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Daniel se echó hacia atrás para resguardarse tras la puerta cuando escuchó los pasos que avanzaban hacia la misma. La madre de Jandro salió del cuarto sin mirar atrás, y Daniel agradeció que ninguno de ellos fuera un transformado, porque de ser así haría tiempo que le habrían olido.

Esperó unos segundos, controló el ritmo de su corazón, alterado con la noticia que había recibido en la cueva y con el nuevo descubrimiento que acababa de hacer, y entró en la sala.

Pablo se levantó de la silla en la que había tomado asiento, frente a un microscopio, al irse Nuria.

—¡Daniel! —abrazó al muchacho. Para él era como una pequeña incógnita el saber si iba a regresar cada vez que le despedía en La Colonia — ¿Cómo ha ido, muchacho?

—Está hecho.

El rostro de Daniel es

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