Daniel miró a su alrededor.
Era una cueva. Literalmente.
Habían descendido del automóvil y habían recorrido como unos doscientos metros más en quad, pues ningún otro vehículo hubiese podido transitar por aquel camino.
Al llegar a la entrada de la cueva, custodiada por un par de los hombres de Ezequiel que ya ejercían esa labor en el palacete de la Villa que usaban como vivienda habitual, Daniel abrió los ojos, asombrado, al ver cómo ayudaban a Valdius a bajar del quad y lo introducían en el interior.
—Es una cueva —dijo sin mirar a nadie en concreto.
Ezequiel sonrió y le dirigió una mirada de soslayo.
—Es el lugar en el que sucedió todo. Vamos.
Atravesaron el tosco agujero excavado en la roca de la montaña.
El cambio de temperatura fue brusco apenas avanzaron un par de metros y Daniel notó un escalof
Angélica apoyó la cabeza en el respaldo del autobús y cerró los ojos tratando de conciliar el sueño.A su cabeza acudían sin cesar las palabras de Raúl “¿Puedo pedirte algo?”Se había emocionado ¿para qué negarlo? Esperaba algo que la había parecido predecible. Le había parecido que lo que estaba comenzando a sentir por aquel chico era compartido, pero no, estaba claro que no era cierto.Aquellas miradas encontradas que la hacían ruborizar, aquel rozarse sin querer que la hacía apartar, como si la piel de él la quemase, no tenían el mismo significado para él que para ella.“¿Me cedes tu asiento junto a Milita?”Había sido tan doloroso como debía serlo una puñalada. El nudo en el pecho la había dejado sin respiración durante unos segundos y verle a él, p
Al llegar a Puenteviejo y bajar del autobús, los ojos de Angélica se fueron directamente hacia el hombre apoyado en el land Rover. Le vio levantar un brazo y Raúl hizo lo mismo con el que dejó de abrazar a Milita.Se acercaron a él y él le tendió la mano a Raúl y luego abrazó a las dos chicas.—Me llamo Pablo y soy el doctor de la Colonia.—Les he hablado de ti cuando les conté toda la historia— dijo Raúl.Milita le miraba con intensidad.—Siento que usted cuidó de mí —dijo de golpe.Pablo sonrió un poco.Subieron al automóvil. Pablo se sorprendió al ver que Raúl abría la puerta de atrás y se sentaba allí con Milita en vez de ocupar el puesto delantero junto a él, pero no comentó nada.Angélica ocupó ese lugar.Pablo pus
Se despertó angustiado, el corazón golpeando el pecho, acelerado, la respiración fuerte, entrecortada y con una tremenda excitación. Sin embargo, el placer no era real, no era deseable, le asustaba.Efrén se levantó de la cama y se metió en el baño que tenía en su propia habitación. Abrió la puerta del armario y sacó un blíster de valium, se metió un par de pastillas en la boca y abrió el grifo del que bebió a morro para tragárselas. Recordó el día que había encontrado a la criada con el blíster en la mano, mientras limpiaba el baño. Lo miraba incrédula y Efrén sabía lo que estaba pensando.—No hace falta que les digas nada, Clarita, es mamá quien me los suministra.La chica se había sobresaltado ante su voz, y, luego, había devuelto el blíster a su sitio.
Ezequiel estaba alterado. Daniel se percató de su mal humor apenas entró en el hueco de la cueva que usaban a modo de salón, por así decirlo, donde se reunían él, su padre y el resto de transformados cuando Ezequiel tenía algo que ordenar.Valdius agonizaba sin poder morir. Llevaba dos días en los que los dolores apenas disminuían unas horas a base de morfina. Daniel sabía que esa era la razón de que su padre estuviera tan alterado. Sin saber por qué, Daniel volvía a culparse de no poder hacer nada, de no ser el portador de aquel gen que terminaría con el suplicio de su abuelo. Ezequiel no lo decía, pero Daniel podía sentir su decepción hacia él.—Tienes que volver a casa.Daniel levantó las cejas.—Ibrahim te acompañará, quiero que traigáis al padre de ese chico, el del gen.Daniel no
Jandro y Yarina se apearon en la misma parada en la que ya lo habían hecho primero su madre y también Raúl, Angélica y Milita.Al igual que su madre, habían mirado a ambos lados y luego habían caminado hasta la cafetería que estaba enfrente. A la entrada, sentado en una de las mesas rojas con publicidad de cerveza, estaba un viejo con la barba sin afeitar desde hacía unos días.Jandro hizo un leve movimiento con la cabeza a modo de saludo y luego apartó una de las sillas de otra mesa y esperó a que Yarina se sentara.—Dentro hay aire acondicionado —dijo el viejo.Jandro le miró con cautela. La voz del hombre parecía agresiva, molesta con su presencia.—Preferimos sentarnos fuera —contestó.El viejo se encogió de hombros y le miró con descaro de arriba abajo.—Lo decía porque “los de
Daniel bajaba los escalones que conducían a los sótanos en los que su padre había acondicionado los calabozos. El olor a humedad y podredumbre le hizo arrugar la nariz asqueado. Las escaleras eran de cemento sin pulir y las paredes parecían sudar.Al llegar a la mansión, Ibrahim había entrado directo a sentarse en uno de los sillones del amplio salón. Daniel le había mirado incrédulo.—Tienes la foto en tu móvil.Daniel había sonreído un poco. Imaginaba a su padre hablando con Ibrahim, diciéndole que fuera él quien se encargara de ir a los calabozos a buscar a aquel hombre. Sí, su padre buscaba la forma de humillarle constantemente. Podía leer en su mente cada situación a la que él temía y le instaba a enfrentarse a ellas.Daniel levantó las manos mostrando las palmas.—Está bien —dijo, tratando
El viejo de la cafetería vio pasar el coche de ventanillas tintadas que pertenecía al hombre sin dedos y movió la cabeza a uno y otro lado.Hacía unos minutos que habían salido Jandro y Yarina de la misma, en dirección a la Colonia.Iban caminando bajo el sol abrasador cuando Jandro se fijó en el elegante coche negro, con ventanillas tintadas, que circulaba lento por la carretera paralela al sendero que ellos habían tomado. Al momento de adelantarlos se detuvo y vio salir de él a un hombre con aspecto agresivo.Sin apenas darse cuenta, Jandro dejó caer la mochila que llevaba desde sus hombros al suelo.Ibrahim conducía el coche despacio por la carreta mientras observaba a dos muchachos por el sendero. Él llevaba una enorme mochila a la espalda y se le veía bastante afectado por el calor. De golpe, detuvo el coche y abrió la puerta sin darle tiempo a Dan
Al descender del Land Rover, en la Colonia, a Martín fue a la primera persona que vieron.Raúl le tendió una mano y el muchacho se la estrechó mientras sonreía hacia las muchachas.—Aquí está vuestro salvador, nenas —dijo con sorna.Angélica hizo un gesto de asco que no se le escapó a Martín. El muchacho alargó una mano hacia ella.—Era una broma, me llamo Martín.Angélica le estrechó la mano sin demasiada gana. Luego se volvió hacia Pablo.—¿Dónde nos vamos a instalar?El médico estaba cogiendo la maleta de la muchacha. Era la única que tenía equipaje, Martín y Milita habían llegado con lo puesto.—Vuestra cabaña está justo en el centro de la Colonia.Angélica hizo un gesto de sorpresa.—¿Nuestra ca