El ambiente era festivo.
Tres semanas después de la muerte de todos los hermanos de Ezequiel, Pablo, por fin, podía cerrar el ciclo.
Aquella mañana se había levantado temprano. Erika dormía a su lado. Hacía una semana que sucedía así y tres días que todos los transformados habían salido del hospital. El último de ellos había sido el padre de los mellizos.
Pablo acarició el rostro de su esposa sin apenas tocarla, sin querer despertarla, pero, aun así, ella abrió los ojos. Ya eran totalmente humanos.
Solo dos días antes, Pablo había preparado las dosis y todos los transformados habían pasado por su laboratorio. Nuria sostenía el censo que habían elaborado y en el cual estaban registrados todos los transformados de La Colonia, incluidos los cachorros y el bebé aún non nato de Milita.
Pablo les hab&ia
Estaba seguro de haber escuchado un pequeño grito. Pasaba por la entrada de una calle que sabía que no tenía salida y no había ni una sola de aquellas herrumbrosas farolas de luz pobre que alumbrara para poder ver lo que sucedía al final de la misma.Martín tiró el cigarrillo que estaba fumando y se detuvo mientras metía las manos en los bolsillos. “No se te ha perdido nada ahí” pensó.Se mantuvo quieto y alerta a la entrada de aquella calle. Su oído era bueno, muy bueno. Se había dado cuenta desde que a los doce años abandonara a su familia adoptiva y se uniera a una de las bandas callejeras de la ciudad. Años de golpes por parte de su padre adoptivo le habían vuelto un chico duro y espabilado y no le llevó mucho tiempo adaptarse.Todos se dieron cuenta, en seguida, de su habilidad a la hora de intuir la presencia de otras personas y su ca
Su madre abrió la puerta de la habitación y levantó la persiana. Llovía.Angélica juraría que la noche anterior había sido clara, que había visto una luna llena, plateada y radiante, emanando luz blanca, en el justo momento en el que ella hacía el gesto contrario al de su madre y bajaba la persiana.Luego, no recordaba lo que había soñado, pero sabía que había sido algo violento, algún tipo de pesadilla.La sensación con la que había despertado era angustiosa, pero aun así se había quedado en la cama, arropada con las suaves sábanas de franela que olían a suavizante.Su madre se acercó y se sentó en el borde de la cama.—Angélica, es tarde —su tono rozaba la sorpresa— ¿Qué te pasa? ¿No te encuentras bien?Era una chica responsable. Quizá
Al final del pasillo la muchacha se sonrojaba y tartamudeaba frente al micrófono de una televisión nacional. Sus manos gesticulaban nerviosas, excesivas, mientras trataba de explicarles cómo había sucedido y, sobre todo, trataba de transmitir la sensación extraña de ver a un chico con el hígado agujereado peleando con un tipo que le sacaba dos cuerpos y que, ahora mismo, seguía vivo y la había salvado a ella.Martín tocó el timbre de la enfermera de turno y esta acudió. El chico le pidió que le llevara agua.—Nada de agua, nada de nada hasta que lo diga el doctor —contestó ella secamente. Era la tercera vez que el chico le pedía agua y ella le contestaba lo mismo.—¿Qué pasa afuera?La enfermera le miró sin sonreír y sin pizca de asombro.—Es la televisión. Vienen por ti.Antes de
Abrió la puerta con furia y salió corriendo a través del patio de la casa. Vivían al final de una calle y cada vez más a menudo se escuchaban sus gritos mientras discutían.Su madre quería que volvieran a la colonia.Se había criado escuchando aquella historia. La historia de los híbridos de hombres lobo. Su propia historia.La casa se caía de vieja. Estaba llena de humedad, pero no podían permitirse nada mejor y ella le decía que un día se mudarían a una colonia, la misma de la que habían tenido que escapar, y volverían a estar en su lugar, con los suyos.Aquel era su lugar. ¿Por qué ella no podía entenderle?Se había asustado mucho la primera vez que se había transformado. Poco antes había comenzado a sufrir aquellas horribles pesadillas en las que se veía devorando humanos. Despert
Pablo soñaba a menudo con su mujer. Soñaba que Erika se acercaba a la cama, se sentaba en el borde y le soplaba sobre los párpados.Entonces se despertaba y el cosquilleo que sentía sobre los ojos era el de las lágrimas. Unas veces ya resbalaban por sus mejillas, otras estaban quietas, sujetas entre sus pestañas.Desde que había dejado la colonia, aquella noche, no había un solo día en el que no pensara en Erika.Raúl, al igual que el resto de los niños, había cumplido los diecisiete y conocía la historia de los híbridos de la colonia, de los otros niños dispersos en distintas ciudades, con distintas familias adoptivas, pero no conocía su verdadera identidad.Pablo había ido retrasando esa información. Nunca quiso que creciese como el hijo del hombre sin dedos que condenó a su propia madre además de a una gran parte d
Ibrahim bajó del coche y se sacudió la tierra de los bajos de los tejanos. Aspiró el aire sonriendo un poquito al recordar el olor de la carne putrefacta mientras la enterraba. Ezequiel le había encargado llevarle a aquel crío. Vivo. Podía ser portador del preciado gen que tanto necesitaban. Él también era un inmortal y sabía que le quedarían unos treinta años de plenitud física y después… después, poco a poco, llegaría el deterioro físico y los dolores.La peor parte iba a ser dar con la habitación del híbrido ayudado tan sólo por la foto que aparecía en su móvil, tomada por los periodistas que le habían estado haciendo la entrevista sin saber que, de esa forma, le condenaban a las garras del hombre sin dedos.Se dirigió con paso seguro hacia el hospital. Bien, no iba a preocuparse, no creía que
Ezequiel escuchaba la voz de Ibrahim al otro lado del móvil. Su rostro no dejaba entrever nada a Daniel. Siempre le había admirado por ello. Él, en cambio, era como un libro abierto y sus emociones solían darle problemas.Su padre sujetaba el móvil con su mano mientras mantenía aquella en la que le faltaban los dedos, guardada en el bolsillo de su traje. Le había contado la historia de su madre, de cómo le había comido los dedos para seguir produciendo leche y que así él no muriera de hambre o deshidratado. Parecía emocionado mientras se lo contaba, la voz se le entrecortaba un poco y los ojos se movían mientras se mantenían fijos en un punto.Sin embargo, Daniel no lo olvidaría nunca, tras dar por terminada la historia se había vuelto de espaldas a él y había dejado que su voz ronca se despachara a gusto.—La muy hija de puta
Pablo detuvo el coche en una gasolinera. Recargó el depósito y continuaron hasta el pueblo más cercano. El médico le tendió un par de billetes a Raúl.—Busca una tienda y cómprale algo de ropa —dijo haciendo un gesto con la cabeza hacia Martín.Raúl cogió los billetes y se apeó del vehículo. Antes de que cerrara la puerta, Pablo volvió a dirigirse a él.—No tardes, tengo hambre.Raúl se alejó del coche a grandes zancadas y Pablo se volvió para mirar a Martín. El chico había cambiado tanto. Recordaba que de niño era muy rubio, pero ahora su cabello había oscurecido y se había tornado castaño, aunque bastante claro. Tenía una cicatriz en forma de T sobre su pómulo izquierdo. Pablo entrecerró los ojos mientras la observaba.—¿Qué te oc