Daniel introdujo la aguja en el abdomen de Martín y luego empujó el líquido a su interior con el émbolo de la jeringuilla. Cuando este hizo tope esperó unos segundos y luego extrajo la aguja con suavidad.
Martín contempló el pequeño pinchazo al tiempo que este comenzaba a menguar hasta desaparecer de su vista.
Todos se quedaron en silencio, como si esperaran algún tipo de reacción en el cuerpo de Martín, pero no sucedió nada. El muchacho se bajó la camiseta.
—Sólo habrá una forma de saber si esto ha funcionado.
Daniel asintió con la cabeza.
—Estoy seguro de que el doctor no se equivoca —volvió a meter la aguja en el plástico y esta y la jeringuilla de nuevo en el bolsillo de sus tejanos —. Ahora decidme qué era eso de lo que hablabais.
Martín no parecía muy convencido.
Nuria entró en el laboratorio buscando a Pablo. Necesitaba hablar con él. Estaba un poco conmocionada con lo que acababa de ver.La sala estaba sola, pero Pablo debía estar en la cabaña, porque su chaqueta estaba colgada del respaldo de una de las sillas.Sobre una de las mesas tenía distinto material extendido. Nuria se acercó y miró por encima. Se abrazó a sí misma y luego recogió varias pipetas sobre las que el doctor tenía colocado un papel indicando “para refrigerar”.Abrió la puerta del pequeño aparato de enfriar y las hizo un hueco.Sus ojos se detuvieron sobre otra pipeta. La giró y leyó el número, sabía bien qué era aquello.Pablo entró en el laboratorio y Nuria se volvió dando un pequeño saltito. Pablo sonrió.—Lo siento, ¿te he asustado?—Un
Daniel se echó hacia atrás para resguardarse tras la puerta cuando escuchó los pasos que avanzaban hacia la misma. La madre de Jandro salió del cuarto sin mirar atrás, y Daniel agradeció que ninguno de ellos fuera un transformado, porque de ser así haría tiempo que le habrían olido.Esperó unos segundos, controló el ritmo de su corazón, alterado con la noticia que había recibido en la cueva y con el nuevo descubrimiento que acababa de hacer, y entró en la sala.Pablo se levantó de la silla en la que había tomado asiento, frente a un microscopio, al irse Nuria.—¡Daniel! —abrazó al muchacho. Para él era como una pequeña incógnita el saber si iba a regresar cada vez que le despedía en La Colonia — ¿Cómo ha ido, muchacho?—Está hecho.El rostro de Daniel es
Mañana del día de la noche de luna llena.Las manos de Raúl y Angélica se entrelazaron. Estaban en la cama que habían trasladado a otra de las habitaciones libres de la cabaña en cuanto se habían declarado pareja oficialmente.Sus ojos se encontraron. Sus labios se unieron.—Esta noche cualquiera de nosotros puede transformarse —dijo Angélica.—Esta noche puede ser una de las últimas que seamos inmortales.Angélica sonrió.—¿Tú te sientes así?—Yo me sentiré así siempre si tú te quedas conmigo.Mudarse de habitación no les había liberado solo a ellos. Milita y Daniel se habían quedado con la otra. Ellos también estaban despiertos. Milita cogía la mano de Daniel y la apoyaba emocionada sobre su vientre. El muchacho sintió cómo la piel
Ninguno quiso cenar. Los nervios se les agarraban al estómago.Pablo les hizo pasar a la sala en la que en su día acudían los otros transformados, los primeros de La Colonia.En hilera podían verse las cápsulas. Eran como platos de ducha o cabinas de rayo UVA que se utilizaban de pie. La parte trasera era opaca y la frontal de cristal.—Están diseñadas así adrede —explicaba Pablo—, porque por falta de espacio teníamos que poner unas delante de otras y no queríamos que los transformados estuvieran viéndose entre sí.Raúl asintió despacio mientras las palabras acudían solas a sus labios.—Es decir, que no veremos si alguno de nosotros se transforma.Pablo negó con la cabeza.—Pero a los que no os transforméis o a todos si es que ninguno lo hace, os dejaré salir, obviamente, no voy a
Pablo llevaba más de una hora controlando el cristal por el que veía a Efrén que, poco a poco, también se había ido dejando caer hasta llegar al suelo y meter la cabeza entre las rodillas.Entonces dio la vuelta, de nuevo, a las cápsulas de atrás para echar un vistazo a los chicos del otro lado.Raúl alzó las cejas al verle, interrogante.Pablo se apresuró a abrir su cápsula. El muchacho salió y él y el doctor se abrazaron. Pablo temblaba y Raúl lo separó un poco para mirarlo sin comprender.—Eres el único que no se ha transformado.Raúl se mordió un labio y salió corriendo para enfrentarse a Angélica a través del cristal de la cápsula.Ella levantó la cabeza que mantenía con la cara hacia el suelo y le mostró los ojos vacíos y los colmillos afilados. Inmed
Raúl abrió la puerta de la cápsula de Angélica. Pablo le había advertido de que se encontraría confundida.—La primera vez es así, luego se van acostumbrando —Pablo miró hacia arriba tratando de controlar las imágenes que acudían a su mente—. Es asombroso cómo llegamos a acostumbrarnos a todo, incluso al mayor de los dolores.Angélica se abrazó al muchacho.Estaban abrazados cuando Daniel bordeó su cápsula y los observó.—¿Te has transformado?Pablo había abierto la puerta de su cápsula y el muchacho había salido disparado sin más.Angélica asintió lentamente.—¿Tú también?El muchacho movió la cabeza afirmativamente y se balanceó atrás y adelante sobre la suela de sus zapatillas de lona. Ella se ha
Daniel llegó agotado a la entrada de la cueva.Llevaba en la memoria el cosquilleo en las encías al alargarse sus colmillos. La sensación de tener vida bajo sus uñas cuando estas hicieron lo mismo, y luego aquel dolor, aquella punzada cortante que le dejó sin respiración y le hizo doblar.Se detuvo y tomó aliento.No había nadie a la entrada y eso le sorprendió.Entró en la cueva y vio a Ibrahim junto a su padre, hablaban y se giraron al mismo tiempo al olerle.—Se ha transformado —dijo Ezequiel sin siquiera preguntarle cómo estaba él. Sin sospechar, sin pararse a pensar que tal vez también él, su propio hijo, se había transformado.Daniel se detuvo en seco.Ibrahim se cruzó de brazos. Su rostro estaba serio, tenso.—¿Qué pasa? —disimuló Daniel.—Pasa que sigue
Daniel avanzó a lo largo del estrecho pasillo formado por las húmedas paredes. El agotamiento hacía que las piernas le pesaran y la mente se le nublase, pero ahora tenía más claro que nunca cuál era su objetivo y no iba a permitir que nada impidiera que lo lograse.Antes de llegar al recodo que le llevaba directo al angosto lugar en el que tenía su lecho en aquella caverna, giró hacia la izquierda y se introdujo en la estancia reservada para Ezequiel.Con el haz de luz de la linterna recorrió la estancia. Vio la cama desecha, una mesa de madera noble, una silla amplia y acolchada tras ella. Junto a la cama una pequeña mesita con un par de linternas sobre ella y un poco más allá, en un hueco formado entre la roca de la pared vio el pequeño refrigerador conectado a un generador eléctrico.Daniel abrió la portezuela blanca. Dentro, colocadas sobre una plataforma