Cuando Pablo terminó de explicarle lo del gen a Martín ya estaban comiéndose el postre en un pequeño bar que servía comida casera. El muchacho dejó la cuchara dentro de su taza de natillas y se limpió los labios con la servilleta de papel.
—Al final, resulta que voy a ser un héroe.
Los otros guardaron silencio.
—Involuntario, pero un héroe.
Pablo imaginó que el muchacho tardaría en asumir la información. Que tendría que pasar un tiempo antes de que comprendiera que su muerte era inminente. Se recostó en la silla y observó cómo Raúl le colocaba al otro muchacho una mano sobre un hombro.
—Puede que existe alguna forma...
—Raúl...
El muchacho clavó en Pablo sus ojos negrísimos.
—Tú mismo dijiste que podía ser así.
—H
Cuando regresé de hablar con Naza fui muy directo y sincero con el alcalde y el jefe de policía. Ellos me escucharon sin interrumpirme.Cuando terminé de contarles lo que pensaba que ocurría con los transformados, el alcalde miró hacia el suelo y el jefe torció el gesto de su boca, me apuntó y habló despacio, como si tuviera miedo a que no pudiera entenderle.—Estás hablando de hombres lobo. Estás diciendo que esas doscientas personas que mantenemos en el polideportivo son hombres lobos —afirmó como si tratara de convencerse.Moví la cabeza arriba y abajo. El alcalde me miraba de nuevo.—No es fácil asimilar una historia así —dijo finalmente.Yo sabía que aquello no sería fácil de creer. Estaba preparado para ello.—Sé que suena a ciencia ficción.El jefe s
El doctor miró a Martín y sonrió con un gesto triste.—Y entonces fue cuando nos atacaron, mataron a todos los mortales y se llevaron a todos los transformados. Esos que también están esperando por ese gen. Pero, Raúl se olvida de alguien más: Valdius y EzequielRaúl apretó los dientes al escuchar los nombres. Él, que había crecido conociendo la historia, no podía reprimir su odio hacia aquellos hombres lobo inmortales.—No lo merecen —murmuró.—Pero nosotros sí —dijo el doctor con firmeza—, merecemos que mueran.Se levantó y se acercó a la barra para pagar la comida sin darle tiempo a la camarera a acercar la cuenta hasta la mesa. Raúl sujetó a Martín cuando éste ya se levantaba.—Quedó muy afectado por lo de su mujer. A veces no hay que ten
Raúl la vio aparecer caminando despacio por la acera, hasta detenerse en la parada del autobús. Entonces avanzó hacia la marquesina y se detuvo, muy cerca de ella. La curiosidad le consumía. Aquella chica era su hermana melliza. Tenía el pelo largo y liso, de un castaño oscuro que no se acercaba a su negro azulado, sus ojos eran marrones, su nariz un poco grande para el resto de su rostro, pero era una muchacha atractiva.Se sintió mal al pensar aquello de su propia hermana. Llevaba unos pantalones vaqueros ajustados, con un par de rotos a la altura de las rodillas y se veía que sus piernas eran largas y fuertes. Hasta la pituitaria de Raúl, llegaba el olor afrutado que se desprendía de su cabello. Seguramente lo tuviera recién lavado.La muchacha lo miró un segundo y luego volvió a fijar su mirada al frente. Se la veía incómoda y Raúl se alejó u
Pablo y Martín llevaban como dos horas dentro del coche aparcado frente a la casa de Efrén cuando, al fin, vieron aparecer al muchacho. Era el barrio más lujoso de la ciudad. Pablo ya sabía que Efrén había sido adoptado por uno de los arquitectos más afamados de aquella parte del país.Vieron cómo se levantaba una persiana eléctrica que daba a un garaje. Dentro, un muchacho delgado cubría su cabello rubio peinado con gomina hacia atrás con el caso de una moto de alta cilindrada.—Es él —dijo Pablo.La moto avanzó a través del camino del jardín y salió a la carretera. Pablo puso en marcha el coche y salió tras él.—¿Cómo crees que lo tomará? —preguntó Martín.—Desde luego, dudo que como tú. No creo que nadie se lo tome como tú te lo has toma
Raúl se puso en pie y salió detrás de la chica. Notó cómo ella aceleraba el paso y sintió cierto placer al oler su miedo. Era precavida. Una sensación de poder le envolvía en aquel momento, el instinto del lobo, pensó para sí y se percató de que les quedaban apenas unos meses para cumplir los dieciocho años y comenzar a transformarse las noches de luna llena.Angélica se cambió de acera. Tal y como esperaba, el muchacho hizo lo mismo. Estaba a punto de volverse y encararle, a pesar del miedo, cuando notó que la mano de él la sujetaba el antebrazo izquierdo. Había sido tan rápido y sigiloso que no se había dado ni cuenta de que ya estaba a su altura.Sintió pánico. Algo parecido a un ahogo la atrapó el corazón y pareció detenérselo. Apenas le llegaba el aire. Y entonces, hizo algo que jam&aac
Angélica respiró profundo y trató de tranquilizarse. Apenas Raúl dijo que era una mujer loba acudieron a su cabeza aquellas pesadillas de las que despertaba llena de angustia, empapada en sudor, sin recordar nada. Luego llegó a su cabeza la imagen de su madre sobre su hombro, mirando las fechas que ella iba marcando en el calendario.“¿Coinciden con tu periodo?” la había preguntado. No, no coincidían con su periodo menstrual, coincidían con las noches de luna llena.Se sujetó la muñeca izquierda con la mano derecha y comenzó a frotársela. Raúl se acercó a ella con precaución.—¿Te he hecho daño?Volvió a sujetarla por los brazos y observó si la había dejado marcas. Apenas tenía unas manchas violáceas que se iban desvaneciendo ante sus propios ojos.Angélica retir&oa
Milita levantó la tapa del contendor, la echó hacia atrás hasta que chocó contra la pared y lueg, se agarró del borde, se impulsó y de un salto se metió dentro.El olor no la importaba, tenía cosas más importantes de las que preocuparse. Por ejemplo, le preocupaba que su padre llegara a casa, pidiera su maldita armónica y se enterara de que su madre la había tirado a la basura. Porque entonces la borrachera de su padre se convertiría en una avalancha de golpes enfurecidos y seguramente caerían bastantes sobre ella.Sí, también su madre la calentaría cuando ella le diera la asquerosa armónica a su padre, pero, al menos, ella no tenía tanta fuerza. Si algo había aprendido era de cuál de sus padres prefería recibir una paliza.Comenzó a abrir bolsas mientras las vaciaba fuera del contenedor.“Por favo
Efrén le puso una mano sobre el hombro a Pablo justo cuando salía por la puerta del casino y éste se revolvió deshaciéndose de él.—¿Qué coño es lo que has dicho?El guardia de seguridad, que se había alejado unos metros de la entrada mientras fumaba un cigarro, se acercó a toda prisa.—¡Ey, ey! ¿Le está molestando,señor?—No —contestó Pablo.—Le digo a él —contestó el guardia, de forma despectiva, mirando a Pablo.—Ya.Pablo comenzó a reír y se alejó hacia su coche seguido de cerca por Efrén, mientras el guardia les seguía con la vista desde la entrada.—Párate ¡Ostias!El muchacho se puso frente a Pablo cortándole el camino.—Ahora “el señor” sí está