Abrió la puerta con furia y salió corriendo a través del patio de la casa. Vivían al final de una calle y cada vez más a menudo se escuchaban sus gritos mientras discutían.
Su madre quería que volvieran a la colonia.
Se había criado escuchando aquella historia. La historia de los híbridos de hombres lobo. Su propia historia.
La casa se caía de vieja. Estaba llena de humedad, pero no podían permitirse nada mejor y ella le decía que un día se mudarían a una colonia, la misma de la que habían tenido que escapar, y volverían a estar en su lugar, con los suyos.
Aquel era su lugar. ¿Por qué ella no podía entenderle?
Se había asustado mucho la primera vez que se había transformado. Poco antes había comenzado a sufrir aquellas horribles pesadillas en las que se veía devorando humanos. Despertaba sudando en frío y su madre le abrazaba y trataba de tranquilizarle. Acababa de cumplir los diecisiete.
La noche que se transformó, su madre tuvo que golpearle con uno de sus bates de baseball. Aun así no salió ilesa y la tuvieron que dar quince puntos en una clavícula, muy cerca de la yugular, bajo la atenta mirada de un médico que no acababa de creerse que aquello fuese una herida de un gancho de colgar jamón colgado del techo del sótano.
Entonces ella quiso que se fueran a la colonia de inmediato, pero Jandro no estaba dispuesto a abandonar su vida en aquel lugar, y menos a Yarina, su novia.
A partir de aquel momento, cuando llegaba el día en que habría luna llena, Jandro se quedaba en casa. Buscaba cualquier excusa para no ver a Yarina, y su madre lo ataba sentado en una silla y lo encerraba en su habitación.
Nuria no tenía información acerca del doctor. Cuando se habían separado a las puertas de aquel orfanato jamás pensó que no volvería a verlo hasta que volvieran a reunirse más de trece años después en la misma colonia que había visto morir a tantos de los suyos y desaparecer a los transformados.
El doctor volvió a aparecer en el orfanato y contó que no había sobrevivido nadie. También explicó que los transformados habían desaparecido, seguramente secuestrados por el hombre de la mano sin dedos.
Le pidió a Raquel que se encargara de los niños. Que los colocara en otras familias lo más pronto que pudiera para asegurarse de que Ezequiel no los encontrara, pero que se quedara con cada uno de los datos para poder buscarlos cuando llegara el momento.
A su vez, le dijo a Nuria que él volvería con todos los niños, pasados trece años, para intentar comprobar si era posible conseguir aquel gen que tanto necesitaban. El gen que irónicamente les salvaría la vida proporcionándoles una muerte.
Nuria se sintió más desamparada que nunca. Pero después de que Pablo partiera, ella abrazó a Raquel, cogió a su pequeño e hizo lo mismo. Desapareció amparada por la oscuridad de la noche.
Ahora necesitaba volver a aquella colonia. Necesitaba al doctor, necesitaba la ayuda de los que consideraba los suyos.
La última noche que se había transformado, Jandro había conseguido romper la silla en pedazos y se había soltado. Hacía dos meses, en previsión de que aquello sucediese, Nuria había enrejado la ventana.
Pero ella lo sabía. Era sólo cuestión de tiempo que Jandro adquiriera la fuerza suficiente para conseguir superar también aquella traba que le impedía llegar al mundo exterior y cumplir con sus deseos. Aquellos deseos imposibles de dominar cuando se transformaban en noches de luna llena. Aquella ansia de sangre, de matar. Ella ya lo había vivido antes.
En cuanto pasó aquella transformación se decidió. Tenía un mes para volver a la colonia, encontrar al doctor y pedirle que la ayudara a convencer a su hijo.
Mientras se alejaba de la vieja casa le pareció ver que Jandro observaba, desde la calle, las rejas de la ventana de su cuarto.
