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El autobús se detuvo en un área de servicio. El chófer les comunicó a los pasajeros que tenían veinte minutos para tomar algo e ir a los servicios. Les rogó puntualidad para volver a emprender el viaje y luego se bajó del autobús.

Milita iba sentada junto a Angélica, y Raúl un asiento más atrás. Ni siquiera les había preguntado nada. Después de que la apartaran de aquel hombre que la había obligado a llamarle padre durante tantos años, Milita había sentido, por primera vez en su vida, que estaba con las personas correctas.

Todo había salido solo, sin más. Angélica le había pasado un brazo sobre los hombros y los tres se habían alejado en dirección contraria a la vieja choza en la que Milita había pasado tanto miedo y dolor.

Fueron caminando en silencio  hasta la parada de autobuses y all&iacu

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