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Daniel bajaba los escalones que conducían a los sótanos en los que su padre había acondicionado los calabozos. El olor a humedad y podredumbre le hizo arrugar la nariz asqueado. Las escaleras eran de cemento sin pulir y las paredes parecían sudar.

Al llegar a la mansión, Ibrahim había entrado directo a sentarse en uno de los sillones del amplio salón. Daniel le había mirado incrédulo.

—Tienes la foto en tu móvil.

Daniel había sonreído un poco. Imaginaba a su padre hablando con Ibrahim, diciéndole que fuera él quien se encargara de ir a los calabozos a buscar a aquel hombre. Sí, su padre buscaba la forma de humillarle constantemente. Podía leer en su mente cada situación a la que él temía y le instaba a enfrentarse a ellas.

Daniel levantó las manos mostrando las palmas.

—Está bien —dijo, tratando
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