Ezequiel escuchaba la voz de Ibrahim al otro lado del móvil. Su rostro no dejaba entrever nada a Daniel. Siempre le había admirado por ello. Él, en cambio, era como un libro abierto y sus emociones solían darle problemas.
Su padre sujetaba el móvil con su mano mientras mantenía aquella en la que le faltaban los dedos, guardada en el bolsillo de su traje. Le había contado la historia de su madre, de cómo le había comido los dedos para seguir produciendo leche y que así él no muriera de hambre o deshidratado. Parecía emocionado mientras se lo contaba, la voz se le entrecortaba un poco y los ojos se movían mientras se mantenían fijos en un punto.
Sin embargo, Daniel no lo olvidaría nunca, tras dar por terminada la historia se había vuelto de espaldas a él y había dejado que su voz ronca se despachara a gusto.
—La muy hija de puta
Pablo detuvo el coche en una gasolinera. Recargó el depósito y continuaron hasta el pueblo más cercano. El médico le tendió un par de billetes a Raúl.—Busca una tienda y cómprale algo de ropa —dijo haciendo un gesto con la cabeza hacia Martín.Raúl cogió los billetes y se apeó del vehículo. Antes de que cerrara la puerta, Pablo volvió a dirigirse a él.—No tardes, tengo hambre.Raúl se alejó del coche a grandes zancadas y Pablo se volvió para mirar a Martín. El chico había cambiado tanto. Recordaba que de niño era muy rubio, pero ahora su cabello había oscurecido y se había tornado castaño, aunque bastante claro. Tenía una cicatriz en forma de T sobre su pómulo izquierdo. Pablo entrecerró los ojos mientras la observaba.—¿Qué te oc
Pablo dejó un poco perdida la mirada y comenzó a contar la historia:La polémica comenzó con la llegada de aquel hombre. Era un tipo elegante que, a pesar de su corta estatura, atemorizaba un poco con su presencia.Tenía la mirada torcida. El puño de su mano izquierda, sin dedos, guardada siempre en el bolsillo de su traje, sobrio y moderno. Usaba gafas de pasta pero levantaba la mirada sobre ellas y siempre miraba a su interlocutor fijamente a los ojos.Llegó una tarde de invierno, cuando comenzaban a caer los primeros copos de nieve sobre Puenteviejo. Todos sabían que a partir de ese momento la nieve cubriría las carreteras y básicamente dejaría aislado al pueblo.Entró en la cantina, solo. Se apoyó en la barra, sin importarle las miradas de los vecinos y pidió un vino blanco. Preguntó al dueño, mientras le servía, dónde pod&iacu
La puerta del copiloto se abrió y Raúl entró cargado con dos bolsas de ropa para Martín. Apenas les vio la cara supo que el muchacho ya conocía su situación.—Ya se lo has contado ¿verdad?Pablo se volvió para mirar a Raúl.—Una parte, ahora falta la del gen, la más importante.Pablo continuó con su historia:La mujer se recostó en el sillón y luego comenzó a hablar.—Si le preguntas a cualquier experto en licantropía si conoce a Valdius el sanguinario, te dirá que es parte de una leyenda de hace unos trescientos años.Esperé a que la mujer encendiera otro pitillo.—Sé que es difícil de creer, pero, ya entonces, Valdius buscaba algo tan codiciado como es la inmortalidad.Traté de contener mi lado racional. Había acudido
Cuando Pablo terminó de explicarle lo del gen a Martín ya estaban comiéndose el postre en un pequeño bar que servía comida casera. El muchacho dejó la cuchara dentro de su taza de natillas y se limpió los labios con la servilleta de papel.—Al final, resulta que voy a ser un héroe.Los otros guardaron silencio.—Involuntario, pero un héroe.Pablo imaginó que el muchacho tardaría en asumir la información. Que tendría que pasar un tiempo antes de que comprendiera que su muerte era inminente. Se recostó en la silla y observó cómo Raúl le colocaba al otro muchacho una mano sobre un hombro.—Puede que existe alguna forma...—Raúl...El muchacho clavó en Pablo sus ojos negrísimos.—Tú mismo dijiste que podía ser así.—H
Cuando regresé de hablar con Naza fui muy directo y sincero con el alcalde y el jefe de policía. Ellos me escucharon sin interrumpirme.Cuando terminé de contarles lo que pensaba que ocurría con los transformados, el alcalde miró hacia el suelo y el jefe torció el gesto de su boca, me apuntó y habló despacio, como si tuviera miedo a que no pudiera entenderle.—Estás hablando de hombres lobo. Estás diciendo que esas doscientas personas que mantenemos en el polideportivo son hombres lobos —afirmó como si tratara de convencerse.Moví la cabeza arriba y abajo. El alcalde me miraba de nuevo.—No es fácil asimilar una historia así —dijo finalmente.Yo sabía que aquello no sería fácil de creer. Estaba preparado para ello.—Sé que suena a ciencia ficción.El jefe s
El doctor miró a Martín y sonrió con un gesto triste.—Y entonces fue cuando nos atacaron, mataron a todos los mortales y se llevaron a todos los transformados. Esos que también están esperando por ese gen. Pero, Raúl se olvida de alguien más: Valdius y EzequielRaúl apretó los dientes al escuchar los nombres. Él, que había crecido conociendo la historia, no podía reprimir su odio hacia aquellos hombres lobo inmortales.—No lo merecen —murmuró.—Pero nosotros sí —dijo el doctor con firmeza—, merecemos que mueran.Se levantó y se acercó a la barra para pagar la comida sin darle tiempo a la camarera a acercar la cuenta hasta la mesa. Raúl sujetó a Martín cuando éste ya se levantaba.—Quedó muy afectado por lo de su mujer. A veces no hay que ten
Raúl la vio aparecer caminando despacio por la acera, hasta detenerse en la parada del autobús. Entonces avanzó hacia la marquesina y se detuvo, muy cerca de ella. La curiosidad le consumía. Aquella chica era su hermana melliza. Tenía el pelo largo y liso, de un castaño oscuro que no se acercaba a su negro azulado, sus ojos eran marrones, su nariz un poco grande para el resto de su rostro, pero era una muchacha atractiva.Se sintió mal al pensar aquello de su propia hermana. Llevaba unos pantalones vaqueros ajustados, con un par de rotos a la altura de las rodillas y se veía que sus piernas eran largas y fuertes. Hasta la pituitaria de Raúl, llegaba el olor afrutado que se desprendía de su cabello. Seguramente lo tuviera recién lavado.La muchacha lo miró un segundo y luego volvió a fijar su mirada al frente. Se la veía incómoda y Raúl se alejó u
Pablo y Martín llevaban como dos horas dentro del coche aparcado frente a la casa de Efrén cuando, al fin, vieron aparecer al muchacho. Era el barrio más lujoso de la ciudad. Pablo ya sabía que Efrén había sido adoptado por uno de los arquitectos más afamados de aquella parte del país.Vieron cómo se levantaba una persiana eléctrica que daba a un garaje. Dentro, un muchacho delgado cubría su cabello rubio peinado con gomina hacia atrás con el caso de una moto de alta cilindrada.—Es él —dijo Pablo.La moto avanzó a través del camino del jardín y salió a la carretera. Pablo puso en marcha el coche y salió tras él.—¿Cómo crees que lo tomará? —preguntó Martín.—Desde luego, dudo que como tú. No creo que nadie se lo tome como tú te lo has toma