Al llegar a Puenteviejo y bajar del autobús, los ojos de Angélica se fueron directamente hacia el hombre apoyado en el land Rover. Le vio levantar un brazo y Raúl hizo lo mismo con el que dejó de abrazar a Milita.
Se acercaron a él y él le tendió la mano a Raúl y luego abrazó a las dos chicas.
—Me llamo Pablo y soy el doctor de la Colonia.
—Les he hablado de ti cuando les conté toda la historia— dijo Raúl.
Milita le miraba con intensidad.
—Siento que usted cuidó de mí —dijo de golpe.
Pablo sonrió un poco.
Subieron al automóvil. Pablo se sorprendió al ver que Raúl abría la puerta de atrás y se sentaba allí con Milita en vez de ocupar el puesto delantero junto a él, pero no comentó nada.
Angélica ocupó ese lugar.
Pablo pus
Se despertó angustiado, el corazón golpeando el pecho, acelerado, la respiración fuerte, entrecortada y con una tremenda excitación. Sin embargo, el placer no era real, no era deseable, le asustaba.Efrén se levantó de la cama y se metió en el baño que tenía en su propia habitación. Abrió la puerta del armario y sacó un blíster de valium, se metió un par de pastillas en la boca y abrió el grifo del que bebió a morro para tragárselas. Recordó el día que había encontrado a la criada con el blíster en la mano, mientras limpiaba el baño. Lo miraba incrédula y Efrén sabía lo que estaba pensando.—No hace falta que les digas nada, Clarita, es mamá quien me los suministra.La chica se había sobresaltado ante su voz, y, luego, había devuelto el blíster a su sitio.
Ezequiel estaba alterado. Daniel se percató de su mal humor apenas entró en el hueco de la cueva que usaban a modo de salón, por así decirlo, donde se reunían él, su padre y el resto de transformados cuando Ezequiel tenía algo que ordenar.Valdius agonizaba sin poder morir. Llevaba dos días en los que los dolores apenas disminuían unas horas a base de morfina. Daniel sabía que esa era la razón de que su padre estuviera tan alterado. Sin saber por qué, Daniel volvía a culparse de no poder hacer nada, de no ser el portador de aquel gen que terminaría con el suplicio de su abuelo. Ezequiel no lo decía, pero Daniel podía sentir su decepción hacia él.—Tienes que volver a casa.Daniel levantó las cejas.—Ibrahim te acompañará, quiero que traigáis al padre de ese chico, el del gen.Daniel no
Jandro y Yarina se apearon en la misma parada en la que ya lo habían hecho primero su madre y también Raúl, Angélica y Milita.Al igual que su madre, habían mirado a ambos lados y luego habían caminado hasta la cafetería que estaba enfrente. A la entrada, sentado en una de las mesas rojas con publicidad de cerveza, estaba un viejo con la barba sin afeitar desde hacía unos días.Jandro hizo un leve movimiento con la cabeza a modo de saludo y luego apartó una de las sillas de otra mesa y esperó a que Yarina se sentara.—Dentro hay aire acondicionado —dijo el viejo.Jandro le miró con cautela. La voz del hombre parecía agresiva, molesta con su presencia.—Preferimos sentarnos fuera —contestó.El viejo se encogió de hombros y le miró con descaro de arriba abajo.—Lo decía porque “los de
Daniel bajaba los escalones que conducían a los sótanos en los que su padre había acondicionado los calabozos. El olor a humedad y podredumbre le hizo arrugar la nariz asqueado. Las escaleras eran de cemento sin pulir y las paredes parecían sudar.Al llegar a la mansión, Ibrahim había entrado directo a sentarse en uno de los sillones del amplio salón. Daniel le había mirado incrédulo.—Tienes la foto en tu móvil.Daniel había sonreído un poco. Imaginaba a su padre hablando con Ibrahim, diciéndole que fuera él quien se encargara de ir a los calabozos a buscar a aquel hombre. Sí, su padre buscaba la forma de humillarle constantemente. Podía leer en su mente cada situación a la que él temía y le instaba a enfrentarse a ellas.Daniel levantó las manos mostrando las palmas.—Está bien —dijo, tratando
El viejo de la cafetería vio pasar el coche de ventanillas tintadas que pertenecía al hombre sin dedos y movió la cabeza a uno y otro lado.Hacía unos minutos que habían salido Jandro y Yarina de la misma, en dirección a la Colonia.Iban caminando bajo el sol abrasador cuando Jandro se fijó en el elegante coche negro, con ventanillas tintadas, que circulaba lento por la carretera paralela al sendero que ellos habían tomado. Al momento de adelantarlos se detuvo y vio salir de él a un hombre con aspecto agresivo.Sin apenas darse cuenta, Jandro dejó caer la mochila que llevaba desde sus hombros al suelo.Ibrahim conducía el coche despacio por la carreta mientras observaba a dos muchachos por el sendero. Él llevaba una enorme mochila a la espalda y se le veía bastante afectado por el calor. De golpe, detuvo el coche y abrió la puerta sin darle tiempo a Dan
Al descender del Land Rover, en la Colonia, a Martín fue a la primera persona que vieron.Raúl le tendió una mano y el muchacho se la estrechó mientras sonreía hacia las muchachas.—Aquí está vuestro salvador, nenas —dijo con sorna.Angélica hizo un gesto de asco que no se le escapó a Martín. El muchacho alargó una mano hacia ella.—Era una broma, me llamo Martín.Angélica le estrechó la mano sin demasiada gana. Luego se volvió hacia Pablo.—¿Dónde nos vamos a instalar?El médico estaba cogiendo la maleta de la muchacha. Era la única que tenía equipaje, Martín y Milita habían llegado con lo puesto.—Vuestra cabaña está justo en el centro de la Colonia.Angélica hizo un gesto de sorpresa.—¿Nuestra ca
Al llegar a la entrada de la Colonia, Yarina se agarró del brazo de Jandro como si temiera enfrentarse a más transformados como el que acababan de dejar atrás.Dos hombres armados con fusiles salieron de una especie de cabina. Jandro levantó los brazos.—Soy uno de los híbridos —aclaró.Uno de los hombres bajó el arma cuando llegó a su altura. Vio los signos de violencia en el muchacho, los rasguños que Ibrahim había causado en el rostro y cuello de Jandro.—¿Qué te ha pasado, muchacho?—Hemos tenido un encuentro desagradable por el camino.El otro hombre aún les apuntaba con su fusil.—Dime tu nombre para avisar al doctor.—Mi nombre es Jandro.El hombre bajó el fusil y se alejó un poco de ellos mientras sacaba un interfono.—¿Cómo era? ¿Has podido
Ibrahim se apeó del coche y pegó un portazo. Otro de los hombres, apostado a la entrada de la cueva le miró con curiosidad e hizo un gesto burlón cuando pasó a su lado y le vio las magulladuras en el rostro.Daniel descendió del vehículo y abrió la puerta de atrás. El transformado tardó en ponerse en posición sentada y antes de poder salir, Ibrahim volvió a aparecer enfurecido y tiró de él arrastrándolo fuera del coche y haciéndole caer al suelo.Daniel se interpuso, el gesto duro de Ibrahim le imponía pero hizo acopio de valor y le enfrentó la mirada. Ibrahim golpeó el techo del automóvil con rabia justo cuando Ezequiel salía a ver lo que sucedía.—Ibrahim, basta.El hombre se giró hacia Ezequiel tratando de contener la rabia que acumulaba.—Era un puto Alfa.