Pablo soñaba a menudo con su mujer. Soñaba que Erika se acercaba a la cama, se sentaba en el borde y le soplaba sobre los párpados.Entonces se despertaba y el cosquilleo que sentía sobre los ojos era el de las lágrimas. Unas veces ya resbalaban por sus mejillas, otras estaban quietas, sujetas entre sus pestañas.Desde que había dejado la colonia, aquella noche, no había un solo día en el que no pensara en Erika.Raúl, al igual que el resto de los niños, había cumplido los diecisiete y conocía la historia de los híbridos de la colonia, de los otros niños dispersos en distintas ciudades, con distintas familias adoptivas, pero no conocía su verdadera identidad.Pablo había ido retrasando esa información. Nunca quiso que creciese como el hijo del hombre sin dedos que condenó a su propia madre además de a una gran parte d
Ibrahim bajó del coche y se sacudió la tierra de los bajos de los tejanos. Aspiró el aire sonriendo un poquito al recordar el olor de la carne putrefacta mientras la enterraba. Ezequiel le había encargado llevarle a aquel crío. Vivo. Podía ser portador del preciado gen que tanto necesitaban. Él también era un inmortal y sabía que le quedarían unos treinta años de plenitud física y después… después, poco a poco, llegaría el deterioro físico y los dolores.La peor parte iba a ser dar con la habitación del híbrido ayudado tan sólo por la foto que aparecía en su móvil, tomada por los periodistas que le habían estado haciendo la entrevista sin saber que, de esa forma, le condenaban a las garras del hombre sin dedos.Se dirigió con paso seguro hacia el hospital. Bien, no iba a preocuparse, no creía que
Ezequiel escuchaba la voz de Ibrahim al otro lado del móvil. Su rostro no dejaba entrever nada a Daniel. Siempre le había admirado por ello. Él, en cambio, era como un libro abierto y sus emociones solían darle problemas.Su padre sujetaba el móvil con su mano mientras mantenía aquella en la que le faltaban los dedos, guardada en el bolsillo de su traje. Le había contado la historia de su madre, de cómo le había comido los dedos para seguir produciendo leche y que así él no muriera de hambre o deshidratado. Parecía emocionado mientras se lo contaba, la voz se le entrecortaba un poco y los ojos se movían mientras se mantenían fijos en un punto.Sin embargo, Daniel no lo olvidaría nunca, tras dar por terminada la historia se había vuelto de espaldas a él y había dejado que su voz ronca se despachara a gusto.—La muy hija de puta
Pablo detuvo el coche en una gasolinera. Recargó el depósito y continuaron hasta el pueblo más cercano. El médico le tendió un par de billetes a Raúl.—Busca una tienda y cómprale algo de ropa —dijo haciendo un gesto con la cabeza hacia Martín.Raúl cogió los billetes y se apeó del vehículo. Antes de que cerrara la puerta, Pablo volvió a dirigirse a él.—No tardes, tengo hambre.Raúl se alejó del coche a grandes zancadas y Pablo se volvió para mirar a Martín. El chico había cambiado tanto. Recordaba que de niño era muy rubio, pero ahora su cabello había oscurecido y se había tornado castaño, aunque bastante claro. Tenía una cicatriz en forma de T sobre su pómulo izquierdo. Pablo entrecerró los ojos mientras la observaba.—¿Qué te oc
Pablo dejó un poco perdida la mirada y comenzó a contar la historia:La polémica comenzó con la llegada de aquel hombre. Era un tipo elegante que, a pesar de su corta estatura, atemorizaba un poco con su presencia.Tenía la mirada torcida. El puño de su mano izquierda, sin dedos, guardada siempre en el bolsillo de su traje, sobrio y moderno. Usaba gafas de pasta pero levantaba la mirada sobre ellas y siempre miraba a su interlocutor fijamente a los ojos.Llegó una tarde de invierno, cuando comenzaban a caer los primeros copos de nieve sobre Puenteviejo. Todos sabían que a partir de ese momento la nieve cubriría las carreteras y básicamente dejaría aislado al pueblo.Entró en la cantina, solo. Se apoyó en la barra, sin importarle las miradas de los vecinos y pidió un vino blanco. Preguntó al dueño, mientras le servía, dónde pod&iacu
La puerta del copiloto se abrió y Raúl entró cargado con dos bolsas de ropa para Martín. Apenas les vio la cara supo que el muchacho ya conocía su situación.—Ya se lo has contado ¿verdad?Pablo se volvió para mirar a Raúl.—Una parte, ahora falta la del gen, la más importante.Pablo continuó con su historia:La mujer se recostó en el sillón y luego comenzó a hablar.—Si le preguntas a cualquier experto en licantropía si conoce a Valdius el sanguinario, te dirá que es parte de una leyenda de hace unos trescientos años.Esperé a que la mujer encendiera otro pitillo.—Sé que es difícil de creer, pero, ya entonces, Valdius buscaba algo tan codiciado como es la inmortalidad.Traté de contener mi lado racional. Había acudido
Cuando Pablo terminó de explicarle lo del gen a Martín ya estaban comiéndose el postre en un pequeño bar que servía comida casera. El muchacho dejó la cuchara dentro de su taza de natillas y se limpió los labios con la servilleta de papel.—Al final, resulta que voy a ser un héroe.Los otros guardaron silencio.—Involuntario, pero un héroe.Pablo imaginó que el muchacho tardaría en asumir la información. Que tendría que pasar un tiempo antes de que comprendiera que su muerte era inminente. Se recostó en la silla y observó cómo Raúl le colocaba al otro muchacho una mano sobre un hombro.—Puede que existe alguna forma...—Raúl...El muchacho clavó en Pablo sus ojos negrísimos.—Tú mismo dijiste que podía ser así.—H
Cuando regresé de hablar con Naza fui muy directo y sincero con el alcalde y el jefe de policía. Ellos me escucharon sin interrumpirme.Cuando terminé de contarles lo que pensaba que ocurría con los transformados, el alcalde miró hacia el suelo y el jefe torció el gesto de su boca, me apuntó y habló despacio, como si tuviera miedo a que no pudiera entenderle.—Estás hablando de hombres lobo. Estás diciendo que esas doscientas personas que mantenemos en el polideportivo son hombres lobos —afirmó como si tratara de convencerse.Moví la cabeza arriba y abajo. El alcalde me miraba de nuevo.—No es fácil asimilar una historia así —dijo finalmente.Yo sabía que aquello no sería fácil de creer. Estaba preparado para ello.—Sé que suena a ciencia ficción.El jefe s