en la mesa.

—Solo dije la verdad.

—No, dijiste algo que nadie más se habría atrevido a decir.

Su mandíbula se tensa.

—No tengo problemas en decir las cosas como son.

Me cruzo de brazos y lo miro con diversión.

—Y sin embargo, sigues con esta actitud de piedra.

—Esa actitud me mantiene con vida.

Sus palabras deberían sonar frías. Distantes.

Pero hay algo más en ellas. Algo que no logro descifrar.

—Deja de desafiarme, Valentina —dice, su voz más baja esta vez.

Pero en lugar de apartarme, doy un paso más cerca.

—¿Por qué? ¿Te molesta?

Él no responde.

Y eso me gusta aún más.

Inclino la cabeza, lo suficientemente cerca como para notar el leve aroma a madera y cuero de su chaqueta.

—¿Seguro que no es un juego? —susurro.

Por primera vez en días, veo algo en su mirada.

Un destello.

Una grieta.

Una emoción que no estaba ahí antes.

Y eso me hace sonreír.

—Dulces sueños, Russo —murmuro antes de girarme y alejarme.

Sé que él sigue de pie, en el mismo lugar.

Sé que me está mirando.

Y sé que, aunque no quiera admitirlo, acabo de convertirme en su problema más grande.

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