Martín observaba el paisaje a través de la ventanilla. Finalmente, Efrén se había marchado en su moto. Ellos habían esperado a verle desaparecer y luego Pablo había vuelto a poner el coche en marcha y habían emprendido el viaje hacia la colonia.
Durante el primer tramo, Pablo no había abierto la boca. Martín respetó su silencio, sabía que el médico tenía demasiadas cosas en las que pensar. Pararon a comer en la cafetería de una gasolinera. Pablo le pidió al empleado que le llenara el depósito. Luego aparcaron en el parking para clientes de la cafetería y se sentaron en una mesa de pequeño tamaño.
Un camarero acudió rápidamente a atenderlos. Apenas había clientes y Pablo le advirtió a Martín que según fueran acercándose a la colonia, cada vez irían viendo a menos gente.
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Adelantaron despacio el cartel que les indicaba que acababan de llegar a Puenteviejo. Aún recorrieron un tramo de carretera sin observar más que una o dos casas sueltas en el paisaje y como unos trescientos metros después el coche se deslizaba por una calle con casas y comercios a los lados.Lo cierto era que el doctor tenía razón. Apenas se podía observar movimiento en el lugar. Las pocas personas con las que se cruzaban observaban el coche con curiosidad, como si no fuera habitual ver tránsito por allí, y Martín se preguntó cuántos estarían sobre aviso del regreso de los antiguos híbridos, de los que un día, tiempo atrás, habían sido sólo unos niños que habían desaparecido una noche sin dejar rastro.Pablo no se detuvo en el pueblo, lo atravesó y continuó su camino, primero por carretera y luego por un camino angosto de ti
La Colonia no había sido reformada desde aquella noche.Cuando unos meses atrás, Pablo había vuelto al pueblo con Raúl, Fredo García, que seguía siendo el alcalde en Puenteviejo, había tardado unos segundos en reaccionar al recibirles en el despacho del ayuntamiento.—Dios santo, doctor, no pensaba que volvería a verle.Parecía emocionado. Luego posó su mirada sobre Raúl.—¿Es…es…?—Es uno de los niños, sí.El alcalde había subido sus gafas empujándolas con el dedo índice y pegándoselas a la nariz.—Necesito volver a La Colonia.Había dicho Pablo, sin más.—Nadie ha tocado nada allí, todo sigue igual que quedó aquella noche. Hay cabañas quemadas y su laboratorio está completamente destrozado.&
Jandro observó el calendario colgado en la pared de la cocina. Faltaban quince días para que volviera a ser otra vez noche de luna llena.Se miró las manos temblorosas. Aún sentía nauseas al recordar que podía haber terminado con la vida de Yarina. Desde aquella noche, no había vuelto al instituto. Bueno, eso no era así, en realidad. No había vuelto a las clases, pero había estado vagando por los alrededores del edificio del instituto. Necesitaba ver a Yarina, aunque no tuviera valor para acercarse a ella.Las primeras veces, ella no había acudido a clase y para él había sido una tortura. Rondaba la casa de la muchacha, pero no conseguía verla.Al fin, uno de aquellos días, había aparecido a la salida de las clases. Llevaba los libros apretados contra el pecho, como si quisiera protegerlo.Jandro sintió que el suyo se oprimía
Nuria, la madre de Jandro, ya estaba en la Colonia. Por esas casualidades que a veces quiere la vida, había llegado a Puenteviejo el mismo día en el que lo habían hecho Ezequiel, Daniel, Valdius y todo su séquito.Se había bajado del autobús justo en el momento en el que el coche en el que Ezequiel y su hijo viajaban, atravesaba la carretera semidesierta que cruzaba el pueblo de Puenteviejo.Sus ojos siguieron al automóvil y se cruzaron con los de Ezequiel, pero él no dio muestras de reconocerla.Ella era una nada, un ser insignificante. Ella era una de las muchas personas que estaban aquella noche en La Colonia. Una de las que había visto, aterrorizada, cómo el hombre sin dedos, el que ya había sido el causante de la peor de las desgracias en Puenteviejo, volvía de nuevo aquella noche para destrozar sus vidas por segunda vez.A su mente acudió la huida
Yarina temblaba bajo su cuerpo. Jandro prendido en sus ojos veía el miedo bailando mientras hacía titilar sus pupilas.Una punzada de excitación atravesó su vientre y le hizo sentir culpable.Se levantó de un salto mientras la chica se quedaba tumbada en el suelo respirando agitada.Jandro la tendió una mano y la ayudó a ponerse en pie. Ella se puso a sacudirse el trasero de los vaqueros. Le dirigió una mirada esquiva y comenzó a sonrojarse al ser consciente de que la había pillado espiando.—Creo que te debo una explicación.Jandro se pasó una mano por el cabello. No se atrevía a tocar a Yarina, a pesar de que lo estaba deseando. Era como si acabaran de conocerse, como si toda la intimidad que había existido entre ellos se hubiese desvanecido. Se trataban como dos desconocidos.—Sí, necesito saber qué ocurri&oacu
El doctor y Martín se dirigían a la cabaña que ocuparían los muchachos cuando una mujer se acercó a ellos. Venía desde el lado contrario y su rostro reflejaba angustia.Pablo abrió los brazos y la mujer, al llegar a su lado, dejó que el hombre la abrazara. Estuvieron así unos segundos, mientras Martín se llevaba una mano a la cicatriz de la herida y la rascaba. Aquello se había convertido en una especie de tic que le acompañaba desde el incidente.Pablo apartó un poco a la mujer y sólo viendo sus ojos imaginó que algo con Jandro no había salido como se esperaban.—¿Cómo estás?—No quiere venir, Pablo, no quiere volver a La Colonia.Pablo le acarició una mejilla.—Iremos a buscarle. Le convenceremos.—Hay algo más.—¿Algo más?N
Angélica se observaba en los espejos de la pared que había frente a la barra de la cafetería en la que habían comido. Su rostro reflejaba cansancio y preocupación. Trataba de convencerse de que había hecho lo correcto. No conseguía recordar ni notar nada que la hiciera creer que todo aquello era real, como parecía pasarle a aquella otra chica menuda. Era como si ella no perteneciera a aquella historia, como si Raúl se hubiese confundido de persona cuando acudió a su ciudad a buscarla. Ella sabía que el muchacho era una de las causas por las que se había dejado convencer para acudir a aquel lugar. Ahora, a través del espejo, vio que él la estaba observando. Raúl desvió la mirada cuando Angélica se encontró con sus ojos al girarse. No era fácil verla como debía. Se preguntaba en qué momento Pablo la contaría que eran hermanos. Ella se acercó y le colocó una mano en el antebrazo. Raúl se apartó suavemente. Se daba cuenta de que la muchacha le busca
Daniel miró a su alrededor.Era una cueva. Literalmente.Habían descendido del automóvil y habían recorrido como unos doscientos metros más en quad, pues ningún otro vehículo hubiese podido transitar por aquel camino.Al llegar a la entrada de la cueva, custodiada por un par de los hombres de Ezequiel que ya ejercían esa labor en el palacete de la Villa que usaban como vivienda habitual, Daniel abrió los ojos, asombrado, al ver cómo ayudaban a Valdius a bajar del quad y lo introducían en el interior.—Es una cueva —dijo sin mirar a nadie en concreto.Ezequiel sonrió y le dirigió una mirada de soslayo.—Es el lugar en el que sucedió todo. Vamos.Atravesaron el tosco agujero excavado en la roca de la montaña.El cambio de temperatura fue brusco apenas avanzaron un par de metros y Daniel notó un escalof