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cuerpo le temblaba y la rabia crecía en su interior. Estaba sentado con su novia, Yarina. Veían un estúpido programa en la tele y hacía unos minutos que el crepúsculo había dado paso a la oscuridad de la noche. Ella había aparecido a media tarde cargada con una cubeta de helado de turrón y tres paquetes de palomitas. Jandro no se encontraba muy bien, pero algo le impedía echar a la chica. En el fondo, deseaba que se quedara, deseaba transformarse y tenerla allí junto a él. Había algo que le pedía que actuara, que se dejara de cobardías y aceptara lo que era.

Su madre le había advertido muchas veces sobre aquello, pero ¡a quién le importaba! No en esos momentos, en esos momentos sólo notaba la excitación de la violencia recorriendo sus venas, llegando a sus sienes, llenando su nariz del olor de la carne de Yarina. Del calor de la vida, del movimie

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