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Nuria, la madre de Jandro, ya estaba en la Colonia. Por esas casualidades que a veces quiere la vida, había llegado a Puenteviejo el mismo día en el que lo habían hecho Ezequiel, Daniel, Valdius y todo su séquito.

Se había bajado del autobús justo en el momento en el que el coche en el que Ezequiel y su hijo viajaban, atravesaba la carretera semidesierta que cruzaba el pueblo de Puenteviejo.

Sus ojos siguieron al automóvil y se cruzaron con los de Ezequiel, pero él no dio muestras de reconocerla.

Ella era una nada, un ser insignificante. Ella era una de las muchas personas que estaban aquella noche en La Colonia. Una de las que había visto, aterrorizada, cómo el hombre sin dedos, el que ya había sido el causante de la peor de las desgracias en Puenteviejo,   volvía de nuevo aquella noche para destrozar sus vidas por segunda vez.

A su mente acudió la huida

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