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Milita levantó la tapa del contendor, la echó hacia atrás hasta que chocó contra la pared y lueg, se agarró del borde, se impulsó y de un salto se metió dentro.

El olor no la importaba, tenía cosas más importantes de las que preocuparse. Por ejemplo, le preocupaba que su padre llegara a casa, pidiera su maldita armónica y se enterara de que su madre la había tirado a la basura. Porque entonces la borrachera de su padre se convertiría en una avalancha de golpes enfurecidos y seguramente caerían bastantes sobre ella.

Sí, también su madre la calentaría cuando ella le diera la asquerosa armónica a su padre, pero, al menos, ella no tenía tanta fuerza. Si algo había aprendido era de cuál de sus padres prefería recibir una paliza.

Comenzó a abrir bolsas mientras las vaciaba fuera del contenedor.

“Por favo

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